ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

En Pasado Inmediato Y Otros Ensayos

irisandrea218 de Abril de 2012

3.476 Palabras (14 Páginas)611 Visitas

Página 1 de 14

En Pasado inmediato y otros ensayos (1941), libro que aparece en el tomo XII de las obras completas, Reyes (1889-1959) evoca lo que fuera el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, realizado en México, en 1910, reseñando las ideas y propuestas que allí se tejieron sobre política, arte y educación, y dentro de la educación la evaluación crítica a la Escuela Nacional Preparatoria y sus antecedentes históricos. “El país, al cumplir un siglo de autonomía [nos dice Reyes] se esfuerza por llegar a algunas conclusiones, por provocar un saldo y pasar, si es posible, a un nuevo capítulo de su historia. Por todas partes se siente la germinación de este afán.” Y entre los actores que reivindica están los estudiantes, quienes reclamaban participación en los eventos del centenario, cuando México estaba completando –para Reyes– “mayoría de edad”. Se está celebrando “el Primer Centenario, y cunden los primeros latidos de la Revolución.” El porfiriato ha entrado en su ocaso y a “esa senda de soledad que es la vejez”. Reyes quiere hacer un balance sobre la educación y dentro de ella el estado en que se encuentran las ciencias y las artes. Cuando la revolución está a punto de estallar, Reyes se pregunta entonces por lo que ha sido la educación, la cultura y el mundo de las letras, para reconocer de manera contundente el espíritu de compromiso político y social que caracterizó a la Generación del Centenario, en oposición a “la brillante generación del Modernismo que –ésa sí– soñó todavía en la torre de marfil”.

En dicho balance, Reyes vuelve la mirada sobre las ruinas posindependentistas y lo que fuera la invasión francesa; se detiene en el período renovador de Juárez, para reconocer cómo “Sólo la cultura, sólo la Escuela, pueden vincular alivios a larga duración.” Nos dice que Juárez procuró la “reorganización de la enseñanza pública, con criterio laico y liberal” y confió tan “ardua tarea al filósofo mexicano Gabino Barreda”, quien funda la Escuela Nacional Preparatoria, a la que se accedía después de la educación primaria y se constituía en antecedente para la continuación de los estudios profesionales. Entre los propósitos y el perfil de la Escuela cabe destacar el hecho de no tener “por destino el conducir a la carrera y a los títulos, aunque fuera puente indispensable para los estudios de abogados, ingenieros y médicos”. La Escuela se proponía fundamentalmente, acorde con el significado de la palabra preparatoria, “preparar ciudadanos”: personas sensibilizadas para construir sociedad.

Cabe destacar ese perfil porque la escuela del siglo XX, al contrario, estuvo, y sigue estando, marcada por la aspiración a los títulos y al imaginario del ascenso social, en un desenfreno individualista que ha desembocado en lo que son hoy nuestras sociedades: sujetos esquizofrénicos, enajenados por el poder, analfabetas funcionales, buscadores de paraísos artificiales; en consecuencia, desinterés hacia el sentido por lo colectivo y por el pensamiento político auténtico. Ello tiene sus secuelas en el modo conductista de abordar el estudio de las ciencias, la literatura y el lenguaje en las instituciones educativas y en la violencia simbólica (el carácter panóptico) que arropa a todos los actores del escenario pedagógico: una educación que no forma ciudadanos en el reconocimiento de las diferencias como lo quería Reyes.

En la propuesta de la Escuela Preparatoria que promoviera Barreda los protagonistas no eran tanto los maestros como los libros, no era tanto el dogma como el pluralismo, si bien el positivismo había ganado su asiento; el abismo entre ciencias físicas, naturales y matemáticas y los campos propiamente humanísticos parecía acortarse y más bien se conjuntaban en la perspectiva de Barreda; “no serían ya las ciencias y las artes como las hermanas enemigas del Rey Lear, sino como las milicias de Datis el medo, que avanzaban dándose la mano”. Pero “La herencia de Barreda se fue secando en los mecanismos del método”, anota Reyes. Ya por la época del Centenario el proyecto de Barreda comenzaba a extraviarse y habría de derrumbarse después con la importación del High School. No en vano Reyes se preguntaba, cuando era estudiante, si eso de los logaritmos, las funciones, los cosenos y sus raíces “sería realmente lo más práctico para la preparación del ciudadano”.

Lo que sigue después del proyecto de Barreda es bastante desolador, según el análisis de Reyes:

Ayuna de humanidades, la juventud perdía el sabor de las tradiciones, y sin quererlo se iba descastando insensiblemente. La imitación europea parecía más elegante que la investigación de las realidades más cercanas. Sólo algunos conservadores, desterrados de la enseñanza oficial, se comunicaban celosamente, de padres a hijos, la reseña secreta de la cultura mexicana; y así, paradójicamente, estos vástagos de imperialistas que escondían entre sus reliquias familiares alguna librea de la efímera y suspirada Corte, hacían de pronto figura de depositarios y guardianes de los tesoros patrios (1960: 193).

