Procedimiento penal en la vida cotidiana
carlos4563Tesina21 de Septiembre de 2012
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POR QUÉ NO DEBE SUPRIMIRSE
EL DERECHO PENAL
Winfried Hassemer
LAS MISERIAS DEL DELITO Y DE LA PENA*
Quien reflexione sobre la criminalidad y el Derecho penal se enfrentará a las miserias unidas de forma inherente con estos temas. Sangre y violencia, sufrimiento y muerte, miedo y luto son las dos caras de la misma moneda, es decir, el delito y la pena. Debido a esto el ser humano no sólo ha averiguado, descubierto, condenado y sancionado, sino que también se ha preguntado si es que no se puede romper el círculo vicioso del delito y la pena. El sufrimiento de la pena no ha dejado en paz al ser humano y puedo entender por qué. El día de hoy quisiera, si bien no responder, por lo menos plantear la vieja pregunta que gira en torno al fin de este círculo vicioso y exponerla desde un punto de vista fundamentado.
El significado y la valoración en cuanto a la pena han variado a lo largo de los siglos y, desde mi punto de vista, esto ha sucedido de modo sustancial entre nosotros. Desde el momento en que pude observar de manera analítica nuestro ambiente punitivo, y hasta la fecha, nunca antes había percibido de forma tan evidente una predisposición a la pena ni notado tal agrado hacia la sanción penal como en nuestros días. De otro lado, parece que actualmente no se reflexiona acerca de la pena y su justificación, sino más bien se le cuestiona y critica.
Hoy en día, a diferencia de lo que sucedía hace algunos años, es necesario en Alemania, pero también en toda Europa Occidental, aclarar a los estudiantes y a la opinión pública en general por qué la pena debe existir: el que la pena tenga que existir le es casi siempre no sólo obvio a la gente, sino también una opinión que, además de estar generalizada, es expresada por los seres humanos con naturalidad. La pena viene bien, se dice. Pero, más que eso, hoy en día es preciso aclarar la razón por la cual no respondemos a determinados problemas imponiendo una sanción. No considero una casualidad que palabras como “Rambo” o “Macho” hayan desaparecido del vocabulario insultante en el ámbito del idioma alemán a diferencia de “buena onda”, “alivianado” o simplemente “bonachón”, voces estas que se han ganado ya un lugar. Lo que sucede es que se desplaza una gran cantidad de argumentos y se alecciona a la opinión general con dicciones que parecen ser suficientes para catalogar a una determinada situación como incuestionable, plausible o simplemente como acertada: se trata entonces de un rechazo antes de cuestionar, sancionar antes de subsanar o de simplemente perdonar. Hoy en día no es el vocablo crudeza el que nos debe ser aclarado y explicado, sino más bien el término flexibilidad.
CONTROL SOCIAL
1. Vida cotidiana
a. Penas, discursos, procedimientos
Es evidente que en el marco de la educación de los niños se emplea constantemente la pena, entre las que se hallan algunas de carácter incorpóreo y suaves (aunque generalmente no se trata de estas sanciones). Conocemos asimismo una especie de “mirada sancionadora” frente a la cual agachamos la cabeza. Hacemos pedazos (de modo tajante, ¡eso suena bien!) la conciencia de aquellos que se lo hayan ganado. Hay también un silencio de carácter punitivo entre los hombres que se encuentran en una relación común; de esta forma no hablarle a la persona de al lado significa un acto de crítica o desaprobación. Hay penas en la escuela, en el trabajo, entre amigos y colegas y naturalmente ante los Tribunales —no sólo ante los Tribunales penales, sino también ante los laborales, sociales o civiles, en los que las infracciones tienen igualmente una consecuencia—, de tal manera que cuando un sujeto comete una falta obtiene como respuesta una sanción: el despido, la prohibición de tener contacto con otra persona o la reducción del salario.
Todos los días hay discursos acerca de las penas; éstos se verifican entre las personas, en la familia, en la prensa, en la radio, en la televisión y ante los Tribunales: ¿Entonces fue él realmente? ¿De verdad lo habrá hecho? ¿Habrá sido aquello tan grave? ¿Por lo menos pidió perdón? ¿Y si ahora mismo no tomamos medidas, qué haremos la próxima ocasión ante una desfachatez como ésta? ¿Justificar el despido sin previo aviso? ¿Hay todavía alguna forma de aplazar la ejecución de la pena? Todos éstos son discursos pretenciosos sobre la pena que se verifican en la vida cotidiana.
