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La Soledad


Enviado por   •  22 de Octubre de 2013  •  1.579 Palabras (7 Páginas)  •  181 Visitas

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A SOLAS CON LA SOLEDAD

Me encuentro a solas con una página en blanco para escribir de la soledad. En mi caso esta soledad es la condición para lograr el ensimismamiento necesario para elegir estas palabras. Y es que la creatividad sólo llega a solas.

Escribo en primera persona, al igual que el narrador del relato, y busco en mi interior el por qué de este sentimiento. Busco como él los recuerdos necesarios para saber quien soy y destapo la caja que los oculta.

“Las Cajas de mi mujer”, de Eun Hee-Kyung, es un relato contemporáneo que narra la monótona vida de una ama de casa desde la simple y egocéntrica mirada de un hombre, su marido. Con irregulares saltos en el tiempo y un estilo cuidado pero sencillo, la autora nos acerca a la realidad de una pareja sumergida en el fango del paso del tiempo y atrapada en las telarañas de la soledad.

Un matrimonio roto, dividido y desorientado en el que ambas soledades lejos de mirar en la misma dirección se asustan la una de la otra.

Dos vidas distintas, una a la búsqueda irracional y fracasada de la felicidad y otra aferrada a la esclavitud de la aceptación.

ELLA

Ella, la verdadera protagonista del relato, es una joven con planes y aspiraciones – por ejemplo estudiar arte- que con los años ve escapar sus sueños empujados por las inseguridades que la persiguen. Lejos de marchar en su búsqueda, decide convertirse en una mujer sumisa y permisiva, doncella de su hombre y actriz de una artificial vida en la que incluso para disfrutar el sexo necesita que él active el botón del centro de su cuerpo.

Quizás era el corazón el que mantenía apagado.

Su infertilidad es la sombra de su rostro y aunque encerrada bajo llave en las cajas que escondían los recuerdos de su vida, ésta, a veces, conseguía escapar. Entre cartones conservaba las heridas del paso del tiempo y en lugar de guardar los recuerdos en la memoria, los almacenaba y los cubría con una tapa.

Sin olvidarlos, un día ella eligió y fracasó. Huyó de la soledad y buscó en el amor de una noche cualquiera la compañía de sentirse querida. El amante perfecto, aquel que sin preguntar por qué podría elevarla al olvido, sin embargo ni siquiera dentro de su cuerpo dejo de sentirse sola.

Ya sólo quedaba dormir y esperar a que pasara el tiempo.

Y es que paradójicamente era la soledad del hogar la que la exiliaba de la soledad de su vida.

Probó con la locura. Era tan fácil como olvidarlo todo, borrar todos los restos del ayer y empezar de nuevo. Pero, no podía conseguirlo con él.

ÉL

Él era la evidencia de su fracaso. El reflejo de una vida compartida inacabada, el espejo de una realidad no aceptada, el verdadero dueño de su vida.

El compañero de asiento que ella, un día, eligió para recorrer la montaña rusa de su vida. Un buen hombre que trabajaba, hablaba y decidía por ella. Un marido paciente que con el tiempo dejo, sin importarle, de comprenderla. Daba igual las razones, de nada valía indagar en los motivos; al fin y al cabo ella cocinaba bastante bien.

¿La amaba? La respuesta también la selló y guardo para siempre en su caja de cartón. Él también las tenía.

Al llegar a casa le gustaba comprobar que todo estaba en su sitio, preparado. Analizaba a su mujer desde la distancia, mientras dormía, sin adentrarse en las causas de su asustadiza ausencia. A lo lejos observaba sus cajas, cada vez con más polvo.

Cuando se marcho sintió furia, sed de venganza y odio. Y es que a veces, como afirma el Taoísmo, “lo tierno y débil vence a lo fuerte”.

Ni siquiera intentó recuperarla, tan sólo fue por ella y eligió su final.

Ella sería feliz y él había hecho por su mujer todo lo que estaba en sus manos. Ya tan sólo tenía que esperarlo.

Y esperar era precisamente lo que ella llevaba haciendo toda la vida. Esperar a ser madre, esperar a que pasara el tiempo, esperar una vida mejor. No lo consiguió.

Odiaba el color uniforme y monótono de la urbe. Sentía que la sociedad avanzaba a pasos agigantados imposibles de

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