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La evaluación

akininota19 de Noviembre de 2013

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La evaluación es una parte del proceso de enseñanza/aprendizaje, no es un apéndice, un complemento o un adorno. De cualquier modo, no importa tanto evaluar ni siguiera evaluar bien, cuanto el poner la evaluación al servicio de la mejora de la actividad y, por ende, de los alumnos. Lo decisivo en la evaluación es saber qué papel desempeña en todo el proceso de enseñanza/aprendizaje y si ese papel contribuye a la calidad del mismo, tanto en lo que respecta a su racio­nalidad como a su justicia. La evaluación no es, fundamentalmente, un problema de medición sino de comprensión.

Cuando habitualmente hablamos de evaluación en la escuela, nos solemos referir a la evaluación de los alumnos. Ahora bien, no debería ser así. Porque en el trabajo y el rendimiento del alumno influyen muchos factores ajenos a su capa­cidad, a su esfuerzo y a su actitud. La evaluación ha de estar referida a todos los elementos que intervienen en la acción educativa.

Evaluar es atribuir valor a las cosas, es afirmar algo sobre su mérito. Se evalúa para comprender y, en definitiva, para cambiar y mejorar.

"La evaluación es un instrumento que sirve al profesor para ajusfar su actuación en el proceso de enseñanza y aprendizaje, orientándolo, reforzando los contenidos insuficientemente adquiridos por los alumnos y realizando la adaptación curricular necesaria.

Asimismo la evaluación es un instrumento para el Centro escolar en la toma de decisiones para su organización, especialmente en cuanto al funcionamiento interno y a la promoción de alumnos.

Por último la evaluación es un instrumento que sirve a la adminis­tración educativa para verificar la coherencia del sistema escolar y para

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responder a las necesidades manifestadas en la evaluación del sistema educativo adaptándolo a medida que van surgiendo" (Diseño Curricular Base de Educación Primaria).

La evaluación educativa es un fenómeno de extraordinaria complejidad en el cual se acumulan funciones diferenciadas y a la vez entremezcladas que, en la Educación Primaria (en adelante EP), adquieren una especial relevancia. Estas funciones, que se mantienen en todos los niveles y etapas del sistema educativo, no pueden ser ignoradas en su conjunto a pesar de que alguna de ellas adquiera mayor importancia en algún nivel o situación.

Evaluación como diagnóstico.

La evaluación permite saber cuál es el estado cognoscitivo y actitudinal de los niños. Este diagnóstico permitirá ajustar la acción a las características de los alumnos, a su peculiar situación. El diagnóstico es una radiografía que facilitará el aprendizaje significativo y relevante, ya que parte del conocimiento de la situa­ción previa y de las actitudes y expectativas de los alumnos.

El diagnóstico inicial permite saber de qué punto se parte, cuáles son los conocimientos previos de los alumnos, qué tipo de concepciones tienen sobre la ciencia, la escuela y el aprendizaje. Este diagnóstico inicial es imprescindible para que el profesor puede propiciar un aprendizaje que sea relevante y significa­tivo para los alumnos.

Evaluación como selección.

La evaluación permite al sistema educativo seleccionar a los estudiantes. Mediante la gama de calificaciones, la escuela va clasificando a los alumnos. Unos son eliminados porque no llegan a unos mínimos. Otros van situándose en puestos de diferente categoría según la clasificación. Esto es así, mal que le pese al profesor. En muchos momentos el sistema actúa tomando como referencia las calificaciones escolares: la elección de carrera universitaria, la elección de puesto de trabajo, la demanda de becas y ayudas...

Esta selección se realiza en la EP, aunque de forma peculiar: despierta expectativas en los padres sobre el porvenir de sus hijos, sienta las bases para el-éxito posterior, distribuye elogios a los niños, contrasta resultados... En la EP empieza a funcionar la comparación selectiva.

Evaluación como jerarquización.

No es casual que el único evaluado en el sistema educativo sea el que ocupa el último lugar en la escala jerárquica1, el alumno. De ahí la necesidad de reflexionar para que ese proceso no sea utilizado como un recurso opresor sino de ayuda.

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La capacidad de decidir qué es evaluable, cómo ha de ser evaluado y qué es lo que tiene éxito en la evaluación confiere un poder al profesor. Un poder real, no siempre moral. Lo cierto es que la evaluación opera como un mecanismo de control. El profesor se relaciona con el alumno a través de un elemento mediacio-nal que es la capacidad para decidir. Aún en el caso de que el profesor renuncie a ese poder, le queda al alumno la sospecha de que pueda asumirlo de nuevo. La evaluación articula la relación en torno a la capacidad de decisión. El control se ejerce a través del poder de los informes, de la capacidad de aprobar y suspen­der.

