LA NATURALEZA DE LA MEMORIA
sidav2 de Mayo de 2013
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LA NATURALEZA DE LA MEMORIA
Annie Besant
Con artículo de H.P. Blavatsky
Un aporte de:
Capítulo 01
La Memoria
La memoria es una función de la mente, y la respuesta dada a la pregunta “¿Qué es la Memoria? Debe cambiarse en la respuesta dada a una pregunta más importante: ¿Qué es la Mente?”. ¿Es un Yo o un Ego, del que la Mente, como sabemos ahora, forma parte? ¿O es la mente tan sólo el resultado de la materia en movimiento, o sea que el Yo no tiene una existencia real? ¿Acaso es la mente algo más que una sucesión siempre cambiante de percepciones y cúmulos de percepciones, y éstas son el resultado de la actividad nerviosa que responde a los estímulos periféricos y centrales? ¿O es un modo definido de ser, con percepciones et hoc genus omne tan materiales como aquello en que se ocupa, con facultades que percibe, reproduce, recoge, concibe; pero no tanto como un todo que ha de identificarse con sus actividades funcionales como el cuerpo en su conjunto consiste en comer, respirar y digerir?
El famoso argumento de Hume, en las secciones quinta y sexta de su “Tratado de la Naturaleza Humana”, parte IV, será familiar al estudiante, pero aquí deseo recordar los resultados de su introspección:
“Por mi parte, cuando penetro más íntimamente en lo que llamo yo mismo, siempre tropiezo con una u otra percepción particular, de calor o frío, de luz o sombra, de dolor o placer. Jamás puedo captarme YO MISMO, en ningún momento sin una percepción. Cuando, por algún tiempo, pierdo mis percepciones, como en un sueño profundo, me siento insensible de MÏ MISMO, y puedo creer que realmente he dejado de existir. Y si mis percepciones las perdiese por la muerte, y no pudiera ya pensar ni sentir, ni ver, ni vivir, ni odiar, tras la disolución de mi cuerpo, estaría completamente aniquilado, pues no concibo qué sería necesario para convertirme en una perfecta no entidad. Si alguien, después de una reflexión elevada y carente de prejuicios, piensa tener una noción distinta de sí mismo, debo confesar que no podré razonar con él. Lo único que puedo concederle es que puede tener razón, lo mismo que yo, y que somos esencialmente diferentes en este particular. El puede quizá percibir algo sencillo y continuado a lo que llama sí mismo, aunque estoy seguro de que en mí no existe tal principio. Pero, dejando de lado a algunos metafísicos de este estilo, me aventuro a afirmar acerca del resto de la Humanidad, que solamente se trata de un puñado o una colección de percepciones diferentes, que triunfan entre sí con inconcebible rapidez, y se hallan en perpetuo flujo y movimiento.”.
En consecuencia, Hume niega la existencia del Yo y explica que la sensación de la identidad personal se deriva de las relaciones entre los objetos percibidos.
¿Es la mente una colección de Percepciones?
Pero al leer toda la argumentación resulta imposible permanecer inconsciente a la naturaleza auto contradictoria de las expresiones usadas. “Cuando penetro … siempre tropiezo con una u otra Percepción”. ¿Qué es el Yo que tropieza con una percepción y puede observarla y reconocerla? ¿Es en sí mismo una Percepción? Y si es así ¿de qué? ¿Puede una percepción de un “conjunto” percibir otras percepciones del mismo conjunto y separándose de sus iguales escrutar el resto y reconocerlas como un conjunto? Este argumento implica que algo observa las percepciones y que asigna a cada una su nombre y lugar adecuados. A pesar de sí mismo, Hume no puede escapar del conocimiento de que él no es sus percepciones, y este resultado universal de la introspección, el conocimiento del Yo, se traiciona a sí mismo por la argumentación que apuntaba a su aniquilación. La mente no puede identificarse con sus órganos, así como el cerebro no puede identificarse con el cuerpo del que forma parte. Depende de ellos para su vida y su funcionamiento, pero NO ES ELLOS.
Consideremos una percepción ordinaria, como la de una silla. ¿Puede esta percepción conocer otra, o ser algo más que la percepción de una silla? Si la mente fuese sólo una colección de percepciones ¿de qué naturaleza es la percepción que puede reconocer al resto, que puede separarse y estar por encima del resto, que puede decir: “tú eres una percepción del frío, tú la del calor, tú la del dolor, tú la del placer”? Esta percepción de las percepciones no es muy distinta del Yo que se ha negado. Es el preceptor, no una percepción.
