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Enviado por   •  22 de Marzo de 2013  •  9.265 Palabras (38 Páginas)  •  381 Visitas

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La autoridad de Pablo y el evangelio

0 comentarios 12:43 Por: Dulcina Casas Huaman

En Articulos, Historias, Jovenes Adventista

Aunque sus primeras frases normalmente pueden dar una indi­cación muy buena de si realmente merece ser leído. En una entre­vista realizada hace años en el programa Morning Edition [Edición matutina] de la red de emisoras de National Public Radio [Radio pública nacional], llegó a afirmar:«Creo que cuando lees una buena primera frase es como enamorarte de alguien. El corazón te empieza a palpitar [...]. Abre todas las posibilidades».

¿Alguna vez un libro le ha atraído tanto con sus primeras frases que ha dejado una impronta permanente en usted? Ciertos libros son famosos por lo memorable de sus primeras frases. Por ejemplo, ¿quién no identificaría las palabras iniciales de la novela de Charles Dickens Historia de dos ciudades, todo un clásico:«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos [...]»? Sin embargo, aunque me he encontrado algunas frases iniciales ciertamente intrigantes, puedo decir con toda sinceridad que ninguna novela me ha con­movido de la forma espectacular que describe Nancy Pearl.

No obstante, hay una frase inicial que me ha sobrecogido con todo tipo de posibilidades. Y no soy el único que ha sido fascinado por ella. Cautivó el corazón de los primeros cristianos y ha seguido dando esperanza a una cantidad innumerable de personas desde que se compúsolas frases iniciales del Nuevo Testamento.

Pero antes de que instintivamente usted empiece a pensar en el Evangelio de Mateo y en la desconcertante genealogía que lo introduce, permítame que dirija su atención a otro lugar. Aunque Mateo es el primer libro de la actual colocación del Nuevo Testa­mento, no fue el primer libro que se escribió. Es importante recor­dar que los libros y las Cartas que integran el Nuevo Testamento no están en orden cronológico. Los primeros escritos del Nuevo Testamento fueron las Cartas del apóstol Pablo, aunque también la Epístola de Santiago puede estar entre los primeros. Es proba­ble que los cuatro Evangelios no aparecieran hasta después de la muerte de Pablo, hacia el año 65 d.C. Así, las frases iniciales a las que me refiero se encuentran en la Carta de Pablo a los Gálatas.

Los eruditos discrepan en cuanto a si Gálatas precedió a 1 Te- salonicenses o al revés. Personalmente, estoy convencido de que Pablo escribió Gálatas hacia 48 d.C., después de su primer viaje misionero y antes del concilio de Jerusalén mencionado en Hechos 15. Una fecha temprana para Gálatas se corresponde con facili­dad con el primer viaje misionero de Pablo descrito en Hechos y explica varias afirmaciones que hace en Gálatas en cuanto a sus visitas a Jerusalén. Sin embargo, respecto a nuestro interés por las frases iniciales del Nuevo Testamento, la datación es en realidad in­diferente, porque todas las Cartas de Pablo empiezan aproximada­mente igual. En este capítulo centraremos nuestra atención en el significado espiritual del saludo de Pablo a los cristianos de Ga- lacia, y en cómo nos prepara para el resto de su Carta. Sin embargo, antes de continuar, es importante que, en primer lugar, considere­mos a Pablo como autor de Epístolas.

Pablo, autor de Epístolas

Al iniciar nuestro estudio de Gálatas, es indispensable que seamos conscientes de que Gálatas es una carta de verdad. Cuando Pablo se dedicaba a escribir no lo hacía con la intención de producir una especie de obra maestra literaria que las generaciones poste­riores hubieran de admirar como un clásico de la literatura. Guiado por el Espíritu, Pablo compuso una carta de verdad que abordaba situaciones concretas que incidían sobre él y sobre los creyentes de Galacia. Por ello, cuando nos empeñamos en entender el mensaje que su Epístola tiene para nosotros en la actualidad, resulta vital que consideremos, en primer lugar, lo que pudo significar para los cristianos de Galacia.

Las cartas como la Epístola a los Gálatas desempeñaron un papel esencial en el ministerio apostólico de Pablo. Como misio­nero al mundo gentil, fundó varias iglesias esparcidas en torno al Mediterráneo. Aunque hacía cuanto estaba en su mano por visitar­las siempre que podía, le resultaba sencillamente imposible estar en un lugar durante mucho tiempo. Para compensar su ausencia física, Pablo escribía cartas a las diversas congregaciones a fin de darles orientación y dirección. Eran de gran valor para las iglesias que las recibían, y los

creyentes no tardaron en reconocer que eran documentos inspirados (2 Ped. 3:15, 16). A medida que pasaba el tiempo, la gente compartía copias de las mismas con otras congre­gaciones. Aunque algunas de las Cartas de Pablo han desaparecido (cf. Col. 4:16), trece llegaron a formar parte del Nuevo Testamento.

Hubo un tiempo en que algunos cristianos creyeron que el for­mato de las Cartas de Pablo era exclusivo:un formato final creado por el Espíritu Santo para contener la Palabra inspirada de Dios. Aunque esto tenía sentido para muchos, todo cambió en 1897 cuando dos jóvenes eruditos de Oxford, Bernard Grenfell y Arthur Hunt, descubrieron accidentalmente en una ciudad egipcia aparta­da, llamada Oxirrinco (la actual EL-Bahnasa), unos quinientos mil fragmentos de papiros, material muy popular en la antigüedad, que se remontaban a varios siglos antes y después de Cristo. Además de algunas de las copias más antiguas de los escritos del Nuevo Testamento, también encontraron antiguas facturas, declaraciones de impuestos, recibos y hasta cartas personales. Fue una sorpresa para algunos que el formato básico de las Cartas de Pablo resultó ser idéntico al usado por todos los que escribían cartas en su épo­ca. Incluía los siguientes elementos:(l) una salutación inicial que mencionaba al remitente, el destinatario y luego un saludo; (2) una expresión de acción de gracias; (3) el cuerpo principal de la carta; y, por último, (4) una observación final.

Aunque las Cartas de Pablo siguen el patrón básico de las car­tas de su época, les inyecta una perspectiva manifiestamente cris­tiana. Y, aunque hacían lo que las demás cartas, la forma en que lo hacían era significativa. Teniendo presente lo anterior, considere­mos ahora las frases iniciales de Gálatas.

Un saludo excepcional

Al considerar las frases iniciales de la Epístola, es preciso que soslayemos los primeros dos versículos, porque no comprenden en realidad lo que consideraríamos frases iniciales de la Carta. Como ya he mencionado, en la antigüedad los autores siempre iniciaban una carta declarando su propio nombre seguido del nombre de la persona o las personas a las que se dirigía.

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