El concepto de infancia

Quisiera agradecer la invitación a participar de esta mesa redonda, pues el tema que hoy nos reúne es una problemática que no solo debe preocuparnos sino que sobre todo debe ocuparnos.

Hablar de infancia no es un tema menor, lo podríamos hacer si sólo la pensáramos tal como leemos en el diccionario de la Real Academia Española que es “un período de la vida humana que va desde el nacimiento hasta la pubertad”.

En cambio hoy sabemos que la infancia no es sólo esto y que en realidad es una construcción social e histórica.

A nuestros jardines asisten niños, sujetos concretos que transitan su infancia de manera singular, diversa, esta multiplicidad en los modos de vivirla nos hacen hablar de INFANCIAS.

Hasta no hace mucho tiempo sosteníamos un concepto universal de infancia, éramos consecuentes con el pensamiento hegemónico que nos imponían, de esta manera negábamos y ocultábamos las diferencias y desigualdades que padecían muchos de los niños, alumnos de nuestros establecimientos. En realidad creíamos que de esta manera pensar en “la infancia”, “los niños”, todo se nos hacía más sencillo y que el conflicto, la realidad, quedaba afuera de las paredes de nuestras salitas, burbujas. ¡Ilusas!, soñábamos, con que las diferencias, las desigualdades podían quedar al margen de nuestra tarea educativa. Esto nunca ocurrió, pero la mirada trataba de homogenizar a la población infantil, si bien respetábamos su individualidad teníamos muy anclada esa idea de: para todos lo mismo, a todos por igual, el que toca, toca. Muchas veces pienso, digo y me reprocho- ¿qué me costaba darle a Julieta el rosado, a Carlos el azul y a Carolina el verde?, ¿por qué? “¡El que toca, toca! “ Si ellos querían diferenciarse, como no darse cuenta que las diferencias, suponen un otro y es en ese otro que me reconozco y afirmo mi identidad.

Actualmente aunque el discurso que prevalece es el de infancias, en el interior de las instituciones seguimos añorando ese niño, ese que se fue, ese niño perteneciente a una infancia dorada, añorada, niños que se mostraban alegres sin problemas de separaciones, niños que no sufrían ningún tipo de necesidades, atentos a las órdenes que la maestra impartiera, niños con familias capaces de cuidarlos, quererlos, y educarlos. Hoy después de que han pasado muchos años luego de reflexionar reconozco que ese niño sólo existió en nuestras miradas, que el colectivo docente sostuvo por mucho tiempo esa idealización de la infancia.

El desafío de estos tiempos es que respetando la diversidad y la particularidad de cada una de las familias de los chicos y chicas que asisten a nuestras aulas, podamos reconocerlos como seres individuales, sujetos plenos de derechos, puntualmente me refiero a que el estado de vulnerabilidad que posee un niño, requiere que haya, más de una persona o institución que asuma la responsabilidad de garantizar la concreción efectiva de sus derechos.

Reconozco que en las instituciones escolares se naturalizan modos de actuar que no hacen otra cosa que etiquetar y estigmatizar a los niños, por pobres, por cortos, por ser hijos de bolivianos, por no tener límites, por no ser educados, por ser hijos de familias de padres separados, y por tantas otras cosas mas. Estas miradas coexisten de manera antagónica con las nuevas teorías que nos aportan ideas, conceptos y herramientas, desde la bibliografía que hoy nos inunda se reconoce la existencia de una pluralidad de sujetos y subjetividades.

Teoría y práctica debe permitirnos poder discutir, cuestionar y reflexionar de manera conjunta sobre estas cosas. Debemos ser capaces de vencer nuestros prejuicios, de reconocer nuestras limitaciones y así animarnos a fundar una nueva mirada que nos conduzca no sólo a comprender e interpretar la complejidad de estas cuestiones sino que fortaleciéndonos como institución educativa

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