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El Laberinto De La Sociedad


Enviado por   •  13 de Marzo de 2013  •  4.243 Palabras (17 Páginas)  •  324 Visitas

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DESARROLLO

Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica sobre el Bosque Virgen que se llamaba “Historias Vividas. El libro decía: “Las serpientes boas tragan sus presas enteras, sin masticarlas. Reflexioné mucho entonces sobre las aventuras de la selva y, a mi vez, logré trazar con un lápiz de color mi primer dibujo. Mostré mi obra maestra a las personas grandes y les pregunté si mi dibujo les asustaba. Me contestaron: “¿Por qué habrá de asustar un sombrero?”. Dibujé entonces el interior de la serpiente boa a fin de que las personas grandes pudiesen comprender. Las personas grandes me aconsejaron que dejara a un lado los libros de serpientes boas y que me interesara un poco más en la geografía, la historia, el cálculo y la gramática. Así fue cómo, a la edad de seis años, abandoné una magnífica carrera de pintor. Tuve así, en el curso de mi vida, muchísimas vinculaciones con muchísima gente seria. Viví mucho con personas grandes. Las he visto muy de cerca. Cuando encontré alguna que me pareció algo lúcida, hice la experiencia de mi dibujo. Quería saber si era verdaderamente comprensiva. Pero siempre me respondía: “Es un sombrero”. Entonces no le hablaba de serpientes boas, me colocaba a su alcance, y la persona grande se quedaba muy satisfecha.

Viví así, solo, sin nadie con quien hablar verdaderamente, hasta que tuve una panne en el desierto de Sahara, hace seis años. Algo se había roto en mi motor. Era, para mí, cuestión de vida o muerte. La primera noche dormí sobre la arena. Imaginaos, pues, mi sorpresa, cuando me despertó una vocecita que decía: ¡dibújame un cordero! Me puse de pie de un salto, me froté los ojos, y vi un hombrecito extraordinario que me examinaba gravemente. Miré pues la aparición; el hombrecito no me parecía extraviado, cuando al fin logré hablar, le dije: Pero… ¿Qué haces aquí? Repitió: Por favor dibújame un cordero. Cuando el misterio es demasiado impresionante no es posible desobedecer. Por absurdo que me pareciese, a mil millas de todo lugar habitado y en peligro de muerte, saque del bolsillo una hoja de papel y una estilográfica. Recordé entonces que había estudiado principalmente geografía, historia, cálculo y gramática, y dije al hombrecito que no sabía dibujar. Me contestó: no importa dibújame un cordero. Entonces impaciente, por comenzar a desmontar mi motor, garabateé. Ésta es la caja. El cordero que quieres está adentro.

Necesité mucho tiempo para comprender de dónde venía. El principito, que me acosaba a preguntas, nunca parecía oír las mías. Cuando vio mi avión; me pregunto: ¿Qué es esta cosa? Es un avión es mi avión. Me sentí orgulloso haciéndole saber que volaba. Pregunté bruscamente: ¿vienes, pues, de otro planeta? Pero no me contestó. Y se hundió en un ensueño que duró largo tiempo. Imaginaos cuánto pudo haberme intrigado esa semiconfidencia sobre los “otros planetas”.

¡Su planeta de origen era apenas más grande que una casa! Hay centenares de planetas, tan pequeños. Tengo serias razones para creer que el planeta de donde venía el principito es el asteroide B612. Si he referido estos detalles del asteroide es por las personas grandes. Las personas grandes aman las cifras. Si les decís: “La prueba de que el principito existió es que era encantador, y que quería un cordero. Querer un cordero es prueba de que existe”, se encogerán de hombros. Pero si les decís:”El planeta de donde venía es el asteroide B612, quedarán convencidos sin preguntaros más. Los niños deben ser muy indulgentes con las personas grandes. Hubiera deseado comenzar la historia a la manera de los cuentos de hadas. Para quienes comprenden la vida habría parecido mucho más cierto. ¡Me apena relatar estos recuerdos! Si intento describirlo aquí es para no olvidarlo. He de equivocarme, en fi, sobre ciertos detalles más importantes. Mi amigo jamás daba explicaciones. Soy quizá un poco como las personas grandes. Debo de haber envejecido.

Cada día algo nuevo sobre el planeta, sobre la partida, sobre el viaje. Al tercer día me enteré del drama de los boababs. El principito me interrogó: ¿Es verdad que a los corderos les gusta comer arbustos? No comprendí por qué era tan importante que comiesen arbustos. Hice notar que los baobabs no son arbustos, sino arboles grandes. Necesité un gran esfuerzo para comprender por mi mismo el problema. En el planeta del principito, había hierbas buenas y hierbas malas. Pero las semillas son invisibles. Duermen hasta que a una de ellas se le ocurre despertarse. Si se trata de una briznilla de rabanito o de rosal, se la puede dejar crecer. Pero si se trata de una planta mala, debe arrancarse la planta inmediatamente, en cuanto se ha podido reconocerla. Había, pues, semillas terribles en el planeta del principito. Eran las semillas de los baobabs. El suelo del planeta estaba infestado. Y si un baobabs no se arranca a tiempo, ya no es posible desembarazarse de él. Invade todo el planeta. Lo perfora con sus raíces. Y si el planeta es demasiado pequeño y si los baobabs son demasiado numerosos, lo hacen estallar.

“Es cuestión de disciplina” me decía más tarde el principito. “Cuando uno termina de arreglarse por la mañana debe hacer cuidadosamente la limpieza del planeta. Hay que dedicarse regularmente a arrancar los baobabs en cuanto se los distingue entre los rosales, a los que se parecen mucho cuando son muy jóvenes. Es un trabajo muy aburrido, pero muy fácil.”

Y un día me aconsejo que me aplicara a lograr un hermoso dibujo, para que entrara bien en la cabeza de los niños de mi tierra. “Si algún día viajan”, me decía, “podrá serles útil. A veces no hay inconveniente en dejas el trabajo para más tarde. Pero, si se trata de los baobas, es siempre una catástrofe. Conocí un planeta habitado por un perezoso. Descuido tres arbustos…”

Y, según las indicaciones del principito dibuje aquel planeta. No me gusta mucho adoptar tono de moralista. Pero el peligro de los baobabs es tan poco conocido y los riesgos corridos por quien se extravía en un asteroide son tan importantes, que, por una vez, salgo de mi reserva. Y digo: ¡Niños! ¡Cuidado con los baobas!” Para prevenir a mis amigos de un peligro que desde hace tiempo los acecha, como a mí mismo, sin conocerlo, he trabajado tanto en este dibujo. La lección que doy es digna de tenerse en cuenta. Quizá os preguntareis: ¿Por qué no hay, en este libro, otros dibujos tan grandiosos como el dibujo de los baobas? La respuesta es bien simple: he intentado hacerlos, pero sin éxito. Cuando dibuje los baobabs me impulso el sentido de la urgencia.

¡Ah, principito! Así, poco a poco, comprendí tu pequeña vida melancólica. Durante mucho tiempo tu única distracción fue la suavidad de las puestas de sol.

Al

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