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El Mercader De Venecia Juridico


Enviado por   •  29 de Octubre de 2013  •  549 Palabras (3 Páginas)  •  267 Visitas

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Admito que el drama y la trama de El mercader de Venecia me tienen sojuzgado en lo tocante al dominio de lo estético, pero no sólo en él. Ocurre con las grandes obras literarias que las historias que nos cuentan, las descripciones de personajes que nos ofrecen y las situaciones dramáticas con las que nos hacen sentir la vida en toda su intensidad, nos llegan a lo más profundo del corazón, sin dejar intacto el intelecto. Esta circunstancia más que probada, no debe, sin embargo, confundirnos ni dejarnos llevar por el arrebato de la pasión o el arrobo de la emoción esteticista. Contra los riesgos para el libre entendimiento y la plena comprensión de las cosas, que las calenturas del pathos y los enfriamientos del cogito pueden causarnos, es menester situarse a cubierto y en tierra firme para no perder la compostura ni el sentido justo de la medida. Me hechiza, digo, esta obra teatral. Sea; mas que no me haga perder el juicio. Me encanta, lo confieso, dejar volar la imaginación y que me lleven y traigan en el terreno de la ficción. Concedido; más frénese la sugestión para evitar la caída en el puro encantamiento. Me fascinan las aventuras y los entuertos. Vale; mas ¡cuídeme de seguir los lances y correrías de un caballero andante!

Reconozco que el argumento shakesperiano de El mercader de Venecia me tiene sobrecogido desde que lo leí por vez primera. Si me hace disfrutar –sufrir, reír y llorar– no es porque vea en sus páginas un tratado de derecho, un manual de economía ni tampoco un diálogo filosófico sobre moralidad. El mercader de Venecia es obra genial porque es pura literatura, literatura en estado puro. No veo razones más allá para apreciar su valor. Se han estudiado suficientemente las licencias que se permite Shakespeare en el momento de referir en el texto las particularidades y virtualidades sobre el comercio, el derecho y la política que llenan de encanto el texto. Porque licencias de este género las hay, y a montones No hay reproches, sin embargo, que hacer al respecto, porque en tales libertades que se concede el autor no aprecio intención de engañar. El engaño y la farsa, que no siempre significan embuste, se hallan dentro del texto, en la propia historia, en la trama dramática, en la tragicomedia representada, en la secuencia de sus actos, y nosotros, participando conscientemente del enredo, de su atractivo nos dejamos llevar, aunque no nos traguemos el anzuelo. El enredo temático no debe conducirnos, entonces, a un trastorno conceptual e intelectual. No hay ahí mentira porque sabemos que aquello que los actores interpretan sobre las tablas no es verdad, aunque todo nos parezca tan real, tan verosímil: he aquí la magia del arte mayor. No hay falsedad, en consecuencia, porque, tras la mascarada, no hay nada que ocultar. Cuando baja el telón, abre el espectador los ojos a la realidad y, si es (o está) despierto, comenzará a entender.

Los personajes salen a escena

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