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Historia De La Ortografia


Enviado por   •  7 de Mayo de 2014  •  8.344 Palabras (34 Páginas)  •  512 Visitas

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ORTOGRAFÍA

El idioma

El idioma es el conjunto de las palabras con las que los individuos de un pueblo se comunican entre sí. Se ha dicho que una de las principales cartas de identidad de un grupo humano es su idioma. Sea que hablemos de lenguas habladas por millones de personas, como el castellano o el inglés, o de dialectos usados por grupos tribales para designar las maravillas de su cotidianidad, el idioma es la herramienta que ha dado al ser humano superioridad sobre las demás especies, al permitir trasmitir conocimientos de una persona a otra, o a otras.

Las reglas de todo idioma están contenidas en dos disciplinas entrelazadas: la ortografía y la gramática. La ortografía se ocupa de la disposición de los signos del idioma -las letras y sus modificadores, como el acento, el punto, la coma- para el correcto entendimiento de las palabras, y atañe en última instancia al lenguaje escrito; la segunda es más compleja, pues dictamina las relaciones que existen entre las palabras para producir la frase, la versión escrita de nuestras ideas, y atañe tanto al lenguaje hablado como al escrito.

La ortografía y la gramática son, entonces, el esqueleto del idioma. Son establecidas formalmente por los estudiosos de la lengua, pero en realidad tienen su fundamento último en la manera como los pueblos hablan. A lo largo de los siglos, el idioma experimenta un verdadero proceso de evolución que se alimenta del habla del hombre común más que de las reglas dictadas por los filólogos. El idioma muta, constantemente cambia su forma, porque la gente lo enriquece añadiendo palabras o combinando las ya existentes, importando vocablos de otras lenguas y en ocasiones hasta sustituyendo palabras que se ignoran con otras que sólo tienen significado para un grupo, una familia o hasta para un solo individuo. Paradójicamente, este proceso suele ser designado comúnmente con la palabra degeneración.

Nuestro idioma es el español, o castellano si atendemos al reclamo que nos recuerda que nuestra lengua nació en la antigua provincia de Castilla. Evolucionó a partir de la mezcla procurada por diversas y sucesivas invasiones a la Península Ibérica, donde hoy están las naciones de España y Portugal. Para que se sentaran las bases de lo que hoy conocemos como nuestro idioma, fue necesario que los romanos tomaran en su poder la península en 218 a.C., conquistada tiempo antes por los cartagineses. Los romanos impusieron un nuevo nombre para la antigua Iberia, que pasó a llamarse Hispania, y como era de esperarse, por haber sido la actitud en los otros pueblos conquistados, impusieron también su lengua, el latín. Éste se hizo de uso masivo en la región y en relativo corto tiempo desaparecieron todas las lenguas ibéricas, a excepción del vasco -que aún en nuestros días se usa.

También el latín habría de desaparecer, pues con los siglos este idioma sufrió también el mismo proceso de transformación por el que necesariamente tiene que pasar toda lengua humana. En un principio se vio modificado por las lenguas ibéricas que pretendió sustituir, y los romanos establecidos en la península adoptaron un acento distinto al original. El latín hablado en la región poco a poco perdió el uso que se le daba a las letras f y v, y articulaba distinto la letra s. La f latina, utilizada como letra inicial de muchas palabras, se convirtió en la h que hoy conocemos. Palabras como hijo y hacer provienen de sus pares latinas filium y facere.

Estas modificaciones, que originalmente se debieron al uso popular de la lengua, se convirtieron con el paso del tiempo en grietas importantes en la manera como pueblos diversos, conquistados todos por Roma, terminaron hablando el latín. El idioma original permaneció inmutable, atado a sus reglas ortográficas y gramaticales con las que aún hoy se enseña académicamente. Pero el idioma hablado en la calle por mercaderes y campesinos se alimentó de las peculiaridades de cada región y dio vida a varias lenguas que serían llamadas romances: el castellano, el francés, el italiano, el portugués, el rumano, el catalán y otras menos conocidas como el dalmático -hoy lengua muerta-, el sardo o el provenzal. Estas lenguas iniciaron sus propios procesos de evolución, con toda libertad, a partir del siglo V, cuando cae el imperio romano de occidente.

En 415 d.C. llegan a la península cien mil visigodos, que tenían la más avanzada civilización germánica. La influencia de su cultura en nuestro idioma fue relativamente pequeña dado que por más de un siglo se mantuvieron reacios a establecer contactos con otros pueblos cercanos. De ellos conservamos algunas palabras que hoy reconocemos automáticamente como nuestras y que jamás pensaríamos provenientes de las raíces del alemán actual, como orgullo, ropa, garbo o guerra.

En 622 el profeta musulmán Mahoma lanza a su pueblo a una guerra santa con la finalidad de implantar la doctrina de Alá, contenida en el Corán. Los musulmanes eran guerreros feroces y en poco tiempo llegaron a dominar grandes territorios, adentrándose inclusive en Europa. A la Península Ibérica llegaron en 711 y en pocos años completaron el proceso de conquista de todos sus pueblos, a excepción de una pequeña reserva cristiana oculta en las montañas del norte. Estos cristianos emprenderían un proceso llamado Reconquista, que vio cumplido su objetivo sólo después de ocho siglos y entre cuyos personajes heroicos se encuentra el famoso Cid Campeador, Ruy (Rodrigo) Díaz de Vivar.

Esos ochocientos años de predominio árabe dieron a la cultura española gran parte de los elementos que la conforman hoy en día. No fue un período de guerra continua y en las épocas de paz relativa se incrementaban las relaciones entre españoles y árabes. Había grupos de árabes viviendo entre españoles y viceversa, así como individuos de uno y otro pueblo que abrazaban la religión del que la historia había colocado como adversario. La gran influencia árabe que derivó de estas relaciones funcionó también en el idioma. Es así como la gran mayoría de los nombres que usamos quienes nacimos en países de habla hispana tienen raíces árabes, y un alto porcentaje de nuestras palabras, especialmente las que empiezan con la letra a, vienen directamente del árabe: albañil, arroba, albóndiga, almíbar, alcabala, aldea.

