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Las Miserias Del Proceso Penal

davidlira9030 de Noviembre de 2011

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XI

LA LIBERACIÓN

Finalmente, para el preso, llega el día de la liberación. Y entonces, el proceso

verdaderamente ha terminado.

Es decir: el día de la liberación puede llegar de seguro; pero a condición de que se

entienda la verdadera liberación de la prisión, que es nuestra finitud, y no quiero tampoco decir de

nuestro egoísmo, ya que basta decir de nuestro yo; la puerta está siempre abierta para evadirse y

no son necesarios grandes esfuerzos a tal objeto; basta sentir el peso de nuestra soledad y con él

la necesidad del otro que está próximo; cuando se siente la necesidad del otro se termina por

sentir la necesidad de Dios. Muchos conciben a Dios como infinitamente distante y se imaginan

que es necesario para alcanzarlo un interminable camino; pero no recuerdan la respuesta que Él a

dado a Blas Pascal: puesto que me buscas, me has encontrado ya. Dios está siempre próximo al

hombre; lo infinito está al borde de lo finito; no es necesario más que reconocerlo, lo que,

probablemente, en la cárcel es más fácil que fuera. Una vez reconocido, la cárcel se convierte en

un alcázar. En este sentido, verdaderamente, la liberación está al alcance de la mano de todo

condenado. No existen ni rejas ni guardianes que le puedan privar de liberarse. Pero no es de

esto de lo que ahora quiero hablar. La ocasión vendrá dentro de poco.

Porque si, por el contrario, la liberación se entiende en sentido físico, en lugar de espiritual,

su día puede también no llegar. El pensamiento corre ahora al ergástulo, reclusión que dura por

toda la vida: al ergastulano la puerta de la cárcel no se le abre sino para dejar pasar su cadáver.

Esto quiere decir que para él, el proceso no tiene fin. Y puesto que la penitenciaría es, o debería

ser, un sanatorio para recuperar las almas enfermas, la condena al ergástulo es la declaración de

que el alma de un hombre está perdida para siempre. El tono lúgubre de estas palabras inspira un

sentido de horror; pero no para aquel a quien están dirigidas, sino para aquel que las ha

pronunciado. La Corte de casación italiana en secciones unidas, que es la más alta expresión de

la justicia humana en nuestro país, no solo ha negado, hace pocos meses lo inhumano del

ergástulo cuanto la seriedad de quien ha sostenido ese carácter inhumano. Paciencia. No hay que

levantarse ni inquietarse contra este juicio. También la Casación es un juez, y como todos los

jueces, puede equivocarse. Desgraciadamente, los jueces yerran tanto más fácilmente cuanto

más seguros se crean de no yerran. Mientras el magisterio de la Iglesia, si con el proceso de

beatificación declara la certeza de elevación de un santo al paraíso, no conoce un proceso dirigido

a verificar el precipicio de un réprobo al infierno, y los teólogos, temerosos de escrutar en el

corazón de los hombres y más aún en el corazón de Dios, no osan afirmar la condena al infierno

ni siquiera de Judas, la magistratura italiana, por la voz de su órgano más insigne, ha declarado

conforme a la humanidad el que un hombre sea condenado para toda la vida, esto es, que la pena

de la reclusión, como la del infierno, no tenga nunca fin. Si fuera necesario una prueba más de la

miseria del proceso, la misma nos ha sido proporcionada.

Pero también para los reclusos no condenados al ergástulo, puede ocurrir que no llegue el

día en que salgan vivos, de la prisión. Un terrible aspecto de la condena a la reclusión, aún por un

período breve, es este de que nadie está seguro de no morir dentro de aquel período. Esto basta

para decir que el proceso penal, el cual no cesa con la

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