La Cultura De La Legalidad - Gerardo Laveaga
mariomr_212 de Diciembre de 2013
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La Cultura de la Legalidad
Posterior a finalizar la lectura del libro “La Cultura de la Legalidad” del escritor, abogado y actual presidente del IFAI, Gerardo Laveaga, nos remitimos a decir, en primera instancia que, este, ha dejado un enriquecimiento cultural y político en lo que respecta a lo legal y lo que se considera como bueno y como malo dentro de un Estado de Derecho; citando la acepción y explicación sobre el Estado, su formación, la difusión de la cultura de la legalidad y cómo es que dicha cultura se desarrolla a lo largo de nuestro país, México.
El autor, quien, en esta obra se dirige, plenamente y bajo un trabajo arduo de investigación basado en documentos sociológicos; hacia aquellos estudiantes de la Licenciatura en Derecho que tienen un sano interés en saber sobre cómo es que el Estado moderno se instituye y se da forma a sí mismo con el paso de los años; con esto hace la cita de los clásicos de la sociología moderna, como Habermas, Popper, Luhmann y Huntington, además de Weber, Heller y Duverguer, por mencionar algunos, los cuales parecen coincidir al identificar elementos comunes en cada una de sus definiciones, haciendo una referencia exacta en la misma inexistencia de este o su desaparición como tal, señalándolo como aquel instituto político de actividad continuada, siempre y cuando en la medida en que su cuadro administrativo mantenga con éxito la pretensión al monopolio legítimo de la coacción física para el mantenimiento del orden vigente1. Pero, antes de dar continuación con esto, de manera externa hay que definir con exactitud qué es la tan ya mencionada “Cultura de la Legalidad”, definición que desde el inicio ha sido entendida en su acepción más simple de imperio de la ley, como una constante en la mayoría, sino es que en todas las culturas; ésta tiene poco tiempo de vida, ya que con anterioridad no se estudiaba la particularidad del Estado, todo era general, ahora bien la cultura en general, tiene que ver con el conocimiento que se tiene del mundo, de las cosas; tiene que ver con la forma en que uno percibe y en la misma forma en que se es percibido; hablar de esta en combinación con la legalidad nos lleva a la seria enunciación en que de automático se debe conocer el orden jurídico, en donde se puede ser visto a distintos niveles, pero que, tendrá como fin positivo que el orden social del Estado se vea fortalecido por este hecho; ahora bien, el hecho de incluir al Estado en esta definición conlleva a que las instituciones que lo auxilian sean de vital importancia en él; pero no precisamente porque beneficie al Estado, en teoría esa puede ser la función principal, pero tiene dos vertientes, ayuda a aquel ciudadano como medio para afrontar una diversa situación, pero también auxilia al órgano que lo vio nacer, el Estado.
Citando a Maurice Duverger, quien, optó por la pluralidad, es como podemos darle respuesta a la cuestión anterior, señalando que el Estado tiene dos sentidos diferentes, en el primero puede designar el conjunto de instituciones gubernamentales de una nación y en el segundo hace alusión a que esta misma está dotada de instituciones gubernamentales de las naciones. De esta forma vemos como la variedad de criterios sobre el Estado hace ver que este no está no cuenta con una definición de raíz, pero las acepciones señaladas nos dirigen al mismo rumbo, la consecución del Estado Moderno. Viendo que las concepciones sobre el espacio que utiliza el Estado, señalamos otro aspecto que no puede pasar por alto; el orden, pero no se refiere a una orden, sino que es aquella normatividad que de ser infringida, conllevará a un castigo, tal y como lo señala Hans Kelsen; al señalar esto, no ignora que las normas son redactadas por unos hombres en donde otros les confirieron la facultad de redactarlas, pero no marca el ya señalado, el del Estado, pero no lo hace porque lo haya olvidado sino por el hecho de que este, con el paso de los años va cambiando y está adecuándose al avance que lleva la sociedad mundial.
Laveaga, desde la introducción, marca la pauta de lo que será dicha lectura, partiendo desde el consenso, que se entiende como la igualdad de varios criterios en un mismo tópico2, esta misma opinión de partes puede ser llevada por órganos del Estado o por quienes tengan parte alguna dentro del amplio campo del Derecho, por ejemplo, en nuestro país, la división de opiniones está plenamente marcada junto con el federalismo, los partidos políticos y todas las instituciones que conforman al Estado, pero en referencia a ese mismo consenso de partes estas existen porque ya que nosotros, como sociedad, las hemos aceptado, pero también porque esta aceptación quedó contemplada en la Constitución Política además de que haciendo referencia a ese mismo consenso, los individuos son capaces de castigar eventualmente al que no se conduzca en los términos que señala la ley, como en la SCJN. En esto existen grados de aceptación y cumplimiento naturalmente. En unos y otros intervienen innumerables procesos de socialización, los cuales comienzan en la familia, se refuerzan en la escuela —y a través de los medios de comunicación— y continúan presentándose de múltiples formas en la vida de un individuo3, habiendo sí, una complejidad, pero un desarrollo que nos puede conllevar a dicho orden que desde el principio es perseguido por el Estado.
