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Enviado por   •  7 de Abril de 2012  •  2.536 Palabras (11 Páginas)  •  366 Visitas

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las intenciones morales (o inmorales) han constituido en toda filosofía el auténtico germen vital del que

ha brotado siempre la planta entera. De hecho, para aclarar de qué modo han tenido lugar propiamente las

afirmaciones metafísicas más remotas de un filósofo es bueno (e inteligente) comenzar siempre preguntándose:

¿a qué moral quiere esto (quiere él -) llegar? Yo no creo, por lo tanto, que un «instinto de conocimiento

» sea el padre de la filosofía, sino que, aquí como en otras partes, un instinto diferente se ha servido

del conocimiento (¡y del desconocimiento!) nada más que como de un instrumento.

Pero quien examine los

instintos fundamentales del hombre con el propósito de saber hasta qué punto precisamente ellos pueden

haber actuado aquí como genios (o demonios o duendes -) inspiradores encontrará que todos ellos han

hecho ya alguna vez filosofía, - y que a cada uno de ellos le gustaría mucho presentarse justo a sí mismo

como finalidad última de la existencia y como legítimo señor de todos los demás instintos. Pues todo instinto

ambiciona dominar: y en cuanto tal intenta filosofar.

En verdad, las cosas son completamente distintas: ¡mientras simuláis

leer embelesados el canon de vuestra ley en la naturaleza, lo que queréis es algo opuesto, vosotros extraños

comediantes y engañadores de vosotros mismos! Vuestro orgullo quiere prescribir e incorporar a la

naturaleza, incluso a la naturaleza, vuestra moral, vuestro ideal, vosotros exigís que ella sea naturaleza «según

la Estoa» y quisierais hacer que toda existencia existiese tan sólo a imagen vuestra - ¡cual una gigantesca

y eterna glorificación y generalización del estoicismo! estoicismo es tiranía de sí mismo

la filosofía

es ese instinto tiránico mismo, la más espiritual voluntad de poder, de «crear el mundo», de ser causa prima

[causa primera].

Kant ha ejercido sobre la filosofía alemana y, en particular, por resbalar prudentemente sobre el valor que

él se atribuyó a sí mismo. Kant estaba orgulloso, ante todo y en primer lugar, de su tabla de las categorías;

con ella en las manos dijo: «Esto es lo más difícil que jamás pudo ser emprendido con vistas a la metafísica

». - ¡Entiéndase bien, sin embargo, ese «pudo ser»!, él estaba orgulloso de haber descubierto en el hombre

una facultad nueva, la facultad de los juicios sintéticos a prioriAun suponiendo que en esto se haya

engañado a sí mismo

los juicios sintéticos a priori

no deberían «ser posibles» en absoluto: nosotros no tenemos ningún derecho a ellos, en nuestra boca son

nada más que juicios falsos. Sólo que, de todos modos, la creencia en su verdad es necesaria, como una

creencia superficial y una apariencia visible pertenecientes a la óptica perspectivista de la vida.

Y así como hemos de admitir

que el sentir, y desde luego un sentir múltiple, es un ingrediente de la voluntad, así debemos admitir

también, en segundo término, el pensar: en todo acto de voluntad hay un pensamiento que manda; - ¡y no se

crea que es posible separar ese pensamiento de la «volición», como si entonces ya sólo quedase voluntad!

En tercer término, la voluntad no es sólo un complejo de sentir y pensar, sino sobre todo, además, un afecto:

y, desde luego, el mencionado afecto del mando.

Lo que se llama «libertad de la voluntad» es esencialmente

el afecto de superioridad con respecto a quien tiene que obedecer: «yo soy libre, ‘él’ tiene que obedecer

» - en toda voluntad se esconde esa consciencia

Un hombre que realiza una volición - es alguien que da una

orden a algo que hay en él, lo cual obedece, o él cree que obedece.

La causa sui [causa de sí mismo] es la mejor autocontradicción excogitada hasta ahora, una especie de violación

y acto contra natura lógicos: pero el desenfrenado orgullo del hombre le ha llevado a enredarse de

manera profunda y horrible justo en ese sinsentido. La aspiración a la «libertad de la voluntad», entendida

en aquel sentido metafísico y superlativo que por desgracia continúa dominando en las cabezas de los semiinstruidos,

la aspiración a cargar uno mismo con la responsabilidad total y última de sus acciones, y a descargar

de ella a Dios, al mundo, a los antepasados, al azar, a la sociedad, equivale, en efecto, nada menos

que a ser precisamente aquella causa su¡ [causa de sí mismo] y a sacarse a sí mismo de la ciénaga de la

nada y a salir a la existencia a base de tirarse de los cabellos, con una temeridad aún mayor que la de

Münchhausen.

ME KEDE EN LA PAGINA 10 =)

Pues el hombre indignado, y todo aquel que con sus propios

dientes se despedaza y desgarra a sí mismo (o, en sustitución de sí mismo, al mundo, o a Dios, o a la sociedad),

ése quizá sea superior, según el cálculo de la moral, al sátiro reidor y autosatisfecho,

...

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