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UNIDAD 1. GLOBALIZACIÓN VS MUNDIALIZACIÓN.


Enviado por   •  26 de Mayo de 2013  •  4.057 Palabras (17 Páginas)  •  264 Visitas

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La globalización desde 1492 a 1945, del mercantilismo al capitalismo en nuestros días

La necesidad de un método válido y confiable apareció como una exigencia fundamental para el quehacer científico. Los espíritus más progresistas se dispusieron a buscar nuevos criterios metodológicos. Los límites espaciales y cronológicos del mundo moderno

El prisma euro centrista desde el que se concibe la edad moderna es la consecuencia de la valoración que el pensamiento europeo-occidental ha hecho de unos procesos básicos y característicos de la cristiandad occidental a lo largo de un dilatado periodo de tiempo. En este sentido, la geografía de la modernidad estará delimitada por Europa, concretamente Europa occidental, y por la magnitud de la expansión de su civilización desde el inicio de los tiempos modernos.

Pero la conceptualización del mundo moderno y sus límites espaciales y cronológicos son objeto de diferentes aproximaciones desde la propia historiografía de Europa occidental. La historiografía tradicional francesa, por su lado, considera que la edad moderna transcurre entre los siglos XVI y XVIII, situando sus comienzos en torno a la caída de Constantinopla en 1453, al descubrimiento de América en 1492 y al fenómeno cultural delrenacimiento, en tanto que emplaza su final en el derrumbamiento de la vieja monarquía y el proceso revolucionario iniciado en 1789 (Revolución Francesa), con el que se iniciaba la contemporaneidad. En cambio, en la historiografía anglosajona el término "moderno" hace referencia a un periodo más prolongado y móvil. En consecuencia, la duración de los tiempos modernos tradicionalmente se ha situado tras el renacimiento, hacia el año 1600, y su final tiende a prolongarse en el tiempo hasta el siglo XX. La delimitación de su ocaso puede variar según las diferentes historiografías, en virtud del propio ritmo histórico de cada pueblo: por ejemplo, en 1848, en las naciones de Europa central; o en 1917 para Rusia.

De cualquier modo, y aunque la historiografía occidental ha tendido a situar la edad moderna entre los siglos XVI y XVIII, la consideración de acontecimientos puntuales de singular relieve en modo alguno son significativos sin la valoración de los procesos de cambio a nivel estructural en el devenir de las sociedades. Así, los inicios de la edad moderna difícilmente pueden ser comprensibles sin atender al despertar del mundo urbano en Occidente desde el siglo XIII, al clima de intenso debate religioso que preludia la Reforma iniciada en el siglo XVI, a los primeros síntomas de cambio en los comportamientos de la economía hacia formas precapitalistas o al proceso de conformación de los primeros estados modernos desde finales del siglo XV. Del mismo modo, el final de la edad moderna habrá de ser igualmente flexible en virtud de los procesos constitutivos de la quiebra y desintegración del Antiguo Régimen, cuya transición tendrá un ritmo y una duración variable según las diferentes realidades históricas de cada pueblo, y que a grosso modo podemos dilatar desde finales del siglo XVIII hasta el siglo XIX, y aún en algunos casos hasta el propio siglo XX. En consecuencia, las transiciones hacia la modernidad y hacia el fin de la misma diluyen sus límites tanto en el Medievo como en la contemporaneidad.

Los rasgos esenciales de la modernidad

La modernidad en su origen y en su esencia es un fenómeno europeo, pero la emergencia, extraversión y expansión de Europa le conferirán una dimensión mundial, a través de la presencia y la interacción de los europeos con otras civilizaciones de ultramar.

Como fenómeno esencialmente europeo los rasgos de la modernidad ilustran unas pautas de cambio profundo en la configuración del universo social, no sin variaciones según los diferentes pueblos de Europa. En el ámbito de las creencias, el hecho más elocuente del inicio de la modernidad es la quiebra de la unidad cristiana en Europa central y occidental, precedido del agitado caldo de cultivo de las herejías y las contestaciones críticas a laIglesia romana en la baja edad media y que culmina en la Reforma protestante y el inicio de un largo ciclo de las guerras de Religión desde principios del siglo XVI. Asimismo, la secularización del saber, la consolidación de la ciencia y el avance del librepensamiento, basados en el pilar de la razón, generarán actitudes críticas hacia las religiones reveladas.

Estos cambios en la atmósfera cultural y su manifestación en los avances tecnológicos revolucionarán los hábitos materiales de las sociedades europeas y su visión y relación con el entorno a escala planetaria. Los nuevos inventos, en la navegación y en el campo militar, por citar dos ejemplos, facilitarán los descubrimientos geográficos y la apertura de nuevas rutas de navegación hacia los mercados de Extremo Oriente y hacia el Nuevo Mundo. En un plano más amplio, el nuevo marco cultural perfilado en el renacimiento y el humanismo generarán un escenario en el desarrollo del saber donde el hombre ocuparía un lugar central, cuya proyección alcanzaría su más elocuente forma de expresión en el espíritu de la Ilustración en el siglo XVIII y la configuración de Europa como paradigma de la modernidad.