Para poder preservar el mismo concepto del consenso tenemos que es preferible hacerlo de manera social, donde lo que prevalezca sea el interés mutuo de sus integrantes, y por qué esto, por el hecho de que mientras todos estemos de acuerdo, la sociedad alcanzará un punto de semi perfección, en donde cada comunidad construye sus instituciones en base a sus necesidades e intereses, condicionando la creación, la aplicación e interpretación del Derecho que prevalece en ese sitio, todo esto podemos verlo reflejado en los escudos nacionales, donde se preservan una serie de valores que denotan la identidad que puede existir en ese sitio y que le dan una especie de cohesión social al lugar del cual es parte; de ahí deviene el existencialismo donde hace alusión a las guerras entre dos grupos para apoderarse de un territorio, pero en dicho caso estos valores señalados con antelación son sólo una justificación; para entender mejor esto, basta prestarle atención al desarrollo de lo que ocurre en el mundo.
Con esto, damos pauta a sobre lo que puede ser considerado como bueno y como malo, pero esto está sobre entendido de manera que todo depende de la nación en donde se suscite el hecho, mientras en un país puede ser justo en otro puede no serlo, en pocas palabras, la costumbre y tradición determina que es bueno (justo) y lo malo (injusto), para eso citamos a Montesquieu, el cual señala cómo la historia y el medio físico tienen una gran influencia, además de, determinar el concepto en cual cada ser humano se formará los distintos valores políticos, así pues, se desprende el verdadero motivo de la cultura de la legalidad, la justicia, de este existen demasiadas acepciones, en las que pueden, los mismos autores, caer en contradicción, pero el concepto principal se avoca a la fuerza que puede tener el más fuerte contra el débil; adentrándonos en nuestros días esto sirve como base para fundamentar el capitalismo, digo esto puesto que para las empresas y al mismo Estado de la actualidad, lo que le importa es tener más y más dinero sin distinción de pasar por encima de otros, en pocas palabras la justicia es darle a cada quien lo que se merece; ahora bien para el Estado el poder está distribuido de manera más o menos amplia, el grado en que se comparta la cultura de la legalidad facilitará que se respeten los criterios de los cuadros dominantes y que la comunidad se rija a través del concepto de justicia acordado4.
En ese consenso, tenemos que para darle significado a las cosas, muchos sabios y estudiosos de las distintas materias que con anterioridad le han dado un concepto a cada cosa, tuvieron que ponerse de acuerdo con tal de que esto se volviera general y verdadero, pero, ni el desarrollo de la ciencia ni la posibilidad de construir nuevas premisas deben ser imputadas al hecho de conocer la verdad, pero sí al hecho de ponerse de acuerdo en darle significado a ciertos objetos, a ciertos procesos, a ciertas normas de conducta y a ciertas instituciones políticas.
Para construir una verdadera cultura de la legalidad se tiene como presupuesto esencial la transformación de las formas de pensar de todos en general, esto es, desde el ciudadano común que viola reglas de derecho con poca si no es que nula importancia, hasta el más alto funcionario que falta a su deber constitucional de hacer cumplir las leyes y reglamentos, de este modo podemos entender que es el segundo, quien le da la pauta al primero, cayendo así, en una actitud conformista, en la que como pretexto regular se utiliza el famoso “si él lo hace por qué yo no”. Es por supuestos como estos, donde se busca que los valores se transformen de ser políticos a ser jurídicos, persiguiendo la premisa de que de estos se vuelvan de carácter general y se dé, una vez más, el Estado perfecto de Derecho.
Sin un orden social, nula la posibilidad de concebir un grupo humano cuya complejidad rebase la estructura familiar, en la cual lo que debe persistir son los valores y las buenas costumbres, cosa que afirman Emilio Durkheim y Talcott Parsons; el primero consideraba que la sociedad era un fenómeno moral cuya cohesión dependía del compromiso de cada individuo con el bienestar colectivo, mientras que el segundo, de origen norteamericano, señalaba la sociedad era un sistema territorialmente amplio o limitado (dependiendo del caso) en la cual, para existir se necesitaban requisitos funcionales
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