La evaluación como comprobación.

Las pretensiones educativas sobre el aprendizaje se concretan en activi­dades instructivas. El resultado de las mismas puede ser comprobado a través de la evaluación. Es un mecanismo elemental y aparentemente simple. El riesgo se corre cuando se simplifica excesivamente el proceso: esto es lo que hay que aprender y esto es lo que se ha aprendido. La virtualidad se encuentra en que, tanto en la vertiente individual (de cada alumno) como en la colectiva (de todo el grupo) la evaluación permite comprobar si algunas de las pretensiones han tenido su cumplimiento.

Una simpUí\cac'\6n abusiva hace oWidar interrogantes de suma importan­cia:

¿Ha sido significativo ese conocimiento para el alumno?

¿Ha sido relevante?

¿Ha disfrutado cuando lo realizaba?

¿Para qué le sirve tenerlo?

¿Cuánto tardará en olvidarlo?

¿Podría haber aprendido otra cosa?

¿Lo aprendería si no se le obligase?

¿Qué aprende mientras lo aprende?

La evaluación como comparación.

La evaluación, cuando se realiza en un aula, encierra una faceta compa­rativa. Todos los alumnos son evaluados de forma parecida y a todos se les exigen unos conocimientos mínimos. Es más, se pretende aplicar unos mismos criterios para realizar una evaluación justa. Los alumnos consideran arbitraria e injusta una evaluación que no mide a todos con el mismo rasero. Los resultados adquieren significación en su dimensión comparativa. El alumno sabe cómo le han ido las cosas si compara los resultados con los que ha conseguido el compa­ñero. Un criterio de referencia sobre la evaluación individual es el contraste con la evaluación de los otros.

Esta dimensión ha de ser compensada con la valoración del esfuerzo y del resultado respecto a la capacidad de cada uno de los alumnos. Un proceso de

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evaluación sensible a la diversidad tiene en cuenta las peculiaridades de cada uno.

La evaluación como comunicación.

El profesor se relaciona con el alumno a través del método, de la experien­cia... y de la evaluación. Esta comunicación tiene repercusiones psicológicas para el alumno y para el profesor. El alumno ve potenciado o mermado su auto-concepto por los resultados de la evaluación. El alumno se ve comparado con los resultados de otros compañeros... También el profesor entiende que su acti­vidad (y él por consiguiente) es más o menos importante en razón de los resulta­dos que sus alumnos obtienen en ella. Y se compara con otros profesores cuyos alumnos tienen otros resultados,..

Los aspectos emocionales que configuran las relaciones están condicio­nados por la función evaluadora. No sólo por la reacción ante los resultados sino por las repercusiones psicológicas de todo el proceso.

La evaluación como diálogo.

En la evaluación tiene lugar un diálogo entre evaluadores y evaluados. Un diálogo que puede ser enriquecedor (si se realiza en libertad, con actitud de aper­tura y con voluntad de ayuda) o bien convertirse en un monólogo despótico y avasallador. También hace posible un diálogo entre los evaluados y entre diferen­tes evaluadores.

El diálogo continúa entre evaluadores y metaevaluadores, ya que éstos pueden convertir el proceso de evaluación en objeto de una nueva evaluación.

Es necesario preguntarse por la calidad de ese diálogo, por el protagonis­mo que tiene en él el alumno, por sus finalidades educativas, por su dimensión ética...

La evaluación como orientación.

La evaluación proporciona una información que puede ser el punto de parti­da para la toma de decisiones y la reorientación del aprendizaje. A través de la evaluación se pueden corregir los errores, modificar las actividades, acelerar el ritmo...

La evaluación educativa no tiene un fin en sí misma. Es un medio que per­mite reconducir lo que se estaba haciendo, la forma en que se llevaba a cabo o el ritmo de su desarrollo.

La evaluación como motivación.

La evaluación puede ser un proceso provocador del interés y del estímulo, tanto para el profesor que puede comprobar los efectos de su actividad como para los alumnos que ven reconocidos y recompensados por sus esfuerzos.

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La evaluación no consiste sólo en detectar errores, lagunas o problemas sino en reconocer los esfuerzos, comprobar las adquisiciones de nuevos conoci­mientos, hábitos, destrezas y actitudes, y elogiar por los aciertos.

La evaluación como formación.

La evaluación puede estar también al servicio de la comprensión y, por consiguiente, de la formación. La evaluación permite conocer cómo se ha realiza­do el aprendizaje (Santos Guerra, 1990a). De ahí se puede derivar

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