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LA ESTRUCTURA NORMATIVA DE LA CIENCIA


Enviado por   •  19 de Noviembre de 2012  •  5.670 Palabras (23 Páginas)  •  655 Visitas

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LA ESTRUCTURA NORMATIVA DE LA CIENCIA

Robert K. Merton

Reproducido de: Merton, Robert K. La Sociología de la ciencia, 2. Madrid, Alianza Editorial. pp. 355-368.

Publicado originalmente con el título "Science and Technology in a Democratic Order", en Journal of Legal and Political Sociology, 1 (1942), 115126, publicado luego con el título "Science and Democratic Social Structure" en Robert K. Merton, Social Structure and Social Theory.

La ciencia, como otras actividades que involucran la colaboración social, está sujeta a variadas fortunas. Por difícil que la idea pueda parecer a quienes se han educado en una cultura que otorga a la ciencia un papel prominente, si no dominante, en el esquema de las cosas, es evidente que la ciencia no es inmune al ataque, las restricciones y la represión. Veblen, hace un tiempo, pudo señalar que la fe de la cultura occidental en la ciencia era ilimitada, indiscutida y sin rival. La revuelta contra la ciencia, que entonces parecía tan improbable como para preocupar solamente a los tímidos académicos que sopesaban todas las contingencias, por remotas que fueran, ahora ha obligado a que le presten atención científicos y legos por igual. El contagio local del anti-intelectualismo amenaza hacerse epidémico.

Ciencia y sociedad

Los ataques incipientes y manifiestos contra la integridad de la ciencia ha conducido a los científicos a reconocer su dependencia de tipos particulares de estructura social. Las asociaciones de científicos han dedicado manifiestos y declaraciones a las relaciones entre la ciencia y la sociedad. Una institución atacada debe reexaminar sus fundamentos, reformular sus objetivos y buscar su justificación. La crisis invita a una autoevaluación. Ahora que han debido enfrentarse a los desafíos a su modo de vida, los científicos se han visto obliga dos a tomar conciencia de sí mismos, como elementos que forman parte de la sociedad y que tienen obligaciones e intereses (1). La torre de marfil se hace indefendible cuando sus murallas son sometidas a un prolongado asalto. Después de un largo período de relativa seguridad, durante el cual la prosecución y difusión del conocimiento se elevó a un importante lugar, si no al primer rango en la escala de valores culturales, los científicos se ven obligados a justificar ante el hombre los modos de obrar de la ciencia. Así, han recorrido todo el círculo que los ha llevado de vuelta al punto de partida de la ciencia en el mundo moderno. Hace tres siglos, cuando la institución de la ciencia poseía escasos títulos propios para reclamar apoyo social, también los filósofos de la naturaleza tuvieron que justificar la ciencia como un medio para lograr los fines culturalmente convalidados de la utilidad económica y la glorificación de Dios. La actividad científica, pues, no era un valor evidente por sí mismo. Pero con la interminable serie de éxitos, lo instrumental se transformó en lo final, el medio en el objetivo. Así fortalecido, el científico llegó a considerarse independiente de la sociedad, y a la ciencia como una empresa que se validaba a sí misma, que estaba en la sociedad pero que no le pertenecía. Se necesitó un ataque frontal a la autonomía de la ciencia para convertir este aislamiento confiado en una participación realista en el conflicto revolucionario de las culturas. La discusión del problema ha llevado a la clarificación y reafirmación del ethos de la ciencia moderna.

"Ciencia" es un palabra engañosamente amplia que se refiere a una variedad de cosas distintas, aunque relacionadas entre sí. Comúnmente, se la usa para denotar: (1) un conjunto de métodos característicos mediante los cuales se certifica eI conocimiento; (2) un acervo de conocimiento acumulado que surge de la aplicación de estos métodos; (3) un conjunto de valores y normas culturales que gobiernan las actividades científicas; (4) cualquier combinación de los elementos anteriores. Aquí nos ocuparemos, de manera preliminar, de la estructura cultural de la ciencia, esto es, de un aspecto limitado de la ciencia como institución. Así, consideraremos, no los métodos de la ciencia, sino las normas con las que se los protege. Sin duda, los cánones metodológicos son a menudo tanto expedientes técnicos como obligaciones morales, pero sólo de las segundas nos ocuparemos aquí. Este es un ensayo sobre sociología de la ciencia, no una incursión por la metodología. Análogamente, no abordaremos aquí los hallazgos sustantivos de las ciencias (hipótesis, uniformidades, leyes), excepto en la medida en que sean atinentes a los sentimientos sociales estandarizados hacia la ciencia. Esto no es una aventura por la polimatía.

El ethos de la ciencia

El ethos de la ciencia es ese complejo, con resonancias afectivas, de valores y normas que se consideran obligatorios para el hombre de ciencia (2). Las normas se expresan en forma de prescripciones, proscripciones, preferencias y permisos. Se las legitima en base a valores institucionales. Estos imperativos, trasmitidos por el precepto y el ejemplo, y reforzados por sanciones, son internalizados en grados diversos por el científico, moldeando su conciencia científica o, si se prefiere la expresión de moda, su superego. Aunque el ethos de la ciencia no ha sido codificado (3), se lo puede inferir del consenso moral de los científicos tal como se expresa en el uso y la costumbre, en innumerables escritos sobre el espíritu científico y en la indignación moral dirigida contra las violaciones del ethos.

El examen del ethos de la ciencia moderna sólo es una introducción limitada a un problema mayor: el estudio comparativo de la estructura institucional de la ciencia. Aunque las monografías detalladas que reúnen los necesarios materiales comparativos son escasas y dispersas, proporcionan cierta base para el supuesto provisional de que "se brinda oportunidad de desarrollo a la ciencia en un orden democrático que se halle integrado con el ethos de la ciencia". Esto no significa que la actividad científica esté limitada a las democracias (4). Las más diversas estructuras sociales han brindado apoyo a la ciencia en cierta medida. Sólo basta recordar que la Accademia del Cimento fue patrocinada por dos Médicis; que Carlos II reclama la atención histórica por su concesión de una carta a la Royal Society de Londres y su patrocinamiento del Observatorio de Greenwich; que la Académie des Sciences se fundó bajo los auspicios de Luis XIV, por consejo de Colbert; que, instado por Leibniz, Federico I dio fondos a la Academia de Berlín; y que la Academia de Ciencias de San Petersburgo fue creada por Pedro el Grande (para refutar la idea de que los rusos

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