Desde una perspectiva socioeconómica, la lenta pero progresiva implantación de formas protocapitalistas, vinculadas al desarrollo del mundo urbano desde los siglos XII y XIII, y el creciente peso de la actividad mercantil y artesanal en unas sociedades todavía agrarias, irán definiendo los rasgos de la sociedad capitalista. Aquellas transformacio.es económicas transcurrirán paralelas al proceso de expansión de la actividad económica de los europeos en otros mercados mundiales, bien ejerciendo unas relacio.es de explotación sobre sus dependencias coloniales o bien en un plano más igualitario, en primera instancia, en otras áreas del globo, como expresión de la emergencia mundial de las potencias europeas. Asimismo, conviene observar la traslación del eje de la actividad económica, y también geopolítica, desde el Mediterráneo, que no obstante seguirá jugando un papel crucial en la historia de los europeos en su relación con ultramar, hacia el Atlántico.

Las transformacio.es económicas transcurrieron. Parejas e indisociables a ciertos cambios en la estructura social del Antiguo Régimen. Entre éstos, el protagonismo de nuevos grupos sociales muy dinámicos en su comportamiento, tradicionalmente asimilados al complejo concepto de burguesía, los cuales recurrirán a distintas estrategias tanto de corte reformista como revolucionario para su promoción social y política y la salvaguardia de sus intereses económicos. Movimientos que no convienen simplificar y superpo.er a otros fenómenos sociales que atañen a otros sectores de la población, tanto agraria como urbana, de carácter más revolucionario, como se pueden observar en el siglo XVII en el marco de la revolución inglesa; o las estrategias de los grupos tradicionales de poder para frenar o .neutralizar esos movimientos mediante la cooptación de esa burguesía emergente o mediante el recurso a prácticas represivas. De cualquier modo, estas pautas de transformación social conducirían con mayor o menor celeridad y con las peculiaridades propias de cada sociedad a la antesala del ciclo de revolucio.es burguesas que se iniciaría desde finales del siglo XVIII y que supondría, en términos generales, el desmantelamiento del Antiguo Régimen.

Desde la perspectiva política, el fenómeno más relevante es la configuración del Estado moderno, las primeras monarquías nacionales, las cuales se irán abriendo paso a medida que se diluya la idea medieval de imperio cristiano a lo largo de las luchas de religión del siglo XVI. El nacimiento del Estado moderno concretará la expresión de nuevas formas en la organización del poder, como la concentración del mismo en el monarca y la concepción patrimonialista del Estado, la generación de una burocracia y el crecimiento de los instrumentos de coacción, mediante el incremento del poder militar, o la aparición y consolidación de la diplomacia, conjuntamente al desarrollo de una teoría política ad hoc. Fórmulas que culminarían en el Estadoabsolutista del siglo XVII o en los despotismos ilustrados del siglo XVIII, pero que no pueden ocultar la complejidad de la realidad política europea y el desarrollo de modelos de gobierno alternativos, como las formas parlamentarias que se fueron implantado desde el siglo XVII en Inglaterra, y que vaticinan en la práctica y en sus teorizacio.es el posterior desarrollo del liberalismo.

En su dimensión internacional, la emergencia y la configuración de la Europa moderna perfilarán una nueva visión y una inédita actitud hacia el mundo, y en esa perspectiva la modernidad implica el inicio de los encuentros, y también desencuentros, con otras civilizacio.es a lo largo del globo.

Os descubrimientos geográficos y las nuevas posibilidades habilitadas por las innovacio.es técnicas transformarán radicalmente la visión que del mundo tendrían los europeos. Un cambio de actitud que conjuntamente con las transformacio.es socioeconómicas, culturales y políticas llevará a los europeos a expresar su extraversión hacia ultramar y concretar en el plano internacional la emergencia de Europa. En ese proceso, los europeos entrarán en contacto con otros mundos y con otras civilizacio.es, no siempre con un ánimo dialogante, sino con la pretensión de impo.er sus formas de civilización, o dicho de otro modo, con la intención de crear otras Europas, siempre que encontraran las circunstancias adecuadas para hacerlo. Es cierto que en el caso de América, el Nuevo Mundo se convirtió en el punto de destino de las utopías del viejo continente, pero en el plano ge. Eral de la política europea hacia estas áreas, como más adelante ocurriría con. La expansión europea por otros continentes, se plantearía en términos de desigualdad en favor de las metrópolis europeas.