La Reconquista no fue un proceso fácil, pero tampoco esperó mucho tiempo antes de obtener su primera victoria, que fue el establecimiento del reino de Asturias en 718, después de que don Pelayo venciera a los moros en Covadonga. Los cristianos fueron recuperando poco a poco los territorios que los árabes les habían arrebatado. Hacia fines del siglo XI, la provincia de Castilla, creada después de que sus territorios fueran independizados del dominio ejercido por los reyes de Asturias y León, ejerce hegemonía política sobre otras provincias cristianas. Antes de Castilla la provincia principal había sido la de Navarra, antes la de León y mucho antes la de Asturias. Cada período tuvo también su lengua preponderante. El castellano se impuso cuando Castilla logró alcanzar la máxima importancia política, y definitivamente empezó su proceso evolutivo como lengua unificadora de regiones cuando el reino castellano echó a los árabes de Granada y, por añadidura, dio nuevos horizontes a la cristiandad española al anexarse los territorios conquistados en las Américas, ambos hitos en 1492.

Para el momento en que Granada es reconquistada, y con ella recuperada España toda, ya el castellano era una lengua de uso común entre el pueblo y los ámbitos cultos. En 1140 ya se había escrito la primera gran obra en nuestro idioma, el Cantar del Mío Cid, poema épico que exalta al héroe Rodrigo Díaz de Vivar. En el siglo XIII, el poeta culto Gonzalo de Berceo, clérigo educado en San Millán, desafiaba el uso del latín en la Iglesia escribiendo su poesía en castellano, idioma, como escribió, en cual suele el pueblo "fablar con su vezino". Por la misma época, Alfonso X el Sabio ordena el empleo oficial del castellano en la redacción de documentos públicos y en los anales históricos, labores antes desarrolladas en latín. Se reconoce esto como el nacimiento formal del idioma castellano.

El idioma y el escritor

La creación literaria ha sido uno de los medios más efectivos para la difusión de nuestro idioma. De hecho, fue por mucho tiempo, después de la manipulación de la lengua por parte de la gente común, el factor más influyente en la solidificación y divulgación de los patrones que rigen el idioma. Hoy, además de la literatura y del habla vulgar, el idioma fluye a través de los grandes medios de comunicación y particularmente en nuestra década empieza a olvidarse de las fronteras al irrumpir las grandes redes electrónicas lideradas por Internet.

Al ser el idioma la sustancia con la que trabaja el escritor, éste mantiene una relación necesaria con aquél. Aunque no es un requisito imprescindible para ser buen escritor, el dominio del idioma brinda un arma invaluable. No es un requisito imprescindible por varias razones, pero particularmente porque el escribir de la manera correcta las palabras sólo cubre el aspecto técnico de la literatura. Los otros elementos de la literatura no dependen directamente de las reglas idiomáticas. La importancia real de conocer a fondo el idioma está en la posibilidad de experimentar múltiples formas de expresar sensaciones, narrar situaciones o describir el entorno. Para uno y otro lado, los extremos son dañinos: el escritor que se valga únicamente del factor creativo a lo sumo podrá crear material para la lectura de evasión, para el entretenimiento; el que se apoye exclusivamente en el dominio del lenguaje se volverá inaguantable y seguramente su lenguaje será rebuscado; el escritor que logre establecer un vínculo de equilibrio entre lo que escribe y cómo lo escribe, estará en capacidad de generar un juego de interacción con sus lectores. Ésta es, a nuestro juicio, la mejor forma de hacer literatura.

En nuestra época, el castellano se ha afianzado como uno de los idiomas más importantes del mundo. Se lo enseña en universidades de países no hispanoparlantes y el desmesurado crecimiento demográfico de los asentamientos hispanos en otros horizontes ha dado un peso insospechado a nuestra lengua. Sin embargo, esto ha convertido al castellano en un ente cargado de reglas nada sencillas de aprender, a lo que se suman las dificultades que ocasiona el hecho mismo de encontrarse en constante e hirviente evolución.

Nuestro idioma, como varios otros idiomas occidentales, se basa en veintiocho letras -contamos aquí las letras ch y ll- y varios signos de puntuación. Cada una de estas letras tiene sus propias reglas de uso; lo mismo ocurre con los signos. Las letras nos dan el fundamento básico de lo que se dice y los signos son modificadores que contribuyen a dar la idea correcta de la entonación en que las palabras deben ser pronunciadas.

La acentuación

Las reglas más sencillas de aprender son las de acentuación. Se conoce como acento el signo que se coloca sobre algunas vocales para indicar determinada entonación de una palabra. Pero el concepto real de acento va más allá del signo, bifurcándose académicamente en acento ortográfico, el que se escribe, y acento prosódico, el simple hincapié en la entonación de una sílaba. Éste es el más importante de conocer, dado que al aprender a localizar la sílaba en la que cada palabra se pronuncia con mayor énfasis brinda la posibilidad de saber cuándo el acento debe escribirse y cuándo no.

Todas las palabras contienen una sílaba en la que la entonación debe hacerse más elevada. Esto sucede por la dinámica misma que el lenguaje adquiere en boca del hablante: es inusual decir todas las palabras en un solo tono. La aparición del acento ortográfico, el pequeño apéndice que solemos colocar sobre algunas vocales, se debe a que, según la palabra que se escriba, la entonación puede dar uno u otro significado, o dar un significado real en un caso y aniquilar cualquier significado en otro. Si escribimos dolor cualquiera podrá comprendernos; si agregamos un acento y escribimos dólor, y de hecho lo pronunciamos con mayor énfasis en la primera sílaba, desaparece todo significado. Cuando alguien escribe terminó cualquiera puede entender que hay algo que llegó a su fin; si se escribe término, la referencia es al fin mismo, y no a la acción de llegar a ese fin. Si comprendemos estos hechos simples ya hemos cubierto el primer paso para dominar la acentuación.

