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Quien Se Ha Llevado Mi Queso

yuliperez12 de Noviembre de 2013

7.767 Palabras (32 Páginas)351 Visitas

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La narración

¿Quién se ha llevado mi queso?

Erase una vez, hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivían cuatro pequeños

personajes que recorrían un laberinto buscando el queso que los alimentara y los hiciera

sentirse felices.

Dos de ellos eran ratones y se llamaban “Fisgón” y “Escurridizo”, y los otros dos eran

liliputienses, seres tan pequeños como los ratones, pero cuyo aspecto y forma de actuar se

parecía mucho a las gentes de hoy día. Se llamaban “Hem” y “Haw”.

Debido a su pequeño tamaño, sería fácil no darse cuenta de lo que estaban haciendo

los cuatro. Pero si se miraba con la suficiente atención, se descubrían las cosas más

extraordinarias.

Cada día, los ratones y los liliputienses dedicaban el tiempo en el laberinto a buscar

su propio queso especial.

Los ratones, Fisgón y Escurridizo, que sólo poseían simples cerebros de roedores,

pero muy buen instinto, buscaban un queso seco y duro de roer, como suelen hacer los

ratones.

Los dos liliputienses, Hem y Haw, utilizaban su cerebro, repleto de convicciones y

emociones, para buscar una clase muy diferente de Queso, con mayúscula, que estaban

convencidos los haría sentirse felices y alcanzar el éxito.

Por muy diferentes que fuesen los ratones y los liliputienses, tenían algo en común:

cada mañana, se colocaban sus atuendos y sus zapatillas de correr, abandonaban sus

diminutas casas y se ponían a correr por el laberinto en busca de su queso favorito.

El laberinto estaba compuesto por pasillos y cámaras, algunas de las cuales

contenían un queso delicioso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida

que no conducían a ninguna parte. Era un lugar donde cualquiera podía perderse con suma

facilidad.

No obstante, el laberinto contenía secretos que permitían disfrutar de una vida mejor

a los que supieran encontrar su camino.

Los ratones, Fisgón y Escurridizo, utilizaban el sencillo método de tanteo para

encontrar el queso. Recorrían un pasadizo y, si lo encontraban vacío, se daban media vuelta

y recorrían otro. Recordaban los pasadizos donde no había queso y, de ese modo, pronto

empezaron a explorar nuevas zonas.

Fisgón utilizaba su magnífica nariz para husmear la dirección general de donde

procedía el olor del queso, mientras que Escurridizo se lanzaba hacia delante. Se perdieron

más de una vez, como no podía ser de otro modo; seguían direcciones equivocadas y a

menudo tropezaban con las paredes. Pero al cabo de un tiempo encontraban el camino.

Al igual que los ratones, Hem y Haw, los dos liliputienses, también utilizaban su

capacidad para pensar y aprender de experiencias del pasado. No obstante, se fiaban de su

complejo cerebro para desarrollar métodos más sofisticados de encontrar el Queso.

A veces les salía bien, pero en otras ocasiones se dejaban dominar por sus

poderosas convicciones y emociones humanas, que nublaban su forma de ver las cosas.

Eso hacía que la vida en el laberinto fuese mucho más complicada y desafiante. A pesar de todo, Fisgón, Escurridizo, Hem y Haw terminaron por encontrar el camino

hacia lo que andaban buscando. Cada uno encontró un día su propia clase de queso al final

de uno de los pasadizos, en el depósito de Queso Q.

Después de eso, los ratones y los liliputienses se ponían cada mañana sus atuendos

para correr y se dirigían al depósito de Queso Q. Así, no tardaron mucho en establecer cada

uno su propia rutina.

Fisgón y Escurridizo continuaron levantándose pronto cada día para recorrer el

laberinto, siguiendo siempre la misma ruta.

Una vez llegados a su destino, los ratones se quitaban las zapatillas de correr, las

ataban juntas y se las colgaban del cuello, para poder utilizarlas de nuevo con rapidez en

cuando las necesitaran. Por último, se dedicaban a disfrutar del queso.

Al principio, Hem y Haw también se apresuraban cada mañana hacia el depósito de

Queso Q, para disfrutar de los jugosos nuevos bocados que los esperaban.

Pero, al cabo de un tiempo, los liliputienses establecieron una rutina diferente.

Hem y Haw se levantaban cada día un poco más tarde, se vestían con algo más de lentitud

y, en lugar de correr, caminaban hacia el depósito de Queso Q. Después de todo, ahora ya

sabían dónde estaba el Queso y cómo llegar hasta él.

