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Que Aporto Aristoteles Ala Ciencia

fer2629312 de Octubre de 2013

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Aristóteles: fuerza para el movimiento

Aristóteles vivió en Grecia en el siglo IV antes de Cristo. Fue una figura importantísima en diversas áreas del conocimiento: lógica, ética, política, economía y biología. También se preocupó por aspectos que hoy se encuadrarían en el ámbito de la física.

Las ideas de Aristóteles sobre el movimiento son a primera vista razonables y cercanas al “sentido común”. Sin embargo, como veremos a lo largo de este recorrido histórico, la intuición y el “sentido común” fueron sufriendo innumerables golpes en la historia de la física.

Sobre el movimiento

En la doctrina aristotélica, todas las cosas están constituidas por cuatro elementos fundamentales: fuego, agua, tierra y aire. El peso de un cuerpo está determinado por la proporción que contiene de cada uno de ellos. Por otra parte, el peso determina el estado de movimiento “natural” de las cosas: hacia abajo los más pesados (compuestos principalmente por tierra y agua), hacia arriba los más livianos (cuyos principales componentes son el fuego y el aire). En esta descripción no están incluidos los astros, de los que nos ocuparemos más adelante.

Sus leyes de movimiento pueden resumirse de la siguiente manera. Para que un cuerpo adquiera una velocidad, es necesario aplicar una fuerza mayor a la resistencia, F>R. Esta es una noción bastante intuitiva: para mover algo debemos empujarlo, y el movimiento empieza recién después de que nuestro empuje sobrepasa un cierto valor. Según Aristóteles, el cuerpo en movimiento adquirirá una velocidad proporcional a la fuerza e inversamente proporcional a la resistencia. Definiendo de manera adecuada la “resistencia” esta fórmula describe correctamente el movimiento de un objeto sometido a fuerzas de rozamiento dependientes de la velocidad, que llegan a una velocidad límite proporcional a la fuerza aplicada. Si bien correctas, estas leyes no son útiles al no tratar en pie de igualdad las fuerzas que producen el movimiento con las fuerzas de rozamiento. Tampoco describen cómo se llega a la velocidad límite.

Uno de los aspectos más criticables de la doctrina aristotélica es su descripción de la caída de los cuerpos en las cercanías de la Tierra. Este problema interesó a los filósofos naturales desde la antigüedad, y jugó un rol fundamental en el desarrollo de la física. Aristóteles afirmaba que los cuerpos caen con una velocidad proporcional a su peso, es decir, soltando objetos de distinto peso desde una misma altura, el tiempo de caída sería inversamente proporcional a su peso. Si bien prestó mucha atención a las observaciones experimentales para otros fenómenos naturales, en este caso hubo que esperar muchos años hasta que alguien se planteara la validez experimental de esta afirmación. ¡Hubiese sido muy sencillo demostrar claramente su inexactitud, dejando caer cuerpos de igual forma pero de peso diferente!

Sobre los cielos

Según la visión aristotélica, los astros están hechos de un quinto elemento, el éter. Son perfectos e inmutables. Todos ellos se mueven alrededor de la Tierra. Ya en la antigüedad esta visión geocéntrica no fue compartida por algunos filósofos naturales (como por ejemplo el astrónomo Aristarco de Samos, que vivió en el siglo III a.C.). Sin embargo, la visión aristotélica, perfeccionada por Tolomeo, prevaleció hasta la publicación de las ideas de Copérnico en 1543.

El punto de vista geocéntrico era importante en la filosofía aristotélica, y estaba basado en algunos argumentos que son muy ilustrativos. Siguiendo a Aristóteles, la Tierra debe estar necesariamente en reposo ya que, si rotara sobre su eje, las distintas porciones de la Tierra realizarían un movimiento circular. Pero ese movimiento no sería “natural”, ya que como vimos anteriormente movimiento natural de los cuerpos pesados es hacia abajo. Por lo tanto, tal movimiento no podría ser eterno...

La doctrina aristotélica prevaleció hasta el Renacimiento.

Trayectoria vital de San Agustín de Hipona

La vida de San Agustín de Hipona es la historia de un recorrido intelectual en busca de la verdad que le llevó de la retórica a la filosofía, del maniqueísmo al neoplatonismo, y de éste al cristianismo.

El propio San Agustín proporciona en sus escritos numerosa información sobre sí mismo. De hecho, una de las principales fuentes documentales para el conocimiento de su vida son sus famosas Confesiones, escrito autobiográfico que aporta datos desde su nacimiento hasta la muerte de su madre Mónica, ocurrida en Roma en el año 387. Junto a ellas, la Vita Sancti Augustini, compuesta entre los años 431 y 439, es decir, inmediatamente después de la muerte de San Agustín, por su amigo y compañero, el obispo de Calama, San Posidio, proporciona numerosa información de su etapa como obispo de Hipona.