Por otro lado, las palabras se dividen en sílabas. Las sílabas son las moléculas de las palabras. Si recordamos algunos fundamentos de física, una molécula es la partícula más pequeña que conserva los elementos existentes en una sustancia. En las palabras existe un elemento indispensable: las vocales. Las consonantes dan complemento a aquéllas, pero no se necesitan en todos los casos. Las palabras que sólo tienen una letra son todas con vocales, como las conjunciones "o" y "e" o la preposición "a". Aún en el caso de la letra "y", que puede ser usada como una conjunción, pierde su característica de consonante cuando es pronunciada sola, recuperándola cuando forma parte principal de una sílaba, como en yelmo o leguleyo. Así que la localización, en una palabra, de las sílabas, viene dada por la forma como la palabra es pronunciada. Existen pausas mínimas, casi imperceptibles, que ocurren cuando hablamos, y que son literalmente las fronteras que existen entre las sílabas. Cuando tenemos dudas sobre las sílabas que componen determinada palabra, las mismas quedan disipadas cuando la pronunciamos lentamente. Esas fronteras minúsculas aparecen de manera nítida y el concepto de sílaba toma, finalmente, forma. Las palabras de nuestro idioma tienen generalmente una, dos o tres sílabas, siendo menos frecuentes las de cuatro, cinco o más. No ocurre lo mismo en otros idiomas: el alemán se nutre de la unión de varias palabras para crear expresiones que para nosotros serían larguísimas. En castellano, cualquiera conoce palabras de muchas sílabas: un gran porcentaje de ellas son palabras compuestas. Submarino, agridulce, fundamentalmente, y en general todas las palabras que definen la manera en que ocurre algo, terminadas en "mente". Ya hemos cubierto el segundo paso.

Si prestamos atención, podemos localizar, en cada palabra que pronunciamos, una sílaba en la cual el tono de voz se eleva un poco sobre el resto. A esto los académicos le han dado el nombre de sílaba tónica, pues es la sílaba que lleva la responsabilidad de determinar el significado de la palabra, por lo que comentamos algunas líneas más arriba. La sílaba tónica diferencia a la palabra a la que pertenece de otras con ortografía similar. La localización con éxito de la sílaba tónica de una palabra es un ejercicio necesario para terminar el aprendizaje de las reglas de acentuación. En nuestro idioma elevamos el tono de la mayoría de las palabras en la última o en la penúltima sílaba. Si damos revista a todas las palabras que terminan en "ión" -acción, organización, ilustración-, o a las que terminan en "tura" -altura, cultura, pulitura-, podemos darnos una idea de la importancia de este hecho dada la cantidad de palabras de esta naturaleza que usamos a diario. También son muy comunes, aunque en menor número, las palabras cuya sílaba tónica es la antepenúltima, como óvalo, áspero o sílaba, y muchas formas verbales cuando se pronuncian en segunda persona, como úsalo, alábale o amárralo. En nuestro idioma no se emplean sílabas tónicas más allá de la antepenúltima sílaba, excepto en ciertos casos de palabras compuestas que, si son bien analizadas, tienen una especie de doble acentuación, como "especialmente" -en cial y men.

Estas diferencias entre la posición que la sílaba tónica ocupa en cada palabra permite establecer una clasificación de tres tipos de palabras. A las palabras que pronunciamos con tono más elevado en la última sílaba se les da el nombre de agudas; las que tienen este tono en la penúltima, graves (también conocidas como "llanas"); y las que tienen el tono en la antepenúltima, esdrújulas. Son agudas palabras como parar y camión, aunque ésta se escriba con acento y aquella no, porque a ambas les damos mayor entonación en la última sílaba. Son graves (llanas), bajo las mismas condiciones, las palabras lápiz y huerto. Las esdrújulas, todas las esdrújulas, se escriben con acento, por lo que son las más fáciles de escribir correctamente. La misma palabra esdrújula es esdrújula. El tercer paso está cubierto.

Ahora bien, el problema con todo esto no está simplemente en saber cuál es la sílaba tónica de una palabra, sino en saber cuándo el acento debe ser escrito. Es lógico: aunque no sepamos cuál es la sílaba tónica de la palabra "trato", no importaría porque esa palabra no lleva acento ortográfico y nadie se dará cuenta de nuestra ignorancia. El caso es que hay palabras que deben llevar acento ortográfico y si lo colocamos mal o lo obviamos, podemos no sólo delatar nuestro desconocimiento delante de quienes sí conocen las reglas de acentuación, sino además dar una idea errada de lo que queremos decir.

La presencia del acento ortográfico está determinada por la existencia de ciertas características en las sílabas que componen una palabra. En el caso de las palabras agudas, la regla más fácil de recordar es que toda palabra cuya sílaba tónica sea la última, y que termine en vocal, se escribe con acento. Lo cual puede ser simplificado así: toda palabra aguda que termine en vocal se escribe con acento. Es por esto que se acentúan las palabras maní, lloré y afiló. La otra regla concerniente a las palabras agudas es que toda palabra aguda, y que termine en "n" o "s", se escribe con acento. Las palabras agudas que terminen en r, como los verbos -cerrar, matar, llover-, no llevan acento, pues no terminan en "n" ni en "s". Es útil conocer esto, pues se suele cometer el error de escribir "capáz" cuando, al no terminar en n, s ni vocal, realmente no lo lleva. Mucha gente, cuando aprende estas dos reglas, se sorprende de que algo tan sencillo sea rehuido constantemente por considerársele algo muy complejo.

El caso de las palabras graves (llanas) es opuesto. Las dos reglas que valen para las palabras agudas se ven ante un espejo cuando hablamos de las graves (llanas). En las palabras graves (llanas), la regla a recordar será que toda palabra grave (llana) se escribe con acento, siempre que no termine en vocal, en "n" ni en "s". Por esto, se escribe el acento en las palabras revólver, pómez y lémur. Igualmente, por la misma razón, y contra lo que mucha gente supone, no se acentúa la palabra "canon". Tampoco se acentúan las formas verbales tales como realizaron, lograron, llegaron, que muchos escriben realizarón, lograrón o llegarón, principalmente porque suelen confundirse con palabras agudas que si se acentúan, como realización.

Ahora que hemos comprendido estas reglas concernientes a las palabras agudas y graves (llanas), y recordando que absolutamente todas las esdrújulas se escriben con acento, ya hemos cubierto el cuarto y más importante paso en el aprendizaje de las reglas de acentuación.

