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El Robot Del Placer - Delilah Devlin


Enviado por   •  8 de Abril de 2012  •  10.116 Palabras (41 Páginas)  •  962 Visitas

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DELILAH DEVLIN

EL ROBOT DEL PLACER

Índice

Índice 3

Reseña Bibliográfica 4

Capítulo 1 5

Capítulo 2 12

Capítulo 3 23

Capítulo 4 36

Capítulo 5 49

Capítulo 6 63

Capítulo 7 75

Capítulo 8 90

Capítulo 9 102

Capítulo 10 116

Capítulo 11 127

Reseña Bibliográfica

Priscilla Potter alquila el último juguete sexual, el más realista robot de placer, para un corto fin de semana de descanso y relajación. Sin embargo, su compañero de fantasía no es del todo lo que ella esperaba. Se presenta sin afeitar, es grosero, y no parece entender que ella es responsable de su propio placer. Pero ésta pronto decide que la tienda on-line en realidad mandó el pedido correctamente. Cuando el fin de semana se acerca al final, ella tiene que encontrar un modo para poder conservar su robot pasada la fecha de devolución.

El contrabandista «hombre de negocios» Declan O'Hanlon necesita un lugar para pasar desapercibido hasta que pueda resolver como liberar a su tripulación y a su nave que ha sido confiscada por la Aduana. La casa «deshabitada» que elige como escondite pertenece en realidad a una gatita del sexo que lo confunde con su último juguete. Intrigado por la idea de ser la fantasía de una mujer hecha realidad, Declan hace lo que cualquier hombre viril haría, finge ser su adquisición. Pero no cuenta con que Priss sea tan completamente irresistible. Cuando el momento de marcharse se acerca, se pregunta cómo va a poder dejarla atrás alguna vez.

Capítulo 1

El gastado cuero de la silla de montar rechinó y gimió.

—¡Más rápido, nena, más rápido! —La voz baja masculina retumbó en los oídos de Priscilla Potter. Ella sonrió ante la ráfaga de aire caliente que cosquilleó su cuello.

Una vez más, su culo desnudo cayó de golpe contra el duro cuero, empujando la polla más profundamente en su coño mientras el asiento se mecía adelante y atrás ante el movimiento del galope.

—¡Sí! ¡Sí! —Se estaba acercando al clímax, su líquida excitación lubricaba la palpitante vara estirando las paredes de su vagina.

—Eso es, nena, estás a punto de llegar —murmuró él—. Monta a este pequeño becerro en el fango.

El asiento se sacudió bruscamente, casi descabalgándola. Se estiró en busca de la perilla de la silla y se sujetó con firmeza.

—Hazlo duro, ¿quieres, Jake? —pidió, encantada con el cambio en el programa.

—Córrete para mí, nena —susurró él.

—Casi. —El asiento gimió otra vez y la polla se partió soltándose de la silla—. Ahhhííííí… —El aparato de montar se estremeció al detenerse.

—¡No! —gimió, quitándose el casco de realidad virtual de la cabeza y lanzándolo al suelo. Se levantó cautelosamente de su asiento y extrajo el vibrador apagado de entre sus piernas—. ¡¡Agneees!!

—¿Sí, jefa? —La voz de su asistente personal incorpórea hizo eco contra las paredes del dormitorio de Priscilla—. ¡Oooh! ¿Algo funciona mal?

—Creía que esta cosa tenía una garantía de 10.000 horas —se quejó Priscilla con su coño todavía zumbando. Caminó pisando fuerte hasta la sala de estar y se tumbó en el sofá—. ¡No puedo creerlo! El trabajo ha sido un infierno esta semana. Lo único que quería era un pequeño alivio de la tensión y la maldita silla va y se rompe.

—Jefa, ¿crees que esto puede ser una señal? —La voz de Agnes sonó desde los altavoces del techo—. Tu vida gira en torno al trabajo. En cualquier caso ¿Qué estás intentando demostrar? Tus padres no están por aquí para ver lo que has conseguido.

—No estoy intentando demostrar nada. Además, ellos tienen cosas más importantes que hacer, como salvar planetas de guerras o negociar acuerdos comerciales. —Priscilla odió la nota amarga de su voz. Estaba muy orgullosa de su trabajo en nombre de Dominion. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentir como si les hubiera defraudado cuando había fracasado en la facultad de Ciencias Políticas Galácticas. De verdad.

—Quizás necesites el real.

—¿Quieres decir un hombre? —bufó Priscilla—. ¿Por qué querría eso? Los hombres son descuidados y exigentes. Eructan y se rascan, y el último quería mudarse conmigo sin un acuerdo de pre convivencia. —Priscilla se hundió más en el tejido afelpado de su sofá tapizado y deslizó los dedos entre sus labios vaginales, frotando su carne para mantener su excitación—. Paso. No tengo tiempo para fantasear con otro amante. Además, mi cuenta corriente no podría hacerse cargo de otra separación turbulenta.

—¿Por qué no me dejas planear unas pequeñas vacaciones para nosotras? ¿Nunca has considerado que tus opciones aquí sean demasiado limitadas? Me refiero a Texas. La Tierra del Technogeek. A duras penas es el lugar para encontrar un hombre de verdad.

El palpitar de su coño disminuyó. Priscilla casi gritó por la frustración y sacó los dedos de entre sus piernas.

—Agnes tú estás personalmente programada para mí, ¿verdad? ¿O es que te cambiaron en la incubadora?

—Soy exactamente lo que necesitas. Lo último en tecnología celular. Y te anuncio que he ejecutado tu perfil, y no vas a encontrar al Señor Don Perfecto aquí en el sur de Texas.

—¿Ves? Esta es una discusión sin sentido. El Señor Don Perfecto no existe. ¿Por qué no eres una buena ayudante personal y subes el catálogo de Playtings para Compañeros de Juegos? Necesito pedir un nuevo sustituto, y esta vez, ¡nada de vaqueros!

—¿Qué te satisfaría, señorita Priss? Tienes un armario entero lleno de juguetes.

—No seas descarada conmigo, o te desconectaré de la red eléctrica.

Agnes se rió en alto.

—No pasaría ni una hora antes de que me cargaras la copia de seguridad —contestó Agnes.

—Quizás tenga que formatearte y borrón y disco duro nuevo —refunfuñó Priscilla—. Si empiezo de cero, puede ser que consiga, de hecho, un ayudante que haga lo que le digo.

—Amiga, estarías comatosa. Ningún hombre para volverte loca y ninguna Agnes gruñéndote.

—En cualquier caso, ¿quién está al mando aquí? —Priscilla rechinó los dientes—. Sencillamente sube el catálogo.

—¡Sí, señora! —saludó Agnes, con un clik simuló entrechocar los talones y bajó la pantalla bioluminescente del techo, casi dándole un golpetazo a Priscilla en la cabeza. Ella la ajustó a la altura correcta, inclinando

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