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El Autismo


Enviado por   •  30 de Marzo de 2014  •  4.573 Palabras (19 Páginas)  •  280 Visitas

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Introducción

Medio siglo después de que el psiquiatra Leo Kanner describiera el autismo, los avances de la psicopatología en este campo han sido relevantemente pequeños. Hoy, para la mayoría de los autores sigue siendo un misterio, o como Uta Frith reconoce en su obra, un enigma aún por resolver.

El término autismo proviene del griego autos y significa sí mismo. Fue utilizado por primera vez por Bleuler (1911) para referirse a un trastorno del pensamiento que aparece en algunos pacientes esquizofrénicos y que consiste en la continua autorreferencia que hacen de estos sujetos a cualquier suceso que ocurre. Sin embargo, este síntoma, tal y como lo acuñó Bleuler, no es posible aplicarlo al autismo infantil. Entre otras cosas, porque autismo y esquizofrenia en los términos que Bleuler planteaba no son estructuras psicopatológicas que se puedan superponer.

Aunque fuese Bleuler el primero que utilizó el término autismo, se considera a Leo Kanner el pionero en la literatura existente sobre este trastorno infantil, a observar de forma acertada cómo 11 niños que sufrían alteraciones extrañas y no recogidas por ningún sistema nosológico eran coincidentes entre sí y diferentes del resto de los niños con alteraciones psicopatológicas. Kanner (1943) lo describe como un síndrome comportamental que se manifiesta por una alteración del lenguaje, de las relaciones sociales y los procesos cognitivos en las primeras etapas de la vida. Kanner entendió esta sintomatología como una alteración del contacto socioafectivo, lo que supuso que en las dos décadas posteriores la mayor parte de las investigaciones identificaran al autismo con trastornos emocionales, enfoque que desarrolló profusamente la escuela psicoanalítica.

A partir de los años sesenta comienzan a diversificarse las líneas de investigación. Una de la más notables es la que, como hipótesis explicativa del autismo, postula la existencia de una alteración del desarrollo del lenguaje. Esta y otras aportaciones conducen a una visión más compleja del autismo.

Sin embargo, la comprobación de que el trastorno del desarrollo del lenguaje no es capaz de explicar las alteraciones sociales ni los déficit cognitivos específicos de los niños autistas, va a desembocar en sucesivos desacuerdos y controversias a la hora de determinar los síntomas primarios que definen y caracterizan el autismo infantil. Desde Tinbergen (1972), que enfatiza la ausencia de contacto ocular de estos niños, pasando por Lovaas (1965), que hace hincapié en los déficit intelectuales, hasta Rutter (1966), que aglutina los síntomas hallados en estos niños en tres grandes áreas:

• alteración de las relaciones sociales,

• alteración de la adquisición y desarrollo del lenguaje y

• presencia de conductas rituales y compulsivas.

A pesar de todo, hemos de reconocer que todas estas divergencias y controversias han estimulado el desarrollo teórico, metodológico y explicativo de la literatura sobre el autismo. En los años setenta y ochenta, con la aparición de las nuevas técnicas de exploración neurológica, neuropsicológica, neurofisiológica, etc., se da un espectacular avance en el conocimiento de este trastorno. Se inician nuevas áreas de estudio, como la influencia que los aspectos evolutivos tienen en la patología de esta enfermedad; las relaciones entre autismo y epilepsia. Pero quizá ó que más refleja el avance de esta época es la utilización de las técnicas neurofisiológicas en el diagnóstico y las técnicas de modificación de conducta en el tratamiento. Gracias a ellas, la eficacia terapéutica ha dado un gran salto cualitativo difícil de explicar en otros términos.

De forma alternativa a este desarrollo científico también han surgido elucubraciones teóricas, altamente especulativas, que enfatizan unas pretendidas habilidades específicas a estos niños, mitificando en cierta forma su comportamiento. Así, la tesis de los idiots savants llevó a algunos autores a reconsiderar la casuística recogida en la literatura científica y reinterpretar otros diagnósticos realizados como verdaderos autistas. Aunque se puede admitir un cierto romanticismo en esta visión del autismo, bien es verdad que este tipo de aportaciones apenas ha contribuido a un mejor conocimiento de este grave trastorno mental.

