No Tengo
juanmilinoEnsayo26 de Mayo de 2014
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A pesar de esta realidad histórica descomunal y del epígrafe de Rimbaud, nuestros pueblos deben confiar en que la democracia, aun con sus aberrantes deudas, no está definitivamente perdida. José Saramago, en ocasión de una entrevista periodística, dijo: “las victorias se parecen mucho a las derrotas en que ni unas ni otras son definitivas” (García Márquez, 2010: Yo no vengo a decir un discurso). Sabias palabras las del “comunista hormonal”, en especial por la hipocresía de muchxs políticxs, tecnócratas, comunicadorxs sociales y académicxs, que sin poder esconder su fingido y argumentado dolor, reivindican la victoria del ideal democrático cuando unos fueron responsables de la erosión del Estado social, y otros cómplices de la imposición del “pensamiento único” y del “fin de las ideologías”; dos instrumentos de retórica malsana utilizados para enmascarar la desaparición del Estado-nación, el esplendor de la globalización capitalista y la petrificación de los principios y valores comunitaristas. Es en este sentido que la política tiene algo de tragedia... y no es una contraprueba de ello el “infantilismo” de cierta izquierda “clasista”.
Cuando hablan de “pueblo”, esos operadores políticos no se están refiriendo a nada concreto, según la opinión de Pierre Rosanvallon, en La contrademocracia. La política en la era de la desconfianza, el pueblo es un concepto polisémico que se materializa como “pueblo elector”, “pueblo social”, “pueblo principio”, “pueblo vigilante”, “pueblo veto” y “pueblo juez”; de allí que con independencia de su estricto sentido etimológico, “democracia”: demos=pueblo y kratos=poder, en tanto concepto tiene una significación políticamente ambigua. Tan imprecisa, que nuestros problemas de desarrollo -al estilo del Occidente (etno-/euro-/antropo-)céntrico- devienen de la extraviada relación entre la ética y el par política-economía. Por lo tanto, uno de nuestros objetivos será el de relatar los contextos en los que los niveles de inequidad social no mejoran, porque son escasxs lxs investigadorxs poseedores de saberes (tecno-)científicos que los apliquen para resolver problemas que afectan a la mayoría de la sociedad.
La historia muestra que las democracias liberales nunca cumplieron con la promesa de la “felicidad colectiva”, tal como proclamara el revolucionario francés Sain Just en un discurso pronunciado ante la Convention del 3 de marzo de 1794. Ejemplo de ello es que esas democracias fueron parte responsable del surgimiento del fascismo, del nazismo, del colonialismo y del imperialismo en cualquiera de sus rostros; lo cual explica la decepción de muchos ciudadanos que van cada vez menos a las urnas, sin que por ello devinieran en sujetos pasivos, como podrían presuponer lxs gobernantes imposibilitadxs, siquiera, de fingir el dolor de sus representadxs. Mas cuando se les interpela, recurren a una argumentación falaz: verbalizan el inconsistente recurso de los votos recibidos.
Con el fin de insistir en la necesidad de (re)construir un contrapunto para un análisis de las algunos de los argumentos esgrimidos en La tecnociencia y la tecnocultura en la era de la globalización (E. Datri, 2010), para poner en evidencia la imposibilidad de coadyuvar al desarrollo de una democracia sustantiva mientras persista la turbia afinidad entre la “sociedad del conocimiento” y la “sociedad de mercado”; cuyos fundamentos fueron establecidos desde la consagración del “Modelo Lineal de Desarrollo” y la concepción “esencialista” de los saberes (tecno-)científicos, vigente a partir del “Proyecto Manhatan” desarrollado en EEUU durante la Segunda Guerra Mundial. Estas cuestiones…
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