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Los 7 Habitos

dannnna28 de Abril de 2014

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De adentro hacia afuera

Ante el reto de propiciar el desarrollo pleno hacia el éxito de su hijo el autor y su esposa procuraron mentalizarlo usando técnicas de actitud positiva, reforzamiento de la autoestima, sobreprotección, sin embargo nada daba resultado, hasta que decidieron contemplar la situación desde un nivel diferente. El autor destaca el modo en que las percepciones se forman y gobiernan nuestra manera de ver las cosas y la forma en que nos comportamos, por lo que se dedicó a estudiar las expectativas y las profecías de auto cumplimiento o "efecto Pigmalión, y a comprender lo profundamente enraizadas que están nuestras percepciones. Con ello concluye que debemos examinar el cristal o la lente a través de los cuales vemos el mundo tanto como el mundo que vemos, y que ese cristal da forma a nuestra interpretación del mundo. Cuando el autor y su esposa hablaron de sus investigaciones, empezaron a comprender que lo que hacían para ayuda a su hijo no estaba de acuerdo con el modo en que realmente lo veían, dado que su percepción era que su hijo padecía de una inadecuación básica, con lo que en realidad le comunicaban era: “No eres capaz”. Alguien tiene que protegerte. Con ello empezaron a comprender que, si querían cambiar la situación, debían cambiar ellos mismos. Y que para poder cambiar efectivamente, debían primero cambiar sus percepciones.

La personalidad y la ética del carácter

El autor además de su investigación sobre la percepción, se encontraba profundamente inmerso en un estudio documental acerca del éxito de libros publicados en los Estados Unidos desde 1776, en campos tales como el auto perfeccionamiento, la psicología popular y la autoayuda. El estudio lo llevó a rastrear doscientos años de escritos sobre el éxito, y en su contenido advirtió la aparición de una pauta sorprendente, que gran parte de la literatura sobre el éxito de los últimos cincuenta años era superficial, estaba llena de obsesión por la imagen, las técnicas y los arreglos transitorios de tipo social (parches y aspirinas sociales) para solucionar problemas agudos (que a veces incluso parecían solucionar temporalmente) pero dejaban intactos los problemas crónicos subyacentes, que empeoraban y reaparecían una y otra vez.

Ética del carácter

En total contraste, casi todos los libros de más o menos los primeros ciento cincuenta años se centraban en lo que podría denominarse la “ética del carácter” como cimiento del éxito: en cosas tales como la integridad, la humildad, la fidelidad, la mesura, el valor, la justicia, la paciencia, el esfuerzo, la simplicidad, la modestia y la “regla de oro". La autobiografía de Benjamin Franklin es representativa de esa literatura. Se trata básicamente, de la descripción de los esfuerzos de un hombre tendientes a integrar profundamente en su naturaleza ciertos principios y hábitos. La ética del carácter enseñaba que existen principios básicos para vivir con efectividad, y que las personas sólo pueden experimentar un verdadero éxito y una felicidad duradera con aprenden esos principios y los integran en su carácter básico.

Ética de la personalidad

Poco después de la Primera Guerra Mundial la concepción básica del éxito pasó de la ética del carácter a lo que podría llamarse la “ética de la personalidad". El éxito pasó a ser una función de la personalidad, de la imagen pública, de las actitudes y las conductas, habilidades y técnicas que hacen funcionar los procesos de la internación 31-Mar-02 5humana. La ética de la personalidad, en lo esencial, tomó dos sendas: una, la de las técnicas de relaciones públicas y humanas, y otra, la actitud mental Positiva (AMP). Algo de esta filosofía se expresaba en máximas inspiradoras y a veces válidas, como por ejemplo “Tu actitud determina tu altitud”, 'La sonrisa hace más amigos que el entrecejo fruncido” y “La mente humana puede lograr todo lo que concibe y cree”. El autor al pensar más profundamente sobre la diferencia entre las éticas de la personalidad y del carácter, se dio cuenta de que él y su esposa, habían estado obteniendo beneficios sociales de la buena conducta de sus hijos, y, según esto, uno de ellos simplemente no estaba a la altura de sus expectativas. La imagen de ellos y su rol como padres buenos y cariñosos eran incluso más profundos que su imagen del niño, y tal vez influían en ella. El modo en que veían y manejaban el problema implicaba mucho más que su preocupación por el bienestar de su hijo. De modo que decidieron centrar sus esfuerzos en ellos mismos, no en sus técnicas sino en sus motivaciones más profundas y en la percepción del niño. En lugar de tratar de cambiarlo a él, procuraron apartarse -tomar distancia respecto de él- y esforzarse por percibir su identidad, su individualidad, su condición independiente y su valor personal. Gracias a esta profundización de sus pensamientos y al ejercicio de la fe y la plegaria, empezaron a ver a su hijo en los términos de su propia singularidad. Vieron el enorme potencial que iba a dar sus frutos con su propio ritmo y velocidad. Entonces decidieron apartarse del y permitir que emergiera su propia personalidad. Comprendieron que su rol natural consistía en afirmarlo, disfrutarlo y valorarlo. Cuando desecharon su antigua percepción del niño y desarrollaron motivos basados en valores, empezaron a surgir en ellos nuevos sentimientos. Disfrutaban de él en lugar de compararlo o juzgarlo. Dejaron de tratar de hacer con él un duplicado de su propia imagen o de medirlo en comparación con ciertas expectativas sociales, Dejaron de manipularlo amable y positivamente para que se adecuara a un molde social aceptable. Como lo consideraban apto y capaz de afrontar con éxito la vida, dejaron de protegerlo cuando sus hermanos y otros pretendían ridiculizarlo. A medida que pasaban semanas y meses, el niño fue desarrollando en él una tranquila confianza; se estaba afirmando a sí mismo. Maduraba según su propio ritmo y velocidad. Empezó a sobresalir rápida y bruscamente, en comparación con criterios sociales -académicos, sociales y atléticos-, yendo mucho más allá del llamado proceso natural de desarrollo.