Por otra parte, si bien es cierto que se ha avanzado mucho desde que Kanner, allá por el año 1943, describiese el autismo, también es verdad que queda aún mucho camino por andar. El fracaso reiterado de la investigación en hallar la etiología de este síndrome, la controversia acerca de cuál es la mediación, influencia, importancia y combinación de los síntomas, así como su identificación, es probable que continúe durante algún tiempo.

A lo largo de estos epígrafes pretendemos realizar una síntesis lo más clarificadora posible de los hallazgos e intentos explicativos realizados sobre el autismo infantil.

Concepto de Autismo

El concepto del autismo ha sufrido diferentes reformulaciones en el transcurso de los años desde que Kanner (1943) lo definiera por primera vez. En la primera mitad de este siglo ya se habían descrito casos de niños con un trastorno mental grave que implicaba una severa alteración en el desarrollo. Sin embargo, eran diagnosticados como una demencia precoz, esquizofrenia infantil y demencia infantil, entre otros. El uso de esta terminología refleja una concepción de autismo como una clara extrapolación de las psicosis adultas, pero de comienzo más temprano. Si tenemos en cuenta esto, es fácil entender la excepcional importancia que tuvo la descripción que Kanner realizó del autismo infantil, dado que hizo avanzar los criterios diagnósticos al definir este síndrome haciendo hincapié en las conductas infantiles específicas y diferenciándolas de los criterios de los adultos (no en vano, hoy se sigue utilizando el concepto de Síndrome de Kanner para referirse al autismo infantil, término que siguen recogiendo las clasificaciones nosológicas de OMS y la APA). Kanner definió el autismo como una innata alteración autista del contacto afectivo. Lo patognomónico del trastorno es la incapacidad para relacionarse normalmente con la gente. Kanner, desde el primer momento, dio especial relevancia a los déficit interpersonales. Y aunque incluyó los problemas lingüísticos y cognitivos en su descripción, estos pasaban a un segundo lugar con un menor peso etiopatogénico, lo que indujo, en años posteriores, a definir el autismo en términos de creencias emocionales y dificultades en las relaciones sociales.

Hasta los años sesenta no se dio un salto cualitativo en el desarrollo y profundización del concepto del autismo. Rutter discrepó de Kanner en lo referente al contacto afectivo como rasgo primario o patognomónico y las alteraciones lingüísticas como síntoma secundario, consecuencia de la alteración afectiva. Rutter en su redefinición del autismo plantea un origen orgánico cerebral, aunque concibe al autismo como un síndrome conductual caracterizado por diversos síntomas que son comunes a todos los niños autistas y específicos de este trastorno.

El mayor conocimiento que se va obteniendo sobre el peso que los diferentes factores tienen en el autismo va ir relegando a segundo plano la concepción Kanneriana del síndrome como un trastorno socioafectivo. Además, el hecho de plantear la problemática autista en términos de déficit (problemas lingüísticos, simbólicos, perceptivos, de descodificación, etc.;) condujo a que el síndrome fuese considerado en la categoría de la deficiencia más que en la de los trastornos mentales, cobrando de esta forma un mayor peso etiopatogénico los problemas o déficit cognitivos por encima de los factores socioafectivos.

En un intento por llegar a un consenso interprofesional, y no en base a los datos científicos, la National Society for Autistic Children (NSAC) de Estados Unidos elaboró una definición ponderada por un comité técnico en 1977. Al igual que Rutter, hace referencia a un síndrome conductual y cuyos rasgos esenciales implican alteraciones en el desarrollo, respuestas a estímulos sensoriales, el habla, el lenguaje, las capacidades cognitivas y la capacidad de relacionarse con personas, sucesos y objetos.

