Historia Verdadera
guille1232 de Agosto de 2011
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LA HISTORIA VERDADERA
En un acto de cortesía detuve mi vehículo en un carreteable de la media Guajira colombiana para recoger a un indígena wayúu que me hizo señas. Muy lejos estaba de presumir las sorpresas que esta relación me traería.
-Que estúpidos son los alijunas- dijo a manera de saludo al subir a bordo.
Era el anochecer de un caluroso día de junio de 1983. Me dirigía a Riohacha, capital del departamento, después de asistir a una reunión con Alaulas (jefes tradicionales) de esa semidesértica región, quienes habían solicitado mi colaboración para frenar el mal trato de que eran víctimas a manos de las autoridades nacionales que los acusaban de atracadores y homicidas.
El problema era generado, básicamente, por dos factores: la ola de delincuencia común desatada por el fin de la llamada bonanza marimbera que dejó una gran cantidad de grupos armados, sin recursos económicos y la ignorancia de las autoridades a cerca de las costumbres, usos y tradiciones del pueblo wayúu (indígenas que habitan ancestralmente la Guajira colombo venezolana).
Los Alaulas suponían que en mi condición de Jefe de Sanidad del departamento de Policía Guajira, cargo que ocupaba hacía 3 años, podía mediar para impedir el mal trato y las vejaciones a que eran sometidos por considerarlos autores de los múltiples actos vandálicos que ocurrían diariamente en las carreteras de la región.
Mi relación con esa comunidad aborigen databa de 5 años cuando realicé el año de servicio social obligatorio en Manaure, pueblo de la región conocido por su explotación de sal marina. Como médico no fue difícil ganarme su confianza a pesar de la prevención de esa comunidad contra las prácticas médicas alópatas.
Un episodio fue, al parecer, quien me abrió las puertas. Se trataba de un niño aborigen, de 2 años de edad, que se recuperó satisfactoriamente de una bronconeumonía acompañada de deshidratación. Sin embargo, a pesar de estar clínicamente estable, comer normalmente y jugar por todo el hospital mantenía la mirada fija hacia arriba. Veía bien pero no movía los ojos.
Nunca había oído hablar de un signo semejante ni lo he encontrado descrito en ningún tratado, ni he obtenido una explicación satisfactoria de ninguno de los neurólogos y pediatras a quienes les he preguntado. No había ningún otro signo ni síntoma de enfermedad.
Transcurrieron varios días hasta una tarde en que deambulaba pensativo por el jardín del hospital cuando encontré un hombre indígena de edad media, que sin preámbulos me dijo en tono amable:
-Su ciencia no le puede ofrecer más a ese niño, ¿verdad?-
-Es cierto- respondí – No sé qué le pasa.
-¿Por qué no permite que la ciencia de él lo intente?- y sin esperar mi respuesta se marchó.
Sorprendido cavilé sobre lo que me quiso decir, asumí que era familiar del pacientico y advertí que me solicitaba que lo enviara al piache (chamán). Aun cuando mis principios éticos me revolvían las entrañas comprendí que no tenía otra opción. Pensar en una remisión en esa época era imposible por la situación socioeconómica de la familia y yo, realmente, no sabía que más hacer.
Sin pensarlo más entré al hospital y le propuse a la familia la posibilidad del piache. Sorprendidos aceptaron gustosos la idea y a la mañana siguiente partieron con la promesa de volver a traer el niño al otro día.
No cumplieron, no regresaron al día siguiente sino tres días después. El niño ya miraba normalmente. ¿Que hizo el piache? ¿Qué tenía el niño? No tengo respuesta a esas preguntas. Lo realmente positivo fue la total recuperación del infante. ¿El corolario? los piaches, en reciprocidad, comenzaron a remitirme pacientes y me abrieron las puertas al afecto de la comunidad. Relación que he logrado mantener hasta el presente.
Como el lector habrá adivinado, el indígena que me hizo la sugerencia fue el mismo que abordó mi vehículo la tarde del inicio de este relato.
Incómodo por una aseveración que me incluía ya que la palabra alijuna en wayunaiky (lengua del pueblo wayúu) significa “no wayúu”, le pregunté a que se refería.
-Si quieren acabar con la violencia y el vandalismo ¿por qué no se reúnen las autoridades con los Alaulas?-
Lo miré intrigado. Yo, realmente no tenía ni idea que hacer. Era verdad que como Jefe de Sanidad de la Policía en La Guajira tenía fácil acceso a los comandos de esa institución y del ejército pero, obviamente, no tenía ningún poder de decisión. Igual cosa me sucedía entre los indígenas, aun cuando contaba con su confianza no tenía ninguna influencia real.
