LA LIBERTAD COMO PROBLEMA PSICOLÓGICO
kairon_maxTesis15 de Abril de 2014
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CAPÍTULO I
LA LIBERTAD COMO PROBLEMA
PSICOLÓGICO
LA HISTORIA moderna, europea y americana, se
halla centrada en torno al esfuerzo que tiende a romper
las cadenas económicas, políticas y espirituales que
aprisionan a los hombres. Las luchas por la libertad
fueron sostenidas por los oprimidos, por aquellos que
buscaban nuevas libertades en oposición con los que
tenían privilegios que defender. Al luchar una clase
por su propia liberación del dominio ajeno creía hacerlo
por la libertad humana como tal y, por consiguiente,
podía invocar un ideal y expresar aquella
aspiración a la libertad que se halla arraigada en todos
los oprimidos. Sin embargo, en las largas y virtualmente
incesantes batallas por la libertad, las clases
que en una determinada etapa habían combatido
contra la opresión, se alineaban junto a los enemigos
de la libertad cuando ésta había sido ganada y les era
preciso defender los privilegios recién adquiridos.
A pesar de los muchos descalabros sufridos, la
libertad ha ganado sus batallas. Muchos perecieron en
ellas con la convicción de que era preferible morir en
la lucha contra la opresión a vivir sin libertad. Esa
muerte era la más alta afirmación de su individualidad.
La historia parecía probar que al hombre le era
posible gobernarse por sí mismo, tomar sus propias
decisiones y pensar y sentir como lo creyera conveniente.
La plena expresión de las potencialidades del
hombre parecía ser la meta a la que el desarrollo social
se iba acercando rápidamente. Los principios del
liberalismo económico, de la democracia política, de
la autonomía religiosa y del individualismo en la vi28
ERICH FROMM
da personal, dieron expresión al anhelo de libertad
y al mismo tiempo parecieron aproximar la humanidad
de su plena realización. Una a una fueron quebradas
las cadenas. El hombre había vencido la dominación
de la naturaleza, adueñándose de ella; había
sacudido la dominación de la Iglesia y del Estado absolutista.
La abolición de la dominación exterior parecía
ser una condición no sólo necesaria, sino también
suficiente para alcanzar el objetivo acariciado:
la libertad del individuo.
La guerra mundial1 fue considerada por muchos
como la última guerra; su terminación, como la victoria
definitiva de la libertad. Las democracias ya
existentes parecieron adquirir nuevas fuerzas, y al
mismo tiempo nuevas democracias surgieron para
reemplazar a las viejas monarquías. Pero tan sólo habían
transcurridos pocos años cuando nacieron otros
sistemas que negaban todo aquello en que los hombres
habían creído y cuyo logro costara tantos siglos
de lucha. Porque la esencia de tales sistemas, que se
apoderaron de una manera efectiva e integral de la
vida social y personal del hombre, era la sumisión de
todos los individuos, excepto un puñado de ellos, a
una autoridad sobre la cual no ejercían vigilancia
alguna.
En un principio, muchos hallaban algún aliento en
la creencia de que la victoria del sistema autoritario
se debía a la locura de unos cuantos individuos y
que, a su debido tiempo, esa locura los conduciría al
derrumbe. Otros se satisfacían con pensar que al pueblo
italiano, o al alemán, les faltaba una práctica suficiente
de la democracia, y que, por lo tanto, se podía
esperar sin ninguna preocupación el momento en
que esos pueblos alcanzaran la madurez política de
las democracias occidentales. Otra ilusión común, qui-
1 El autor se refiere aquí a la guerra de 1914-1918. [T.]
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zá la más peligrosa de todas, era el considerar que
hombres como Hitler habían logrado apoderarse del
vasto aparato del Estado sólo con astucias y engaños;
que ellos y sus satélites gobernaban únicamente por
la fuerza desnuda y que el resto de la población oficiaba
de víctima involuntaria de la traición y del terror.