El quinto y último paso es el que se refiere a las excepciones. Es el verdaderamente complejo, porque la mayoría de las excepciones a estas reglas aplican a casos específicos y no siempre es tan claro. Generalmente, las excepciones de acentuación vienen dadas por la existencia de palabras con dos o más significados. Las palabras de este tipo más fáciles de reconocer son los monosílabos. Éstos por regla general no se acentúan, pues se considera innecesario escribir el acento en una palabra compuesta sólo por una sílaba. Las palabras vio, dio y fue no se escriben con acento, al contrario de lo que la mayoría de la gente supone. Pero tomemos el ejemplo de la palabra "más": escrito así, con acento, se refiere a una adición o a una mayor cantidad de algo. Pero cuando se le escribe sin acento es un sinónimo, de uso frecuente en literatura, de "pero". Lo mismo sucede con "te" (forma pronominal de segunda persona como en "te doy una canción") y la hora del "té" (la bebida). En palabras con más de una sílaba, el caso más claro es el de "sólo" (sinónimo de únicamente) y "solo" (sin compañía de ninguna otra persona). Las formas interrogativas añaden también sus acentos a las palabras de las que se valen: "como", sin acento, se usa para comparar dos o más elementos (era rojo como la sangre), pero cuando escribimos "cómo", con el acento, se pasa a inquirir algo. Esto es independiente de que en la oración existan signos de interrogación: lleva acento ortográfico la palabra "cómo" en estos casos: "¿cómo estás?" y "les diré cómo llegué hasta aquí". Aunque la segunda frase no es una pregunta, sino una afirmación, la misma encierra una forma interrogativa. Estos mismos ejemplos valen para "quién y quien", "cuándo y cuando", "dónde y donde", "qué y que".

El caso de porque" también presenta algunas peculiaridades dignas de estudio. "Porque" es una palabra compuesta, creada con "por" y "que". Cuando ambas se escriben juntas, "porque", es una conjunción que antecede a la razón o motivo de algo. Decimos: "llegamos tarde porque había mucho tráfico". Dos frases quedan unidas por "porque", siendo la segunda una explicación del motivo de lo que ocurre en la primera. Pero existe un caso en el cual esta palabra se escribe acentuada, y es cuando funciona como sinónimo de razón o motivo. Esto suele confundir a la gente con la anterior acepción, pero en realidad la diferencia está en el contexto de la frase. "Porqué" con acento se usa, por ejemplo, en este caso: "El profesor explicó el porqué de las bajas notas del curso". Lo cual no podría confundirse, bajo ningún concepto, con una conjunción que anteceda a la razón o motivo de algo. Separadas, "por" y "que" son usadas para otros fines. "Por que" sin acento, se usa para expresar la intención de que algo suceda de determinada manera. Por ejemplo, se puede utilizar en: "Mis mejores deseos por que tenga una feliz navidad". También, en: "El funcionario debe velar por que se cumpla la ley". Cuando se escribe "qué" con acento, sirve como forma interrogativa para inquirir la causa de algo. Como mencionamos en el párrafo anterior, una frase en forma interrogativa no necesariamente lleva los signos de interrogación. Son frases en forma interrogativa, usando "por qué", las siguientes: "¿Por qué llegas a esta hora?", y "El señor pregunta por qué no hay habitación".

Una excepción que no se debe pasar por alto es la que se aplica cuando las palabras este, esto, aquel y sus respectivos plurales sustituyen al sujeto en una oración, con la expresa finalidad de no volver a nombrar el sujeto. Normalmente estas palabras no se acentúan: "este" se debe escribir sin acento en "este automóvil es mío". Pero en este caso: "había un automóvil rojo y otro blanco; éste fue el que compré"; se escribe el acento porque "éste" sustituye al automóvil blanco. Algo parecido sucede con el y él: el primero se escribe sin acento cuando se trata del artículo (el automóvil) y con acento cuando sustituye al sujeto (él llegó ayer). También observamos esto con tu (tu casa) y tú (tú tienes algo), así como con mi (mi cuaderno) y mí (eso es para mí).

Hay otras dos excepciones importantes y se refieren a las palabras graves (llanas). Ya hemos visto que éstas no llevan acento ortográfico cuando terminan en vocal, en n o en s. Para comprender el próximo caso es necesario saber que las vocales se dividen en dos grupos: las vocales abiertas y las cerradas. Las abiertas son la a, la e y la o. Las cerradas son la i y la u. Cuando la palabra grave termina en dos vocales, la primera cerrada y la segunda abierta, y la sílaba tónica es la cerrada, se escribe el acento. Es el caso de "comía, dormía o ganzúa". La otra excepción con palabras graves que queremos comentar aquí es la correspondiente a las palabras que terminen en n o s, siendo una consonante la letra previa a éstas. Por ejemplo, en bíceps o en fórceps. Aunque son graves y terminan en s, se acentúan porque la letra anterior a la s es otra consonante, en ambos casos la p.

El correcto uso de las letras

La parte más difícil de la ortografía consiste en aprender el uso correcto de cada letra. Muchas de las letras de nuestro abecedario tienen usos específicos y aunque en principio debe aplicarse un gran esfuerzo en aprender estas reglas, luego de un tiempo se vuelve un ejercicio interesante dado que observamos ejemplos en todas partes. El problema es que en nuestro idioma hay letras que se pronuncian de manera muy parecida pero que se usan de forma distinta de acuerdo al entorno en que se enmarcan. Particularmente en Latinoamérica, se ha perdido la diferencia entre la pronunciación de las letras "c", "z" y "s", así como en las letras "b" y "v", y en un caso de la "g" y la "j".

En el caso de la c, la z y la s, se haría difícil para alguien inexperto saber si la palabra pacer debería escribirse pacer, paser o pazer. Para resolver esto se han creado ciertas reglas cuyo grado de dificultad estriba en su abundancia y no en otra cosa. Citaremos aquí algunas de estas reglas sólo como referencia:

La c: verbos con terminaciones hacer, recibir, decir y conceder; sustantivos que terminan en homicidio, catolicismo y latrocinio; algunas palabras esdrújulas que terminan en: cómplice, cetáceo y lícito; muchos vocablos que terminan en prudencial, enjuiciar, ocioso, malicioso, calvicie, juicio, las palabras que terminan en abundancia, advertencia; los plurales de las palabras que terminan en z: lápiz, lápices; paz, paces.

La s: vocablos que terminan en: muchísimo, dantesco, mesura, despotismo, crisis; los adjetivos que terminan en famoso, decisivo, nicaragüense; los sustantivos femeninos que terminan en alcaldesa, pitonisa; terminaciones como la de las palabras conclusión, propulsión; las combinaciones incorporadas en algunas inflexiones verbales: saltase, cubriese; los vocablos que contienen las combinaciones segmento, signo; y, por supuesto, como letra final de la mayoría de los vocablos castellanos.

