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CIENCIAS SOCIALES.

JemarasTesis27 de Octubre de 2013

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CIENCIAS SOCIALES

HISTORIA UNIVERSAL DE LA EDUCACIÓN (DESDE EL RENACIMIENTO A NUESTROS DÍAS).

INSTITUTO ROOSEVELT

ALUMNA: LETICIA PÉREZ MARTÍNEZ

PROFESOR: GUILLERMO TOVAR

MATERIA: CIENCIAS SOCIALES

El Renacimiento: Los siglos XV y XVI se consideran una época de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna.Entonces, tiene lugar una serie de cambios políticos, económicos, sociales e intelectuales: el Renacimiento.

El Renacimiento: Los siglos XV y XVI se consideran una época de transición entre la Edad Media y la Edad Moderna.

Entonces, tiene lugar una serie de cambios políticos, económicos, sociales e intelectuales: el Renacimiento.

Los fines de la educación siempre han sido determinados por la idea que se tiene acerca del destino del hombre en cada época en cada pueblo de acuerdo con la etapa evolutiva socioeconómica y política de éste.

Es obvio que los objetivos de la educación para formar al ciudadano de Atenas, eran diferentes a los que se perseguían en la educación que se practicaba para capacitar al guerrero de Esparta.

Inclusive, según la clase en el poder, hasta se ha negado el derecho a la educación a cierto sector social. Aunque las pruebas pudieran ser muchas, sólo transcribiremos las palabras de Bernard Mandeville escritas en 1722 y en las que sostenía que las clases inferiores de la sociedad no necesitaban de la educación, pues decía que: "Su fin es trabajar, no pensar: su deber es hacer lo que se les ordena, ocupar los puestos más serviles y desempeñar los trabajos más inferiores y las faenas más penosas para conveniencia de sus superiores. Su naturaleza vulgar le proporciona suficiente conocimiento para este fin."

Qué diferencia con el concepto contemporáneo acerca del destino del hombre y del propósito de la educación de propiciar incesantemente la plenitud humana, sin distinción de la posición económica y social del educando, para hacer de éste un miembro útil a su colectividad a cambio de vivir personalmente satisfecho.

En el plano político, el feudalismo pierde importancia: las ciudades son fuertes y los reyes, en particular donde ya existen naciones, son poderosos. Esto también afecta la autoridad de los papas que sufre pronto otro golpe con la reforma protestante.

En el plan económico, la agilidad del comercio internacional gracias a la moneda, y los descubrimientos geográficos generan riqueza y rivalidades que acentúan las retenciones políticas de ciudades o países rivales.

Las frecuentes guerras coinciden con epidemias y la abundancia que bendice a unos es la miseria de otros. Mas, el refugio que se busca ya no es tanto espiritual como intelectual.

El Humanismo, inspirado del estudio de los clásicos griegos y latinos se pone de moda. Con él, surge el concepto de un hombre universal e individualista que se distingue por sus talentos y su vitalidad. Este hombre se caracteriza también por una gran curiosidad, misma que lo lleva no solo en busca de continentes, sino también en busca de la verdad científica. Los antecedentes del Renacimiento se encuentran en la Italia del siglo XIII,

aunque no es sino hasta el siglo XV, en Florencia, en cuando aparece con todo su esplendor, floreciendo todas las artes principalmente la pintura, la arquitectura y la escultura. Este movimiento se disemina posteriormente fuera de Italia.

Desarrollemos más específicamente nuestro tema.

Resulta gratificante estudiar a Amos Comenio, a Rousseau, a los propios Jesuitas, para arrancarles las grandes categorías que han inflamado las venas educativas del XVII, del

XVIII, del XIX y del XX.

RENE DESCARTES

Por primera vez, en la Historia, Descartes propone la elaboración de una ciencia universal, que puede también considerarse como el proyecto de la modernidad. El ideal humanístico de saggesse se transforma, en Descartes, en la búsqueda de un conocimiento perfecto de todo lo que es necesario para que la razón humana alcance su máxima perfección. Para conseguirlo es necesario sólo encontrar un principio evidente y un método adecuado. La reducción metodológica y metafísica cartesiana, junto con la pérdida del poder vinculante de la tradición, influyen poderosamente en la formación de una racionalidad instrumental, cuyo objetivo es el dominio de la naturaleza, sobre todo el de la naturaleza humana.