Aún hoy sigue vigente la controversia sobre si son los factores cognitivos o los socioafectivos los rasgos esenciales en el diagnóstico del autismo. No obstante, quizá sea esta falta de acuerdo la que ha puesto de manifiesto que el trastorno autista afecta a una amplia gama de áreas del desarrollo cognitivo además de la afectiva, lo que ha desembocado a un amplio consenso que se palmó en el DSM-III, al considerar al autismo como un trastorno generalizado del desarrollo, con la finalidad teórica de alejarlo definitivamente de la psicosis. De este consenso se han hecho eco las diferentes clasificaciones nosológicas, (CIE-10, 1992; DSM-IV, 1994) estableciendo como rasgos primarios tanto los factores socioafcetivos como los cognitivos y conductuales, intentando recoger, de esta forma, las diferentes concepciones que se tenían del autismo hasta ahora.

Sin embargo, en estos momentos parece existir una cierta tendencia entre algunos clínicos en volver al término original del autismo y abandonar el término de trastorno generalizado del desarrollo. En relación a este problema, Baird hizo una recomendación al amparo de los hallazgos sobre el autismo, dado que se sabe que el autismo constituye un trastorno específico del desarrollo y no un trastorno generalizado. No obstante, la justificación de una recomendación de este tipo tiene un objetivo exclusivamente clínico, y se desentiende de la perspectiva científica.

El autismo infantil

Características del autismo infantil

• Marcada falta de reconocimiento de la existencia o de los sentimientos de los demás.

• Ausencia de búsqueda de consuelo en momentos de aflicción.

• Ausencia de capacidad de imitación.

• Ausencia de juego social.

• Ausencia de vías de comunicación adecuadas.

• Marcada anormalidad en la comunicación no verbal.

• Ausencia de actividad imaginativa, como jugar a ser adulto.

• Marcada anomalía en la emisión del lenguaje con afectación.

• Anomalía en la forma y contenido del lenguaje.

• Movimientos corporales estereotipados.

• Preocupación persistente por parte de objetos.

• Intensa aflicción por cambios en aspectos insignificantes del entorno.

• Insistencia irrazonable en seguir rutinas con todos sus detalles.

• Limitación marcada de intereses, con concentración en un interés particular.

La característica más sobresaliente es una mirada que no mira pero que traspasa. La clínica varía dependiendo de la etapa del desarrollo evolutivo en la que nos encontremos. Así en el lactante nos encontramos con un balbuceo monótono del sonido, balbuceo tardío, parece no preocuparse de la gente o del entorno, no importándole tampoco ni la comida ni el contacto. Permanece rígido sin lenguaje gestual ni imitación del adulto. No sigue a la madre y puede entretenerse mucho con un solo objeto sin llegar a entender para qué sirve. No atribuye un significado al mundo real que lo envuelve.

En la etapa preescolar, el niño autista se muestra extraño, no habla. Le cuesta asumir la entidad "yo" e identificar a los otros. No muestra contacto (físico, oral, visual). Si a los cinco años hablan utilizan un lenguaje diferente de los otros niños. Pueden presentar conductas agresivas. Sus respuestas sensoriales son anormales (podría no reaccionar frente a una gran explosión).

En la etapa escolar ya sería un gran éxito que hayan podido ingresar en la escuela. Si se les aísla pueden llegar a autoagredirse.

En la adolescencia diremos que 1/3 de los autistas suelen sufrir ataques epilépticos lo cual hace pensar en una posible causa nerviosa. En esta edad suelen haber actuaciones de carácter sexual como por ejemplo, exhibiciones, abrazar a las chicas por la calle. Persiste el déficit de comunicación y el mantenimiento de la fijación de ideas.

Su tratamiento:

1. La educación especial es el tratamiento fundamental y puede darse en la escuela específica o bien en dedicación muy individualizada ("Maternage").

2. Tratamiento psicológico: La psicoterapia es de escaso resultado debido a que el déficit cognitivo y del lenguaje que sufren dificultan la terapéutica.

3. El apoyo familiar es de gran utilidad. Debe informarse a los padres que la alteración autista no es un trastorno relacional afectivo de crianza.

4. Existen asociaciones para padres de niños autistas.

En referencia al tratamiento farmacológico:

• El haloperidol en dosis no sedantes reduce el retraimiento, las estereotipias y la hiperactividad. A largo plazo la aparición de disquinesia es muy frecuente (25%) que desaparece al quitarlo.

