RESILENCIA EN PACIENTES CON CÁNCER.
ChiracApuntes1 de Septiembre de 2016
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PSICOLOGA: BLANCA MENDOZA
LA RESILENCIA EN PACIENTES CON CANCER
El concepto de resiliencia se viene estudiando, aproximadamente, desde la segunda mitad del Siglo XX; tiene como origen etimológico la palabra latina “resilio” que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar (Becoña, 2006; Luthar, 2006).
En el campo de la Psicología, el término resiliencia cobra importancia a través de los trabajos del paido-psiquiatra Michael Rutter, quien considera que la resiliencia “no debe ser entendida como la animada negación de las difíciles experiencias de la vida, dolores y cicatrices: es más bien, la habilidad para continuar adelante a pesar de ello” (Rutter, 1986, 1993, 2006). Según Rutter (1996), es difícil identificar las raíces del surgimiento del interés en la resiliencia; su origen data del año 1955, con el estudio longitudinal desarrollado por Emmy Werner y Ruth Smith, en el que estudiaron, a lo largo de 30 años, una cohorte de 698 niños nacidos en las Islas Kauai (Hawai) en condiciones desfavorables.
En este estudio se encontró que el 80% de esta muestra no presentaban comportamientos psicopatológicos siendo adultos, por el contrario, eran personas optimistas, de visión positiva, adaptada, competente e integrada a su contexto social y cultural. Esta investigación, a pesar de haberse realizado en un contexto diferente a la resiliencia, ha tenido relevancia significativa en su surgimiento y desarrollo posterior (Kotliarenco, Cáceres y Fontecilla, 1997). A partir de ese momento, se realizaron un sinnúmero de estudios sobre resiliencia en la infancia, que se remontaron a la observación de comportamientos individuales de superación, que parecían más casos aislados y anecdóticos y, por otro lado, al estudio evolutivo de niños que habían vivido en condiciones difíciles, como pobreza extrema y psicopatología de los padres, entre otros (Luthar, Cicchetti y Becker, 2000;
La resiliencia como capacidad para superar las adversidades e incluso aprender y salir “fortalecido” de ellas se ha convertido, en la última década, en el foco de múltiples estudios a lo largo del ciclo vital y en diferentes culturas. Por otra parte, la enfermedad oncológica se presenta a nivel mundial en un alto porcentaje de la población requiriéndose del trabajo del equipo de salud y entre ellos los psicólogos para su afrontamiento por parte del enfermo y sus familiares. La resiliencia a nivel personal, familiar y cultural iniciándose la misma con la presencia de relaciones de confianza, el cultivo de las emociones positivas, la aceptación de los diferentes ciclos de la vida y la creencia en un mundo justo. Estos factores de promoción de la resiliencia son los amortiguadores que permitirán la vivencia de la enfermedad oncológica e incluso la muerte y el duelo como oportunidades de generar procesos reflexivos y de aprendizajes personales y familiares.
Afrontamiento, resiliencia y mejoría de los índices de supervivencia
Los comportamientos resilientes y el afrontamiento efectivo son variables que inciden directamente en la disminución de la mortalidad de los pacientes enfermos de cáncer. Alrededor de los años 50 algunas investigaciones sugerían que “los pacientes de cáncer, con características psicológicas específicas, aumentaban los índices de supervivencia” (Royak-Schaler, 1991) por ejemplo, los individuos cuya enfermedad había empeorado pero presentaban características como la amabilidad, capacidad de cooperación, menor expresión de emociones negativa, menor hostilidad, eran más propensos a aumentar su esperanza de vida. En la literatura se denominó a estos pacientes como emocionalmente expresivos.
En estudios que fueron llevados a cabo en Londres por Weissman y Worden (1995), se relacionaron las variables supresión de la ira y disminución de la sintomatología. Para ello se estudió una muestra de 160 mujeres con cáncer de mamas, evidenciándose que la supresión de la ira se relacionaba directamente con una reducción en la sintomatología asociada a la enfermedad. Aun más, en un estudio realizado durante 10 años, Greer (1979-1989) pretendía mostrar como los índices elevados de supervivencia en mujeres con diagnóstico de cáncer (alrededor de un 55%) se relacionaban con una mayor tendencia a mostrarse con un “espíritu de lucha” frente a una supervivencia de un 22% en aquellas que habían aceptado pasivamente su enfermedad.
