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LA DISRUPCION

SANTORTEGA27 de Enero de 2015

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LA DISRUPCIÓN

ÍNDICE

1. EL FENÓMENO DE LA DISRUPCIÓN

- Reflexiones generales

- Centrar el problema: ¿Qué es la disrupción?

- Las cifras

- ¿Qué pasa con el profesorado?

- Cambios necesarios en el profesorado

- ¿Qué pasa con el alumnado?

- Algunas consecuencias de la disrupción

2. LA PREVENCIÓN

3. EL DIAGNÓSTICO EN EL AULA: EL BALANCÍN ACTITUDINAL

4. LA INTERVENCIÓN

- La planificación desde el centro: El sistema de diques de Juan Vaello

1- Las advertencias

2- Los compromisos

3- Las sanciones

4- La derivación

- Estrategias de cada profesor/a (primer dique)

- Estrategias colectivas: equipos docentes (primer dique)

5. ESTRATEGIAS PARA DETERMINADOS PERFILES DE ALUMNADO

- El gracioso

- El pasivo

- El distraído

- El agresivo

6. ESTILOS DEL PROFESORADO

1. EL FENÓMENO DE LA DISRUPCIÓN

Reflexiones generales

A pesar de los problemas que el alumnado pueda traer del entorno al centro (familia, calle, ocio centrado en pantallas…) y de la obligatoriedad de la educación hasta los dieciséis años, nuestro estilo docente y las medidas educativas que tomamos determina buena parte de actitudes y conductas que se presentan en el aula.

Cada vez más, observamos como problemas extendidos en una parte el alumnado la desmotivación, la falta de esfuerzo, la falta de expectativas de éxito, el aburrimiento que provoca en él la reflexión y el conocimiento. El alumnado actual se ha educado en la cultura del espectáculo, que fomenta la hiperestimulación sensorial (lo rápido, visual y acústico), lo narrativo anecdótico y superficial, el individualismo y la dificultad para aceptar normas (Ferrés 2007).

La televisión da respuestas a preguntas que nuestros jóvenes aún no se han hecho. Junto con el resto de las pantallas que frecuentan, los centros tenemos una gran competencia de estímulos alternativos, más divertidos para ellos que los que ofrecemos y que además les produce una satisfacción inmediata, cosa que no sucede siempre con el conocimiento. Todo ello dificulta o incluso impide la reflexión y provoca diferentes grados de rechazo hacia la cultura escrita.

La disrupción es un reflejo de la vida familiar y de la sociedad en que vivimos. Hay que tener en cuenta igualmente el momento evolutivo del alumnado: el adolescente necesita evitar el aburrimiento y las tareas difíciles, llamar la atención, reafirmar su identidad, buscar un lugar en su grupo, mostrar su valor a través de la rebeldía…

También intervienen factores más concretos, que tienen su raíz dentro de la propia escuela, aunque estén influidos por los anteriores. El más general es la diferente y parcial percepción que tenemos de la disrupción los distintos sectores que componemos el centro: los alumnos la adjudican a que “el instituto es un rollo y los profes aburridos”, las familias se dividen entre quienes opinan que carecemos de autoridad y quienes creen que “nos pasamos” de duros y exigentes. El profesorado, por lo general, cree que el problema no es suyo, sino del alumnado y de sus familias. Esta percepción tan distinta supone un serio problema para atajar la disrupción.

Ante estos y otros factores de influencia, cabe la queja; pero debemos dejar de lado los factores ajenos al centro, porque no está en nuestra mano cambiarlos. Sin embargo, sí hay que tenerlos en cuenta para entender al alumnado y para saber qué influencias negativas hemos de contrarrestar. Hemos hecho planes de convivencia en nuestros centros educativos, pero si en ellos no se toca el aula, todo puede quedar en cosmética. Y en el aula está el profesorado, un conjunto de profesionales que tenemos derecho a dar clase en las debidas condiciones. Además debemos asegurar que pueda aprender quien quiere e intentar que “se enganche” quien no quiere. Es esta una difícil tarea para la cual conviene formarse.

Centrar el problema: ¿Qué es la disrupción?

En principio, la disrupción es un tipo de conflicto, puesto que surge de un desacuerdo entre dos partes con intereses contrapuestos: quienes quieren que el aula sea un espacio de enseñanza-aprendizaje y quienes no lo quieren. Situar el fenómeno como conflicto es importante porque, si no nos reconocemos como parte de ese conflicto, es difícil que trabajemos en su solución. Es posible, entonces, que busquemos culpables y es seguro que los encontremos: la parte del alumnado que nos impide trabajar en condiciones y que dificulta el aprendizaje de quienes quieren aprender. La otra parte en conflicto probablemente hará lo mismo: encontrará como culpable al profesorado y a los empollones aburridos que solo les va el rollo estudio.