2. En la actualidad se trabaja con los antagonistas opiáceos con intención de disminuir el retraimiento interpersonal mediante el bloqueo de los opiáceos endógenos.

3. El litio puede ser beneficioso para controlar los comportamientos agresivos o autolesivos

Alteraciones de la conducta social

Los problemas que presentan los niños autistas en su conducta social es quizás el rasgo más conocido no sólo en la comunidad científica que investiga la problemática autista, sino también entre la sociedad. Así, cuando se habla de un niño autista, la imagen que se nos viene a la cabeza es la de un niño extravagante, encerrado en sí mismo, que no habla ni juega con nadie, como si viviera únicamente consigo mismo, ignorando el resto del mundo, incluso a sus padres y hermanos.

El desarrollo de la conducta social del niño autista va produciéndose en ausencia casi absoluta de reciprocidad social y respuesta emocional. Está claro que el déficit sociales más evidente en los primeros años de vida, de ahí que la mayoría de las descripciones sobre las alteraciones sociales de los niños autistas se refieran a las primeras etapas de la vida de estos niños y no a las etapas posteriores en las que se produce una frecuente variabilidad de estas alteraciones a lo largo del desarrollo. La compleja variabilidad observada en el comportamiento social llevó a algunos autores a proponer subtipos de autismos en función de la alteración social predominante en el niño.

Wing y Gould (1979) establecieron tres patrones distintos de relación social a partir de su estudio epidemiológico: aislado, que evita la interacción de forma activa; pasivo, que soporta pasivamente la relación social, pero no la busca; y activo pero extravagante, que interactúa de un modo extraño o excéntrico. Sin entrar en discusiones sobre la fiabilidad y validez de estas tipologías, lo que sí se han dejado claro estos estudios es que no todos los autistas muestran el mismo tipo de alteración social, dado que muchos hacen intentos más o menos exitosos de acercamiento social, aunque utilizando estrategias conductuales inadecuadas.

A pesar de estas pautas diferenciales, podemos observar algunas conductas específicas de los niños autistas como la ausencia de contacto con los demás (o un menor contacto) y carencia de vínculo con los padres. Parece como si no necesitaran a sus padres. Con frecuencia, estos niños no gritan para llamar la atención como hacen los niños normales, no buscan el contacto afectivo (besos, ternura) y nunca manifiestan conductas anticipatorias de ser cogidos en brazos. Un ejemplo gráfico lo podemos observar cuando un niño autista se hace daño: rara vez acudirá a sus padres para que le conforten. Incluso podemos ver que aunque esté ausente el contacto afectivo, pueden mantener un contacto social con otros intereses; parece como si la otra persona fuese un objeto que él utiliza para un fin determinado. Un niño autista puede subirse en el regazo de su madre para alcanzar un objeto y no mirarla en absoluto; es como si la madre ejerciese la función de ser una silla para alcanzar el objeto.

Otra de las características esenciales del autismo, reflejada de igual forma por Kanner (1943), Rutter (1978) e incluso en el DSM-IV (1994), es la preocupación que tiene el niño autista por preservar la invariabilidad del medio. Estos niños muestran, con frecuencia, una hipersensibilidad al cambio. Manifiestan una gran resistencia a los cambios ambientales o a las modificaciones de sus pautas habituales, respondiendo a estos cambios con fuertes berrinches, incluso autolesionándose y oponiéndose sistemáticamente a cualquier clase de cambio. Esta exigencia de invariabilidad se puede ver en la reacción de estos niños ante cambios como, por ejemplo, que una silla de la cocina de su casa esté desplazada unos centímetros o que las cortinas estén abiertas. En ocasiones, los niños autistas desarrollan ciertas preocupaciones ritualistas, tales como insistir en comer siempre determinado alimento, utilizar el mismo recipiente para beber, llevar siempre los mismos zapatos, memorizar calendarios e incluso normas. Rituales en los que invierten una gran cantidad de tiempo a diario.

