EL RETO DE LA FORMACIÓN INTEGRAL EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN LA ACTUALIDAD
Pamela PáezEnsayo21 de Octubre de 2015
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EL RETO DE LA FORMACIÓN INTEGRAL EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN LA ACTUALIDAD
PAMELA DE JESÚS PÁEZ BURGOS
DIPLOMADO EN FORMACIÓN PEDAGÓGICA PARA LA EDUCACIÓN SUPERIOR VERSIÓN 44
UNIVERSIDAD DE CARTAGENA
EL RETO DE LA FORMACIÓN INTEGRAL EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN LA ACTUALIDAD
Pamela De Jesús Páez Burgos
La sociedad actual y su cada vez más rápida y constante evolución, ha encarado al ser humano con la ineludible necesidad de recreación y modificación de sus paradigmas tanto cognoscitivos como comportamentales. Estos, a los que ha correspondido y que le han facilitado el desenvolvimiento en el mundo al cual pertenece, suelen someterlo a reiterados estancamientos que responden al inoficioso temor a lo desconocido, por lo que se convierte dicho proceso evolutivo, más que en un disfrute, en un reto que vencer, y siendo cada día más difícil desaferrarse de lo conocido por siglos e integrarse al gigantesco mar de nuevas ideas, tornadas en teorías y prácticas que transforman el mundo tal cual como lo ha conocido.
Ese proceso evolutivo que envuelve al hombre y lo coloca de pie ante la necesidad de modificar e innovar, no se debe ver desde un punto de vista individual, en relación a lo consuetudinario o comportamental, sino también desde la óptica que cobija la variedad de ciencias que el ser ha estudiado desde sus orígenes hasta el momento, y sin las cuales el individuo no podría dar explicación o desarrollar muchos de los conceptos que hoy conoce y de los que saca un provecho a diario.
No debemos perder de vista que la Humanidad permanece en un constante cambio. No nos damos cuenta porque vivimos los resultados de tales transformaciones en un periodo muy breve de presente. La vida de cada individuo es un instante de toda una vida universal que le precede y de donde proviene y también del futuro. La dificultad de acoplar los pensamientos y el trato social a lo nuevo hace que se mantenga siempre una resistencia a variar cualquier criterio novedoso, que cuando es útil se acaba imponiendo. El problema es a qué precio, pues el afán de permanecer en una visión fija e inamovible del mundo ha hecho que se reaccione a lo largo de la Historia con una violencia atroz. Sucede en el aspecto del conocimiento, en política, economía y hábitos de comportamiento. (Pinto “La evolución como cambio Social”, s.f., Párr. 1).
Lo cierto es que le tememos al cambio, este hecho que influencia todos los aspectos de la vida del individuo, consecuencialmente ha producido efectos que trascienden la esfera de lo personal, llegando al área de lo cognitivo y de la búsqueda del conocimiento, lo que sin dudas origina que la evolución a nivel educativo se haya visto limitada.
La educación superior, a través de su historia como se evidencia en sus diversas etapas, ha intentado formar seres humanos capaces de enfrentar la realidad y el mundo al cual pertenecen, influida por distintos matices que varían de acuerdo a la época, los avances tecnológicos, científicos, culturales, económicos, políticos, étnica y necesariamente su propia capacidad de aprender del estudiante. Lo que se materializa a través de la ciencia que le ha permitido educar: La Pedagogía.
La historia de la educación va de la mano de la evolución del ser humano, no existe ninguna sociedad por primitiva que sea en la que no se presente la educación. Comenzando por la transferencia de simples saberes conocidos a las nuevas generaciones para su perpetuación continua, hasta el establecimiento de hábitos y costumbres, desembocando en culturas complejas transformadas en sociedades. En las culturas y sociedades no se presentan únicamente tradiciones y sincretismos, si no que todo esto se convierte en una gama de concepciones religiosas, filosóficas y tecnológicas, que son la base de las idiosincrasias de cada país. Todo esto se fusiona en la concepción pedagógica actual y por lo tanto es lo que la da vida y sentido de pertenencia al acto educativo. (“Historia de la Pedagogía”, s.f., Párr. 2).
Mucho tiempo atrás, entre los más antiguos pedagogos, sin haberle dado el nombre con que actualmente se conoce, se intentó hablar de una formación que educara en un nivel superior al estudiante, que lo formara desde la totalidad de sus dimensiones, entendiendo la diversidad que existe entre unas y otras; procurando que fueran parte de su saber, no sólo desde el nivel cognitivo, sino también desde otros aspectos que desarrollaremos más adelante.
Hablamos entonces de una formación con un tinte más humanista, que reviste el proceso de aprendizaje en un avance que de manera ética encamine al educando hacia la perfección de su ser como profesional. Hoy en día se le ha llamado “Formación integral”, la cual, sin lugar a dudas, para ser aplicada al sistema que conocemos, deberá transformarlo de manera radical y a la cual, por los móviles que anteriormente expresé, no ha sido fácil adaptarse.
