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La Globalizacion

pepe19839 de Febrero de 2014

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LA GLOBALIZACIÓN: GERMEN DE LA SOCIEDAD SOLIDARIA.

1. Ante la globalización.

Nunca en tan poco tiempo se ha escrito tanto sobre una cuestión emergente: la globalización. Economistas, sociólogos, políticos, juristas, etc., aportan su visión ante los cambios sociales en los que vivimos y la prospección pretende integrar los resultados de los diferentes ámbitos del saber con la pretensión de diseñar la sociedad que nos espera en un mundo globalizado.

El futuro posible está siempre preñado de incógnitas, y éstas parecen acentuarse y ampliarse en el panorama actual por causa de la globalización: por la novedad radical que entraña y la ineludible llamada a la innovación que comporta. Las perspectivas son múltiples a la hora de considerar este futuro y, sin duda rebasan la meramente económica. Tal vez sea ésta la más visible e inmediata por diversos motivos; no sólo por su mayor y más directa incidencia en la vida cotidiana, sino también, por ejemplo, por el valor dinamizador en el desarrollo de las nuevas tecnologías de la información. Más no por ello puede reducirse el fenómeno de la globalización a su dimensión económica; o, si se quiere, la expansión a las otras dimensiones de la vida humana forman parte inseparable del fenómeno globalizador, que se inició en la reciente actualidad con la extensión de la economía de mercado y el consiguiente incremento del comercio mundial y la creciente permeabilidad de las fronteras aduaneras. “La globalización es mucho más que una nueva tendencia económica internacional. Es un proceso histórico de larga duración que se anuncia hoy en el ámbito económico y que va expandiéndose por todas las dimensiones humanas" (Moncada, 2000, p. 5).

La nueva situación, en efecto, reclama innovación en las estructuras y en la acción individual, y tal podría ser el verdadero problema de la globalización: no los medios que van a requerirse, sino el cambio en las actitudes que va a exigir; es entonces cuando comparece de inmediato la educación. No obstante, esta apelación no despeja los problemas, sino que suscita otros nuevos. El primero y esencial es el mismo talante con que se afrontan las virtualidades educativas ante la educación: no cabe mantener los mismos esquemas pedagógicos, pero tampoco puede admitirse una subversión o “revolución” indiscriminada de los valores subyacentes en las concepciones educativas. Ante todo, se trata de encarar los riesgos de los nuevos retos, aceptando serenamente que las posibles elecciones son inciertas, aunque por otra parte sean insoslayables. La incertidumbre que conlleva el fenómeno de la globalización es un severo obstáculo —afectivo y racional— que sólo puede remontarse abriéndose sencillamente a la búsqueda de la verdad y aceptando humildemente la imprevisión constitutiva de la libertad.

Es significativo y sugerente el título del artículo de P. Fitzsimons (2000): “Cambiando las concepciones de globalización: cambiando las concepciones de educación”. El autor arremete contra la simpleza de un irreflexivo y precipitado optimismo por el cual se espera que la globalización económica dispondrá para los habitantes de la tierra los beneficios que aportará mecánicamente el liberalismo económico. Tan ingenua posición revela una actitud pasiva y miope, que simplemente se limita a aguardar los efectos de la globalización; efectos que se suponen positivos, aunque es imposible saber por qué. Por contra, se precisa una actitud activa, un talante promotor del cambio que no se resigne a padecerlo, sino que aspire a ser su protagonista; y efectivamente, esto supone, cuando menos, la disposición a cambiar las concepciones de la educación, sin olvidar que este cambio conlleva el de las concepciones de la globalización.

La raíz de este cambio consiste más en la variación y modulación de unas actitudes que en el acopio de unos conocimientos. Ante todo, es preciso reemplazar las expectativas existentes, fruto del paradigma vigente hasta finales del siglo XX y que someramente puede describirse como sigue:

a) la idea de progreso, hija mayor y heredera única del espíritu racionalista de la Ilustración, queda confirmada en su aspiración última; pero no así en su dinamismo y su desarrollo, que no consiste en el despliegue de la razón teórica mediante los grandes sistemas de pensamiento político-social, y su culminación en la razón instrumental, vertida en las redes tecnológicas susceptibles de entronizar el medio por encima del fin;