No tenían la menor idea de dónde provenía el Queso ni de quién lo ponía allí.

Simplemente, suponían que estaría donde esperaban que estuviese.

Cada mañana, en cuando llegaban al depósito de Queso Q, se instalaban

cómodamente, como si estuvieran en su casa. Colgaban los atuendos de correr, se quitaban

las zapatillas y se ponían las pantuflas. Ahora que habían encontrado el Queso empezaban

a sentirse muy cómodos.

-Esto es fantástico –dijo Hem-. Aquí hay Queso suficiente para toda la vida.

Los liliputienses se sentían felices; tenían la sensación de haber alcanzado el éxito y

creían estar seguros.

-Hem y Haw no tardaron en considerar que el Queso encontrado en el depósito de

Queso Q era de su propiedad. Allí había tantas reservas de Queso que finalmente

trasladaron sus hogares para estar más cerca y crear su vida social alrededor de ese lugar.

Para sentirse todavía más cómodos, Hem y Haw decoraron las paredes con frases y

hasta dibujaron imágenes del Queso a su alrededor, lo que los hacía sonreír. Una de

aquellas frases decía:

Tener Queso

te hace feliz.

A veces, Hem y Haw invitaban a sus amigos para que contemplaran su montón de

Queso en el depósito de Queso Q, lo mostraban con orgullo y decían: “Bonito Queso,

¿verdad?”. Algunas veces lo compartían con sus amigos. Otras veces no.

-Nos merecemos este Queso –dijo Hem, al tiempo que tomaba un trozo fresco y se lo

comía-. Sin duda tuvimos que trabajar duro y durante mucho tiempo para encontrarlo.

Después de comer, Hem se quedó dormido, como solía sucederle.

Cada noche, los liliputienses regresaban lentamente a casa, repletos de Queso, y

cada mañana volvían a buscar más, sintiéndose muy seguros de sí mismos.

Así se mantuvo la situación durante algún tiempo. Poco a poco, la seguridad que Hem y Haw tenían en sí mismos se fue convirtiendo

en la arrogancia propia del éxito. Pronto se sintieron tan sumamente a gusto, que ni siquiera

se dieron cuenta de lo que estaba sucediendo.

Por su parte, fisgón y Escurridizo continuaron con su rutina a medida que pasaba el

tiempo. Cada mañana llegaban temprano, husmeaban, marcaban la zona e iban de un lado

a otro del depósito de Queso Q, comprobando si se había producido algún cambio con

respecto a la situación del día anterior. Luego, se sentaban tranquilamente a roer el queso.

Una mañana llegaron al depósito de Queso Q y descubrieron que no había queso.

No se sorprendieron. Desde que Fisgón y Escurridizo empezaron a notar que la

provisión de queso disminuía cada día que pasaba, se habían preparado para lo inevitable y

supieron instintivamente qué tenían que hacer.

Se miraron el uno al otro, tomaron las zapatillas de correr que llevaban atadas y

convenientemente colgadas del cuello, se las pusieron en las patas y se anudaron los

cordones.

Los ratones no se entretuvieron en analizar demasiado las cosas.

Para ellos, tanto el problema como la respuesta eran bien simples. La situación en el

depósito de Queso Q había cambiado. Así pues, Fisgón y Escurridizo decidieron cambiar.

Ambos se quedaron mirando hacia el inescrutable laberinto. Luego, Fisgón levantó

ligeramente la nariz, husmeó y le hizo señas a Escurridizo, que echó a correr por el laberinto

siguiendo la indicación de Fisgón, seguido por éste con toda la rapidez que pudo.

Muy pronto ya estaban en busca de Queso Nuevo.

• • •

Algo más tarde, ese mismo día, Hem y Haw llegaron al depósito de Queso Q. No habían

prestado la menor atención a los pequeños cambios que se habían ido produciendo cada

día, así que daban por sentado que allí encontrarían su Queso, como siempre.

No estaban preparados para lo que descubrieron.

-¡Qué! ¿No hay Queso? –gritó Hem, y siguió gritando-: ¿No hay Queso? ¿No hay

nada de Queso?, -como si el hecho de gritar cada vez más fuerte bastara para que

reapareciese.

“¿Quién se ha llevado mi Queso? –aulló.

Finalmente, puso los brazos en jarras, con la cara enrojecida, y gritó con toda la

fuerza de su voz:

-¡No hay derecho!

Haw, por su parte, se limitó a sacudir la cabeza con incredulidad. Él también estaba

seguro de encontrar Queso en el depósito de Queso Q. Se quedó allí de pie durante largo

rato, como petrificado por la conmoción. No estaba preparado para esto.

...

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