Rol Del Escritor Y Lector

No obstante lo anterior, nosotros los escritores, en forma arrogante y a la vez muy ingenua, sentimos que el rol nuestro está, ahora, en permanecer de pie cuando todos parecen caer rendidos ante el peso de la noche y la barbarie indolente del capitalismo salvaje. En mantener la espalda recta, la mirada en el horizonte en pos de las aves iluminadas que van más allá de las nubes. Mantener el alma erguida mientras muchos o todos se inclinan, serviles, hasta mirarse nada más que los límites de su ombligo. Los escritores sentimos que es absolutamente necesario ir contra la corriente cuando todos huyen. En mantenernos a flote, y no sólo a flote sino navegar mientras todo zozobra a nuestro alrededor, mientras las aguas de la indiferencia y el mercantilismo se expanden por el mundo. Nosotros, los poetas y narradores desperdigados por el orbe, sentimos que el nuestro es un quehacer siempre necesario, valioso para prevenir o evitar la ceguera que se cierne sobre la humanidad. Para ello, los escritores tenemos campanas en el alma y solemos echarlas a volar en tañidos irritantes o de melódico carillón para evitar que el hombre, este embutido de ángel y bestia, camine dormido hasta el sepulcro. Digo que el rol del escritor está en RESISTIR. Resistir para que no se mueran las utopías, está en procrear o colaborar en el nacimiento de otras nuevas para que la esperanza siga verdeando, floreciendo sus colores y sus aromas, y así no caigamos en la mansedumbre de la oveja ciega que marcha en pleno invierno al despeñadero. Noble oficio el nuestro. ¿Digo oficio?... Debería decir misión. La misión de observar con enfermiza atención el acontecer del mundo. Observar para pensar el mundo, para escribir el mundo, para crear y recrear lo bello, lo verdadero, lo justo, lo necesario: la luz sobre las tinieblas, y evitar así que muera la esperanza. Resistir y Escribir desde la cima o fosa que el autor quiera. Escribir pensando no en el éxito sino en la literatura. Escribir para lograr algo que justifique nuestras obsesiones, nuestra sicopatía con ángeles o demonios, con nuestros Comalas y Macondos, con nuestras ilusiones, hadas o monstruos. Resistir y escribir para lograr una obra que haga decir a nuestros contemporáneos o a las generaciones futuras, que nuestro mísero paso por la literatura valió la pena.

Es esta, digo, en mayor o en menor medida, la idea que nosotros tenemos de nuestra opción de trabajar la palabra para ponerla al servicio de los ideales democráticos y de confraternidad de los pueblos. De los ideales de belleza, tolerancia y cultura.

Sin duda, todo esto es muy noble, necesario, imprescindible más bien. Pero ¡ay!... La verdad es que las masas humanas se alejan cada vez más de los códigos de la lectura y la escritura. El acto de leer parece irse convirtiendo en una acción cada vez más rara, algo sólo para especialistas y profesionales y no para la gente común. La comunicación hermosa del verbo se trueca hoy, brutalmente y con cierta notable eficiencia, por imágenes y símbolos

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