La Etica En Los Negocios
esanpa24 de Enero de 2014
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Doce mitos en la ética de los negocios
Autor: Héctor Zagal
Edición:224
Sección: Alta Dirección
En una ocasión se le preguntó a un político latinoamericano: ¿Qué es para usted la moral?. Contestó: Moral es el árbol que da moras. Hasta aquí el alarde de republicanismo bananero.
Con todo, la ausencia de ética no es un privilegio ni de los políticos latinoamericanos, ni de los yuppies de Wall Street. La historia guarda memorables hechos. El príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria, agonizaba en el Palacio de Bukingham. Un astuto comerciante londinés sobornó a un paje de palacio para que nada más morir el príncipe, lo supiera él. El paje le avisó antes de que la noticia se hiciera pública. El comerciante rápidamente compró todas las existencias de tafetán negro en Londres y sus alrededores. Cuando los funcionarios de palacio quisieron comprar tafetán para elaborar los adornos luctuosos, se encontraron con que el comerciante había monopolizado el tafetán y lo vendía tres veces más caro.
Los Rotschild tampoco escapan inmaculados. Se cuenta que el origen de la fabulosa fortuna de estos financieros tuvo un origen peculiar. El imperio de Bonaparte agonizaba y la economía inglesa dependía, en buena medida, de la derrota del Corso. Wellington luchaba contra Napoleón en Waterloo. El resultado de la batalla era decisivo para la Bolsa inglesa. Una derrota inglesa implicaría una caída en la Bolsa de Londres. Rotschild envió mensajeros privados al campo de suerte para que, nada más decidirse la batalla, él tuviera noticia. Para Rotschild, saber el resultado antes que los demás, incluida la corona, era crucial. El mensajero avisó inmediatamente a Rotschild que Napoleón había perdido. El astuto financiero acudió prontamente a la Bolsa y vendió documentos con frenesí. Los demás, al percatarse de que había recibido noticias frescas de la batalla y al verlo vender barato y rápidamente, supusieron -a ello los inducía Rotschild- que sabía que Wellington había perdido. Todos vendieron y la Bolsa se desplomó. Cuando los precios tocaban fondo y poco antes de que el mensajero oficial llegase con la nueva, Rotschild compró todo. Al hacerse oficial el triunfo inglés, la Bolsa se recuperó. Los Rotschild se convirtieron en una de las familias más opulentas del mundo hasta el día de hoy.
Hoy por hoy, las comunicaciones son mejores. No obstante, el mercado dista de ser transparente, limpio de trampas y especulaciones. Los hombres “de a pie” -la infantería de la sociedad- reclaman una actitud ética en los dos grandes espacios tecnoestructurales: el mercado y el Estado. Los empresarios también se están uniendo a este clamor. Los consultores, las escuelas de negocios y algunos intelectuales -más bien pocos- se han atrevido a hablar de ética en la empresa, de ética de los negocios, o para decirlo con terminología “técnica”, de Business Ethics. La literatura es abundante. Aunque, mirando atentamente, se percibe una falta de solidez en muchos planteamientos de la Business Ethics. El sincretismo y el irenismo (una especie de concertacesión) rondan la ética de los negocios. Se han publicado libros de ética de los negocios, donde las palabras mal, bien o vicio y virtud aparecen tímida y escasamente. En su lugar se habla de palabras como excelencia, cultura corporativa, realización. Tal fraseología no pocas veces esconde la ausencia de una estructura firme y compacta, cuando no un vergonzante escepticismo ético. En definitiva -quemo mis cartuchos- o la ética de los negocios se construye a partir de un concepto filosófico del hombre, o queda reducida a un “rollo” más o menos cursi y filantrópico, si no es que se convierte en un instrumento de manipulación utilitarista.
Siendo como soy un admirador de Aristóteles, me tomo la libertad de señalar 12 mitos que giran alrededor de la ética de los negocios. No niego mi enfoque aristotélico; en mi opinión, el viejo Aristóteles algo puede aportar a esta sociedad donde “el dinero no duerme”. Es más, creo que si Aristóteles hubiera nacido en nuestra época, Peter Drucker se hubiera quedado sin trabajo.
1. EL MITO DE LA DOBLE MORAL
Existe una tajante división entre lo privado y lo público. Falso. Ciertamente existen asuntos que son privados y asuntos que son públicos. Mi afición por el América o el Guadalajara carece de relevancia pública. No es de incumbencia pública. También es irrelevante desde el punto de vista público mi preferencia por el martini seco y por los caracoles a la bordalesa. Sin embargo, si mi preferencia por el martini me lleva a conducir en estado de ebriedad, y mi afición al Guadalajara me lleva a romper el rostro de cuanto “americanista” me encuentro al paso, mis gustos privados tienen una dimensión pública.