En primer lugar, la consideración de un cambio profundo en materia de formación profesional debe consistir en una transformación completa de los currículos de estudio. En términos de los alcances del concepto de desarrollo, los currículos necesitan enfatizar tanto los aspectos de relación con el mercado futuro de trabajo, como aquellos que tienen que ver con el enriquecimiento personal y la formación valórica profunda del individuo. Y pienso que en ambas cosas estamos fallando. Por una parte, nuestros currículos tienden a ser anquilosados y a responder en forma lenta frente a las exigencias de un medio empleador y productivo que experimenta cambios profundos y permanentes como resultado de las tendencias modernizadoras y globalizadoras que prevalecen (…) ¿Cómo puede la Universidad adelantar las tendencias que han de producirse en los diferentes campos? No existe una respuesta estándar sobre este problema, pero ciertamente no es una respuesta la que escuchábamos en el pasado, en el sentido de que la Universidad debería determinar, por sí misma, que es lo que se ofrece, y no la perspectiva ocupacional profesional de sus egresados. Aquí necesitamos una innovación muy profunda que tienda a garantizar una oferta formativa con rápida capacidad de adaptación a la realidad externa, y de actualización tanto en el desempeño en el trabajo como por medio de los sistemas de cuarto nivel de educación. (Riveros, 2000).
Pero más que el reto de transformar enteramente el currículum de una institución, la Universidad se encuentra con el obstáculo de la “humanización” del profesional. El sólo carácter subjetivo que puede resultar tener tal fin, debido las múltiples percepciones de la ética que, tanto los aprendices como los que vienen a emplear esta pedagogía, pueden tener. Es entonces cuando entra el rigor el conflicto generado por la diversidad de opiniones, llegan a esta palestra la religión, la moral, la costumbre, la cultura, el origen, la pasión, e incluso los sentimientos de la persona.
Pero el segundo aspecto es también de crucial importancia. Hoy en día necesitamos mejores profesionales en el sentido de su formación integral valórica; es decir, precisamos crear un profesional con fortaleza humanista, en cuya preparación se integren los conceptos de eficiencia y eficacia, pero en donde también ocupe un lugar la solidaridad, el entendimiento de una misión social y prevalezca una ética acorde a lo que la sociedad espera de la inversión efectuada por el conjunto en cada uno. Este objetivo que es tan indispensable en vista de nuestra visión del proceso de desarrollo en forma integral sólo puede lograrse incluyendo materias afines en forma transversal a los currículos de formación profesional. Nada se saca con tener un curso de ética o uno de naturaleza humanista o sociológica, cuando se trata de un electivo de tercer o cuarto año; la cuestión reside en que estas perspectivas se adentren suficientemente en la formación que reciben los estudiantes universitarios en todas sus cátedras, así requiriendo una revisión profunda del sistema de educación que tenemos. En otras palabras, se requiere más transversalidad formativa. (Riveros ,2000).
Resulta entonces, imperativo adentrarse un poco en el aspecto de la transversalidad, necesaria en la implementación de una formación integral, puesto que no debe verse el aspecto ético como un factor que va a jugar cualquier papel en la educación, sino como un determinante en este proceso, el de la persona que se desea formar. Es muy vago pensar que el mecanismo que nos llevará a incluir dicho factor en la vida académica es la creación de nuevas cátedras que de manera episódica surtan de humanismo al educando, que “eventualmente” le hagan entender a la ética como un aspecto sine qua non del ser humano. No es lógico, por ejemplo, que el estudiante realice un taller sobre la ética profesional, mientras estudia para el examen del docente que se vanagloria del beneficio que le han traído las mentiras y las artimañas para el ejercicio de su carrera, o peor, que lo han llevado a ser un docente respetable.
Por el contrario, considero, que la implementación de una formación integral, es un proceso meramente proveniente del fuero interno del docente, de su capacidad para ligar esta parte humana con los conocimientos que desea transmitir. Esta formación empieza por el educador, por su capacidad de prescindir de lo material con tal de darle un matiz de moralidad a la profesión. Desde mi punto de vista, no hay formación integral sin un docente consiente de la labor que realiza y de la responsabilidad que ella atrae. El docente no puede olvidar que es un modelo a seguir, y que su filosofía fácilmente se transmitirá al estudiante, por cuenta de la investidura que la profesión le otorga. Es por ello que al realizar el “performance” del aula de clases, más que demostrar algo, se habla de lo que en realidad es el docente, su esencia, por lo que es importante, antes de pensar en una formación integral, saber quién se es y si se encuentra uno preparado para dicha labor.
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