La tradición revolucionaria y su tesoro perdido
José JavierInforme24 de Septiembre de 2018
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“Sobre la Revolución” de Hanna Arendt
Reseña y Análisis del Capítulo 6:
“La tradición revolucionaria y su tesoro perdido”
Profesor : Carlos Ruiz S.
Alumno de
Magíster en
Filosofía : Sergio Taiba Mora
Sobre la Revolución
Del Cap. 6 : La tradición revolucionaria y su tesoro perdido.
- Reseña y Análisis
Revolución y libertad política serán dos elementos fundamentales que Arendt irá entrelazando en este capítulo. Para ello nos insistirá en que la política puedes ser pensada desde el recuerdo, pero no como una simple rememoranza o estimativa sino como fuente de lo que podríamos llamar una inauguración conceptual: “Todo pensamiento se inicia en el recuerdo” (1). Lo que salvaría los asuntos humanos de su “futilidad consustancial” no sería otra cosa que la constante recordación de los mismos, lo cual sería útil en la medida que los conceptos iluminan un pasado haciéndolo nuevo, tarea comprensiva que no terminaría nunca: “La comprensión que no tiene fin y por lo tanto no puede producir resultados definitivos; es el modo específicamente humano de vivir, ya que cada persona necesita reconciliarse con el mundo en que ha nacido como extranjero y en cuyo seno permanece siempre extraño a causa de su irreductible unicidad” (2). Frente a lo nuevo el espíritu humano suple sus carencias con el andamiaje conceptual del pasado o bien hecha mano a lo que tiene; de alguna manera esto habría ocurrido con el concepto revolución que tendría una tradición como el título del capítulo asegura, pero que no sería en virtud de una “necesidad histórica” o de un “desarrollo orgánico”. Arendt pone en duda las generalizaciones propuestas por Tocqueville y Marx: “… en especial su convicción de que la revolución habría sido más resultado de una fuerza irresistible que producto de ciertos acontecimientos y acciones humanas” (3). La tradición a la que quiere hacer mención Arendt, es la experiencia del espíritu humano que lucha en la historia por fundar la libertad; y que encontró dos manifestaciones especialísimas en la Revolución Americana y la Revolución Francesa. La primera habría perdido su tesoro al haber desausiado la tarea conceptual inmediatamente después “que la empresa habría sido realizada”(4) y de allí que Revolución Americana haya sido estéril para la política mundial. Pero a su vez, la Revolución Francesa habría sucumbido a la necesidad, a la urgencia, a la desesperación, teniendo que reconocer que “..., ninguna fundación de un cuerpo político nuevo, era posible donde las masas estuvieran agobiadas por la miseria” (5).
- Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Alianza Editorial, Madrid, 1988. Capítulo 6, p. 227.
- Arendt Hannah, De la historia de la acción. Paidós, Barcelona, 1995. Comprensión y Política, p. 30.
- Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 264.
- Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 227.
- Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 229.
Con la incapacidad para el pensamiento y el recuerdo la Revolución Americana habría perdido el espíritu público, dándose un olvido fundamental: que fue una revolución la que dio nacimiento a la República. El olvido del espíritu revolucionario dejó sólo valores sociales en reemplazo de los principios políticos, lo que queda: libertades civiles, bienestar, para el mayor número posible y la opinión pública como la fuerza de mayor importancia de una sociedad democrática e igualitaria. Arendt intenta presentar el grave conflicto que se presenta con la fundación de un nuevo cuerpo político. Fundar un nuevo cuerpo político, proyectar una nueva forma de gobierno contendría dos elementos que nos podrían parecer irreconciliables e incluso contradictorios; el primero sería la profunda preocupación por la estabilidad y durabilidad de la nueva estructura y el segundo, el espíritu de novedad, el nacimiento de algo nuevo. La fundación Americana fue perdiendo originalidad por optar progresivamente por la cuestión de la estabilidad, muy en la dirección del espíritu político de la modernidad que quería establecer un mundo en que se pudiese confiar para siempre. El valor buscado incluso por pensadores políticos pre-revolucionarios (Harrington, Montesquieu) era la estabilidad, la durabilidad en una esfera puramente mundana, y en este sentido el gobierno más recomendable era uno republicano; pero esta opción no se debía al igualitarismo pues, “la identidad confusa y desorientadora de gobierno republicano y democrático data del siglo XIX”. (6). La predilección por la estabilidad queda manifiesta en la valoración de los “senados” que cumplirían una responsabilidad de purificación y guardián del espíritu público, “contra la confusión propia de la multitud”. Los fundadores, en el pensar de Arendt, aborrecen la democracia no por el libertinaje que se produciría o la posibilidad de la lucha de las facciones son por “la inestabilidad básica de un gobierno desprovisto de espíritu público y gobernado por pasiones unánimes” (7). Como vemos la mayoría quiere imponer su opinión en la democracia, una “opinión pública”: “La multiplicidad de intereses y diversidad de opiniones se consideraban como características del “gobierno Libre”; su representación pública era lo que constituía a una república como una realidad diferente de la democracias, donde “un escaso número de ciudadanos… representa y ejerce el gobierno en persona” (8).
