Principios Contables
fsanchezo20 de Septiembre de 2012
2.847 Palabras (12 Páginas)403 Visitas
III. PRINCIPIOS.
PRINCIPIOS FUNDAMENTALES EN LA VIDA DEL HOMBRE.
En toda idea del hombre se encuentran larvadas las pautas que señalan las líneas de su desarrollo.
En nuestro caso, hemos asumido la idea del hombre de la filosofía clásica, como un ser que es capaz de autodominio y trascendencia, ya hemos señalado cinco vías por donde puede proceder su natural desarrollo.
Pues bien: a las pautas de desarrollo contenidas en la idea del hombre, las llamamos principios.
El hombre posee la venturosa y dramática posibilidad de ensanchar su propio ser o degradarlo. Tiene el hombre la triste posibilidad de ser otra cosa distinta de lo que es. Triste posibilidad, porque la hacerse el hombre algo distinto de lo que es, se traslada necesariamente a un rango ontológico interior al que le corresponde.
Esto quiere decir que el hombre es libre no sólo ante las instancias y reclamos de su entorno, sino también ante las que surgen de su interior, como un ímpetu, casi físico, de su naturaleza. Sin embargo, es preciso que el hombre formule esos principios, aun sabiéndose libre de guardarlos o no. La ignorancia o desprecio de tales principios, constituyen la forma más grave de degradación en el hombre, porque no estaría siquiera en condiciones de rectificar el rumbo, al carecer, como carecería entonces, de señalizaciones o pautas.
LOS CÓDIGOS DE CONDUCTA.
El factum histórico de la existencia de principios de conducta en las principales corrientes culturales del mundo, impide al hombre de acción empezar la ética desde el inicio. Es ésta una tendencia frecuente entre los directores de empresa. Acostumbrados como están a determinar, partiendo de sí mismos, las reglas de operación de las compañías a su cargo, se siente con el derecho de plasmar en un código ético los principios morales de la conducta de la organización.
Hay una diferencia importante entre principios éticos y código ético. Los primeros deben descubrirse; el segundo formularse.
Un enfoque acertado de la ética personal y corporativa deriva de la convicción de que los códigos de conducta, en caso de formularse, no son más que expresiones concretas y claras de principios preexistentes, superiores a mí, que no pueden ser cambiados autónomamente.
El código de conducta comporta la ventaja de saber a qué atenernos. Por ello debería ser público, y no un documento reservado y críptico.
Ha de tenerse en cuenta que el código de conducta, como toda norma, representa un ideal de comportamiento, pero el comportamiento real no reside en la norma, sino en la virtud o capacitación del individuo para actuar de modo tal que su ser se expansione. Basta aprenderse el código. La virtud en cambio debe adquirirse.
EL DECÁLOGO BÍBLICO.
Ningún código de conducta en una empresa debería formularse sin tener como marco referencia el decálogo bíblico, en donde se encuentra el cenit cultural de las normas humanas de conducta.
Es de notar que los 10 mandamientos de la ley de Dios tienen todos un punto en común, que constituye el eje sobre el cual discurren estas líneas. Este denominador común de todos los principios del decálogo bíblico es el desarrollo de la persona: tanto a la persona que ejerce la acción a la que se refiere el mandato o principio, como de aquélla a la que tal acción es destinada.
Otro punto común en que coincide la formulación de los mandamientos componentes del decálogo bíblico, es el hecho de que todos ellos se refieren a la persona, pero haciendo expresa mención de la persona concreta (prójimo, padre, esposa, dueño…) o de la acción que de ella se destina (amar, robar, fornicar, desear, envidiar, etc.).
Por esta causa, denominamos a los principios del decálogo bíblico, principios de contenido concreto. Estos principios, precisamente por su contenido concreto, están contenidos de manera fácilmente inteligible para todos, demos que no quepan engaños provenientes de generalizaciones globales o de interpretaciones extrañas. La modalidad del amor al prójimo no puede expresarse con mayor concreción, compensando sobradamente esa generalización sospechosa. El como a sí mismo con que debe amarse al prójimo, es el modo expresivo más concreto del amor, ya que no hay nadie que ignore como es el amor a sí mismo.
PRINCIPIOS FORMALES DE MORALIDAD.
