LA GLOBALIZACION
lilpolanco25 de Noviembre de 2012
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MUNDIALIZACION COMO ALTERNATIVA PARA EL DESARROLLO Y HERRAMIENTA PARA EL HACERCAMIENTO DE LOS PUEBLOS.
En la actualidad resulta imposible cualquier debate sobre Globalización sin ciertas precisiones terminológicas, conceptuales e ideológicas, sin establecer las bases desde las que dialogar. En este nuevo escenario de Babel se hace más urgente que nunca, no un idioma que anule a los demás, sino instrumentos de transferencia, de traducción, entre las diferentes lenguas, dialectos e idiolectos. No se trata de construir nuevos territorios que anulen o superen a los otros, sino de establecer espacios de desterritorialización, res nullíus, tierras de nadie (o de todos) que puedan ser habitadas sin prevalencias ni imposiciones, experimentadas como lugares de tránsito. Hemos de reconstruir y reconstituir el espacio de lo público en el que se ejercite el sentido profundo de comunidad.
El término «globalización» –creación léxica del mundo anglosajón y especialmente norteamericano de la economía y el negocio- aparece por vez primera en el Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia en su 22ª edición, de octubre de 2001 y queda definido, restrictivamente, como «Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales». Decimos que la definición es restrictiva porque se refiere al fenómeno desde su dimensión económica, sin duda la más visible y la más problemática, pero obvia otras dimensiones igualmente importantes para el futuro. Aparece en esta edición, además, globalizador («que globaliza») y globalizar («universalizar»). No aparece, sin embargo, la palabra «mundialización», con la que los franceses (mondialisation) han resistido la globalización impositiva del lenguaje, ya que en las lenguas romances se suele aludir al mundo y no al globo. Un doblete que, como veremos, junto con los otros neologismos derivativos, hace más compleja una definición previa del fenómeno.
Sin embargo, con sus limitaciones, la definición del DRAE no carece de realismo:
1) Más que un hecho consumado, la globalización es una tendencia. Tendencia que, por cierto, puede ser reforzada o desmontada, según la capacidad de los ciudadanos de recuperar el dominio sobre sus propios destinos o dejarse llevar por una dinámica ciega y aparentemente imparable;
2) Esta tendencia, más que de los ciudadanos, los pueblos, las culturas o el conocimiento, lo es de las empresas y los mercados: la conciencia de la globalización, más que como un imperativo ético, social o cultural de la esencial identidad entre todos los seres humanos en tanto que humanos, aparece como un imperativo de naturaleza económica, que posterga y desplaza la dimensión política de los agenciamientos humanos, tal y como había quedado establecida en los orígenes de la modernidad euro-occidental;
3) La tendencia o dinámica globalizadora es expansiva: se trata de extenderse, superando las fronteras o límites nacionales. El Estado-nación, creado como necesidad del despliegue de la organización de la economía, la política, la sociedad y la cultura, ha quedado atrás y obstaculiza los intereses de los mercados y de las empresas transnacionales. Este globalismo económico es esencialmente desregulador: cuestionadas las reglas de la protección social y de otros muchos valores que exceden lo económico, parece prepararse un territorio selvático en el que muchos no tienen empacho en admitir como eslogan el homo homini lupus de Hobbes. Pero más allá de este tipo de impulsiones, incluso la globalización actual está constituida por una serie compleja de procesos cuyas interacciones y resultantes no son fáciles de calcular, ni siquiera para quienes creen tener en sus riendas el control de este mundo desbocado.
Aunque las razones invocadas para justificar la integración latinoamericana han cambiado en el tiempo y de acuerdo a los modelos de desarrollo que se han considerado más convenientes o más adecuados a las circunstancias nacionales e internacionales, los objetivos de la integración han sido los mismos desde que las naciones de América Latina obtuvieron su independencia.
Durante la segunda parte del siglo veinte se ha intentado el acercamiento entre los países preferentemente por la vía económica, siguiendo el modelo de los países europeos. La integración económica se ha considerado y se ha justificado, sin embargo, no sólo como un fin por sí misma sino también como un medio para avanzar hacia la formación de una comunidad latinoamericana.