Este conflicto se manifiesta en comportamientos no necesariamente violentos, ni siquiera agresivos, que dificultan en el normal desarrollo de las clases. Determinados alumnos o alumnas, con intención o sin ella, torpedean nuestro trabajo y la actividad del resto de la clase, mediante conductas que desgastan al docente.

La complejidad del fenómeno reside en que lo que se percibe es un conjunto de conductas disruptivas, a las que subyacen creencias y valores que contribuyen a generar disrupción. Tratamos aquí lo visible (las conductas); más adelante veremos las creencias y valores que influyen en ellas.

Hablamos, pues, de un conjunto de conductas inapropiadas. Así se suele definir el fenómeno, pero ¿qué es inapropiado?, ¿de qué depende? Entre otras cuestiones, de las siguientes:

El nivel de tolerancia de cada docente (distinto de un grupo o curso a otro).

Nuestro estado de ánimo, la hora de clase, el planteamiento didáctico de la asignatura…

La relación profesorado-alumnado.

Así, la percepción de las “conductas disruptivas” depende mucho de cada cual: encontrar papeles en el suelo, que alguien llegue tarde, que se siente con posturas “extrañas” no son conductas valoradas del mismo modo por distintos docentes. Por ello es importante que nos pongamos de acuerdo sobre qué conductas disruptivas queremos trabajar, centrándonos en las que más distorsionan el ambiente del aula. Si no llegáramos a acuerdos en equipos docentes, debemos aclarar, cada cual en su clase, qué necesitamos para que las cosas funcionen.

Para unificar criterios, convendría partir de un listado de conductas y elegir en un determinado equipo docente aquellas que más dificultan dar la clase. Se puede utilizar un registro de conductas similar al siguiente:

En cuanto a las normas

Retrasar el comienzo de la clase.

Pintar o escribir en las mesas.

Ensuciar la clase.

Lanzar objetos.

Romper deliberadamente.

Comer.

Hacer ruidos que distraen o gritar.

Hablar a destiempo, interrumpir sin levantar la mano.

Levantarse sin permiso.

Pedir ir al baño con frecuencia.

Respecto a las tareas

Tardar en sacar el material o guardarlo antes de tiempo.

Sacar objetos que distraigan la atención.

No traer material.

No querer hacer una tarea.

Perder el tiempo sin trabajar.

Hacer comentarios ofensivos sobre la tarea.

Preguntar insistentemente para retrasar la clase.

Hacer tareas de otras materias. Respecto al profesor

No aceptar indicaciones respecto la conducta.

Protestar o quejarse con tono impertinente.

Amenazar.

Ofender o insultar.

Salir del aula sin permiso.

Con los compañeros

Empujar o pegar.

Hacer gestos ofensivos o insultar.

Esconder o quitar cosas.

Reírse de otros.

Pelearse.

Negarse a trabajar con algún compañero/a.

Otras:

(Adaptado de Fernández 2002).

Las cifras

Las cifras que siguen son aproximadas y están extraídas del estudio de Pedro Uruñuela (2005) sobre partes de disciplina en diez centros de secundaria de Madrid Sur. Según dicho estudio, la disrupción se centra principalmente en 2º y 3º de ESO: más de dos partes de expulsión por alumno/a y curso. El 25% de ellos repiten, por lo que la repetición de curso se asocia a la disrupción. Solo un tercio son chicas, debido a la distinta evolución en el aprendizaje de normas según los géneros.

Las profesoras ponen un número de partes bastante más elevado que los profesores, dato explicado por el hecho de que los chicos con conductas disruptivas aceptan peor la autoridad en general y, en particular, la de una mujer. Un 24% de los alumnos/as acumulan el 64% de los partes.

Octubre, noviembre y marzo son los meses que más partes generan. En marzo se justifica por el cansancio acumulado por todos; sin embargo, en los dos primeros meses del curso parece que el número de partes va asociado a una recepción inicial defectuosa, pobre y poco cuidada por parte del centro y de cada uno de los profesores/as.

En contra de la percepción general del profesorado, los dos primeros días de la semana son más problemáticos,. Parece que conforme avanza la semana, no es que disminuyan las conductas disruptivas, sino que nos vamos acomodando a ellas.

Las horas 3ª y 4ª son peores que el resto, lo cual se relaciona con los periodos de descanso. Dos recreos breves son más aconsejables que uno solo.

Respecto a las

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