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Ideosincracia De El Mexicano


Enviado por   •  12 de Octubre de 2011  •  1.355 Palabras (6 Páginas)  •  996 Visitas

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La muerte es una "fiesta" en la idiosincrasia del mexicano

La cultura mexicana, afianzada en su identidad particular, no distingue entre la vida y la muerte. Todo es vida y la muerte es parte de ella, y no parte final, sino el inicio perpetuo. Todos trascendemos la muerte, porque la muerte nos precede. Sin la muerte de nuestros antepasados no tendríamos vida propia.

Lo que en occidente se llama ‘muerte’, en México es visto como parte de la vida, continuidad, permanencia y renovación, por eso aún el Día de los Muertos, tiene connotación de fiesta, no de un momento de dolor.

Como decía un poeta indígena: “todos tendremos que ir al lugar del misterio”. Para Carlos Fuentes: “si la muerte es inevitable, no puede ser mala” y quizás por ello, los mexicanos se relacionan con ella con mayor frescura y desinhibición dentro de su cultura. Este fenómeno no es generalizado en los otros países latinoamericanos.

Para el mexicano, todos los vivos, cargamos la muerte con nosotros y es nuestra compañera de viaje. Nos alerta ante el peligro y nos recuerda en cada momento nuestra naturaleza perentoria y limitada.

Por ello resulta tan relevante la sobrevivencia y el creciente auge que tiene cada año la celebración del Día de los Muertos, porque con ella nos revelamos, nos revaloramos, reconocemos en nuestras sólidas raíces indígenas el legado que nuestros descendientes continuarán ofrendando a nuestros muertos, para continuar viajando en el interminable camino de la vida, que, con la muerte, sólo significa un cambio de ciclo renovador.

Época prehispánica

Desde el inicio de la humanidad, el hombre emprendió un camino en su proceso cultural, y de alguna manera, al mismo tiempo nació su preocupación por la muerte, que ha sido una constante en el pensamiento humano. La muerte es el misterio de la existencia humana. Un misterio que va unido a lo desconocido, que ha intrigado al hombre y le ha causado miedo. “Al no poder explicar satisfactoriamente el hecho natural de morir, el hombre ha creado una elaborada y complicada cosmogonía, en la que la muerte misericordiosamente deja a un lado su función terminal, para convertirse en una esperanza.

Esperanza de una vida posterior en la que se continúa existiendo y en la que la muerte es simplemente el instrumento que transforma cualitativamente la existencia.

Dentro del ámbito mesoamericano (del área de México, América Central y las Antillas) florecieron importantes culturas. Todas crearon cosmogonías interesantes y relevantes sobre el cotidiano hecho de morir. Sin restarle méritos a ninguna, es importante hablar de las diversas concepciones de la muerte en el pensamiento mexica o azteca.

Creían los mexicas que la vida de todo hombre estaba constituida por tres fluidos vitales: el ‘tonalli’, localizado en la cabeza; el ‘teyolía’, cuyo centro está en el corazón y el ‘ihíyotl’, asentado en el hígado. Gracias a estos tres componentes la vida era posible y todos ellos eran imprescindibles y compartían la misma importancia.

Los antiguos nahuas pensaban que cuando un hombre moría, se producía la desintegración de los tres elementos vitales del cuerpo. La armonía estructural se volvía desarmónica al separarse estos tres elementos, y entonces se desarrollaba el acto de morir.

En la tradición indígena, una vez la muerte había separado los elementos vitales, el alma o ‘teyolía’ del difunto, tenía la posibilidad de ir a cuatro lugares, localizados más allá del mundo terrenal. A ellos se accedía, no por el buen o mal comportamiento que se había llevado en vida, sino por la forma de morir, por el grupo social al que se había pertenecido en vida.

Los niños de pecho, que no habían llegado a probar el maíz y por lo tanto, desconocían el significado de la actividad sexual, iban al morir a un lugar denominado, ‘Chichihualcuauhco’ o ‘Tonacuauhititlan’, en el que permanecían hasta que les era dado el momento de retornar a la tierra para vivir una segunda vida.

Las almas de los muertos que habían tenido una muerte común y corriente, llegaban al ‘Mictlán’. Aquí se albergaban los difuntos de poca importancia que no habían sido elegidos para integrarse a una divinidad o para convertirse en dioses. Cuando llegaban hacían entrega de todos los aperos que llevaban consigo para que fuesen destruidos. El camino del

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