Otros estudios realizados posteriormente mostraron resultados que hablan a favor de cómo los estados emocionales favorables aumentan la expectativa de vida en pacientes oncológicos. Por ejemplo Fawzy (1991) encontró relación directa entre el afrontamiento activo y la reducción de la sintomatología propia de la enfermedad. El aumento de las rumiaciones generadoras de ansiedad descritas por Greer, Morris y Pettingale, (1993) la disminución de la esperanza en la recuperación, (Morris y Haybittle, 1994) y la utilización de estilos de aceptación de la enfermedad basados en el pesimismo (Weissman y Worden, 1995) son variables que modulan negativamente la esperanza de vida del paciente y pueden incluso acelerar el proceso patológico. Específicamente el pesimismo es una variable potencialmente moduladora de evoluciones negativas de las enfermedades oncológicas. Schulz y sus colaboradores (1996) investigaron durante ocho meses a pacientes con cáncer, de los cuales, al final de este período, había muerto un tercio de los mismos. Estos investigadores descubrieron que detrás del aumento de los síntomas de la enfermedad radicaba, de forma subyacente, profundos estados pesimistas ante su recuperación. Las medidas contrastaban significativamente con aquellos pacientes con una orientación positiva hacia su recuperación. Este optimismo se expresaba en un comportamiento proactivo ante la enfermedad y ante el medio circundante. En muchos casos la focalización en la enfermedad le cedió espacio a nuevas actividades de disfrute personal.
Todos los estudios abordados en este trabajo indican una verdad irrefutable: la resiliencia y el afrontamiento pueden influir en la recuperación de cualquier enfermedad y especialmente en la oncológica. Esto significa que la responsabilidad ante la enfermedad oncológica va desde el médico hasta el paciente, atravesando por la familia y el psicooncólogo.
Así la personalidad y su regulación se convierten en un factor cuya importancia para la mejoría
“Resiliencia no es resignación o sometimiento para aceptar la realidad, como parte del destino. El ser humano a diferencia de los animales, cuenta con el lenguaje, los valores de su cultura y su capacidad de transformarse y modificar el entorno social y físico donde habita. Resiliente no es aquel que se resigna a reproducir las condiciones de vida dadas, sino que ambiciona un cambio de las mismas, con actitud crítica de su situación, en la búsqueda de su propio anhelo o deseo de mejoría, y en una actitud cooperante con sus semejantes..
ETAPAS POR LAS QUE ATRAVIESA UNA PERSONA ANTE UNA ENFERMEDAD TERMINAL
El paciente o enfermo terminal es un término médico que indica que una enfermedad no puede ser curada o tratada de manera adecuada, y se espera como resultado la muerte del paciente, dentro de un período corto de tiempo. Este término es más comúnmente utilizado para enfermedades degenerativas tales como cáncer, o enfermedades pulmonares o cardiacas avanzadas. Esta expresión se popularizó en el siglo XX, para indicar una enfermedad que eventualmente terminará con la vida de una persona.
Paciente terminal es la persona que se encuentra en la etapa final de algunas enfermedades crónicas, especialmente de las cancerígenas. Esta fase se inicia en el momento en que es preciso abandonar los tratamientos de finalidad curativa, ya que no le aportan beneficios a su estado de salud, para sustituirlos por otros cuyo objetivo es controlar y paliar los síntomas, tanto físicos como psíquicos que origina la enfermedad.
A veces, se usa sólo la palabra "terminal". Es sinónimo de enfermo o paciente desahuciado. Pero no debe confundirse con "enfermo o paciente agónico", que se refiere a la fase de agonía de un paciente (la previa al fallecimiento).
A menudo, un paciente se considera que sufre una enfermedad terminal cuando su esperanza de vida se estima en seis meses o menos, bajo el supuesto de que la enfermedad sigue su curso normal. La norma de los seis meses es arbitraria, y las mejores estimaciones disponibles de la longevidad pueden ser incorrectas. Por consiguiente, aunque un enfermo diagnosticado correctamente puede ser considerado terminal, esto no es una garantía de que el paciente va a morir dentro de los seis meses..
¿Qué hacer con los enfermeros en fase terminal?
Esta es una de las preguntas que hoy interpelan a nuestra sociedad de comienzos de siglo XXI, en la cual parece imposible poder encontrar un lugar adecuado para morir. Acompañar con competencia y amor al enfermo grave o en fase terminal constituye un gran reto que estamos llamados a asumir con seriedad. Es importante, por lo tanto, una buena preparación para realizar esta tarea lo mejor y más humanamente posible.
Como primer paso es necesario reconocer, elaborar y superar los propios temores, las prevenciones y el rechazo que experimentamos frente a la muerte y acercarnos a los moribundos con libertad interior, sin necesidad de protegernos de actitudes defensivas. La muerte hace parte de la vida y nos introduce a una vida más plena.
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