Somo Enseñar A Leer A Su Bebe
WKAP22 de Septiembre de 2012
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Cómo Enseñar A Leer A Su Bebé
Glenn J. Doman
Director de The Institutes for the Achievement of Human Potential, de Philadelphia
Versión española de:
MARÍA JOSÉ VIQUEIRA NIEL
Licenciada en Filología Inglesa
Ayudante en la Facultad de Letras de la Universidad de Madrid
Revisión técnica:
JOSÉ MARÍA GALLART CAPDEVILA
Jefe clínico del Patrimonio Nacional de Asistencia Psiquiátrica
Inspector médico escolar del Estado
Descargado de:
quenosemeolvide.wordpress.com
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ÍNDICE
PRÓLOGO
NOTA A LOS PADRES
CÁP. 1.- TOMMY Y LOS HECHOS
CÁP. 2- LOS PEQUEÑUELOS QUIEREN APRENDER A LEER
CÁP. 3.- LOS PEQUEÑUELOS PUEDEN APRENDER A LEER
Período desde el nacimiento hasta el año
Período desde el año hasta los 5 años
Período desde los 5 hasta los 8 años
CÁP. 4.- LOS PEQUEÑUELOS ESTÁN APRENDIENDO A LEER
CÁP. 5.- LOS PEQUEÑUELOS DEBEN APRENDER A LEER
CÁP. 6.- ¿QUIÉN TIENE PROBLEMAS: EL QUE SABE LEER O EL QUE NO SABE?
CÁP. 7.- CÓMO ENSEÑAR A LEER A SU BEBÉ
A qué edad empezar
Primera etapa (diferenciación visual)
Segunda etapa (el vocabulario del cuerpo)
Tercera etapa (el vocabulario "doméstico")
Cuarta etapa (vocabulario para formar frases)
Quinta etapa (oraciones y frases estructuradas)
Sexta etapa (lectura de un auténtico libro)
Séptima etapa (el alfabeto)
CÁP. 8.- SOBRE TODO, CON ALEGRÍA
TESTIMONIOS DE GRATITUD
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PROLOGO
El comienzo de un proyecto, en la investigación clínica, es como subirse a un tren con destino desconocido. Es algo lleno de misterio y de interés, pero nunca se sabe si se encontrará un billete de primera o de tercera, si el tren llevará vagón-restaurante o no, si el viaje nos costará un dólar o todo lo que poseemos y, sobre todo, sí acabaremos llegando a donde deseábamos o a algún lugar extraño que jamás habíamos soñado conocer.
Cuando nuestros compañeros de equipo fueron subiéndose a este tren en las distintas estaciones, suponíamos que nuestro destino era más bien conseguir un tratamiento para niños con graves lesiones cerebrales. Ninguno de nosotros imaginábamos que al conseguir este objetivo nos mantendríamos en el tren hasta alcanzar un lugar, un punto, en el que los niños con lesiones cerebrales podrían incluso resultar superiores a los niños sanos.
El viaje duró casi veinte años, las instalaciones fueron de tercera clase, la cena a base, sobre todo, de bocadillos noche tras noche, y, muy frecuentemente, tomada a las tres de la madrugada. Los billetes nos costaron todo lo que poseíamos - más de uno entre nosotros no vivió lo suficiente para terminar el viaje - , y ninguno lo hubiéramos dejado por nada de lo que el mundo nos pudiera ofrecer. Ha sido un viaje fascinante.
La lista original de pasajeros estaba constituida por un neurocirujano, un fisíatra (médica especializado en medicina física y rehabilitación), un fisioterapeuta, un foníatra, un psicólogo, un educador y una enfermera. En la actualidad sobrepasamos el centenar, sumándose al grupo muchas otras clases de especialistas.
El origen del pequeño equipo se debió a que cada uno de nosotros se había encargado individualmente de una fase del tratamiento para niños con graves lesiones cerebrales..., y uno por uno íbamos fracasando individualmente.
Si se va a escoger un campo creador en el que trabajar, es difícil elegir uno que no tiene más capacidad de desarrollo que la de un 100 por 100 de fracaso y en el que el éxito prácticamente no existe.
Cuando hace veinte años comentamos a trabajar juntos, no habíamos visto ni oído hablar jamás de un solo niño que, con una lesión cerebral, se hubiera recuperado totalmente.
Al grupo que se formó después de nuestros fracasos individuales se le llamaría hoy "equipo de rehabilitación". En aquellos días tan lejanos ninguna de esas palabras estaba de moda y no nos considerábamos tan ilustres como todo eso. Quita nos veíamos, más patética y claramente, como un grupo que se había unido, al estilo de un convoy, esperando ser más fuertes junios de lo que habíamos resultado ser por separado.