Los debates constitucionales de la Revolución Americana había buscado fundamentalmente la consolidación institucional (Senado y tribunal supremo) con miras a la conservación del cuerpo político. Estabilidad y permanencia se transformaron en rasgos distintivos de la preocupación de los fundadores, cuestión que para Arendt fue debilitando “el espíritu que se había manifestado en el curso de la misma revolución” (9). Para Arendt el único que logra percibir esta pérdida es Jefferson, quien desea mantener
(6) Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 232
(7) Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 234
- Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 235
- Arendt Hannah, Sobre la Revolución. Ed. Cit., , p. 239
viva la participación y las instancias que afirme: “todas mis consideraciones contienen un requerimiento: la división de los condados en distritos”(10). La poca valoración de instancias más directas como los distritos o municipios, se debería a que los fundadores se habrían preocupado de uno de los problemas centrales de la cuestión política: la representación. Esta tendió a ser interpretada como “un simple sustituto de la acción directa del pueblo” (11), (un mandato, una administración) o bien como un gobierno de representantes del pueblo sobre el pueblo” (12) (el privilegio de unos pocos para lo público). Jefferson se dio cuenta que la Constitución habría dado todo el poder a los ciudadanos;” el peligro consistía en haber dado todo el poder al pueblo a título privado y en no haber establecido ningún espacio donde pudieran conducirse como ciudadanos” (13) . La realidad fundamental que nos descubría el sistema de distritos, y que Arendt insistirá es que en el no sólo se juega la participación sino también la conservación del espíritu de la revolución: “El postulado básico del sistema de distritos, lo supiese o no Jefferson, era que nadie podrá ser feliz si no participaba en la felicidad pública, que nadie podrá ser libre si no experimentaba la libertad pública, que nadie finalmente. Podrá ser feliz o libre si no participaba en el poder público” (14).
Aquella otra Revolución, la Francesa que se erigió como el matriz de toda revolución, llevaba consigo el germen de la aniquilación, “una república que nunca llegó a existir” (15). En ella existió un gran número de clubs y sociedades que se formaron espontáneamente (las sociedades populares), cuyo origen no se encuentra en la función representativa (con la función de enviar delegados acreditados ante la Asamblea Nacional) sino que sus únicos objetivos eran según Robespierre, “instruir e ilustrar a sus conciudadanos acerca de los verdaderos principios de la constitución y a propagar una luz sin la cual la constitución no podrá sobrevivir”. Pero tan pronto como Robespierre se hubo elevado al poder y llegó a ser el jefe político del nuevo gobierno revolucionario lucharía sin descanso contra lo que denominó “las llamadas sociedades populares” y, frente a ellas, invocaba “la gran sociedad popular de todo el pueblo francés” uno e indivisible. Arendt se detiene en el conflicto entre el pueblo y el aparato de poder centralizado este conflicto planteado entre el gobierno jacobino y las sociedades revolucionarias se libró en tres frentes distintos. Primero, la lucha de la república por su supervivencia contra la presión del sansculotismo (libertad pública frente al peso agobiante de la miseria); en segundo lugar la lucha de la facción jacobina por el poder absoluto contra el espíritu público de las sociedades (intereses de partido en contra del bienestar común); y por último, la lucha del monopolio guber-
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