Comunicación Y Educación
Jimena.Y.H21 de Agosto de 2013
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COMUNICACIÓN Y EDUCACIÓN
Una deuda recíproca
Alfonso Gumucio Dagron
La imaginación es más importante
que el conocimiento
Albert Einstein
Hablar de comunicación y de educación como dos campos separados no tendría sentido en el mundo actual. Carecía ya de sentido hacerlo en la época en que Paulo Freire escribió los textos seminales que inspiraron a toda una generación de especialistas de la comunicación de América Latina, (entre ellos Juan Díaz Bordenave, Mario Kaplún, Francisco Gutiérrez y Daniel Prieto Castillo, quienes se han posicionado a lo largo de su vida a caballo entre ambas disciplinas) y carece de sentido ahora, cuando la comunicación puede devolverle a la educación mucho de lo que obtuvo de ella.
Más que nunca, la educación necesita de la comunicación, no solamente para romper los moldes que han terminado por aprisionarla y separarla de la posibilidad de crecimiento, sino también porque frente a la llamada “sociedad de la información” la escuela se ha quedado atrás en su manera de aprehender los nuevos procesos de la comunicación.
El modelo tradicional de la escuela ha recibido en los últimos años severas críticas por su incapacidad de evolucionar con la rapidez que requiere el desarrollo social y tecnológico. Modernizar el sistema educativo para adaptarse a la sociedad de la información se ha entendido a veces como una simple traslación de tecnologías. Se remplaza la tabla de multiplicar (que antes venía impresa detrás de los cuadernos), con calculadoras, y se introducen cámaras de video y computadoras para sustituir a los maestros, pero no se cuestiona desde adentro el concepto mismo de la educación. Como ha señalado algún autor, en lugar de la alcancía de la “educación bancaria” tenemos ahora cajeros electrónicos que no resuelven el tema de fondo.
El error más común que se comete actualmente es pensar que la introducción de nuevas tecnologías en la comunidad educativa (y en cualquier otra comunidad), es la respuesta adecuada frente a las presiones de la sociedad de la información. La “solidaridad digital” y otras expresiones que llevan el pecado original de su sesgo tecnológico, desvían el tema de la comunicación hacia el terreno de los aparatos.
La modernización requerida se entiende como un tema de dotar de tecnología a las escuelas y no de desarrollar en ellas procesos de comunicación como los que se requieren para que los educandos se adapten a los desafíos de una sociedad cada vez más determinada y modelada por la información y la comunicación audiovisual que se desarrollan en el espacio público y en el interior de los hogares.
La educación como proceso de comunicación (es decir, diálogo, reflexión colectiva, puesta en común, participación), es indispensable en una sociedad donde la escuela ya no es la que “forma” al individuo como se creía tradicionalmente. La escuela no solamente no forma, sino que tampoco deforma. Su influencia actual es limitada, porque se ha quedado al margen de una sociedad donde los individuos y las comunidades están sometidos permanentemente a otras influencias que contribuyen en su formación (o deformación). La televisión, la publicidad, la presión de grupo, y por supuesto el acceso a la red (web) a través de Internet, son factores que, sobre todo en el ámbito urbano (que hoy es globalmente mayoritario), determinan la conformación de una personalidad “mediada”.
El informe encomendado por la UNESCO a la Comisión Internacional sobre la Educación en el Silo XXI, presidida por el ex ministro de Francia Jacques Delors(1) concluyó que los cuatro pilares de la educación son:
Aprender a conocer
Aprender a hacer
Aprender a convivir
Aprender a ser
En América Latina varios foros y autores han enriquecido esos conceptos añadiendo: aprender a emprender.
Mario Kaplún usaba expresiones como “se aprende al comunicar”, “conocer es comunicar” o “del educando oyente al educando hablante”, y afirmaba: “educarse es involucrarse y participar en un proceso de múltiples interacciones comunicativas”.(2)
En la medida en que la educación se concibe como un proceso de aprendizaje de toda la vida, no puede sino acudir a la comunicación como su complemento directo. Siguiendo a Paulo Freire, si la educación es a la vez un acto político, un acto de conocimiento y un acto creador(3), entonces no puede sino hacer el mismo camino que la comunicación en el proceso de cambio social.
De ahí el rol tan importante de los medios públicos, aquellos que informan y proponen contenidos que refuerzan los valores humanos y los derechos colectivos, y aquellos medios, los comunitarios, que a partir del derecho a la comunicación construyen comunidades de dialogo y participación. Sin los medios públicos y participativos, es difícil equipar mejor a la escuela frente a los medios de difusión comerciales, cuyos límites en el campo de la responsabilidad social son bien conocidos.