La z: derivados de nombres terminados en portazo, melaza, maizal, pastizal, castizo, cobertizo, levadizo, pozuelo, cazuela; muchas palabras agudas como capataz, viudez, lombriz, arroz, arcabuz; las inflexiones correspondientes a los verbos terminados en nazco, padezco, conozcas, conduzco.

La h: cuando se trata de palabras que comienzan por los diptongos hialino, hielo, hueso, huidizo, hioides; en las palabras que comienzan como humano, horror, hombro; en las palabras que comienzan por raíces griegas, como hipopótamo, hidrografía, hipertrofia, hipnótico; se mantiene en los derivados de palabras como vehículo, enhebrar, vahído, truhán, anhelar, inhumano.

La b: palabras que terminan en recibir, debilidad, nauseabundo; las que llevan las combinaciones brumosa, blasfemia, cable; las formas del copretérito de los verbos de la primera conjugación como mendigaba, hechizábamos, realizabais; las que comienzan con el prefijo bilingüe, bisectriz, bizcocho; los vocablos que comienzan con budismo, burbujas, búsqueda; los vocablos que comienzan con objetar, abstraído.

La v: palabras que comienzan con ventisquero, vertebrado, vestíbulo; en el presente del indicativo, del subjuntivo y el imperativo de los verbos estar, ir, andar y tener: vamos, estuve; vocablos precedidos en las consonantes n, d y b: invitación, advertir, obviar; después de cierva, siervo, servicio, divino, levadizo; vocablos terminados en herbívoro, equívoco; sustantivos y adjetivos que terminan en cava, inclusive, leva, grave, negativa, nocivo, nueve.

La g: palabras que terminan en agencia, urgente; vocablos que comienzan con el prefijo geo (tierra): geografía, geológico; infinitivos verbales con terminación er, ir, como escoger, corregir; antecediendo en regente, gesto; en los adjetivos que terminan en vigésimo, trigesimal, primogénito, octogenario; en las palabras que terminan como magia, elogio, religión.

La j: sustantivos que terminan en engranaje, relojería, consejero, extranjera; en el pretérito indefinido del indicativo y en el futuro y pretérito imperfecto del subjuntivo, de los verbos traer y decir: trajiste, dijo, trajera, dijéramos, trajese, dijese, trajere, dijere; en los verbos que terminan en ger, gir, cambia la g por j delante de a y o: recoger, corregir, recojo, corrijo, recoja, corrija; delante de a, o, u, como en maja, joroba, juglar; los verbos hojear y enrojecer que derivan de hoja y rojo.

La m: antes de p y b: diciembre, hombre, campestre, cumplido; antes de n: alumno.

La r: tiene sonido fuerte cuando se usa como comienzo de palabra: rincón, rápido; se escribe simple, aunque suene fuerte, después de consonante: enredo, subrayar; se escribe doble, para que produzca sonido fuerte, entre vocales: arrozal, carreta.

La x: en la formación de los prefijos ex (fuera de) y extra (además de): extemporáneo, extraordinario.

La ll: en la formación de las palabras que incluyen las partículas calleja, camello, fuelle, pajarillo, canastilla.

Es importante saber que todas estas reglas tienen algunas excepciones y además algunos usos particulares adicionales a los que aquí mostramos. Pero el presente texto no pretende ser una guía sobre esto, sino apenas una simple referencia, por lo que invitamos al lector a reflexionar sobre estos temas haciendo las comparaciones de rigor con textos que tenga a la mano o, inclusive, con un diccionario.

Los signos de puntuación

El tercer elemento a analizar en todo esto son los signos de puntuación. Añadidos al idioma escrito con la idea de representar las diferencias de velocidad o entonación que solemos hacer en el lenguaje hablado, los más conocidos son el punto, la coma y los signos de interrogación y exclamación. Son los más fáciles de usar.

La coma (,) es la representación de una breve pausa que haríamos si la frase escrita fuera pronunciada. Se usa para unir elementos en una descripción y se elimina cuando se llega al elemento final y debe ser usada la conjunción "y": la casa, los árboles y el automóvil. Sería incorrecto escribir la casa, los árboles, y el automóvil. Igualmente, cuando se dicen varias frases cortas en una misma oración, deben ser separadas por comas: "gritos desesperados, rostros llorosos, miembros rígidos: era la desolación". Se usa coma también cuando se construye una frase a la manera del antiguo vocativo latino: "Roberto, corre a casa". Esto implica también el uso de coma en la frase "corre, José, corre". Se usa también cuando se omite el verbo: iremos a la playa, ustedes también (decimos que se omite el verbo porque la frase es una forma abreviada de decir iremos a la playa, ustedes irán también). Igualmente, cuando se intercala una frase que explica algo que tiene que ver con la que le sirve de alojamiento: las puertas del Ayuntamiento, declaró el alcalde, estarán abiertas. También se debe usar coma cuando se trasponen los elementos de una oración: a tempranas horas de la mañana, yo lo leía. Y, finalmente, cuando se escribe una conjunción adversativa: la encomienda llegó, no obstante, se quedaron algunos objetos.

El punto y coma (;) define una pausa mayor que la de la coma. Es el término medio entre la pausa representada por la coma y la representada por el punto. Suele separar oraciones de sentido opuesto (todos convenían en la necesidad de decir siempre la verdad; excepto Pedro, el mitómano) o que, siendo largas, guarden entre sí estrecha relación (ya no volverás a soportar la inmunda carga maloliente de mi suciedad y mi embriaguez; ya podrás almacenar todos los días, rincón oloroso a cedro de Perijá). El punto y coma se utiliza también para separar ideas cuando sirven de explicación a los elementos de una descripción (los ojos, azules y grandes; la boca, carnosa y provocativa; las manos, blancas y suaves). También se usa antes de luego, sin embargo y no obstante, y con menor frecuencia antes de pero y mas (sus declaraciones son ciertas; sin embargo, carecen de toda efectividad).