Del nacimiento a la conversión: el maniqueo y el escéptico.

Aurelio Agustín nació el día 13 de noviembre del año 354 d.C. en la ciudad de Tagaste (hoy la ciudad argelina de Souk Ahras), situada en la provincia romana de Numidia. De padre pagano y madre cristiana, tuvo dos hermanos, Navigio, contertulio suyo en algunos diálogos, y Perpetua. Su padre, Patricio, al que Agustín dedica escasa atención en las Confesiones, era un funcionario municipal de carácter violento y aficionado a la bebida. Poco antes de morir se convirtió al cristianismo por influencia de su mujer, Mónica, una devota cristiana que ejerció un gran influjo sobre su hijo y hubo de soportar las preocupaciones provocadas por el comportamiento de éste en sus años de juventud.

En Tagaste pasó su infancia y cursó sus primeros estudios. Se conoce bastante mejor su juventud gracias a los datos que da en sus Confesiones. Antes de morir, Patricio reunió dinero suficiente para que Agustín, dotado de una gran inteligencia, prosiguiera su educación en Madaura y en Cartago, ciudad a la que llegó con 16 o 17 años. Allí estudió con éxito gramática y retórica, llegando a ser el mejor alumno de la escuela. Además, conoció a una mujer, cuyo nombre no menciona, con quien mantuvo una larga relación amorosa fruto de la cual nació, en el 372, su hijo Adeodato, quien permaneció con Agustín hasta su temprana muerte acaecida en el 389. Pero el estilo de vida licencioso y disoluto que llevó en esta época- en las Confesiones afirma que llegó a ser "el más vil esclavo de las bajas pasiones"- le deja insatisfecho e inicia una búsqueda intelectual para descubrir la verdad acerca de sí mismo. Comenzaba, así, a los 19 años, su larga evolución interior que le llevaría a recibir el bautismo cristiano.

El cristianismo que le ofrecía su madre parecía demasiado simple para satisfacer su exigente intelecto pues necesitaba una explicación a sus preguntas y dudas que resultase convincente y lo bastante profunda para que él pudiera aceptarla. Descubrió la filosofía gracias a la lectura de un libro hoy perdido de Cicerón, el Hortensius. Se trataba de una exhortación a la filosofía y Agustín se sintió, en seguida, atraído por ella. Sin embargo, Cicerón no ofrecía soluciones ni explicaciones a sus problemas morales.

Agustín se acercó entonces al maniqueísmo y entró en un grupo de Cartago. Abrazó durante nueve años esta secta dualista, muy extendida, por entonces, en el norte de África. Según la doctrina maniquea, no somos nosotros quienes pecamos, sino otra naturaleza más tenebrosa que se apodera de nuestras almas. El maniqueísmo, por tanto, ofrecía indudables atractivos a un espíritu como el suyo, atormentado por la lucha moral. Le daba una respuesta al problema del mal, acuciante para san Agustín a lo largo de toda su vida.

Entretanto, Agustín finalizó sus estudios en Cartago y regresó a su ciudad natal, Tagaste, para enseñar gramática y retórica. Poco después, ya con veinte años, vuelve a Cartago para ejercer como profesor.

A los 26 o 27 años escribió su primera obra, De pulchro et apto (Sobre lo bello y lo conveniente), hoy perdida. Ya por entonces su entusiasmo por el maniqueísmo había comenzado a decaer. A Agustín se le planteaban grandes dudas a las cuales la enseñanza de Mani no era capaz de proporcionar solución. La entrevista que tuvo con el obispo maniqueo Fausto para tratar diversos temas, no hizo sino aumentar sus sospechas hacia el maniqueísmo dada la escasa talla intelectual de éste. Hacia el 400 d. C., Agustín refutará a los maniqueos en Contra Faustum (Contra Fausto).

Unos años después, en el año 383, Agustín decidió marchar a Roma con su hijo y con su amante para trabajar como profesor de retórica. Al poco de llegar cayó enfermo de gravedad. Restablecido y decepcionado con el materialismo maniqueo, comenzó a tomar en consideración la doctrina escéptica de la Academia Nueva, creyendo que alcanzar la verdad era un objetivo imposible.

En el otoño del año 384, Agustín se traslada a Milán para enseñar retórica. La ciudad había remplazado a Roma como capital administrativa del Imperio Romano y se había convertido en residencia de la corte imperial. Además, era un importante centro cultural donde se conocía bien a Platón y el neoplatonismo. La figura más influyente de Milán era el obispo Ambrosio, cuyos sermones atraían a una amplia audiencia. Agustín empezó a frecuentar sus predicaciones y a encontrar en ellas respuestas a las dudas no solucionadas

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