Poco después, al llegar a la carretera pavimentada de la cual estábamos muy cerca, el indígena me solicitó que lo dejara. Detuve el vehículo, cortésmente me dio las gracias y se internó por una trocha.
Dos curiosidades me daban vuelta en la cabeza durante el viaje de retorno: no recordaba haber visto al hombre en la reunión, supuse que podría haber estado en alguno de los ranchos cercanos a la enramada donde se efectuó. La segunda fue el uso que hizo del idioma utilizando palabras poco frecuentes entre los indígenas hispanohablantes y la perfecta pronunciación, no muy frecuente en esa época.
Al llegar a la ciudad me dirigí directamente a hablar con el comandante de la policía a quien le expuse la inquietud y buena voluntad indígena y le propuse la reunión sugerida por mi pasajero ocasional. Me pareció lógico que al reunirse jefes con jefes sería más fácil encontrar soluciones.
Curiosamente la respuesta del comandante fue negativa. Con palabras displicentes manifestó que no creía que eso sirviera para nada. Agradeció mi esfuerzo pero expresó su idea de reprimir con la fuerza la violencia y lo hizo.
A un costo enorme en capital y vidas logró disminuir en un 50% la delincuencia, especialmente en las carreteras, hasta que 7 atracos cometidos en la mañana del 16 de diciembre del mismo 1983 me permitieron convencerlo de hacer el intento.
El 7 de enero del año siguiente se efectuó la primera reunión de Alaulas (18 en total) de un sector específico, el más afectado por la delincuencia, de la carretera que de la capital del departamento conduce a la ciudad de Maicao, con los comandantes del ejército (había transmisión de mando) y un representante del comandante de la policía.
La reunión se efectuó en Caraquitas, ranchería situada 3 Kms al norte del km 42 de la mencionada vía. No se dijo nada especial, simplemente los comandantes fueron corteses con los Alaulas. Se pusieron a sus órdenes al igual que a sus comandos. Se habló de la necesidad de convivir pacíficamente y se escuchó lo que los wayúu quisieron decir, que, básicamente, se redujo a quejas de la actuación de la fuerza pública.
No se efectuaron acuerdos, no se concretó ningún plan de acción, no hubo propuestas interesantes, nada. En mi opinión lo único positivo fue el acercamiento y el apetitoso frichi (asado típico de carnero) con que nos atendieron. Esperaba que, roto el hielo, en las próximas reuniones se encontraran las soluciones.
La sorpresa fue que La Guajira se pacificó como por ensalmo. Ese mes hubo 1 solo atraco y eso en un sector fuera del área de influencia directa de los Alaulas reunidos. Fue tan súbita la pacificación que pocos nos enteramos de la historia. Ni siquiera las autoridades civiles.
Nadie sabía por qué y, al parecer, a nadie le interesó. Ni wayúus ni autoridades entendían el fenómeno pero tampoco lo investigaron. Por mi parte, aun cuando tampoco entendía, si sabía que el milagro estaba en la reunión entre autoridades y Alaulas.
Conociendo la costumbre de las instituciones castrenses de trasladar frecuentemente a sus hombres decidí crear una organización que se llamó el “Consejo de Seguridad indígena guajiro” que, sin embargo, nunca ha conseguido una financiación estable que le permita subsistir. Diera la impresión que a las autoridades no les interesa una seguridad estable.
Recientemente se estableció una zona de atracos muy frecuentes en una región vecina a Riohacha en la carretera que conduce a Valledupar, a la que denominaron “cajero automático”, con el agravante que los atracadores frecuentemente disparaban contras los vehículos. Alguien le refirió al comandante de turno de la Policía la historia del Consejo de Seguridad. Me mandó llamar y con un pequeña apoyo de la gobernación del departamento, en cabeza de su Secretario de Gobierno, efectuamos reuniones con los Alaulas del sector, ocho (8) en total.
Las autoridades estaban preocupadas por la baja asistencia, sin embargo el milagro volvió a operarse. La carretera se pacificó. Claro, la ayuda también se acabó.
En otra ocasión, en 1992 cuando me desempeñaba como director seccional del Instituto de Medicina Legal en La Guajira, fui convocado a una reunión binacional (Colombo venezolana) para tratar el problema de los crecientes cultivos de amapola en la serranía del Perijá.
Asistieron los altos mandos militares y de policía de los departamentos y estados fronterizos conjuntamente con representantes de las dos gobernaciones y los gobiernos centrales. El tema giró en torno a la falta de recursos para combatir el narcotráfico. Todos los asistentes estuvieron de acuerdo. Yo permanecí en silencio, escuchando, hasta cuando fui requerido por el representante
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