Hay incluso procedimientos en el marco de las penas, hay instituciones y competencias. Esto se entiende cuando hablamos sobre los Tribunales mismos, respecto de los cuales y tratándose de un Estado de Derecho existe un ordenamiento procesal en el que se define y fundamenta el proceso. Sin embargo, también descubrimos procesos del otro lado de las salas de audiencias de un Tribunal, es decir, aquellos que persisten en nuestras ingenuas y punitivas vidas cotidianas. Me refiero al caso en el que uno de los padres de familia inflige una pena y la otra parte se mantiene pasiva, aunque también existe la posibilidad de que una hermana cumpla con las funciones de defensora, o que, por el contrario, sea un tercero el que intente calmar un poco la situación; pero también podemos escuchar la conocida forma de reproche: “es que, precisamente viniendo de ti, no puedo aceptar esto”.
Vamos a detenernos en estas reglas del procedimiento penal que se verifican en la vida cotidiana. Quien atenta en contra de estas normas se arriesga a ser objeto de una sanción que, ocasionalmente, puede consistir en una reacción exagerada o quizás sólo en una desaprobación o crítica.
Luego evidentemente existen penas en la vida cotidiana, hay discursos acerca de la conveniencia de las penas y existe algo así como un procedimiento para la imposición de esas sanciones. En suma, existe lo que denominamos “control social”, un topos de gran contenido y que le es indispensable a todo aquel que quiera entender lo que significa la pena en nuestro mundo. Los científicos sociales incluyen en el concepto de control social una trilogía de elementos que de forma sencilla podríamos ordenar así:
1. vivir con normas sociales
2. sancionar desviaciones con estas normas
3. observar, para estos efectos, determinadas normas de procedimiento.
b. Normas
Generalmente es en el momento en que se reacciona en contra de su incumplimiento cuando nos damos cuenta de que existen determinadas normas que utilizamos como modelo a seguir para nuestro comportamiento, las cuales ni están escritas ni se encuentran sistemáticamente organizadas. Estas normas no están formalizadas ni necesitan de una justificación propia en tanto que la gente se rige en gran parte con base en ellas. Simplemente son válidas. Esto último nos ahorra el laborioso proceso de justificarlas y además nos proporciona la expectativa de que regirán tanto al prójimo como a nosotros mismos. Esta expectativa es recíproca y en los casos más comunes se puede confiar en ella. Se trata de normas que son válidas para todos aquellos que viven en comunidad y vinculan a las personas.
Sin la seguridad de una expectativa no podríamos existir, pues de lo contrario tendríamos que concebir nuestro mundo todos los días y tendríamos que fundamentar nuevamente aquello que consideramos correcto. Eso nadie lo puede hacer. El que no actuemos precipitadamente todos los días entre nosotros, que no sancionemos de forma excesiva y que reaccionemos amistosamente a una amabilidad pertenecen al repertorio de conductas que, como sucede en el ámbito de lo cotidiano, no sacamos todos los días de nuestra mochila y lo sujetamos a una reflexión y examen, sino que sencillamente lo aplicamos. Sólo debido a circunstancias como éstas es que podemos situarnos en un punto medio y observar precisamente cómo actuamos.
La seguridad urgente y necesaria que puede existir en una determinada situación se ubica, en un sentido positivo, por encima de un arreglo cotidiano de la expectativa, es decir, sobre su estabilización y, en un sentido negativo, sobre la punición en el ámbito de la defraudación de expectativas. Una expectativa tiene determinada validez para todos nosotros, de tal manera que pensamos que nuestros semejantes esperan también el cumplimiento de las mismas expectativas; de esta forma creemos firmemente en que existen las mismas pautas, un mismo “ritmo” entre todos, y que de nosotros se espera lo mismo que esperamos de los demás. Es por ello que los científicos sociales hablan, con un lenguaje no muy bello pero sí lleno de conocimiento, de “espera de expectativas” y llegan así a la conclusión de que nos encontramos normativamente encadenados los unos a los otros, unidos, vinculados: “obligados” en toda la extensión de la palabra. Vivimos con y mediante normas sociales.
Las normas sociales son cambiantes y tienen validez en distintos niveles de nuestra sociedad, con diferente contenido y también con diferente fuerza: las mujeres del norte, con 50 años de edad y dedicadas a su casa, ven el mundo de forma diversa (y se comportan también conforme a esa visión) que una estudiante del sur, de 15 años de edad y dedicada al estudio. Profesión, edad, sexo, región, estrato social y experiencia en la vida son los ingredientes que conforman las normas sociales, de tal forma que para un grupo determinado de personas hay normas diferentes a las de otro grupo. Debido a su diversidad y diferencia pueden existir conflictos normativos; claro, siempre que vivan lo suficientemente cerca unos con otros. No obstante ello, aun con estas diferencias y movilidad de las normas llegamos a acuerdos satisfactorios. Pertenecen a nuestra vida cotidiana, estamos organizados conforme a ellas y sabemos muy bien lo que pasa cuando son infringidas.
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