Marco de referencia editable.
gustavo siuTrabajo24 de Marzo de 2017
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Ética: un marco de referencia
Los mercados con frecuencia se han tildado como “amorales”, pero, quienes participan en ellos, a menudo emiten juicios éticos sobre las personas y las prácticas con las que se encuentran. En efecto, la mayoría de las personas prefieren hacer negocios con aquellas compañías e individuos en los cuales pueden confiar, y son pocos (al menos en una sociedad libre y abierta) los que se pliegan a un tratamiento que consideren no ético. Cuando sufren un revés, daño, desprecio o son ignorados, muchos buscarán otras opciones para sus negocios, mientras que otros buscarán desagravios a través de los tribunales, los medios de comunicación, las leyes u otros canales. Algunos, incluso, “recompensarán” o “castigarán” a las empresas por su conducta respecto a terceros: por ejemplo, a los inversionistas que apoyan la responsabilidad empresarial o aquellos clientes que rehúyen de los infractores de derechos humanos.
Cada vez hay más investigaciones que muestran vínculos entre la ética y el desempeño. Los investigadores han descubierto, por ejemplo, que una mayor creatividad se asocia con una recompensa justa, ayuda recíproca e información honesta;1 que los empleados comparten sus conocimientos en un ambiente donde sienten confianza;2 que evitar incurrir en faltas a la ética profesional y practicar una conducta corporativa de buen ciudadano construye una reputación positiva;3 y que las empresas acusadas de mala conducta obtienen menos ganancias en el tiempo.4 Por supuesto, estos resultados no comprueban que la ética siempre “paga”; de hecho, esa sería una conclusión equivocada. No obstante, ésta y otras investigaciones demuestran que la ética empresarial tiene importantes implicaciones en el funcionamiento de una organización, su capacidad para manejar el riesgo, su reputación en el mercado y prestigio en la comunidad.5
A pesar de estos hallazgos, con frecuencia, el análisis ético no forma parte de la toma de decisiones gerenciales. En la mayoría de las empresas bien administradas, los análisis financieros, legales y competitivos son rutinarios y se hacen de forma explícita. Por el contrario, la ética se considera como algo instintivo o una “reacción visceral” y se maneja ad hoc, conforme surjan los problemas. Según lo indican investigaciones de las ciencias sociales, muchos individuos asumen posturas éticas según sus instintos y emociones.6 Si usan la razón y el análisis, es sólo después de ocurrido el hecho, a fin de justificar su respuesta instintiva en lugar de formular y poner a prueba su juicio.
El instinto, por supuesto, es una importante guía para decidir y actuar y no debería obviarse. Pero los instintos de las personas difieren y pocos poseen uno tan bien canalizado, que les permita visualizar los aspectos éticos asociados a una reestructuración financiera compleja, a un nuevo modelo de negocios o a un avance tecnológico. Toda vez que el instinto por sí solo funciona en situaciones sencillas y conocidas, es esencial que los actuales líderes empresariales cuenten con un
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enfoque más estructurado, a fin de identificar y dar solución a los dilemas éticos. En esta nota de estudio nos disponemos a esbozar esa perspectiva.
Un marco de referencia
Los académicos han debatido durante largo tiempo la definición de ética.7 Se ha definido como “el estudio de lo que está bien y lo que está mal” y, desde una perspectiva más amplia, como: “la indagación general de lo que se considera bueno”.8 Nuestro marco de referencia se basa solamente en algunos conceptos de este amplio campo de estudio. Involucra cuatro preguntas fundamentales que un actor (un individuo, una compañía o un grupo) deberían considerar cuando evalúa un posible curso de acción:
¿Esta acción concuerda con los deberes básicos del actor?
¿Respeta los derechos y otras reivindicaciones legítimas de las partes afectadas?
¿Refleja las mejores prácticas?
¿Es compatible con los compromisos más arraigados del actor?