Alteraciones el lenguaje

En la mayoría de los casos, la primer sospecha que tienen los padres de que su hijo tiene algún problema surge cuando detectan que el niño no muestra un desarrollo adecuado del lenguaje. No es de extrañar que con frecuencia sean los especialistas del área del lenguaje (logopedas, audiólogos, psicólogos del lenguaje, etc.) los primeros en atender las demandas de los padres de los niños autistas, que aún no llegan a comprender el alcance del problema que muestra su hijo.

La comunicación intencional, activa y espontánea , que suele desarrollar el niño normal desde los 8-9 meses se ve muy perturbada o limitada en los niños autistas. La falta de sonrisa social, mirada a las personas, gestos y vocalizaciones comunicativas son varias de las características más evidentes de su conducta. Estas dificultades de hacen aún más patentes a partir del año y medio o dos años de edad, en la que los niños normales hacen progresos muy rápidos en la adquisición del lenguaje y las conductas simbólicas. Los niños autistas que llegan a hablar lo hacen de forma característica, con unos patrones lingüísticos cualitativamente diferentes de los niños normales y de los niños con otros trastornos del habla. Además, un alto porcentaje de autistas, se estima entre un 28 y 61 por 100, no adquiere el lenguaje expresivo nunca. De esta población, sólo un 5 por 100 presenta una capacidad intelectual suficiente para adquirir el lenguaje, aunque con déficit muy graves de compresión y mutismo.

Los autistas hablantes, además de adquirir el lenguaje de forma tardía, hacen un uso muy peculiar de él. Entre las alteraciones lingüísticas más frecuentes se encuentran la inversión pronominal, cuando el niño se refiere a sí mismo utilizando tú o él (como por ejemplo, cuando quiere pedir algo: ¡ mamá, él quiere un caramelo¡).

La ecolalia, repetición de las palabras o frases dichas por los demás, puede tener lugar inmediatamente después de un tiempo de demora (ecolalia retardada), que puede ser de horas e incluso días, lo que produce en ocasiones las respuestas propias de una ecolalia retardada estén alejadas del estímulo original y resulten absolutamente extravagantes.

Hemos de aclarar que la ecolalia, como tal, no es específica de los niños autistas. El desarrollo del lenguaje normal incluye una fase en la que se pueden observar conductas de ecolalia alrededor de los 30 meses de edad. Pero cuando persiste más allá de los 3-4 años empieza a considerarse patológica.

Además de estas dos alteraciones, que quizá sean las más conocidas, el niño autista presenta muchos otros fallos tanto o más graves que los anteriores. Siguiendo con el lenguaje expresivo, muestran alteraciones fonológicas, semánticas, defectos en la articulación, monotonía y labilidad en el timbre y en el tono de voz, y reiteración obsesiva de preguntas, entre otras. También los niños autistas tienen alterado el lenguaje receptivo, ya que presentan dificultades para atender y/o percibir la información, bajo nivel de compresión gestual, etc. Además, cuando hablan, con frecuencia no lo hacen con propósitos comunicativos. Su uso del habla como medio de conversación es limitado, es casi imposible pretender que hablen de algo que no sea inmediato. También está alterada la capacidad para discriminar estímulos parecidos, análogos o semejantes. Confunden las distintas modalidades sensoriales percibidas y se da un cierto predominio entre las modalidades receptoras, en función de las secuencias temporales y/o espaciales percibidas. El lenguaje expresivo no verbal (gestual) de los autistas también se encuentra alterado. Podemos observar discrepancias entre el lenguaje verbal y no verbal, muecas, tics y estereotipias, además de alteración o ausencia de contacto ocular. Incluso el habla de los autistas con menor grado patológico, que han alcanzado un lenguaje relativamente sofisticado, muestra una carencia de emoción, imaginación, abstracción y una literalidad muy concreta.

Alteraciones motoras

Otra característica de los niños autistas, incluida en los criterios diagnósticos, hace referencia a los restrictivos patrones de conducta repetitivos y estereotipados. Parece ser que la estereotipia refleja un déficit creativo asociado al autismo. Sin embargo no están nada claro aún los factores subyacentes a este problema, puesto que también se observa este tipo de problema en otros trastornos del desarrollo, como el retraso mental.