Grandeza” primaria y secundaria

La experiencia y las investigaciones del autor lo llevaron a concluir el poderoso efecto de la ética de la personalidad, y a comprender con claridad esas discrepancias sutiles, a menudo no identificadas conscientemente, entre lo que sabía que era cierto (algunas cosas que me habían enseñado muchos años antes, de niño, y otras profundamente arraigadas en mi propio sentido interior de los valores) y las filosofías de arreglo transitorio que encontraba a su alrededor día tras día. Para el autor, los elementos de la ética de la personalidad (desarrollo de la personalidad, habilidades para la comunicación, estrategias de influencia y pensamiento positivo) son rasgos secundarios, no primarios. El autor agrega: “cuando trato de usar estrategias de influencia y táctica para conseguir que los otros hagan lo que yo quiero, que trabaje mejor, que se sientan más motivados, que yo les agrade y se gusten entre ellos, nunca podré tener éxito a largo plazo si mi carácter es fundamentalmente imperfecto, y está marcado por la duplicidad y la falta de sinceridad. Mi duplicidad alimentará la desconfianza, y todo lo que yo haga (incluso aplicando buenas técnicas de "relaciones humanas") se percibirá como manipulador. No importa que la retórica o las intenciones sean buenas si no hay confianza o hay muy poca, faltarán bases para el éxito permanente. Solamente una bondad básica puede dar vida a la técnica, Finalmente, si no hay una integridad profunda y una fuerza fundamental del carácter, los desafíos de la vida sacan a la superficie los verdaderos motivos, y el fracaso de las relaciones humanas reemplaza al éxito a corto plazo. Muchas personas con “grandeza" secundaria -es decir, con reconocimiento social de sus talentos- carecen de “grandeza” primaria o de bondad en su carácter. Un poco antes o un poco después, esto se advertirá en todas sus relaciones prolongadas, sea con un socio en los negocios, con el cónyuge, con un amigo o con un hijo adolescente que pasa por una crisis de identidad. Es el carácter lo que se comunica con la mayor elocuencia. Como dijo Emerson: "Me gritas tan fuerte en los oídos que no puedo oír lo que me dices". Desde luego, hay situaciones en las que las personas tienen fuerza de carácter pero les falta habilidad para la comunicación, y ello sin duda afecta la calidad de las relaciones, pero los efectos siguen siendo secundarios. Lo que somos puede trasmitirse con una elocuencia mayor que cualquier cosa que digamos o hagamos.

El poder de un paradigma

Los “siete hábitos” materializan muchos de los principios fundamentales de la efectividad humana. Los 7 hábitos son básicos y primarios, representando la internalización de principios correctos que cimientan la felicidad y el éxito duraderos. La palabra paradigma representa el modo en que “vemos” el mundo, no en los términos de nuestro sentido de la vista, sino como percepción, comprensión e interpretación. Un modo simple de pensar en paradigmas es considerarlos mapas, que nos explican ciertos aspectos de un territorio. Un paradigma es precisamente eso una teoría o una explicación o un modelo de alguna otra cosa. Todos tenemos muchos mapas en la cabeza, que pueden clasificarse en dos categorías principales: mapas del modo en que son las cosas, o realidades, y mapas del modo en que deberían ser, o valores. Con esos mapas mentales interpretamos todo lo que experimentamos, simplemente damos por sentado que el modo en que vemos las cosas corresponde a lo que realmente son o a

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