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Lelio Cicerón.


Enviado por   •  12 de Enero de 2013  •  12.884 Palabras (52 Páginas)  •  259 Visitas

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Q. Mucio el augur solía narrar muchas cosa sobre C. Lelio, su suegro, de memoria y agradablemente, y no dudar llamarlo sabio en toda conversación; yo,

por otra parte, había sido llevado por mi padre junto a Escévola, tomada la toga viril, de tal manera que, hasta donde pudiera y se me permitiera, nunca me

apartara del lado del anciano; y así, muchas cosas prudentemente disputadas por aquel, muchas cosas dichas también breve y convenientemente mandaba a mi memoria y me afanaba en llegar a ser más docto con su prudencia. Muerto este, me dirigí hacia el pontífice Escévola, el único de nuestra ciudad al cual me atrevo a llamar eminentísimo por ingenio y justicia. Pero de esto, en otro momento; ahora vuelvo al augur.

Recuerdo a menudo no sólo muchas cosas, sino también a aquel estando sentado en el hemiciclo de

la casa, como solía, estando junto con él yo y unos pocos muy familiares, caer en aquella conversación que entonces, casualmente, estaba en boca de muchos. Pues recuerdas ciertamente, Ático, y más por esto, porque tratabas mucho con P. Sulpicio, cuando este tribuno de la plebe se apartara con odio capital de Q. Pompeyo, que entonces era cónsul, con quien había vivido muy unida y amantísimamente, cuán grande era o la admiración

o la queja de los hombres.

Así, pues, como entonces Escévola hubiera caído en aquella misma mención, nos expuso la

conversación de Lelio sobre la amistad tenida por él consigo y con su otro yerno, C. Fanio, hijo de

Marco, pocos días después de la muerte del Africano. Mandé a mi memoria las sentencias de

este debate, las cuales expuse en este libro a mi arbitrio; pues, presenté a estos mismos como

hablantes, para que “digo” y “dice” no se interpusieran con bastante frecuencia, y para que la

conversación pareciera ser tenida como por presentes públicamente.

Pues, como a menudo trataras conmigo que escribiera sobre la amistad algo, me pareció cosa

digna no sólo del conocimiento de todos sino de nuestra familiaridad. Así pues, hice, no de mala

gana, que, por tu ruego, resultara útil a muchos. Pero, como en Catón el Mayor, que fue escrito para

ti sobre la vejez, presenté a un viejo Catón razonando, porque ninguna persona parecía más

apta para hablar de aquella edad que la de aquel que había sido viejo muchísimo tiempo y en la misma senectud había florecido por encima de los demás, así, habiendo recibido de nuestros padres que la familiaridad de C. Lelio y P. Escipión había sido muy memorable, la persona de Lelio me pareció idónea para disertar sobre la amistad aquellas mismas cosas que Escévola recordaba haber sido razonadas por aquel. Pues este género de conversaciones puesto bajo la autoridad de hombres

viejos, y estos ilustres, parece tener, no sé por qué pacto, más gravedad; así pues, yo mismo leyendo

mis cosas, me impresiono alguna vez de manera que creo que habla Catón, no yo.

Pero, como entonces, viejo, escribí a un viejo acerca de la vejez, así en este libro, como el más

amigo, escribí a un amigo acerca de la amistad. Entonces habló Catón, mayor que el cual casi nadie

había en aquellos tiempos, nadie más prudente; ahora Lelio, sabio (pues así ha sido tenido) y

excelente por la gloria de su amistad, hablará de amistad. Quisiera que tú apartaras un poco tu

atención de mí, que pensaras que habla Lelio en persona. C. Fanio y Q. Mucio llegan ante su suegro

después de la muerte del Africano; por estos surge la conversación, responde Lelio, cuyo razonamiento es todo sobre la amistad, leyendo el cual tú mismo te conocerás.

Fanio: Esas cosas son así, Lelio; pues ningún hombre hubo mejor que el Africano ni más ilustre.

Pero debes considerar que los ojos de todos están dirigidos hacia ti solo; te llaman y consideran sabio. Esto se atribuía hace poco a M. Catón; sabemos que L. Acilio entre nuestros padres fue llamado sabio; pero cada uno de un modo distinto, Acilio, porque se pensaba que era versado en derecho civil, Catón, porque tenía experiencia de muchas cosas; se contaban muchas cosas de él en el senado y en el foro ya previstas prudentemente ya hechas firmemente ya respondidas agudamente; por esto ya tenía en su vejez, por así decirlo, el sobrenombre de sabio.

Pero decimos que tú eres sabio de algún otro modo no sólo por tu naturaleza y costumbres, sino

también por tu estudio y ciencia, y no como el vulgo, sino como los eruditos suelen llamar sabio,

como a nadie en Grecia (pues quienes procuran saber esas cosas más sutilmente no tienen en el

número de sabios a aquellos que son llamados "los siete"). Hemos oído decir que en Atenas sólo uno fue juzgado sapientísimo, y este ciertamente incluso por el oráculo de Apolo; estiman que esta sabiduría está en ti, de modo que consideres que todas tus cosas han sido puestas en ti y creas que los sucesos humanos son inferiores a la virtud. Y así, me preguntan, creo igualmente a Escévola, de qué manera llevas la muerte del Africano, y más por esto, porque en las pasadas Nonas, como

hubiéramos ido a los jardines de D. Bruto el augur para reflexionar, como es costumbre, no estuviste tú, que siempre acostumbraste a respetar aquel día fijado y aquella obligación.

Escévola: Lo preguntan ciertamente, C. Lelio, muchos, como ha sido dicho por Fanio, pero yo

respondo aquello que constaté: que tú llevas moderadamente el dolor, que recibiste con la muerte no sólo de un hombre excelente sino también muy amigo y que no pudiste no conmoverte ni esto hubiera sido propio de tu humanidad; pero respondo que la causa de que en las Nonas no estuviste en nuestra reunión fue tu salud, no la tristeza.

Lelio: Tú ciertamente dices bien y verdaderamente, Escévola; pues ni debí ser apartado por mi

desgracia de ese deber, que siempre ejercí, teniendo buena salud, ni en ningún caso considero que pueda acontecer a un hombre constante esto: que se haga alguna

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