Dejemos que cada cual experimente en sí mismo; dejemos que se encierre a solas, libre de toda interrupción desde fuera; dejemos que paciente y firmemente investigue sus procesos mentales; descubrirá que los contenidos cambiantes de sus conocimientos no son “él”, que él es distinto de las sensaciones, de las percepciones, de los conceptos que pasan ante él, que éstos son suyos, no él, y que puede ahuyentarlos, que puede vaciar su mente de todo salvo de la conciencia de Sí, que puede, según palabras de Patanjali, convertirse en un “espectador sin espectáculo”.
Puede argüirse que la introspección a menudo da resultados falaces, y que la observación de sí es la más difícil de todas las tareas. Concedido. O sea que nuestros sentidos pueden hacernos equivocar, pero son la única guía que tenemos en el mundo objetivo, el mundo que poseemos. Nuestro reconocimiento de su falta de fiabilidad no nos lleva a rechazarlos, pero sí nos obliga a comprobar su relación con la mejor de nuestras capacidades, y a compartirlos con el sentido común de nuestra raza. Y así, con el resultado de nuestros sentidos internos, los comprobamos, comparamos sus relaciones con los de los otros, y nos aventuramos a decir que el sentido común (uso la palabra en el significado filosófico, el sensus communis) de la humanidad relaciona la existencia del Yo, el permanente Ego en medio de todo el flujo de percepciones y conceptos, y que su existencia es tan cierta como cualquier existencia que nos rodea en el mundo objetivo.
Recordar y olvidar
Pero juzgaremos erróneamente al Yo si sólo tenemos en cuenta los procesos mentales de cada día y limitamos su extensión a la medida del conocimiento normal estando despiertos. No conozco ningún estudio que pueda arrojar más luz sobre nuestro verdadero Yo que el estudio de la Memoria, ya que sus fenómenos nos demuestran que la Conciencia es mucho más amplia que el conocimiento del momento, como la energía, en el mundo físico, es algo más que las fuerza que actúan en un instante dado del tiempo. Se emplea a mundo la analogía de la luz que elimina los lugares oscuros, y así puede servirnos aquí, los físicos definen a la energía como “cinética” y “potencial”, la activa y la latente.
Así el Conocimiento puede ser activo o latente, y en la división este último es, para cada individuo, el mayor de los dos. “Olvidamos”, así se dice, más que “recordamos”; pero lo “olvidado” no se ha marchado realmente de nuestra conciencia, aunque esté en estado latente, así como la fuerza está ausente del alud que se halla a punto de caer por la ladera de una Montaña. Lo olvidado puede pasar a la Conciencia Activa, y puede revivir como el alud puede liberarse y gastar su energía acumulada, destruyendo los hogares del valle. Ninguna fuerza puede aniquilarse en el plano físico, y ninguna experiencia destruirse en el plano mental. Lo que la conciencia normal de vigilia retiene depende de la Atención, que es el nombre de una fase de la Voluntad. Lo que se recuerda mejor es lo que nos sorprende más vividamente, por ejemplo, lo que ha frenado y fijado nuestra Atención, o lo que se ha repetido tan a menudo que nuestra atención ha estado dirigida frecuentemente hacia ello; en todo caso la voluntad reside e la raíz de la retención. Todo lo que penetra en nuestra conciencia deja su huella; la mente queda modificada, como dijo Patanjali. Siendo esto así la huella debería ser recuperable, y por esto debemos desafiar a los fenómenos de la memoria.
Observemos, en principio, que la memoria tiene dos principales divisiones: reproducción y recuerdo.
La reproducción puede tener lugar sin el recuerdo y entonces no produce ningún reconocimiento. La memoria reproduce la imagen de una percepción pasada; ésta aparecerá a la conciencia como nueva, a menos que el recuerdo acompañe a la reproducción y ejemplos de esto se hallan registrados como es debido.
“Maury refiere que en cierta ocasión escribió un artículo sobre la política económica para un periódico, pero las páginas se traspapelaron y, por tanto no las envió. Ya había olvidado todo lo que había escrito, cuando le pidieron que enviara el artículo prometido. Al rehace el artículo, creyó haber encontrado un nuevo punto de vista para el tema, pero cuando, unos meses más tarde, halló las páginas perdidas, descubrió que no solamente no había nada nuevo en su segundo ensayo, sino que había repetidos sus primeras ideas casi exactamente con las mismas palabras.” (1)
Du Prel cita a Leibnitz por un caso semejante: “Creo que los sueños a menudo nacen de antiguos pensamientos. Cuando Giulio Scaliger celebró en verso a los hombres más famosos de Verona, se le apareció en un sueño uno al que dio el nombre de Brugnolus, bávaro de nacimiento, que se había establecido en Verona, quejándose de haber sido olvidado. Giulio Scaliger no recordaba tal nombre, pero después de dicho sueño compuso una elegía en su honor.
Más tarde, su hijo, Giuseppe Scaliger, de viaje por Italia, se enteró que en tiempos pasados habían vivido en Verona un célebre gramático o crítico de ese nombre, quien había contribuido a la restauración de la
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