Los dos puntos son una pausa un poco más larga que el punto y coma que funciona como anuncio de que una frase que debe ser tomada en cuenta para entender la anterior está por ser pronunciada (lo comprendí entonces: había llegado mi fin), o para hacer una cita textual (Bolívar dijo: «Moral y luces son nuestras primeras necesidades»), así como para marcar el inicio de una enumeración (había muchas personas: desde mercaderes hasta marineros, desde niños hasta ancianas, desde doctores hasta campesinos). Algo importante es que la presencia de los dos puntos no quiere decir que la palabra siguiente deba iniciar con mayúsculas. Este es un error bastante común.

El punto representa la pausa más larga de todas. Marca el final de una frase y el inicio de otra. También se usa para indicar una abreviatura, excepto cuando la misma es la abreviatura de alguna unidad de medida.

Otros signos de puntuación de usos más específicos:

Exclamación e interrogación: identifican una exclamación o una pregunta directamente. Se escriben al abrir y al cerrar la exclamación o la pregunta: ¿está muy cerca? ¡ya viene! La presencia del signo de exclamación o de interrogación implica que, si está al final de una frase, el punto desaparece absorbido por el que ya incluye el signo en su parte inferior. Esto no ocurre cuando el signo que debe seguir es una coma o cualquier otro, y se mantiene.

Paréntesis: se utilizan abriendo y cerrando una expresión que amplía la posibilidad de comprender una frase específica. El hombre caminó (nunca había corrido) lo más rápido que pudo.

Comillas: destacan palabras o giros (le llamó «dotol») y reproducen citas textuales (dijo, mirándome: «No tienen nada que ver»). También encierran títulos de partes de obras, títulos de revistas y periódicos. En algunos casos indican que se está empleando un vocablo extranjero. Es un error usar las comillas para destacar la importancia de una frase en particular.

Guión largo: sirve para indicar la aparición de un diálogo en el texto o como los paréntesis, encerrando en sí una frase dentro de otra que funge de principal. En el primer caso, el guión se coloca al principio del párrafo y no se cierra al terminar el diálogo:

-Dime qué piensas, hermana.

Esta frase puede a su vez ser interrumpida por el narrador añadiendo un nuevo guión largo, que se cerrará sólo si la frase contenida en él no está al final del párrafo:

-Dime qué piensas, hermana -dijo el niño, con lágrimas en los ojos-, me tienes preocupado.

Como vemos, se mantiene la presencia de cualquier signo de puntuación que, de no existir el guión, se hubiera colocado en ese punto de la frase. El tercer caso es cuando la frase que se inserta en el diálogo termina el párrafo:

-Dime qué piensas, hermana -dijo el niño.

En este último caso, el guión no se cierra, pues el punto y aparte cumple la función de cerrarlo automáticamente.

Cuando el guión trabaja como un paréntesis, la sintaxis es básicamente la misma comentada. Agregaremos que en este último caso, el guión deja de cerrarse cuando le sigue un punto y seguido o un punto y aparte, a diferencia del caso anterior, donde deja de cerrarse sólo con el punto y aparte.

Guión corto: separa las sílabas al final de una línea. También se usa en la escritura de las palabras compuestas separadas.

Diéresis: dos puntos que se colocan sobre la u cuando ésta se encuentra entre "g" y "e" o "i" (aragüeño, Güiria).

Llaves: agrupan contenidos en cuadros sinópticos.

Corchetes: indican que lo que se encierra en ellos puede quedar fuera del discurso, se está declarando fuera de contexto.

Asterisco: hace una llamada que luego el lector debe seguir al final de la página o del texto.

Historia de la ortografía

¿De dónde viene nuestra ortografía?

Con las invasiones llevadas por los romanos, el latín va a sumergir las lenguas habladas por los nativos de cada región. Pero nacerán las que se llaman "lenguas romances", entre ellas el francés, el italiano, el castellano, etc., que han evolucionado considerablemente a través de un milenio.

Durante un largo período, el problema de escribir las lenguas romances no se presenta: cada vez que es necesario escribir, se lo hace en latín, pues los que saben escribir son aquellos que han aprendido la lengua de los conquistadores romanos.

Fueron los juglares quienes primero tuvieron la necesidad de escribir la lengua que hablaban. Se trataba, en su caso, de tomar notas, de redac¬tar algún ayuda-memoria. Anotaban los textos que debían recitar, para recordarlos. Escribían para ellos, y no para los demás. No buscaban, pues, comunicarse. Por lo tanto escribían, con mucho de fantasía, una escritura casi fonética: anotaban lo que pronunciaban.

El lector, ¿es responsable de la ortografía?

Aparentemente, el sistema adoptado por los juglares es muy simple. Sin embargo, no satisface cuando hay que escribir para otro que no sea uno miámo.

Uno siempre entiende sus propias notas; la secretaria siempre puede pasar en limpio lo que ha tomado en taquigrafía. Pero trate de pedirle a un amigo que lea las anotaciones que usted ha esccito, haga descifrar un texto en taquigrafía por otra secretaria: la comunicación se hará muy difícil, y tal vez no se logre en absoluto.

¡El lector es exigente! A través de lo escrito, quiere reencontrar la lengua que él habla. Para eso le hace falta un código sin la menor ambigüedad. A medida que las Jenguas romances fueron evolucionando, el alfabeto latino resultaba insuficiente para transcribir fonéticamente la lengua que se hablaba. En él caso del idioma francés, por ejemplo, observamos que en el siglo XVII apenas se disponía de unas veinte letras (las del alfabeto latino) para transcribir los 36 sonidos del 1 francés. Tomemos un ejemplo sencillo. En el siglo XH, las palabras pie (pío, piadoso, y también urraca) y pied (pie), del francés, se escribían las dos pie. Para ei lector, esas dos palabras, pie y pie, eran idénticas, aun cuando respondían a dos palabras diferentes en la formulación oral: pie y pied. ¿Cómo podía el lector distinguirlas sin equivocarse? Es este un fenómeno fundamental sobre el que insisten todos los especialistas en ortografía. Y que incide en mayor o menor medida, en la escritura de todos los idiomas derivados del latín.

La astucia de las letras suplementarias.

Se tomó entonces la costumbre de "agregar" letras no para "hacerse el sabio" en relación con el íatín, como se creyó durante mucho tiempo, sino para señalar ciertas particularidades de pronunciación. Así por ejemplo, retomando el caso mencionado, una o agregada al final de pie señalaba la palabra pied (pie) y no la palabra pie (piadoso; urraca).