La conducta estereotipada, también denominada conducta autoestimuladora, ha sido descrita como un comportamiento repetitivo, persistente y reiterado, sin otra función aparente que proveer al niño de retroalimetación sensorial o cinestésica. Estas conductas pueden incluir movimientos de balanceo rítmico del cuerpo, saltos, carreras cortas, giros de cabeza, aleteos de brazos o manos, o posturas extravagantes. Dentro de la motricidad más fina, este comportamiento puede incluir miradas a ciertas luces, observar la mano en cierta postura, mirar de reojo, girar los ojos o tensar los músculos del cuerpo. También se observan estereotipias motoras con materiales, como observar insistentemente un objeto giratorio, dar vueltas a una cuerda, etc. En todos estos comportamientos parece que el núcleo central lo integra la estimulación visual y auditiva.

Está claro que las conductas estereotipadas ostentan un papel de especial relevancia en los niños autistas. La mayoría de estos niños emplean la mayor parte de su tiempo en estos comportamientos. De hecho, se resisten obstinadamente a los intentos de que abandone estas actividades. Diversos autores confieren a las conductas estereotipadas la responsabilidad de interferir en la responsividad del niño y en la adquisición de conductas normales. Mientras el niño autista está entregado a la conducta autoestimulatoria, se observa una total irresponsividad ante otros estímulos ambientales que no sean implicados en la conducta estereotipada.

Las conductas autolesivas suponen no sólo otra característica más de las alteraciones motoras que se observan en los niños autistas, sino que es la alteración más dramática que presentan estos niños (aunque no es una característica exclusiva de los autistas, ya que también se pueden observar en niños con retraso mental o en los adultos con esquizofrenia). La conducta autolesiva implica cualquier comportamiento mediante el cual una persona produce daño físico a su propio cuerpo. Los ejemplos más conocidos de conducta autolesiva en los niños autistas son golpearse en la cabeza, morderse las manos, golpearse los codos, las piernas, arrancarse el pelo, arañarse la cara y autobofetearse. Incluso se han relatado casos de haberse arrancado las uñas a mordiscos o hundirse los ojos.

Además del daño directo, la conducta autolesiva tiene otros perjuicios indirectos. Si la conducta es demasiada intensa ( con peligro evidente para la vida del niño) será necesario constreñirles físicamente para prevenirla. No obstante, si la constricción se prolonga demasiado, puede producir otras alteraciones estructurales en el cuerpo del niño (acortamiento de los tendones, detención del desarrollo motor, etc.) como resultado de la no utilización de sus miembros. Otro perjuicio secundario es que esta conducta restringe y condiciona el desarrollo psicológico y educativo del niño.

Alteraciones cognitivas

El estudio de los procesos cognitivos de los niños autistas no sólo significa una fuente más de datos psicopatológicos sobre este trastorno. En los años setenta supuso una nueva concepción del autismo, distanciándose de las primeras conceptualizaciones Kannerianas que enfatizaban la naturaleza socioafectiva del trastorno. A pesar de la falta de acuerdo que hay entre los autores, parece quedar claro que existe un déficit generalizado en las diferentes áreas del desarrollo cognitivo. Los procesos atencionales, sensoriales, perceptivos, intelectuales, etc., se hallan claramente alterados en estos niños.

De los procesos cognitivos, los que más atención han recibido son los procesos sensorioperceptivos y la capacidad intelectual, procesos que acaparan la mayor parte de la literatura existente sobre cuestiones cognitivas relacionadas con el autismo.

Capacidad intelectual

Hasta hace pocos años se tenía la visión de que el niño autista tenía una inteligencia normal; su buena memoria automática , la ausencia de anormalidades físicas, etc., parecían apoyar la hipótesis de Kanner (1943). Sin embargo, los datos acumulados hasta el presente sugieren lo contrario.