En los años que han transcurrido desde entonces, el
error de estos argumentos se ha vuelto evidente. Hemos
debido reconocer que millones de personas, en
Alemania, estaban tan ansiosas de entregar su libertad
como sus padres lo estuvieron de combatir por
ella; que en lugar de desear la libertad buscaban caminos
para rehuirla; que otros millones de individuos
permanecían indiferentes y no creían que valiera la
pena luchar o morir en su defensa. También reconocemos
que la crisis de la democracia no es un problema
peculiar de Italia o Alemania, sino que se plantea
en todo Estado moderno. Bien poco interesan los
símbolos bajo los cuales se cobijan los enemigos de
la libertad humana: ella no está menos amenazada
si se la ataca en nombre del antifascismo o en el del
fascismo desembozado 2. Esta verdad ha sido formulada
con tanta eficacia por John Dewey, que quiero
expresarla con sus mismas palabras: "La amenaza
más seria para nuestra democracia —afirma—, no es
la existencia de los Estados totalitarios extranjeros.
Es la existencia en nuestras propias actitudes personales
y en nuestras propias instituciones, de aquellos
mismos factores que en esos países han otorgado
la victoria a la autoridad exterior y estructurado la
disciplina, la uniformidad y la confianza en el 'líder'.
Por lo tanto, el campo de batalla está también
2 Uso del término fascismo o autoritarismo para denominar
un sistema dictatorial del tipo alemán o italiano. Cuando
me refiera especialmente al sistema alemán, lo llamaré
nazismo.
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aquí —en nosotros mismos y en nuestras instituciones"
3.
Si queremos combatir el fascismo debemos entenderlo.
El pensamiento que se deje engañar a sí mismo,
guiándose por el deseo, no nos ayudará. Y el
reclamar fórmulas optimistas resultará anticuado e
inútil como lo es una danza india para provocar la
lluvia.
Al lado del problema de las condiciones económicas
y sociales que han originado el fascismo se halla
el problema humano, que precisa ser entendido. Este
libro se propone analizar aquellos factores dinámicos
existentes en la estructura del carácter del hombre
moderno, que le hicieron desear el abandono de
la libertad en los países fascistas, y que de manera
tan amplia prevalecen entre millones de personas de
nuestro propio pueblo.
Las cuestiones fundamentales que surgen cuando
se considera el aspecto humano de la libertad, el ansia
de sumisión y el apetito del poder, son éstas:
¿Qué es la libertad como experiencia humana? ¿Es el
deseo de libertad algo inherente a la naturaleza de los
hombres? ¿Se trata de una experiencia idéntica, cualquiera
que sea el tipo de cultura a la cual una persona
pertenece, o se trata de algo que varía de acuerdo con
el grado de individualismo alcanzado en una sociedad
dada? ¿Es la libertad solamente ausencia de presión
exterior o es también presencia de algo? Y, siendo así,
¿qué es ese algo? ¿Cuales son los factores económicos y
sociales que llevan a luchar por la libertad? ¿Puede la
libertad volverse una carga demasiado pesada para el
hombre, al punto que trate de eludirla? ¿Cómo ocurre
entonces que la libertad resulta para muchos una
meta ansiada, mientras que
3 John Dewey, Freedom and Culture, Londres, Alien &
Unwin, 1940. (Hay traducción castellana: Libertad y Cultura,
Rosario, Ed. Rosario, 1946. [T.]
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para otros no es más que una amenaza? ¿No existirá
tal vez, junto a un deseo innato de libertad, un
anhelo instintivo de sumisión? Y si esto no existe,
¿cómo podemos explicar la atracción que sobre tantas
personas ejerce actualmente el sometimiento al
"lider"? ¿El sometimiento se dará siempre con respecto
a una autoridad exterior, o existe también en
relación con autoridades que se han internalizado4,
tales como el deber, o la conciencia, o con respecto a
la coerción ejercida por íntimos impulsos, o frente a
autoridades anónimas, como la opinión pública? ¿Hay
acaso una satisfacción oculta en el sometimiento? Y
si la hay, ¿en qué consiste? ¿Qué es lo que origina
en el hombre un insaciable apetito de poder? ¿Es el
impulso de su energía vital o es alguna debilidad fundamental
y la incapacidad de experimentar la vida
de una manera espontánea y amable? ¿Cuáles son las
condiciones psicológicas que originan la fuerza de esta
codicia? ¿Cuáles las condiciones sociales sobre que se
fundan a su vez dichas condiciones psicológicas?
El análisis del aspecto humano de la libertad y de
las fuerzas autoritarias nos obliga a considerar un
problema general, a saber: el que se refiere a la función
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