Los primeros textos escritos en castellano que se conservan también tratan de reflejar la fonética agregando o variando las letras. Para sonidos sibilantes, por ejemplo, se usaba la ss (como nuestra s moderna), la s (para el sonido entre vocales, como la s francesa), la z (aproximativa al sonido ds), la c o c(semejante a ts) y la x (como sh inglesa). La h, que es muda, recuerda la presencia de una en el latín (fariña-harina; fermosa-hermosa). De esta manera, entre los siglos XIII y XIV, las palabras se fueron sobrecargando de letras que ahora nos parecen inútiles, pero de las cuáles descubrimos huellas en la lengua cotidiana. La d agregada ai final de pie subsiste en palabras como pedestre (pedestre), pédale (pedal) bípede (bípedo), etcétera. Esas letras tenían una función importante: estaban destinadas a evitar todo equívoco en la lectura. Por supuesto que a menudo la fantasía se .desbocaba, lo que obligó luego a muchas simplificaciones.

Durante mucho tiempo ia ortografía no estuvo fijada. La gente era libre para escribir como le gustara. El caso de Francia puede ser ilustrativo respecto de ello: hacia el fin del reinado de Luis XIV no había menos de tres diccionarios, que proponían tres sistemas de ortografía diferentes.

En los documentos de España para las Indias, o en los escritos de nuestra Independencia, la anarquía es aún visible en materia ortográfica.

Pero a partir del siglo XVII comienza la labor de las Academias y nacen los instrumentos que determinan la ley ortográfica: son los Diccionarios. En ese momento comienza la fijación de la ortografía.

Parece que esas letras suplementarias que son inútiles para el que escribe (¡cómo le complican la tarea!) son por el contrario muy útiles para el que lee. Con demasiada frecuencia se olvida que leer, para un adulto al menos, supone reconocer las palabras de una manera casi instantánea.

Pues bien, la d de "pied" —en francés-como la h de "hasta" —en castellano, no son del todo inútiles para el lector; se trata de un detalle suplementario en el trazado de la palabra escrita. No se pone más tiempo para reconocer . la palabra "harina" que para reconocer la simple letra h. Una letra de más no complica el trabajo del lector, sino todo lo contrario, ya que ofrece, suplementariamente, un detalle particulanzador.

La ortografía ha sido hecha para el lector.

Resulta sorprendente —y esclarecedor— comprobar que toda la ortografía nació de una preocupación constante: es necesario que el que lee pueda recobrar, sin el menor equívoco posible, lo que se ha querido decir. Es preciso que encuentre en lo rescrito la lengua que habla.

En nuestros días, este cuidado se duplica por una segunda procupación muy característica de nuestra época: hay que tratar de que el lector pueda leer rápido, lo más rápido posible (siempre, por supuesto, entendiendo lo que lee). Y la ortografía, desde ese punto de vista, parece sumamente útil, puesto que acentúa las diferencias entre las palabras.

Sin embargo, para la escuela, lectura y ortografía son dos problemas claramente separados. A lo sumo se suele afirmar que los alumnos que leen mucho tienen buena ortografía, frase que todos pueden enunciar sin correr gran riesgo de equivocarse...

La utilización de la ortografía por parte de la escuela da motivos para sorprenderse. ¡Habría sido tan sencillo dejar a la ortografía en su papel modesto y fundamental de auxiliar de la comunicación escrita! Entonces, ¿qué ha pasado? Para responder a esta pregunta es preciso retomar la historia de la ortografía desde que la institución escolar asumió la necesidad de respetar —y hacer respetar— un criterio ortográfico único.

La "Ley" ortográfica.

Hemos dicho que después de haber sido totalmente descuidada durante mucho tiempo, en cierto momento la ortografía empieza a despertar en la escuela una atención creciente.

Las razones de esta evolución son difíciles de analizar. Todo lo que se puede afirmar es que durante la mayor parte del siglo XIX y una buena parte del XX, la ortografía ha sido la materia escolar N ° 1 . Es la que más se enseñaba y desempeñaba un papel esencial en las pruebas examinatorias.

Hay que destacar también que se consideraba al dictado como oportunidad de transmitir valores culturales. Y la transmisión de esos valores es una de las funciones fundamentales que debe cumplir La escuela. ¡No hay que asombrarse pues del lugar tomado por la ortografía en nuestro sistema escolar.

Por fin, lo que se debe enseñar es que la ortografía, una vez,que.comenzó a enseñarse, no puede ya ser simplificada. Se podrá admitir que 2 + 2 =5 y 2 + 3 = 4, si todo el mundo está de acuerdo. Pero la decisión debe ser tomada antes de que todo el mundo empiece a aprender. Cuando el aprendizaje ha empezado, ya es demasiado tarde para introducir modificaciones.

Eso ocurre con la ortografía, que ya no se puede cambiar puesto que todos la conocen (deberíamos decir: se considera que todos la conocen...).

La única solución consistiría en restablecer la libertad ortográfica. Pero ¿es posible sin perjuicios para el lector? Son los psicólogos del lenguaje quienes deben responder a esta pregunta. Solo después de ello se podrá encarar la simplificación o la liberación de la ortografía...

Cuando nuestros abuelos aprendían ortografía.

Los primeros métodos utilizados consistían en hacer aprender de memoria lecciones y hacer dictados sobre esas lecciones. A veces se trataba de copias, y lo que se copiaba era tanto una plegaria como un contrato de notario... Los alumnos flojos escribían las lecciones (en general del catecismo) que habían aprendido de memoria: hoy se llamaría a eso "auto-dictado". También se hacían dictados de verdad, casi como los del siglo XX; sin embargo, con una diferencia: el niño deletreaba a medida que escribía. Eran los buenos tiempos de antes: ¡el sigloXVIII!

En el siglo XIX las cosas se ponen más serias. En Francia, por ejemplo, ya no se hacen dictados sobre textos aprendidos, pero se conjuga. Mucha conjugación. Para un principiante, copiar y aprender de memoria dos verbos por semana...

Al comienzo del siglo XIX se ve aparecer —y dura un siglo, aproximadamente— un procedimiento de enseñanza de la ortografía que sor¬prende bastante: la cacografía.

