ENSAYO "El Emilio"
pergamo22 de Agosto de 2013
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DIVISION DE ESTUDIOS DE POSGRADO E INVESTIGACION
MAESTRIA EN EDUCACION
TRABAJO: TEXTO COMENTADO “EL EMILIO” DE
JUAN JACOBO ROUSSEAU
CD. JUAREZ, CHIH. A 18 DE ABRIL DEL 2012.
2º. Reporte de lectura.
OBRA: EL EMILIO DE JUAN JACOBO ROUSSEAU.
REFERENTE:
El Emilio está dividido en cinco libros. El primero trata principalmente del período de lactancia. El segundo de la edad infantil, hasta los 12 años, etapa de la vida que debe dedicarse a la educación de los sentidos. El tercero se ocupa del período comprendido entre los 12 y los 15 años, para Rousseau una segunda infancia anterior al comienzo de la pubertad, que se dedicará a la instrucción al afinamiento de la capacidad de juzgar y a la adquisición del sentido de lo útil. A partir de los 15 años comienza la adolescencia —estudiada en el libro cuarto—, edad de la educación moral y religiosa, de la educación del corazón y del sentido social. Destaca una sección, la profesión de fe del vicario de Saboya, que contiene las ideas religiosas de Rousseau. El quinto libro estudia brevemente la educación de la mujer, Sofía, a la que Emilio conocerá y con la que contraerá matrimonio.
Con el Emilio Rousseau quiere contraponer al hombre de la sociedad de su tiempo el hombre natural, el verdadero hombre. Su intención no se limita a ensayar un nuevo método educativo, pretende renovar al género humano, educar a la nueva humanidad, libre de las opiniones y de los prejuicios que corrompen una naturaleza salida de las manos de Dios como bien sin mezcla de mal. A pesar de sus defectos, el Emilio ha ejercido un poderoso influjo sobre el pensamiento pedagógico de los dos últimos siglos. Su influencia sobre Pestalozzi, Froebel, Herbart, Decroly, Montesori, etc. es una prueba más que suficiente.
I. EXPOSICIÓN DEL CONTENIDO
EXPOSICIÓN DEL CONTENIDO
A. Principios generales
En las Reveries du promeneur solitaire dirá Rousseau que el Emilio es un “tratado sobre la bondad original del hombre”. Este optimismo naturalista es quizá la idea fundamental de toda la obra, de la que los demás principios pedagógicos son meras aplicaciones.
Es célebre el pasaje inicial del Emilio: “todo lo que procede del Autor de las cosas es bueno, pero todo degenera en las manos del hombre, el cual, en efecto, fuerza a una tierra a nutrirse con el producto de otra, a un árbol a llevar los frutos de otro, y mezcla y confunde los climas, los elementos, las estaciones, y mutila al perro, al caballo, a su esclavo. Todo lo invierte, todo lo desfigura por amor de la deformidad y de lo monstruoso, ninguna cosa la quiere según su naturaleza, incluido el hombre, al cual educa para sí como a un caballo de equitación y lo adorna a su modo como a un árbol de su jardín” (I, 17). En relación al hombre, tiene Rousseau como “máxima incontestable que los primeros movimientos de la naturaleza son siempre rectos. No existe ninguna perversidad original en el corazón humano” (II, 64).
Naturaleza viene de nacer. Nacemos como seres dotados de sensibilidad, y por eso establecemos relaciones con los objetos externos, relaciones sometidas a un gradual proceso de maduración: desde el simple sentimiento de placer o dolor pasamos a estimar la conveniencia o disconveniencia de las cosas en relación a nosotros, siendo capaces por último de emitir un juicio sobre ellas en función de una idea de felicidad y de perfección (cfr. I, 18). Tenemos así un conjunto de disposiciones espontáneas hacia las cosas, que se amplían y maduran como el individuo mismo. Estas disposiciones espontáneas, antes de ser alteradas por las costumbres y opiniones humanas, constituyen lo que Rousseau llama naturaleza (cfr. I, 18).
La naturaleza es buena, el mal procede de la acción que el hombre ejerce contra ella. Las tendencias naturales pueden degenerar, y el amor de sí puede convertirse en amor propio egoísta. Pero esta depravación no encuentra su origen en la naturaleza, lo tiene en las opiniones y prejuicios humanos. Queda así delineada la oposición entre naturaleza y cultura tan característica del pensamiento de Rousseau.
Del principio explicado se desprende un ideal educativo: el ideal de la educación natural. “Todo lo que no poseemos por nacimiento y de lo cual tendremos necesidad cuando seamos mayores nos lo proporciona la educación. Esta nos viene o de la naturaleza, o de los hombres, o de las cosas. El desarrollo interior de nuestras facultades y órganos es la educación de la naturaleza; el uso que aprendemos a hacer de ellos es la educación de los hombres; la adquisición de la experiencia de los objetos que nos son propios es la educación de las cosas” (I, 18) Como la naturaleza es buena y origen de todo bien, el ideal educativo consiste en tomar su desarrollo inmanente como supremo criterio pedagógico, adecuando a él la educación de las cosas y la de los hombres.