Resistencia al cambio y al aprendizaje
Todo esto resulta aún más grave cuando sabemos que no es nuevo: la comunicación en la educación es una necesidad que ha sido señalada hace casi un siglo por Celestin Freinet, y desarrollada luego por Lev Vygotsky, Paulo Freire, Mario Kaplún y otros pensadores que militaron por una mayor proximidad entre la educación, la comunicación, la cultura y la expresión artística. Mario Kaplún denominó “educomunicación”, y que es mucho más pertinente al mundo de hoy que el “edu-entretenimiento” que tratan de imponernos desde el norte, y que encaja muy bien con los objetivos de los medios masivos comerciales.
En el marco de la escuela tienen que darse condiciones sociales y éticas que favorezcan el aprendizaje como una actividad creativa, con la conciencia clara de que el aprendizaje es un proceso de toda la vida. Para ello, tiene que existir confianza y voluntad de aprender no solamente en los educandos, sino también en los educadores.
En sus reflexiones sobre el aprendizaje como clave de la educomunicación, Daniel Prieto Castillo apunta lo siguiente:
“Es muy difícil aprender de alguien con quien poco me comunico, mal me comunico o no me comunico;
“Es muy difícil aprender de alguien con quien no comparto tiempos, porque ni él ni yo los tenemos;
“Es muy difícil aprender de alguien en quien no creo;
“Es muy difícil enseñar, promover y acompañar el aprendizaje de las jóvenes y los jóvenes estudiantes si ha sido minada mi voluntad de aprender.”(4)
Aunque Daniel Prieto se refiere al ámbito universitario en el que desarrolla su actividad, estas reflexiones sirven también para otros niveles educativos.
Wittgenstein (1953)(5) sugiere que el sentimiento confiere significado a las palabras y las hace verdaderas, lo cual nos remite a la idea del aprendizaje a través de las emociones.
Lo fundamental en esta reflexión sobre la alianza entre la comunicación y la educación, es que cuando se quiebra esa interdependencia, se debilitan las posibilidades de aprendizaje así como las potencialidades de comunicación.
La sociedad demanda otro tipo de educación que la escuela no es capaz de proporcionar, porque evoluciona a un ritmo muy lento y es resistente a los cambios. El sistema educativo como tal, no admite modificaciones tan rápidas como las que se producen en la sociedad. Por ello predomina un modelo didáctico que pertenece al pasado y que no puede preparar a los educandos de hoy para el futuro.
No es entonces de extrañarse que la escuela pierda terreno constantemente y se convierta, como la iglesia, en una institución arcaica, que “tiene que existir” como un referente en toda sociedad, pero que ya no satisface los anhelos de la colectividad. Más y más la escuela es una especie de servicio civil obligatorio, una institución poco práctica pero un requisito para ser miembros plenos de la sociedad.
Fuera de la escuela, al igual que fuera de la iglesia, es donde se dan los intercambios comunicacionales que en definitiva determinan los valores. La escuela ya no es la única depositaria del saber socialmente relevante, ni el instrumento privilegiado para sistematizar los conocimientos. La televisión tiene más influencia que la escuela, pero ojo, no solamente como programación televisiva, sino como canal de información, comunicación y como espacio de influencia en el tejido social. Uno de los mayores errores es creer que introduciendo programación “educativa” se va a resolver el problema. Lo que se necesita es que la escuela desarrolle instrumentos para una nueva alfabetización comunicacional y audiovisual que sea más adaptada a los tiempos actuales que la lecto-escritura.
Pretender cambiar los medios de difusión masiva comerciales desde su interior es un espejismo, porque lo determina sus características no es el interés común de los ciudadanos, sino los objetivos empresariales de lucro y su necesidad de expansión. Hay una frase del cineasta francés Jean Luc Godard que viene al caso, aunque se refiere a la posición de los cineastas independientes con relación a la industria cinematográfica europea en los años 1970s: Intentamos tomar la fortaleza desde adentro, pero quedamos atrapados en su interior…(6)
El texto, la palabra escrita, el abecedario, han mantenido hasta ahora la hegemonía sobre otras formas innovadoras de hacer educación. La escritura y la lectura siguen siendo los ejes de un aprendizaje que se remonta a varios siglos y que excluye nuevas maneras de ver el mundo. La “transmisión
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