Parece que Reyes lo dijera en el aquí-ahora de los finales del siglo XX, cuando los estereotipos y los modelos hechos por fuera de nuestras realidades culturales redundan y se aplican sin hacer evaluación alguna, sin asumirlos siquiera desde la óptica de la interlocución y en la perspectiva de identificarlos como para-digmas, entre muchos, para un proyecto cultural educativo. Pero es que aun ese “sabor de las tradiciones” se fue diluyendo porque la escuela las exotizó; ni siquiera la literatura ha podido estudiarse en la escuela con la posibilidad de desentrañar dichas tradiciones, auscul-tando sus partes para construir el todo y poder explicar lo que han sido las generaciones pasadas o tratar de buscar un vínculo auténtico e integrado con la historia política y cultural de las sociedades.

Cuando Reyes cuestiona la “imitación europea” entre los mexicanos no está acolitando a los detractores de las teorías; se está refiriendo a quienes siendo de aquí quieren ser de allá, a la crisis de identidad y de compromiso con un proyecto educativo genuino, acorde con las condiciones socio-culturales del país. Considera las teorías como viables siempre y cuando entronquen con las prácticas o éstas demanden apoyos en las teorías mismas. Por eso dice que la resistencia a las teorías es un síntoma de “descomposición de la cultura”, es el “amor a la más baja ignorancia, aquella que se ignora a sí misma y en sí misma se acaricia y complace”.

Son muchos los profesores –de ayer y de hoy– que creen que las teorías son un obstáculo para la imaginación. Afirman que las teorías los vuelven “racionalistas” y poco creativos, lo cual no deja de ser un exabrupto porque sin racionalidad nadie puede pensar y sin potencial creativo no se puede interactuar, y porque desde luego si alguien es profesor en un determinado campo del saber, como el lenguaje y la literatura, sus argumentos estarán mediados siempre por alguna teoría. En el contexto académico, ¿quién puede estar virgen de teorías? La pereza frente al conoci-miento complejo no puede escudarse en la detracción a las teorías y en la invocación de falsos nacionalismos o latinoamericanismos. No deja de ser paradójico que estos detractores de las teorías –literarias o lingüísticas– en sus diatribas invoquen a Alfonso Reyes, cuando Reyes ha sido el primer teórico de la literatura y de la lengua en América Latina, conocedor en su tiempo, del formalismo ruso y del estructu-ralismo praguense, por lo que puede inferirse de ensayos como “Jacob o idea de la poesía” (1933) o “Apolo o de la literatura” (1940), aunque no haya señas explícitas respecto a dichos antecedentes en su formación.

Los prejuicios frente a las teorías convergen en inconsistencias, pobreza de criterios, poco desarrollo analítico, fastidio por “tener que pensar tanto”. Esta resistencia no es ajena pues a las cegueras ideológicas frente al conocimiento. Tampoco se trata, claro está, de considerar a las teorías como la panacea desde la cual se “facilita” la lectura de los textos. Aún frente a las teorías, insinúa Reyes, quien no es crítico y prevenido, corre el riesgo de ser un pedante. Por eso hay que asumir las teorías como una ayuda, como posibilidad de interlocución con otros que han reflexionado sobre un problema afín. Frente a las teorías literarias, algunas veces es necesario interpelarlas, otras veces cabe apoyarse en ellas para ampliar las explicaciones y mostrar algunos universales.

Estas preocupaciones fueron asumidas no sólo por Reyes sino también por quienes lo acompañaron en ese proceso de socialización del conocimiento humanístico y, en consecuencia, proceso de búsqueda para la renovación de la educación en México, en plena coyuntura revolucionaria. Es necesario destacar aquí lo que fuera la Sociedad de Conferencias, el Ateneo de la Juventud y la propuesta de la Universidad Popular, fundada en 1912, de la cual Pedro Henríquez Ureña fue uno de sus promotores durante toda una década. Se le llamaba Popular, y evitaba apoyos gubernamentales, porque los intelectuales iban directamente al terreno donde se sentía la realidad del país: hablaban sobre los libros y el mundo de las ideas, a los obreros y a los grupos marginados; trataban de seducir para un proyecto cultural amplio; no se trataba de adoctrinar sino de sensibilizar hacia el conocimiento y hacia las artes.

Mucho puede haber de idealismo y de filantropía en el proyecto educativo de Reyes, pero algo en este sentido es necesario resaltar en relación con la función del escritor y del artista. Tanto Reyes como Caso, Vasconcelos y Henríquez Ureña, buscaban

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (22 Kb)
Leer 13 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com