Seguir la naturaleza, adecuarse a ella, respetar sus estadios evolutivos sin pretender anticiparlos; no introducir en ella lo que le es ajeno ni lo que, sin serle ajeno, es todavía prematuro; no enseñar lo que en un momento dado no responde a un interés vivo: éstas son las reglas de la actividad educativa. Se trata, pues, de proteger, potenciar y enriquecer la espontaneidad natural. Todo acto del educador o de la sociedad que pueda desviar, violentar, acelerar o retorcer la maduración natural de la actividad espontánea debe evitarse y condenarse sin contemplaciones.
La meta de la educación natural se antepondrá a cualquier otro propósito. Cuando se comprueba que la educación de los hombres y de las instituciones sociales no se adecua al orden de la naturaleza, la decisión del educador ha de ser bien clara: formar al hombre, aun a costa de no educar a un ciudadano o a un tipo especial de ciudadano. “Que mi alumno sea destinado a las armas, a la Iglesia, a los tribunales, poco importa: antes de la educación de sus padres, la naturaleza lo llama a la vida humana, y yo quiero enseñarle el oficio de vivir. Saliendo de mis manos él no será, lo concedo, ni magistrado, ni soldado, ni sacerdote; será antes que nada hombre: todo lo que un hombre debe ser. Estará preparado para toda necesidad, y, por mucho que la fortuna pueda mudar su condición, él tendrá siempre una bien segura” (I, 21). Se le enseñará a vivir, y vivir “es obrar; es hacer uso de nuestros órganos, de nuestros sentidos, de nuestras facultades, de todas las partes de nosotros mismos que nos dan el sentido de nuestra existencia” (I, 21).
Como habremos de examinar más detenidamente estos principios, pasamos directamente a examinar su aplicación práctica en la educación de Emilio.
PRIMER LIBRO
B. Los primeros cuidados (libro I)
El niño nace ignorante, privado hasta del sentido de su existencia, pero capaz de aprender. Con el nacimiento comienza la educación. Esta se realiza mediante la experiencia del mundo ligada al uso de las funciones y de los sentidos. La actividad es la primera escuela del niño, la ley natural que se debe respetar. Cuanto mayor sea la actividad, mayor será la experiencia formativa.
Al niño se le debe conceder toda la libertad de movimientos de que es capaz. ¡Fuera las fajas, las ataduras y vestidos que le oprimen! El niño no se hará daño con sus propios movimientos naturales, antes bien, “la inacción y la constricción de los miembros impiden la circulación de la sangre, de los humores, no le permiten adquirir fuerza, crecer, ir cambiando su constitución” (I, 22). Los vestidos y las ligaduras que a veces se les ponen influirán negativamente sobre su temperamento. “Su primer sentimiento es de pena y de dolor. No encuentran más que obstáculos para realizar los movimientos que les son necesarios, y más desventurados que un criminal entre sus cadenas, hacen esfuerzos vanos, se irritan, gritan. ¿Sus primeras voces, decís, son llantos? Lo creo sin dificultad: los forzáis desde el nacimiento, les ofrecéis antes que nada las cadenas, como primer cuidado los atormentáis. Lo único que tienen libre es la voz, ¿cómo no se van a servir de ella para llorar? Gritan por el daño que les hacéis, como gritaríais también vosotros si os encontraseis encorsetados de la misma manera” (I, 22).
Rousseau se pregunta por la causa de costumbres tan antinaturales y poco razonables como las criticadas. Es un hecho no menos antinatural: las madres no quieren ocuparse de sus hijos, y los ponen bajo la vigilancia de personas a sueldo, de criadas mercenarias cuya única preocupación es fatigarse lo menos posible. Y así, para ahorrarse el constante cuidado de un niño libre, lo visten de manera que no pueda moverse. Las criadas quedan tranquilas, sabiendo que el niño no se romperá una pierna, y las madres pasan alegremente el tiempo en las fiestas de la ciudad, sin pensar que está en peligro el futuro desarrollo de sus hijos.
Esta mala costumbre engendra otras todavía peores. “No contentas de haber dejado de criar a sus hijos, las mujeres dejan de querer tenerlos: es la consecuencia natural. Desde el momento en que la maternidad es onerosa, se encuentra bien pronto la manera de liberarse enteramente de ella. Esta usanza, sumada a otras causas de despoblación, nos anuncia la futura suerte de Europa. Las ciencias, las artes, la filosofía y las costumbres que se siguen de esa mentalidad, acabarán convirtiéndola en un desierto. Y cuando sólo esté poblada por bestias, no habrá cambiado en mucho la calidad de sus habitantes” (I, 23). Cuando las madres vuelvan a criar a sus hijos, las costumbres mejorarán, los sentimientos naturales se despertarán en los corazones, los Estados se volverán a poblar y todo irá mejor.
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