Exclusión e inclusión: Conceptos multidimensionales
Marianela Concepción Roa SilvaResumen31 de Julio de 2016
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Exclusión e inclusión: conceptos multidimensionales.
La Inclusión /exclusión es una oposición que requiere de ciertas precisiones en tanto son conceptos modernos y de uso frecuente, en las últimas décadas, en el ámbito de las ciencias sociales y, por lo mismo, de incumbencia para la educación social en tanto su praxis se orienta hacia las llamadas personas en riesgo de exclusión social.
Exclusión, según la definición de María Moliner, es la acción y el efecto de excluir. Excluir es apartar, dejar de lado, exceptuar. Esta definición nos pone ante una constatación: la exclusión es una acción realizada por alguien, hay una decisión previa que es la que determina qué es lo que pertenece o no a un determinado conjunto.
El abordaje en tanto concepto tiene cierta complejidad en la medida que suele ser presentado como un fenómeno social objetivable sin consideración de las causas que lo producen, es decir sin analizar la acción que conllevaría a la exclusión. Por otro lado no se puede obviar el debate actual sobre la pertinencia o no de su uso, tema sobre el que el disenso es notorio.
A esta complejidad debe sumarse el hecho de su multidimensionalidad, ya que este concepto abarca simultáneamente las esferas económica, política, social, cultural y subjetiva, confiriéndole mayores posibilidades de densidad teórica y riqueza analítica (Tezanos, 1999). En la actualidad parece haber un relativo consenso sobre la necesidad de adoptar el concepto de exclusión social no sólo para expresar una condición o un estado, sino especialmente para dar cuenta de procesos relacionados con la fragilización y ruptura de los vínculos sociales. Partiremos para el análisis del concepto, de la idea de que cada una de estas dimensiones no puede ser pensada sin considerar la ineludible articulación entre ellas.
En todo caso se trata de aquello que escapa a la norma, que queda por fuera, como decíamos antes, de lo que queda exceptuado de un determinado grupo.
De ahí que la Unión Europea defina la inclusión social como un proceso que asegura que aquellas personas en riesgo de pobreza y de exclusión social aumenten las oportunidades y los recursos necesarios para participar completamente en la vida económica, social y cultural, así como gozar de unas condiciones de vida y de bienestar que se consideran normales en la sociedad en la que viven.
Las reglas o normas son siempre peculiares a un determinado grupo o comunidad o discurso (Estrella, 2000). De ello se puede deducir fácilmente que la norma no es algo dado, primario, natural de la especie humana, sino una invención, una creación una producción. Toda comunidad humana se organiza en torno a unas reglas o normas de comportamiento, que a su vez son cambiantes. Las normas caducan y nuevas coyunturas socioeconómicas y culturales eliminan ciertas normas e introducen otras.
Michel Foucault ha desarrollado este tema de manera exhaustiva. En Historia de la locura en la época clásica, muestra la escisión practicada por una cultura entre lo que considera normal y lo que decide excluir de sus fronteras. Nos dice allí que la locura misma ha operado como uno de esos criterios al mismo tiempo clasificatorio y excluyente. Segregación es el concepto elegido por este autor para mostrar cómo la sociedad separa aquéllos a quienes considera por fuera de la norma. Las primeras instituciones tuvieron la finalidad de segregar. Son en su nacimiento y por definición aparatos de exclusión.
Ahora bien, ¿cuál es la contingencia que influye en el establecimiento de las normas? Por definición se trata de las exigencias sociales de cada momento histórico. Sin embargo podemos reconocer que desde el siglo XVIII hasta nuestros días hay una sucesión de conceptos que emergen para designar a quienes, por razones diversas, quedan separados del aparato productivo.
Es en el siglo XVIII cuando el trabajo comienza a ser una exigencia moral y ética. Desde entonces hasta nuestros días todos aquéllos que por razones diversas no son «productivos» son seres considerados en riesgo de segregación, marginación o exclusión.... En consecuencia es preciso buscar soluciones. Estas son también subsidiarias de las coordenadas de cada momento histórico, pero siempre ligadas a la producción... y ello introduce un nuevo problema social: la pobreza.
La pobreza adquiere el estatuto de fenómeno social con el inicio del auge del capitalismo y es entonces cuando las instituciones ya no se rigen por la finalidad de segregar sino que tienen como objeto la de fijar a los individuos al aparato de producción.
Si nos remontamos al siglo XVIII veremos que las instituciones cumplían la función primordial de segregar de la sociedad a aquellos individuos que alteraban el orden del grupo. Se recluía en una institución a aquél individuo que se situaba fuera de la regla, marginado por su conducta, su desorden, su vida irregular. La institución redoblaba entonces esa marginación aislándolo totalmente de la sociedad y encerrándolo. Eran instituciones que segregaban al ya marginado. Las instituciones que surgen en el siglo XIX ya no están marcadas por la finalidad de excluir, sino por la de fijar a los individuos, ligándolos a un aparato de producción.