Muchos pensadores actuales consideran con cierta suficiencia el racionalismo de Descartes: «orgullosos de su saber psicológico, del psicoanálisis, de la conciencia adquirida de la ambigüedad, de la complejidad, de la compenetración de la mente y del cuerpo, de lo individual y social, de lo natural e histórico, etc., se sienten tentados a juzgar simplista el lúcido pensamiento clásico del siglo XVII» [Hersch 1981: capítulo René Descartes]. La crisis primero de la metafísica racionalista y, luego, de la misma razón ilustrada conduce a la teorización postmoderna de un pensamiento y una voluntad débiles: una vez perdida la creencia en el poder de la razón y en la energía propelente del querer, la razón se siente incapaz de afrontar cualquier tipo de tarea que vaya más allá de la simple satisfacción de necesidades contingentes, de la utilidad creciente, o de deseos de corto alcance.

¿Es posible todavía la idea de un proyecto del saber o, como sostienen los pensadores postmodernos, éste no es más que el resabio de la época de los grandes relatos? Habermas, representante de una nueva Ilustración, considera que este proyecto no sólo es posible, sino también necesario y urgente pues hay que hacer frente a la fragmentación de las ciencias y a la separación de saber y vida [Habermas 2002: 60]. El pensador alemán tiene razón; sólo que tal proyecto, si bien Habermas no lo reduce al de la Ilustración, no puede tener sólidas bases, salvo que se abra a la trascendencia, es decir, a Dios. Lo que puede dar unidad a la multiplicidad de saberes y experiencias no es la praxis comunicativa de Habermas, ni siquiera la aceptación de la fe como depósito de experiencias humanas (culturales y de sentido común) que pueden corregir la deriva de la razón liberal en la investigación y uso de las nuevas biotecnologías, sino de la fe en la existencia de un ser Infinito, fundamento de la verdad, belleza y bondad hacia la que debería tender toda realización humana. Es decir, que es mediante la apertura a los trascendentales, a su unidad y conversión como se vence el riesgo de reducir la ciencia a razón instrumental o procesal, sometiéndola al arbitrio humano o a un puro deseo subjetivo.

En este sentido, a pesar de los límites de la filosofía cartesiana (algunos de los cuales han sido indicados a lo largo de esta exposición), en ella hay todavía un elemento central que permite ir más allá de la duda metódica y de la evidencia del cogito; la referencia, claro está, es al Infinito, el cual, si bien ciertamente no es una idea, existe en nosotros como Verdad, a la cual tiende la razón humana; Bien al que tiende la voluntad, y Belleza, a la que tiende la totalidad de la existencia humana mediante las virtudes y, sobre todo, el amor a las demás personas y, por ellas, al mundo. De ahí que la vida humana, en su dignidad de estar abierta a la trascendencia, la cual se manifiesta —si bien de forma diferente— tanto en el alma espiritual como en el cuerpo, no pueda ser reducida a pura biología, racionalidad instrumental o deseo indiferenciado y polimorfo, sino que deba entenderse como aquello que hace posible la unidad del saber humano y su finalidad.

JOHN MILTON

La obra de John Milton está marcada por su elevado idealismo religioso y su interés por los temas cósmicos. En ella revela un gran conocimiento de los clásicos latinos, griegos y hebreos. Su verso libre es rico y variado, y está modulado con tal maestría que se ha llegado a comparar con los tonos de un órgano. Su trayectoria como escritor puede dividirse en tres periodos. El primero, que abarca de 1625 a 1640, corresponde a sus primeras obras, y en él se incluyen los poemas escritos durante sus años de estudiante en Cambridge: la oda La mañana del nacimiento de Cristo (1629), el soneto Sobre Shakespeare (1630), L'Allegro y Il Penseroso (ambos probablemente de 1631), Tiempo (1632), Una música solemne (1633), las mascaradas Arcades (1634) y Comus (1634), y la elegía Lycidas (1637), que aborda el temor a la muerte prematura y la ambición insatisfecha. Se aprecia en estas obras un creciente dominio de la estrofa y la estructura, y en ellas aparecen ya imágenes y nombres propios que figurarán también en escritos posteriores.

Su segundo periodo, de 1640 a 1660, estuvo dedicado principalmente a la redacción de ensayos que lo convirtieron en el más hábil polemista de su época.

En sus primeros ensayos, Milton atacaba a los obispos y defendía la necesidad de difundir el espíritu de la reforma inglesa. El primero de los ensayos publicados de este segundo periodo fue Reformas de la disciplina de la Iglesia en Inglaterra (1641); mientras que el más exhaustivo y elaborado, en lo que a su argumentación se refiere, fue La razón del gobierno de la Iglesia (1641-1642), que incluye además una importante disgresión en la que Milton habla de su primera infancia, su educación y sus ambiciones. (Este tipo de reflexiones autobiográficas salpican toda su obra en prosa). La segunda fase de su preocupación por los problemas políticos y sociales produjo, entre otras obras, la Doctrina y disciplina del divorcio (1643), donde el autor afirma que como el matrimonio se basa en una afinidad intelectual, además de física, debe concederse

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