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Martín Luis Guzmán


Enviado por   •  9 de Abril de 2014  •  Biografías  •  2.178 Palabras (9 Páginas)  •  228 Visitas

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Martín Luis Guzmán publicó La sombra del Caudillo en 1929 en la editorial Espasa-Calpe (Madrid-Barcelona), aunque antes la había publicado por entregas en la prensa norteamericana, del 20 de mayo de 1928 al 10 de noviembre de 1929, en “La Opinión” de Los Ángeles, en “La Prensa” de San Antonio (Texas), ciudades con numerosa población de origen mejicano, y en “El Universal de Méjico” D.F.

Pero en este trabajo nos vamos a ocupar de la figura del general Aguirre como héroe trágico. En efecto (Lorente, 2002, 50-60) las características de Ignacio Aguirre coinciden, en lo fundamental, con el héroe trágico según la Poética de Aristóteles:1.El personaje debe ser de noble cuna. 2. Tiene un rasgo de su personalidad que lo lleva a la caída. 3. Comete un error en el juicio. 4. El personaje, no debe ser ni bueno ni malo, pero el público debe ser capaz de identificarse con él. 5. Es responsable de su destino y en la caída se da cuenta de su error. 6. Se enfrentará a la muerte con dignidad y 7. La catarsis, que producirá en el público compasión y terror.

Ignacio Aguirre, protagonista de La sombra del Caudillo, no es de noble estirpe, pero tampoco es un ciudadano anodino, sino que es general y Ministro de la Guerra y tiene unos rasgos de su personalidad que lo llevan a la catástrofe: la indecisión, la soberbia y la ingenuidad, así como su extrema confianza en el valor de la amistad en un terreno minado como es el de la política mejicana post-revolucionaria. Actúa de corifeo el diputado Axkaná González (portavoz del autor) diciendo la verdad a Aguirre y a los demás; y de coro una discreta opinión pública, secretamente partidaria de Aguirre- en quien veía al valiente adalid de la oposición al caudillo, que significaba el continuismo. Y junto con él el antagonismo del candidato del Caudillo: Hilario Jiménez y sus partidarios. La tragedia está servida. En cuanto al final de la novela, si no se produce una catarsis plena: compasión y terror, sí, al menos, produce un tremendo terror.

La caracterización de Ignacio Aguirre se demora, evita caracterizarlo desde el principio como un héroe, dado que lo que quiere transmitir son las deficiencias de un sistema político, que prometiendo igualdad y libertad, promueve la corrupción, el asesinato y la mentira. Primero nos lo presenta seduciendo a Rosario y dejándose seducir por sus partidarios políticos. Es mujeriego, cínico y crápula, y manifiesta, una y otra vez, su desinterés por la presidencia de la República, pero en su interior tiene ambición de poder.

Entre todo esto la voz de la calle (el coro) sanciona las dos candidaturas: la de Ignacio Aguirre y la de su oponente, el general Hilario Jiménez, ministro de la Gobernación, candidato del Caudillo. Las tomas de posición de los políticos civiles (“aguirristas e hilaristas”) y la de los políticos militares (turbias, vacilantes y sospechosas) anuncian la tragedia, nuestro héroe trágico tiene que cumplir su destino.

Pero el ministro de la Guerra sigue sin decidirse (la indecisión) a aceptar la candidatura a la Presidencia por el “Bloque Radical Progresista”. Para Aguirre, por encima de todo está la lealtad y el respeto al Caudillo. Por eso cuando se entrevista con el Caudillo siente que hay desconfianza y falta de afecto en el trato, él confiaba en la amistad, pero de la entrevista sale herido y humillado; se mueve ya más por los sentimientos que por la razón.

Aguirre, aconsejado por Axkaná, su verdadero amigo y consejero áulico, se entrevista con el general Hilario Jiménez para conciliar la candidatura, pero Jiménez ante el tono arrogante (la soberbia), pero sincero de Aguirre, responde con un tono lacónico y desconfiado. Jiménez duda de la sinceridad del protagonista: por qué rechaza la candidatura que le ofrece la calle y el partido, por qué no la rechaza públicamente. Aguirre se da cuenta que es imposible convencer a Hilario Jiménez. Tiene delante la tragedia que el mismo ha creado y que le empuja a su destino fatal.

En el libro tercero (”Catarino Ibáñez”) el narrador centra la atención sobre otros personajes (Catarino Ibáñez, Protasio Leyva y Julián Elizondo) que amplía la visión del lector y confiere a la lucha política aires de tragedia según venimos diciendo. Así entran en acción Olivier Fernández, político hábil y carente de escrúpulos, dispuesto a cambiar de chaqueta política con tal de obtener poder; Catarino Ibáñez, hilarista y gobernador de Toluca; Hilario Jiménez, y, sobre todo, el poder del innominado Caudillo, presente, aunque casi mudo, en toda la novela bajo cuya sombra sólo se cobijan el crimen y la corrupción, que anula las iniciativas de Olivier para designar a Aguirre como candidato.

Olivier responde a la humillación sufrida en Toluca con la organización de un “bloque de diputados y senadores pro Ignacio Aguirre”, que le permite el dominio de las cámaras. Hilario Jiménez se muestra amenazador. Pero las pasiones políticas desbordadas parecen no afectar al protagonista, que acepta el soborno que le ofrece la “May-be” a través de su amigo Remigio Tarabana, personaje cínico que aprovecha la eminente posición del ministro de la Guerra para organizar pingües negocios, a cambio de permitir la expropiación de unos terrenos a favor de la multinacional petrolífera. El proceso de dignificación del héroe, que se estaba llevando a cabo, sufre un duro revés, aunque Aguirre reconoce que su actuación es inmoral: “¿Sabes por qué tomo este dinero? No porque me figure que tomarlo está bien hecho. No soy tan necio. Lo tomo porque lo necesito” (…)1.

La noticia del atentado contra Axkaná (desencadenante de la tragedia) le pone en acción y descubre al autor intelectual del delito: el coronel Zaldívar, jefe de la policía; y obtiene de éste un a confesión autógrafa: “fue una orden directa de mi general Hilario Jiménez” (p. 233). Con la declaración autógrafa de Zaldívar va a visitar al Caudillo, pero éste niega las evidencias que implicaban a Jiménez y cierra cualquier acuerdo con él. Nuestro héroe peca de ingenuo. Se ve obligado a dimitir de su cargo de ministro de la Guerra. El Caudillo designó como nuevo ministro al general Martín Aispuro, el que más odiaba a Aguirre y comandante de la plaza a Protasio Leyva, partidario de Hilario Jiménez, el candidato continuista, como sabemos.

Aguirre, por fin, acepta la candidatura que le ofrecían sus amigos los radicales.

En la Cámara de los Diputados comienza la contienda entre “aguirristas con Olivier a la cabeza e “hilaristas” de Ricalde. Olivier, en el parlamento, se atrevió a criticar la figura del Caudillo, hasta ahora intocable, como consecuencia

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