Al decir de Michel Foucault: la escuela no excluye a los individuos, aún cuando los encierra, los fija en un aparato de transmisión del saber. El hospital psiquiátrico no excluye a los individuos, los vincula a un aparato de corrección y normalización, lo mismo ocurre con el reformatorio y la prisión. Si bien los efectos de estas instituciones son la exclusión del individuo, su finalidad primera es la de fijarlos a un aparato de normalización de las personas bajo una modalidad institucional que el autor denomina de secuestro y cuya finalidad es la normalización y la inclusión.
Estas referencias nos muestran la relación entre los usos de los conceptos y la coyuntura socio-histórica. No es por azar que la emergencia del término exclusión social se use con frecuencia a finales del siglo XX.
La cuestión de la exclusión social adquirió relevancia teórica y política inicialmente en Francia a partir de la década de los 70. La creación del concepto suele atribuirse a René Lenoir (1974), que utilizó la expresión cuando era Secretario de Estado de Acción Social para hacer referencia a distintos colectivos asociados a la idea de «inadaptación social»: minusválidos, enfermos mentales, toxicómanos, delincuentes, personas con tendencias suicidas, ancianos inválidos, familias monoparentales, etc. (Silver, 1994; Escorel, 1998).
No obstante, la noción de exclusión ya había sido utilizada en suelo francés en la década anterior en un ensayo realizado por Pierre Massé, titulado « Los dividendos del progreso», así como en una obra publicada por el movimiento ATD-Cuarto Mundo. En ambos casos, remitía a la supervivencia al margen del progreso económico y del reparto de beneficios. El limitado éxito de la noción en este momento se explica por el carácter residual que el fenómeno tenía en Francia. La pobreza parecía un problema superable que no representaba ningún tipo de amenaza para el conjunto del cuerpo social (Paugam,1996).
Para algunos autores, la base de la «nueva cuestión social» es la emergencia de una «vulnerabilidad de masa» (Castel, 1995) específicamente contemporánea generada por un contexto de alta inestabilidad, caracterizado por el aumento creciente de la precarización y del desempleo estructural, que reduce las perspectivas de integración (cuando no las anula directamente). Se pone el énfasis en el crecimiento de modalidades de inclusión laboral precarias y vulnerables marcadas por una amenaza de ruptura permanente que provoca un sentimiento de inseguridad constante; en la conversión del desempleo temporal en una situación crónica; y en las dificultades crecientes de inserción de la juventud en el mercado de trabajo.
La extensión del proceso de globalización, la hegemonía de la ideología neoliberal, la relevancia adquirida por la competitividad y el desarrollo tecnológico han posibilitado que el sistema productivo prescinda cada vez más de la fuerza de trabajo humana. Los trabajadores han dejado de ser indispensables para la obtención de beneficio, pues la lógica de la fase actual del capitalismo introdujo la « plusvalía del no-trabajo» (Forrester, 1997). En la medida en que el crecimiento del sistema productivo y el proceso de acumulación de riquezas no implican creación de empleo, un contingente cada vez más amplio de personas se está convirtiendo en un excedente percibido como superfluo.
En este contexto, la pobreza y la inseguridad ya no son fenómenos residuales o selectivos. La expulsión del mundo del trabajo puede afectar a cualquiera y la ruptura con éste puede fácilmente convertirse en desempleo de larga duración o, incluso, en «inempleabilidad». Así, la novedad radica en que los procesos de desvinculación del ámbito laboral ya no se asocian a la creación de un «ejército de reserva» como en la sociedad industrial, sino a la generación de un contingente de « trabajadores sin trabajo» que se han convertido en « superfluos » e « innecesarios » para el sistema productivo y, por tanto, « inútiles para el mundo» (Castel, 1995).
A menudo, la propia existencia de estos sujetos pasa a ser percibida como disfuncional a la sociedad. Se supone que dejan de ejercer cualquier papel en la esfera de la producción y en la vida económica. Y, en consecuencia, se convierten sencillamente en fuente de gastos (pues amplían la zona de asistencia), incomodidad social y amenaza (aspecto frecuentemente asociado a la criminalización de la pobreza).
Castel prefiere el término «desafiliación» al de «exclusión social». Justifica esta elección subrayando que el análisis de los procesos de desvinculación social no supone necesariamente hablar de rupturas, sino, sobre todo, trazar recorridos que pueden implicar la coexistencia de la inserción sólida en un determinado eje y la desvinculación de otro. Lo hace para poner en cuestión el excesivo uso del término exclusión, en tanto:
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