LAS MISERIAS DEL PROCESO PENAL

LAS MISERIAS DEL PROCESO PENAL

Francesco Carnelutti en su texto Las Miserias del Proceso Penal, expone de una manera pormenorizada y poética la realidad a la que se enfrenta la sociedad con una justicia penal dada e impuesta por hombres. El autor pretende dar respuesta a la pregunta ¿Hasta dónde el proceso penal resulta idóneo en la búsqueda de la humanidad de hallar su civilidad? Pregunta que resulta bastante pertinente en un mundo cada vez más absorto dentro de la publicidad mediática de los procesos penales, en que, como lo argumenta Carnelutti, y como más adelante se expondrá, se reduce al investigado a una cosa, una pobre cosa a la cual nunca, sea por hallarse culpable o inocente, se le devolverá la honra y estima de la cual se le despoja en búsqueda de la famosa verdad.

Para Francesco Carnelutti el proceso penal es un mal necesario, es decir, la sociedad para llegar a la civilidad debe permanecer en orden, y el delito configura el germen del desorden social, razón por la cual el derecho resulta ser aquel elemento ideado por el hombre a través del cual se restablece el orden. Ahora, el mecanismo empleado por el derecho para erradicar el delito mediante la retribución del delincuente y la estimulación de la prevención en el resto del conglomerado social, se encuentra en el proceso penal, es decir, es mediante el “proceso penal” que el juez logra descubrir la verdad, esto es, a través de la reconstrucción de hechos que narran las pruebas halladas, para así poder establecer si el reo es declarado culpable o inocente. El problema o la debilidad del proceso, a lo cual Carnelutti llamará las miserias del proceso penal, se da en el momento de la sentencia, cuando el juez luego de haber reconstruido los hechos en su papel de historiador, decide que por ausencia de pruebas o darse por probado la no comisión del delito, el reo es absuelto. En palabras de Carnelutti: “Es pues, precisamente la hipótesis de la absolución la que descubre la miseria del proceso penal, el cual en tal caso, tiene el único mérito de la confesión del error.” (CARNELUTTI, pág. 29)

La anterior tesis indica que, en pocas palabras, la posibilidad de error a la que se encuentra sometido el proceso penal, esa posibilidad a no hallar la verdad y terminar por absolver a un inculpado, o por haberla hallado terminar declarándolo inocente, hace que el proceso penal sea, en términos de Carnelutti, una miseria… Dado que es el sujeto investigado el que se ve cosificado y despojado de su honra y honor, el proceso penal deviene en una completa desgracia.

Argumenta Carnelutti que parte de dicha falencia está dada por la humanidad del juez. Se entiende que el juez se halla inmerso en una de las dicotomías que hacen del derecho en general un poder demasiado vulnerable, y es el hecho de ser y a la vez no ser parte. Se tiene de la idea de que el juez no puede ser parte dado que, etimológicamente hablando, sólo es parte quien se halla en una división, y el juez, quien es el sujeto ante quien se dirigen dos personas en oposición o división, no puede estar dividido, es él el llamado a resolver dicha división, de allí que, como lo presenta Carnelutti, el juez es súper partes.

Lo anterior es el mundo del deber ser, la idea, pero como a toda idea corresponde una realidad, a la idea de un juez súper partes, se le antepone la realidad de la humanidad del juez. De acuerdo con Carnelutti, el juez es un hombre como lo son las partes que acuden ante su despacho, y ello implica que este juez solo podrá conocer hasta donde las partes se lo permitan, no podrá entonces discernir la verdad de antemano, y por ende, se halla en la misma posición que las partes, en la necesidad de conocer la verdad y llegar a ella.

Otro de los factores que hacen del proceso penal una total desgracia, es la fase procesal en sí misma. Dado que el juez debe reconstruir la historia del suceso objeto de discusión, necesita echar mano de todos los elementos que se le presenten.

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