La homogeneidad cultural e histórica -en cuanto a idioma, religión y tradición jurídica- y la continuidad geográfica han hecho pensar que la formación de una comunidad de naciones latinoamericanas no encontraría los obstáculos presentes en otras latitudes y permitiría una realización más plena de la identidad y las potencialidades de la región. Los niveles de desarrollo relativamente similares de los países del área contribuirían en el mismo sentido.
La independencia de la mayoría de los países del Caribe y el acercamiento entre ellos y de ellos con los otros de América Latina ha ampliado el concepto y el alcance geográfico de una posible comunidad, la cual ahora se concibe en términos de América Latina y el Caribe.
La participación activa en los asuntos internacionales y una mayor gravitación de la región a nivel mundial con el objeto de defender los intereses propios y los principios generales que inspiran la política internacional de los países latinoamericanos -tales como la paz mundial, el desarrollo equitativo y la promoción de los derechos humanos- constituye una razón adicional en favor de su integración.
La diversidad de enfoques posibles ha determinado que las características de la comunidad latinoamericana y del Caribe no se hayan definido. Sin embargo, se entiende que la paz regional y el sistema democrático de gobierno serían factores constitutivos de la misma.
El desarrollo de las potencialidades económicas de la región y el logro de niveles de vida adecuados para su población han sido otros de los objetivos de la integración latinoamericana.
En el pasado, la variedad y calidad de las riquezas naturales y la ubicación geográfica de América Latina condujeron a pensar en que sus países tenían las condiciones necesarias para alcanzar avanzados estadios de desarrollo. La explotación de tales recursos naturales, sin embargo, no dio lugar a la formación de economías dinámicas capaces de sostener su propio crecimiento. La complementación de sus capacidades productivas para formar una masa crítica suficiente para generar un crecimiento autosostenido en la región se convirtió por ello en un objetivo compartido.
Esto requería incrementar los vínculos económicos. Entre ellos, el intercambio comercial jugaba un papel de primera importancia. Sin embargo, los flujos comerciales interregionales eran escasos y no se contaba con la infraestructura física ni organizativa para incrementarlos de manera significativa. Tampoco tenían la mayoría de las economías nacionales las condiciones necesarias para desarrollar por sí mismas los sectores más dinámicos de la economía moderna y los que incorporaban los mayores avances tecnológicos.
La división internacional del trabajo prevaleciente hasta la segunda guerra mundial, según la cual les correspondía a los países de América Latina ser exportadores de materias primas, contribuyó a orientar a las economías nacionales latinoamericanas hacia los grandes centros industriales y depender del comercio con ellos para proveerse de bienes manufacturados. No existía, por tanto, un estímulo económico inmediato para vincular entre sí a las economías de la región. A lo que se añadían los obstáculos políticos y administrativos que dificultaban un mayor acercamiento.
El propio crecimiento de las economías nacionales, sin embargo, fue creando condiciones para una complementación de las economías nacionales que potenciara sus posibilidades de desarrollo. Los mercados nacionales se hacían cada vez más insuficientes para las actividades domésticas y no permitían incorporar los avances tecnológicos, las escalas de producción y los métodos de organización requeridos para alcanzar mayores niveles de desarrollo. De esta forma la complementación económica, además de ser una aspiración, pasó a convertirse en una necesidad.
La complementación económica se planteó en términos de crecimiento y de mejoramiento de los niveles de vida de la población, tomando en cuenta los diferentes grados de desarrollo de los países participantes. Por ello se ha expresado como la promoción de un desarrollo "equilibrado y armónico". Las tendencias de la economía mundial hacia la globalización y el libre comercio y la percepción de que la región debía encontrar una nueva forma de inserción internacional llevaron también a hacer de la capacidad de exportar un objetivo,
La necesidad de complementación de esfuerzos se presenta no sólo en los aspectos económicos sino también en los sociales. La insuficiencia del desarrollo regional tiene una de sus expresiones más visibles en las condiciones en las cuales deben vivir las grandes mayorías. La carencia de servicios mínimos en educación, salud y vivienda; la incapacidad de los aparatos productivos para crear empleo suficiente; así como la extensión de la pobreza en amplios grupos de la población, constituyen una de las mayores debilidades de las sociedades latinoamericanas y retardan sus posibilidades de desarrollo económico.
La experiencia de situaciones adversas que son comunes a los países de la región ha acentuado la necesidad de realizar esfuerzos
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