La moral clásica, ha definido otros principios, que no indican concretamente las personas a que se refieren, o la persona sobre la cual recae la acción referida, sino que se formulan, como muchas otras leyes de la ciencia positiva, de una manera formal, de modo que puedan materializarse o concretarse en los objetos de una situación determinada. El hombre tiene, en los principios formales de la moralidad de la conducta, el menester de aplicarlos a los objetos o sujetos que considero acordes con los principios susodichos.
Por tal causa, ningún principio formal debe aplicarse a supuestos objetos o sujetos pertinentes, en contradicción con los principios de contenido concreto, pues siempre será infinitamente más confiable la aplicación hecha por Dios mismo, y la tradición que la repite, que la aplicación hecha por mí, y precisamente por ser mía.
El bien debe seguirse y evitarse el mal.
Se trata del más formal de los principios formales, el primer principio de moralidad al que todos los demás se remiten. El carácter de general del bien y el mal guardan, no obstante, estrecha relación con uno de los fenómenos humanos de mayor importancia: la autorreflexión de que el hombre es capaz sobre sus propios juicios y sus propios actos, que lo pone en condiciones de juzgarlos como buenos o como malos. A esta capacidad de autorreflexión, en su vertiente moral, la hemos llamado conciencia.
Acabamos de decir que el hombre puede, ante cualquier acción dictar un juicio acerca de la moralidad de ésta.
Una de las obligaciones morales tanto de los individuos como de las corporaciones, es mantener la conciencia expresa de la moralidad de todas sus acciones. Uno de los deberes más importantes que tiene frente a sí la empresa es el poner a flor de piel el sentido de moralidad de sus actos.
No debe emplearse medios moralmente malos aunque los fines sean buenos.
El fin no justifica los medios. El apoyo causal de este principio reside en el anterior (el mal debe evitarse), según el cual no debe hacerse nada malo, aunque los resultados sean buenos.
El bien para serlo, debe ser íntegro, plenario, y en cambio para que sea malo basta cualquier defecto.
Nadie ha dicho nunca que el comportarse moralmente bien es fácil; o, lo que es equiparable, que se fácil cumplir con el oficio del hombre.
No deben perseguirse fines buenos que tengan efectos resultantes desproporcionadamente malos.
Este principio es la contratuerca del anterior. Según el principio formal anterior, no podríamos emplear medios malos aunque los fines fueran buenos. En ese mismo supuesto, tampoco éstos deben pretenderse ya no digamos si los medios para alcanzarlos son malos, sino si los son los efectos que producen una vez alcanzados. Lo que antes se nos prohibía para los medios a priori, se nos prohíbe ahora para los efectos a posteriori.
Ha de considerarse valioso todo aquello que contribuya al desarrollo del hombre.
Este importante principio formal se deduce directamente del hecho de que la persona humana es sujeto de dignidad, y por tanto, quien otorga valor al resto de las realidades. Por otra parte, el principio expresado encierra explícitamente una definición de valor: se llama valor todo aquello que contribuya al desarrollo o perfeccionamiento del hombre.
Si entonces dijimos que las leyes eran un factor importante de la cultura de la empresa, diremos ahora que la cultura citada se determina más por los valores que se viven que por las leyes que se establecen y cumplen.
Hay valores que son objetivos, válidos para toda persona y cultura.
Este principio se deduce del hecho de que el hombre posee una naturaleza determinada, y no es fruto casual o ciego, ni un estadio perecedero de la evolución biológica.
El hombre debe adquirir las capacidades (virtudes) necesarias para alcanzar una vida lograda, plena o completa.
El principio que acabaos de expresar es la columna vertebral del desarrollo humano. El hombre virtuoso es el que está capacitado para perfeccionarse.
La virtud y el valor son coincidentes. La virtud es aquella capacidad humana que permite a la persona incorporar lo valioso dentro de sí. La virtud tiene una dimensión más subjetiva en tanto que el valor es una realidad o ideal más objetivo: algo que, estando fuera del individuo, debe ser alcanzado y asimilado por éste.
PRINCIPIOS Y OPINIONES.
Una vez enunciados los principios de contenido concreto y los principios formales debe hacerse una observación importante para su recta aplicación. Estos principios, por su propia esencia, no tienen nombre ni apellido. Son universales no sólo en su aplicación, también en su origen; pues el punto de partida de ellos es la universal naturaleza humana.
Definida que fue la empresa
...