EL DOCENTE QUE NECESITAMOS

EL DOCENTE QUE NECESITAMOS

        Las transformaciones del siglo XXI hacen que la educación y los métodos de enseñanza – aprendizaje tengan diferentes cambios, transformaciones y reformas en sus estructuras de estudio, esto es a consecuencia que la nueva sociedad se torna más exigente por lo que es necesario poseer vastos conocimientos y una actualización constante. Las Instituciones educativas de este siglo, en todos sus niveles, no sólo preparan a los niños, niñas, jóvenes y adolescentes para culminar un nivel educativo, también los preparan para el mundo actual que van a enfrentar, de tal manera que, comprendan los problemas y situaciones actuales desde una perspectiva objetiva, implementando las competencias adquiridas desde sus diferentes niveles, por tal motivo, nosotros los educadores debemos estar actualizándonos constantemente con la finalidad de cumplir los perfiles de los profesionales que se exigen en el mundo globalizado.

        En la preparación que hemos obtenido como profesionales de la educación no sólo es estudiar y obtener un título, sino también es tener presente que para estar activos debemos llevarlo a la práctica y generar ambientes de aprendizaje, trabajar en colaboración para construir el conocimiento y usar materiales educativos para favorecer el aprendizaje; es por eso que (González, 2000) dice “en lo relativo al estudiante, implica utilizar todos los recursos de que dispone en su personalidad (su historia académica, sus intereses cognoscitivos, sus motivos para el estudio, su emocionalidad) en relación con los que aporta el grupo de clase, involucrando a los propios estudiantes en la construcción de las condiciones más favorables para el aprendizaje”, lo que nos hace establecer que debemos obtener lo máximo de nuestros estudiantes.

        Cuando el docente esté consciente de los cambios en la sociedad y educación, logrará una profesionalización y maduración en la forma de actuar y de ser, ya que, muchas de las veces, se enfocan exclusivamente en tratar contenidos del plan y programas, dejando a un lado a la persona que estamos inculcando. En sus propios términos, Merani decía: En suma, educar a nuestros hijos no es “formar un sabio” ni tampoco dejar crecer un “salvaje ignorante”. Educar es crear un perfecto equilibrio entre el individuo como ser que piensa, razona con su propia cabeza y no con la de otros, y el grupo social que lo rodea, en el cual ha nacido y en el cual vivirá. Educar es formar un ser totalmente integrado tanto en el aspecto individual como en el social. (Merani, 1958).

        Cabe recalcar que las características antes señaladas (investigador, asesor, facilitador y guía) son parte de las competencias y de la formación que un maestro debe poseer en la actualidad, en estos tiempos no podemos limitarnos en sólo estar frente a un grupo y dejar de aportar cambios a la educación. El docente debe ser intuitivo y observador, sabe cuándo debe aproximarse a un estudiante apartado y distante, reconoce cuándo exigirle mayores resultados a un alumno perezoso y cómo evaluar a un grupo de personas de muy distinto potencial. Debe apreciar los procesos individuales de aprendizaje sin perder la noción de conjunto y de natural competición, él o la docente “ideal” debe saber de sus alumnos considerablemente más que su expediente o registro de calificaciones.

        Es sabido y podemos decir que cada educador conoce todo el compromiso que tiene con los estudiantes y que éste debe ser significativo, no únicamente en las calificaciones, sino también en la forma de desenvolverse en el mundo actual globalizado, lo que acarrea, a crear nuevos ambientes y entornos de aprendizaje, en donde las características deben ser estar enfocadas a que el estudiante utilice lo que conoce y está a su alcance, teniendo la capacidad de vincular su contexto con la teoría.

        El educador debe pasar fronteras del conocimiento y discernimiento con la responsabilidad definida que la aptitud y vocación no es de sólo trabajar en las aulas de clase, sino también, en la indagación y búsqueda constante de ser un facilitador, orientador y guía que deje plasmados en los estudiantes las herramientas necesarias para enfrentar y asumir los retos que se les presenten en su diario vivir, haciendo uso de lo que sus docentes le inculcaron dentro y fuera del aula de clases.

        El docente al iniciar cada clase debe informar a sus alumnos y alumnas los objetivos ese día y esto se obtiene presentándoles en la clase, recapitulando, resumiendo, sintetizando, explicando las destrezas a desarrollarse y para ello debe utilizar los métodos y procedimientos más adecuados en cada caso. Por otra parte, jamás debe olvidar su papel de docente, capacitador, maestro u orientador, alentando a todos los estudiantes a resolver los problemas o situaciones de conflicto por sí mismo, orientándolos sobre técnicas de estudio y trabajo, despejando sus dudas, atendiendo sus peticiones y consultas, etc. El docente deberá, además, establecer y organizar el trabajo de sus estudiantes en grupo, por parejas o de forma individual, indicando las tareas que han de realizar y regularizando la marcha y logro de los objetivos.

        Otro aspecto muy importante es evaluar la formación, dentro de las funciones que el docente debe realizar, siendo totalmente consciente de su importancia y comprendiendo de qué manera afecta a la calidad de la formación, es la evaluación. El docente debe valorar y someter a evaluación a todos y cada uno de los elementos que afectan al proceso de enseñanza-aprendizaje: los contenidos de aprendizaje, los recursos utilizados, las técnicas de evaluación empleadas con sus estudiantes, etc. hasta su propia labor como docente. Esta evaluación debe servir, en última instancia, para comprender la realidad educativa y promover estrategias de autorreflexión interna para mejorar el desarrollo de la formación; es decir, para contribuir a la calidad de la formación.

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