El actor de la vida social es un hombre real, con creencias, convicciones, cualidades y hábitos de comportamiento. Es absurdo suponer que las convicciones y cualidades éticas son algo que pueda ponerse y quitarse como quien se anuda la corbata para entrar a una junta y se la quita para asolearse en la playa. Las convicciones y cualidades éticas tienen necesariamente un influjo en la vida pública. Las cualidades éticas inhieren directamente en la persona: la transforman auténticamente. No puede despojarse de ellas. En consecuencia, la ética empresarial está cimentada en la ética de cada uno de los individuos que la integran. La vida privada de los obreros, empleados, directivos y accionistas incide directamente en la ética de la corporación. Esta incidencia es mayor en la medida que se posee mayor poder de decisión.
En consecuencia, el liberalismo (de quien ahora reniegan tantos), no es un marco adecuado para hablar de la ética de los negocios. La doble moral es una esquizofrenia antropológica: Dr. Jekyll y Mr. Hyde. El dogma liberal de la autonomía de lo privado (privacy) no es verdadero. En el mundo real, lo privado y lo público se entremezclan, pues el actor de la vida social es uno. El sujeto porta a donde va -ya sea al despacho, ya sea a la casa- sus cualidades personales. Nadie se puede despojar de sus hábitos, positivos o negativos, al momento de administrar fondos, y retomarlos en la reunión con los amigos. El liberalismo es miope. No ve las continuas intersecciones entre la esfera pública y la esfera privada. Intersecciones, insistimos, que tienen su raíz en la unidad de la persona. La naturaleza humana es la misma en la mesa de negociaciones y en la intimidad del hogar.
2. EL MITO DEL “BÁJALE A TU ROLLO”
La ética de los negocios no requiere de fundamentos teóricos. Falso. La ética asume una visión del hombre y una visión de la vida. La ética de los negocios se inserta -lo quiera o no el consejo de administración- en una determinada tradición antropológica. Los códigos de deber y de valores sin un fundamento antropológico devienen un manual de “buenas maneras”. Exigir el cumplimiento del deber en condiciones adversas requiere de algo más que el dictado del Chairman. Exigir al director jurídico que envíe los asuntos al notario mejor cualificado y no al notario que le ofrece regalos, requiere algo más que un memorándum de la dirección general. El director jurídico debe admitir una tradición que reconozca que el dinero no es el único regulador del comportamiento profesional, lo que supone, entre otras cosas, una concepción de la felicidad humana no reducida a la acumulación de bienes.
La ética, llámese ética de los negocios o ética profesional, está insertada en una tradición. No existe una ética “aséptica”. Consolidar una ética implica consolidar una visión del ser humano y del mundo. No hay ética sin una teoría de felicidad humana. Hablar de ética de los negocios sin hablar de “vicios” y “virtudes”, de “bien” y “mal”, y de “finalidades últimas” es tan absurdo como hablar de música sin hablar de sonidos, o hablar de comida sin hablar de sabores. Quienes se dedican a la ética de los negocios -y también sus destinatarios- deben definir una postura clara sobre el hombre y su finalidad. Mientras no se tome postura -en aras de la tolerancia y del pluralismo- la ética de los negocios será una tenue capa de buenas intenciones, inconexas con el sistema de producción y con el sistema de creencias.
3. EL MITO DEL SABER MISTERIOSO
La ética de los negocios no se puede enseñar. El mito de la intransferibilidad de la ética arranca de un malentendido: suponer que la ética es una habilidad sin respaldo teórico. La ética de los negocios, como cualquier aplicación de la ética, no es un conocimiento teórico, es un conocimiento práctico. Existe una diferencia radical entre saber historia del derecho y saber marketing. Sabe marketing quien vende, no quien conoce las teorías actuales del marketing. Sabe tocar piano quien es capaz de tocar “Claro de Luna”, no quien sabe cuál tecla es Re y cual Do. De manera semejante, sabe ética, no quien conoce el significado de la palabra justicia, sino quien reparte las utilidades con justicia.
Los saberes prácticos -es el caso de la ética- se adquieren ejercitándose. Nadie aprende a tocar piano sin practicar, pero tampoco basta la práctica aislada para ser un pianista profesional. Hace falta el consejo y ayuda de un buen concertista. De manera similar, no se aprende ética sin práctica, pero una ética sólida requiere de la orientación de otro hombre. Por ejemplo, algunos profesores de la Escuela de Negocios de Harvard hablan de la conveniencia de que el profesor sea a la vez un mentor. Los influjos externos (profesores,
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