La cacografía.

Consiste en hacer corregir los errores ortográficos contenidos en un texto compuesto especialmente para eso. ¿El resultado? Ofrecemos un ejemplo de cacografía sobre el cual los adultos podrán ensayar. (Pero les aconsejamos que no den semejante ejercicio a sus hijos o a sus alumnos.)

"La sala, casi siempre serrada, me llamaba la atension por sus cortinas blancas, halmidonadas, recogidas con injenuos lasos azules. En el centro, sobre una mesita, descanzaba un cofresillo, cuya tapa lebanté un dia con cautela." (Fernández Moreno, La patria desconocida)

Por aberrante que parezca, es difícil criticar estos ejercicios. Jamás se ha podido probar que eran malos, ni tampoco que fuesen buenos. Esta es una de las características de la enseñanza de la ortografía: jamás se ha probado científicamente, ni se ha intentado probar, que los millares de horas pasados durante una vida de escolar en hacer ejercicios ortográficos servían para algo.

¿Qué se diría de una fábrica que después de casi dos siglos pasara una gran parte de su tiempo en hacer funcionar las máquinas sin saber demasiado si tienen alguna utilidad? Pero volveremos sobre este punto para explicar los cambios que se hacen actualmente en la enseñanza.

El gran problema de los ejercicios.

Para los pedagogos, el problema consistía (como siempre, por otra parte) en hallar ejercicios eficaces para la enseñanza de la ortografía. A mediados del siglo XIX se ve aparecer el texto con blancos, que todos conocemos bien, y que invita a reemplazar una línea de pantos por una palabra elegida entre varias.

Pero los ejercicios —carentes de bases científicas serias (lingüísticas, psicológicas, etc.)— resultan muy insuficientes, y los maestros de fin de siglo pasado dieron pruebas de una imaginación delirante. Un inspector cita el caso de un maestro de escuela primaria que hacía aprender a sus alumnos... ¡el diccionario! Son muchos los autores que han relatado lo que eran las lecciones de ortografía en el siglo pasado. Citemos a Marcel Hennemann:

"Se nos hacía copiar listas de palabras que se nos dictaban al día siguiente. Una falta, pasaba; dos faltas, todavía pasaba; tres faltas, dos golpes de regla sobre los dedos, que nosotros juntábamos poniendo las cinco puntas en un mismo plano; cuatro faltas, cuatro golpes; cinco faltas, seis golpes; por encima de cinco faltas: arrodillarse, un minuto por cada falta, en los zuecos o sobre bolitas colocadas en una bandeja..."

Lo que impresiona más en estas crónicas es el contexto sádico en el cual se hacían, con bastan te frecuencia, las ejercitaciones de ortografía...

El culto del dictado.

El prestigio del dictado ha sido inmenso, y todavía lo es. Sin embargo, se ha probado que los alumnos que nunca hacen dictados son tan buenos en ortografía como los que hacen muchos.

Es que el dictado es cómodo. Permite habituar al niño a lo que vivirá el día del examen. Sobre todo, permite transmitir una cultura: los textos de dictados siempre son textos de grandes autores, muy bien redactados y de una moralidad perfecta...

Lo que molesta del dictado es que también dará lugar a prácticas más o menos sádicas: para muchos niños será una oportunidad de "ganar" frases o palabras para copiar diez veces, cien veces y aun más.

El ritual de las reglas.

El dictado nunca va solo. Siempre ofrece ocasión para descubrir o aplicar reglas ortográficas. Todos los adultos recuerdan las más famosas: "Las palabras terminadas en... se escriben con... excepto..."

¿Qué significan esas reglas? ¿Resultan útiles? Estos son los dos grandes Interrogantes que corresponde plantear a los especialistas en ciencias de la educación.

El, psicólogo responde que un .niño, difícilmente está en condiciones dé utilizar reglas antes de la edad de once años,, aproximadamente._En la escuela primaria, pues, las regías no estarían a la altura de sui edad. ¡No puede sorprendernos entonces que nuestros hijos acumulen, hasta una edad mayor, faltas que resultan de olvidarse la aplicación de una regla! Seguramente los niños más brillantes pueden utilizarlas con provecho antes de esa edad, pero esto debe considerarse como algo bastante excepcional.

Lo común es que los niños no sepan utilizar las reglas que se les hace aprender y recitar de memoria. Los psicólogos de comienzos del siglo ya señalaban esto.

Si a continuación se pregunta a un lingüista qué piensa de las reglas de ortografía, existe el gran peligro de recibir la siguiente respuesta: "¿Las reglas de ortografía? Algunas son exactas, pero un gran número de las que se encuentran en los manuales son falsas... "1

Consideremos, por ejemplo, el caso de las terminaciones en -gía o -jía: solo la observación del modelo puede indicar la ortografía, ya que existe un número casi parejo de palabras que deben escribirse con cada una de esas consonantes y que se oyen exactamente igual. Así, encontramos energía, pedagogía, vigía y cirugía, pero también bujía, herejía, lejía, etcétera.

Este ejemplo ilustra cumplidamente el hecho de que algunas reglas presentadas a los niños pueden ser bastante peligrosas. Y las reglas de ortografía según el uso pueden también llegar a impulsarlos a usar caprichosamente su imaginación... Como la de esos alumnos tan absolutamente seguros de que todo final en -ción o -sión debe llevar acento, que se lo ponen indefectiblemente a toda palabra terminada en -on y por lo tanto escriben que ganaron y perdieron, aunque no pronuncien esas palabras con acento agudo.

Cada regla, además, se refiere a un número de palabras con determinada característica común, pero siempre hay excepciones.

Para la lengua francesa, por ejemplo, se han confeccionado estadísticas sobre la cantidad de excepciones a cada regla, con resultados alarmantes: en algunos casos el número de excepciones resultó casi tan importante como el número de palabras que seguían la regla.

En el capítulo siguiente veremos lo que se debe pensar de las reglas ortográficas. Entretanto, desde ya se puede afirmar que:

Si un niño tiene dificultades en ortografía, es preferible no aumentárselas obligándolo a un uso implacable de las reglas.

1. Esta afirmación es más aplicable al idioma francés. En castellano hay algunas reglas con muchas excepciones, pero no podríamos hablar de "falsedad" de las normas ortográficas. (N. del T.).

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