Ritvo y Freeman (1978) indican que aproximadamente un 60 por 100 de los niños autistas presentan un CI por debajo de 50, un 20 por 100 entre 50 y 70, y un 20 por 100 de 70 ó más. Parece ser que los niños autistas obtienen mejores resultados en los tests que miden habilidades manipulativas o viso-espaciales y memoria automática, y registran un rendimiento significativamente inferior en tareas que requieren un procesamiento secuencial. Las investigaciones posteriores han ratificado estas conclusiones. Parece claro que los autistas procesan la información de forma cualitativamente diferente a los sujetos no autistas. Una

evidencia de este procesamiento diferencial se constata en el análisis de sus habilidades especiales, o también llamadas por los investigadores cognitivos islotes de habilidad. Nos referimos a las capacidades intelectuales que con frecuencia permanecen extraordinariamente intactas y en algunos casos son superiores a los autistas. Es de todos conocidos la habilidad que tienen algunos de estos sujetos para memorizar listados, como la guía telefónica, el callejero de la ciudad, etc. Sin ir más lejos, pudimos ver en la película Rain man cómo se enfatizaba en las habilidades mnemotécnicas del protagonista, un autista cuarentón, que era capaz de memorizar las cartas de póker que habían salido en el juego y predecir la probabilidad da aparición de una carta, o cuando realizaba mentalmente operaciones matemáticas complejas sin ayuda externa.

Al margen de las habilidades especiales que pueden mostrar estos niños, los datos apuntan que la capacidad intelectual de los autistas posee las mismas características que el resto de los niños, tiende a permanecer estable durante la infancia y adolescencia, y puede ser un criterio predictivo de las futuras adquisiciones educativas.

Otra alteración cognitiva observada en los autistas es el déficit conocido con el término de ceguera mental, esto es, una incapacidad para atribuir estados mentales a los demás.

Atención y sensopercepción:

Una característica esencial del autismo es la respuesta anormal que estos niños tienen ante la estimulación sensorial. Sin embargo, a pesar de la cantidad de datos aportados sobre esta alteración conductual, no podemos concluir que se trate de un problema perceptivo, sino más bien de sus procesos atencionales, que son cualitativamente diferentes del resto de los sujetos. Un niño autista puede no responder a un ruido intenso y responder melodramáticamente al oír el ruido que se produce al pasar una hoja de la revista. De la misma forma, puede no ver un objeto claramente visible y advertir un caramelo que se encuentra a más distancia, o un hilo tirado en el suelo. Esta anormalidad en la respuesta del autista se suele dar también en otras modalidades sensoriales como el olfato y el tacto. Pero de igual forma que con los estímulos visuales y auditivos, parece ser más una consecuencia de los procesos atencionales que de los perceptivos. Diversos estudios han demostrado que los niños autistas responden sólo a un componente de la información sensorial disponible, lo que llaman hipersensibilidad estimular. Por tanto aunque los autistas pueden tener una estrategia perceptiva característica, parece claro que es más una consecuencia de los procesos atencionales, que harían referencia a una presunta rigidez hiperatencional, y no a una alteración específica de los procesos perceptivos.

Criterios Diagnosticos

Los criterios diagnósticos del autismo se han ido modificando en el transcurso de los años paralelamente a los cambios conceptuales que ha sufrido el término. Desde la concepción del autismo como una psicosis infantil en la que los criterios diagnósticos se centraban en las conductas bizarras, hasta la inclusión del autismo dentro del término genérico trastornos generalizados del desarrollo, enfatizando los déficit cognitivos que presentan estos niños. Y llegando a la conclusión de que el criterio diferencial del autismo con respecto a los otros trastornos generalizados del desarrollo es la desviación más que el retraso en el desarrollo de los procesos cognitivos.

Por estas y otras razones, los principales sistemas de clasificación nosológica, DSM-IV y CIE-10 (véase las dos siguientes tablas), han reagrupado los criterios diagnósticos en tres comportamentales y un criterio cronológico. Con respecto a este último, se considera que debe manifestarse un retraso o desviación de al menos de uno de los otros tres criterios ante de los 36 meses de edad. En este aspecto podemos observar que se han establecido criterios más restrictivos con respecto al DSMR-III-R (1987), donde se consideraba autismo tanto al que se inicia antes de los 36 meses (autismo de inicio en la infancia) como al que se iniciaba posteriormente (autismo de inicio en la niñez). En el DSM-IV se exige que, al menos, una de las tres áreas alteradas (conducta social, comunicación o juego simbólico ) muestre su retraso o desviación antes de los 36 meses.

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