Estas preguntas originan diferentes normas o estándares éticos. Las dos primeras preguntas sacan a la luz los requisitos básicos: lo éticamente esperado –lo mínimo- de alguien que se encontrase en tal situación. La tercera y cuarta interrogante suscitan consideraciones que son más discrecionales y, sin embargo, revisten importancia para las compañías y los individuos que se consideran a sí mismos líderes, tomando en cuenta que el liderazgo, casi por definición, significa hacer mucho más que el mínimo esperado. El uso eficaz de este marco referencial exige la comprensión de cuatro conceptos derivados de la teoría de la ética, cada uno vinculado a cada una de las preguntas mencionadas con anterioridad:
Deberes Un deber moral básico es una exigencia para actuar o dejar de hacerlo de un modo específico. Con frecuencia, los deberes se le asignan a las otras partes (la compañía, los colegas, los clientes, el público en general), aunque los deberes para con uno mismo son también importantes. En ocasiones, se ha establecido una distinción entre los deberes “perfectos”, que implican determinadas obligaciones para con actores específicos: por ejemplo, cumplir una promesa, y los deberes “imperfectos”, que son más generales y abiertos, por ejemplo, el deber de hacer la caridad. Aunque se asume que cualquier actor competente es capaz de cumplir con los deberes básicos, a menudo se requiere conocimiento especializado y experiencia. Muchos deberes morales básicos se han incorporado a las leyes o se han incluido en códigos. Tal es el caso de los deberes de respetar la propiedad, abstenerse de cometer fraude y evitar dañar a otros, los cuales forman parte de muchos sistemas legales. Asimismo, existen disposiciones en diversos códigos de conducta empresarial. Los deberes básicos no son siempre explícitos; también pudieran residir en pactos tácitos de lo que los seres humanos se deben recíprocamente. Dado que los deberes básicos reflejan las expectativas aceptadas, aquellas acciones que violenten estas obligaciones, generarán críticas o culpa. El actor podrá verse obligado a disculparse o compensar los daños ocasionados por la acción que generó la controversia.
Derechos Los deberes morales van de la mano de los derechos morales. Un derecho es, con frecuencia, lo opuesto del deber. Por ejemplo, el derecho a la propiedad de una de las partes se corresponde con el deber de no robar de la otra. Por analogía, el derecho de alguien a saber, generalmente implica el deber de otro de informar. Un derecho, por tanto, es el derecho a esperar una determinada conducta por parte de otros individuos.9 Los derechos a veces se catalogan como “positivos”, si exigen que otros dediquen recursos o tomen una acción afirmativa (tal es el caso del
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derecho a la educación) y son “negativos”, si requieren que otros se abstengan de realizar ciertas acciones (como sería el derecho a la privacidad). Pese a que los derechos y los deberes están correlacionados, resulta útil concentrarse en los derechos, puesto que los derechos están mejor definidos que los correspondientes deberes. Conforme ocurre con los deberes básicos, los derechos básicos están escritos como leyes o códigos formales, como en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. El incumplimiento de los deberes básicos o el irrespeto a los derechos básicos generan culpabilidad y los infractores de esos derechos reciben una sanción o se les exige compensar el daño que produjeron sus acciones.
La mejor acción Aparte de los derechos y deberes básicos, la mayoría de los sistemas éticos definen, además, ciertos principios o estándares de excelencia. En la teoría de la ética, se denominan “ideales”, “valores” o “aspiraciones”. También se llaman estándares de “la mejor acción”, dado que representan una conducta que es deseable, pero que no es necesariamente obligatoria. La distinción que hay entre la conducta exigida por razones éticas (las “obligaciones”) y la conducta que es buena, pero que no es obligatoria (lo que “debería” hacer o “cosas buenas por hacer”) no siempre es diáfana. Una prueba de una determinada acción es cómo es recibida por el otro. La conducta que ejemplifica la mejor práctica genera alabanzas o admiración, aunque su falta no amerite crítica o culpabilidad. Por ejemplo, el honrar un contrato que no es vinculante podrá otorgarle “crédito moral” al actor, incluso si el actor podía o merecía ser excusado por el incumplimiento del convenio. Igualmente, una compañía que proporciona información más allá de lo exigido por la ley y por la honestidad, podría generar halagos por su franqueza, aunque ocultar la información no la haría culpable.
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