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Empezamos por abordar el más básico problema con el que se enfrentaron los que, dos décadas antes, se habían dedicado a los niños con lesiones cerebrales. Este problema era la identificación. Había tres clases muy diferentes de niños con problemas que se hallaban invariablemente mezclados como si su problema fuese el mismo. De hecho, no eran ni primos segundos. Se agrupaban en aquellos días (y, trágicamente, todavía sucede así en muchas partes del mundo) por la pobre razón de que frecuentemente parecían, y algunas veces actuaban, como si tuvieran el mismo problema.
Las tres clases que continuamente se agrupaban en una sola, estaban integradas así: niños deficientes mentales cuyos cerebros eran, cualitativa y cuantitativamente, inferiores a lo normal; niños psicópatas con cerebros físicamente normales, pero cuyas mentes eran defectuosas, y, finalmente, niños con verdaderas lesiones cerebrales, de cerebros antes sanos, pero que habían resultado dañados físicamente.
Nosotros tratábamos solamente este último tipo de niños. Llegamos a darnos cuenta de que, aunque los niños verdaderamente deficientes mentales y los verdaderamente psicópatas eran comparativamente pocos en número, centenares de miles de niños eran, y son, diagnosticados como deficientes mentales o psicópatas cuando son en realidad niños con lesiones cerebrales. Generalmente, este diagnóstico equivocado tuvo lugar porque, en muchos de esos niños, estas lesiones se produjeron sobre un cerebro sano antes de haber nacido.
Habiendo aprendido a distinguir, después de muchos años de trabajo en la sala de operaciones y en las cabeceras de las camas, cuáles eran los niños que verdaderamente sufrían lesiones cerebrales, pudimos por fin abordar el problema en sí mismo: cerebros lesionados.
Hemos descubierto que importaba muy poco (salvo desde un punto de vista puramente investigador) que el cerebro de un niño se hubiera lesionado en el período prenatal, en el instante de nacer o después del nacimiento. Esto seña algo así como tratar de averiguar si a un niño le había cogido un coche antes del mediodía, al mediodía o después del mediodía. Lo realmente importante era saber qué parte de su cerebro había sido lesionada, la gravedad de esta lesión y lo que se debía hacer.
Más adelante descubrimos también que no tenia importancia alguna que el cerebro del niño se lesionará debido a que el factor Rh de sus padres fuera incompatible, o a que su madre hubiera tenido una enfermedad infecciosa, como la rubéola, durante los tres primeros meses de embarazo, o a que si cerebro no hubiera obtenido oxígeno suficiente durante el período prenatal, o porque hubiera nacido prematuramente. El cerebro puede lesionarse como resultado de un parto prolongado, porque el niño se haya dado un golpe en la cabeza a los dos meses y haya sufrido una trombosis cerebral, por haber tenido
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encefalitis con temperaturas muy altas a los tres años, por haber sido cogido por un coche a los cinco, o por oíros muchos factores.
Repetimos de nuevo que aunque todo ello resulte significativo desde el punto de vista de la investigación, ocurriría algo así como preocuparse por saber si el niño ha sido golpeado por un coche o por un martillo. Lo importante, pues, era qué parte del cerebro se había lesionado, si era más o menos grave y lo que Íbamos a hacer.
En aquella época, el mundo que se ocupaba de los niños cuyos cerebros estaban lesionados sostenía que los problemas de estos niños debían resolverse tratando los síntomas que se presentaban en los oídos, en los ajos, en la nariz, en la boca, en el pecho, en los hombros, en los codos, en las muñecas, en los dedos, en las caderas, en las rodillas, en los tobillos y en los dedos de los pies. Una gran parle del mundo todavía sigue pensando así.
Un enfoque como este no resultó bien entonces y posiblemente nunca pueda resultar.
Debido al fracaso total, concluimos que para resolver los múltiples síntomas que presentan los niños con lesiones cerebrales tendríamos que abordar la raíz del problema y acercarnos al mismo cerebro humano.
Si en un principio esto pareció una imposible o, al menos, monumental tarea, en los años sucesivos encontramos, con la colaboración de otros investigadores, métodos quirúrgicos y no quirúrgicos para tratar el cerebro.
Hemos mantenido la sencilla creencia de que tratar los síntomas de una enfermedad o una lesión y esperar que la enfermedad desapareciera era antimédico, nada científico e irracional, y por si estas razones no bastaban para hacernos olvidar tal intento, permanecía el simple hecho de que los niños con lesiones cerebrales, tratados de esta forma, nunca se recuperaron.
Por el contrario, creíamos que si pudiéramos atacar el problema en sí mismo, los síntomas desaparecerían espontáneamente en idéntica medida en que consiguiéramos curar las lesiones en el mismo cerebro.
Primeramente abordamos el problema desde un punto de vista no quirúrgico. Los años siguientes nos convencieron de que si esperábamos
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