b) el progreso ha dejado de ser sólo un ideal y se ha hecho realidad social, y —aunque su alcance no sea plenamente universal— ya no es una mera idea nouménica, capaz de sustentar un conjunto sistemático de otras ideas; sistema al que se atribuye en sí mismo la virtualidad renovadora de la sociedad. El crepúsculo de las ideologías prenuncia el amanecer de la vida social libre, donde las ideas juegan su papel propio, que no es el de integrarse en un sistema teórico que pretende ser rector absoluto del dinamismo social y configurador o troquelador de la realidad personal;

c) el protagonismo del cambio se devuelve al individuo concreto, considerado como persona; las acciones interdependientes de las personas generan los elementos objetivos y compartidos —cultura, leyes, costumbres, etc.— que van conformando la vida social; ésta no es el precipitado de un sistema ideológico, la decantación del sueño de la razón teórica, sino que es la emergencia de las aspiraciones y los fines sempiternos de la condición humana, plasmados por la razón práctica en una situación concreta y particular;

d) se trata, en suma, del despliegue de la libertad humana en la acción personal: esto es, en la actuación individual y social integradas; esto abre un amplio campo a la incertidumbre, como antes se señaló: la libertad puede obtener resultados fecundos, pero nunca podrá determinarlos a priori; las decisiones personales, y no las opiniones de los expertos, son el verdadero motor del cambio en la era de la globalización.

El error fundamental que debe corregirse ha sido denunciado hace años por H.-G. Gadamer: es la visión subyacente a la noción moderna de progreso como un proceso de tecnificación de la vida social: “Si es posible aprehender y calcular relaciones abstractas entre condiciones iniciales y efectos finales, de manera tal que la colocación de nuevas condiciones iniciales tenga un efecto predecible, entonces efectivamente, a través de la ciencia así entendida, llega la hora de la técnica” (Gadamer, 1981, p. 42). La ciencia opera en el ámbito de la razón teórica, regido por la posibilidad de predeterminar las condiciones y los procesos de los fenómenos físicos. Trasladar el esquema del conocimiento científico al conocimiento de la realidad social suspende la acción libre, no sólo en el ámbito moral de las decisiones, sino también en la dimensión técnica y fabril de la acción humana. No se admite entonces que, ante un determinado problema social, caben innumerables soluciones posibles, según el arbitrio de la libertad y la responsabilidad. Se piensa que en el fondo hay una única solución —la mejor— que debe ser formulada y aplicada por el saber científico, proyectado en su implementación técnica.

Hay un peligroso riesgo latente en la noción de modelo: considerar como ideal al mejor modelo, por la pureza de la comprensión que permite. En efecto, puede entenderse más completamente un modelo ideal que un hecho o una acción ejemplar. Ésta se comprende y se estima; pero presenta lagunas o dudas en su explicación para el intelecto y esto implica —una vez más— incertidumbre. La acción o el hecho ejemplar se admiran, pero no agotan su comprensión, ni pueden resolverse las dificultades prácticas que sugiere. Hasta que no se obra, no se conoce suficientemente ni la acción, ni su resultado, tanto en la acción moral como en la actividad técnica o productiva. La cuestión es la referencia racional: o el modelo ideal o la naturaleza ejemplar.

Así lo entiende también Gadamer (1981), para quien “la antigua vinculación de lo hecho artificialmente, artesanalmente, siguiendo modelos dados por la naturaleza, se transforma en un ideal de construcción de una naturaleza realizada artificialmente de acuerdo con la idea. Esto es lo que, en última instancia, ha provocado la forma de civilización moderna en que vivimos: el ideal de la construcción”. Desde la teoría general y abstracta se analiza la situación, se define el problema y se diseña la actividad técnica que lo resolverá; luego sólo queda instruir a los operarios —los profesionales o funcionarios sociales— para que apliquen el constructo científico-técnico. La realidad es así construída, o mejor, reconstruída, purgándola de los elementos disfuncionales que presentaba para la acción técnica de dominio y control. Así se espera ir conjurando progresivamente la posibilidad del error; pero se espera en vano, pues el error es consustancial a la libertad posible.

Este esquema válido para la transformación de la realidad físico-natural, se traslada a la realidad social: “sólo el siglo XX es determinado a través de la técnica de una manera nueva, en la medida en que lentamente se lleva a cabo el traspaso del poder técnico del dominio de las fuerzas naturales a la vida social. (...) No se trata de que nuestra sociedad esté en realidad totalmente determinada por los técnicos de la sociedad. Pero en nuestra conciencia se difunde una nueva expectativa acerca de si, a través de una planificación adecuada, no ha de ser posible acaso una organización más funcional, es decir, brevemente, el dominio de la sociedad a través de la razón para asegurarse una situación social más racional. Éste

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