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Danza De Los Sonajeros


Enviado por   •  28 de Octubre de 2013  •  1.858 Palabras (8 Páginas)  •  557 Visitas

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El 20 de Enero de cada año, se celebra en Tuxpan, Jal., animadas Fiestas en honor de los S.S. Fabián y Sebastián, patronos del pueblo, y en las que toman parte en numeroso concurso, los indígenas de la región.

Los Tuxpaneca representan un grupo aislado de la antigua raza Azteca, que en remota época, extendió sus dominios hasta las lejanas tierras de Jalisco. Y, a pesar del transcurso de los años, los Tuxpaneca conservan sus características raciales y muchas de sus viejas costumbres.

Las mujeres son, por lo general, mal proporcionadas, resaltando su boca grande y de gruesos labios, y una deformidad de la cintura que es debida a la costumbre de fajarse apretadamente una pesada falda

Desde el cerro del Corpus, emenencia de muy rápida pendiente, se domina en toda su extensión el amplio valle en cuyo centro se encuentra Tuxpan. El panorama que se presenta a la vista es atractivo.

Por el Norte, y como a tres kilómetros de la población, corre un caudaloso río que tiene su origen en la sierra Mazamitla, y que más adelante formará, con el nombre de río de "Coahuayana", el limite natural entre los Estados de Colima y Michoacán. Alegran sus márgenes numerosos plantíos de caña de azúcar, y de trecho en trecho hay tupidos plantios. sus limpias aguas se deslizan con alguna rapidez, y en los frecuentes tulares de las orillas anidan parvadas de patos de diversas especies.

Más allá del río de Tuxpan, los cerros de Taxinachta y las Tinajas cierran el valle por el Norte, y el Oriente y el Poniente lo limitan respectivamente los de S. Miguel y Apanes.

Completa este cuadro el Volcán de Colima, centinela que aunque lejano, suele turbar la tranquilidad de este valle con violentos temblores y copiosas lluvias de ceniza.

A corta distancia del cerro del Corpus, casi a nuestros pies, está el pueblo de Tuxpan. Sus amplias casas, irregularmente alineadas le dan una desproporcionada extensión. Las arenosas calle, que se antojan interminables, parecerían monótonas sin los toques verdes de los cultivos domésticos que interrumpen el ocre de sus tejados.

En la fecha señalada, este pueblo, de ordinario tranquilo, se alegra con el temprano repique de sus campanas, y el estallido de los cohetes. La función religiosa reviste singular importancia, principia en la parroquia con misa cantada y sermón, y terminado este acto, el gentío se desborda por las calles en nutrida procesión dirigida por un individuo que ostenta el título de tlayacanque. Su primer grupo los chayacates, curiosa comparsa de enmascarados vistiendo trajes viejos, que lo mismo pueden ser de charro o de catrín, pero que en todo caso deben de ser de los usados por la gente de razón.

Estos raros e inofensivos sujetos, divididos en pequeños grupos, recorren anticipadamente las calles, dirigiendo chistes y bromas a todo el que encuentran, y anunciando su paso el sonido de pequeñas sonajas que agitan sin cesar.

Vienen después los sonajeros, portando unos bastones huecos llenos de piedrecitas, o bien un palo caprichosamente labrado y provisto de rodajas de metal, ingeniosamente colocadas para que suenen cualquiera que sea el sentido en que se agiten. Su traje es ordinario, pero profusamente adornada la camisa con listones de color; sobrepuestas unas calzoneras de color obscuro y cubiertas las piernas por una especie de polaina roja.

Marchan al compás de una música que dos acompañantes ejecutan en chirimía y tambor y cuyo ritmo acentúan con fuertes pisadas y golpes de sonaja.

Finalmente, y entre nubes de incienso que despiden numerosos sahumerios, vienen las imágenes de los santos patronos, en andas que cargan solícitos devotos.

Este es el grupo más importante de la comitiva y el que más atrae las miradas de los numerosos espectadores, esparcidos por todo el trayecto que termina en la pequeña capilla de S. Sebastián.

Figuran en él los mayordomos de las cofradías, asociaciones a cuyo celoso cuidado corre la importante tarea de preparar los festejos y cuidar de su debida ejecución.

Son tantos cuantos imágenes de los S.S. patronos se veneran en el pueblo. Este puesto requiere ciertas condiciones que garanticen una atinada gestión, e implica entre otros deberes el de ofrecer, con motivo de la renovación del cargo, una comida en la que se distribuye mole de puerco o de guajolote, frijoles refritos, carnitas, abundante ración de tortillas y moderadamente algunas copitas de tequila o mezcal.

Completan este grupo los encargados de los sahumeiros y la banda del lugar. En ella figuran los vecinos de mayor aptitud musical, y por lo mismo es escuchada con general satisfacción, a pesar de que comúnmente, tocan con más entusiasmo que maestría.

Terminadas las ceremonias religiosas se desarrolla un programa con números profanos, entre los cuales el más interesante es el baile de "Los Sonajeros"; vigorosos mocetones de 18 a 30 años.

Constituyen una cuadrilla ante cuyo jefe protestan formalmente no tomar licores durante la ejecución de la danza, bailar con entusiasmo, respetar al público y compañeros y contribuir con algún dinero para la compra de cohetes. Este código del sonajero, será ingenuo, curioso o extravagante, pero no es ni un humorismo ni menos una mera fórmula, como aquella tan frecuentemente escuchada en los labios de nuestros mandatarios: Cumplir y hacer cumplir la Constitución.

La Cruz,, El Molino, La Palma, La Torre, La Serpiente, La Ola y La Morisma son otras tantas figuras que interpretan Los sonajeros durante la ejecución de su danza. Algunas son muy llamativas, revelan ingenio y suponen un buen sentido coreográfico.

La Ola se baila pasando la pareja que va quedando atrás, debajo de las sonajas sostenidas en alto,

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