Por último, la emergencia y la progresiva hegemonía mundial europea acabaría influyendo en el desarrollo de las relacio.es internacionales, en la misma proporción que su expansión por el globo, aún lejos a finales del siglo XVIII de lo que sería la culminación de las prácticas imperialistas y de la hegemonía europea en vísperas de la I Guerra Mundial. La crisis del universalismo imperial y pontificio (la Christianitas medieval) entre los siglos XIV y XVI dejará paso a una nueva realidad internacional europea definida por el protagonismo de los estados modernos, la pluralidad de los estados soberanos, y la configuración del "sistema de estados europeos", cuya acta de nacimiento bien puede datarse en la Paz de Westfalia de 1648. Los estados, y concretamente las grandes monarquías europeas de los siglos XVII y XVIII, serán el elemento predominante en las relacio.es internacionales de la edad moderna y al designio de éstos quedará relegadas la suerte de las posesio.es europeas de ultramar y las posibilidades de penetración en otros mercados extra europeos.

Pregunta =2

Los movimientos sociales y los gobiernos frente a la globalización.

A lo largo de su historia, los movimientos sociales han jugado un papel fundamental en la determinación de la dinámica política latinoamericana, a través de una especie de dialéctica del disentir (Sartori, 2001), estos movimientos han terminado por convertirse en verdaderos aglutinantes de identidad y fuente de organización política al desarrollarse como grupos en sí mismos que buscan convertirse en grupos para sí mismos en los términos de Poulantzas. Desde el grito de independencia de Tupac Amaru, que podría considerarse su antecedente más significativo, el movimientismo latinoamericano ha desarrollado esos “vínculos que se sienten” y que son su materia prima organizativa a partir de la cual es dable pensar en una nueva forma de construir sociedad.

El proceso de secularización vivido durante el siglo XX, que separó lo social de lo sagrado y que es considerado por algunos como el más importante cambio hemisférico de la pasada centuria (Hobsbawm, 2003), con la campesinización del movimiento indígena que convirtió lo que ha debido tratarse como una causa étnica en un problema de reparto mecánico de parcelas de tierra y subsidios agrícolas (Samper, 2004) impidieron, para bien y para mal, que los factores religiosos y étnicos jugaran un papel determinante en la construcción de un modelo de sociedad alternativo después de las guerras de independencia. Hoy aun sobreviven en la región más de cuatrocientos grupos étnicos de indígenas, reconocidos formalmente en su existencia en los tratados internacionales, pero reducidos, en la práctica, a ser tratados como ghettos sociales, asentados en resguardos territoriales que actúan como grandes cárceles geográficas; sobreviviendo como naciones sin Estado, estas comunidades aborígenes todavía reclaman el respeto a sus formas comunitarias de gobierno, la vigencia de normas de convivencia que forman parte de ”su” legalidad y la protección de sus cimientos culturales.

El factor religioso, que fue definitivo como modelo de colonización a través de la evangelización católica, no jugó luego el mismo papel determinante en la caracterización del movimientismo latinoamericano como sí sucedió con otros movimientos mundiales, por ejemplo los islámicos: en los pocos momentos estelares en que la Iglesia de la región, a través de su episcopado, se comprometió con una línea antropocéntrica doctrinaria - como sucedió con su oposición al modelo de desarrollo neoliberal a finales de siglo – contribuyó positivamente a legitimar los movimientos que se oponían a temas relevantes del modelo, como la apertura indiscriminada de mercados, las privatizaciones de empresas públicas sociales o la flexibilización de los regímenes laborales.

La lucha por la tierra ha sido una constante histórica en el movimientismo latinoamericano. Fue la reivindicación originaria de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que hoy sobreviven, solitariamente, como el único movimiento armado en América Latina después de las desmovilizaciones de los grupos armados centroamericanos a las cuales contribuyeron otros movimientos como la Coordinadora Revolucionaria de Masas del Salvador. El mismo elemento vuelve a aparecer en los propósitos reivindicativos del movimiento brasileño de los “Sin Tierra” que recuerda la epopeya mítica de Antonio Conselheiro al terminar el siglo XIX. La tierra reaparece también en el acta de nacimiento del movimiento zapatista mexicano y en la agenda de movimientos más actuales como los indígenas ecuatorianos y los cocaleros bolivianos. Años atrás, al comenzar el siglo XX, el programa de la izquierda boliviana conocido como “La justicia del Inca” planteaba la necesidad de “entregar las tierras al pueblo y las minas al Estado.”

Alrededor del tema específico de las tierras después se consolidaría el movimiento “katarista” boliviano del cual surgieron los partidos cocaleros y campesinos que eligieron, recientemente, a Evo Morales como Presidente de Bolivia. En el Ecuador el primer estallido social, detonante en buena parte de la situación de ingobernabilidad por la que atraviesa el país, se produjo por la aprobación de la Ley de Desarrollo Agrario que acabó con la propiedad comunal de la tierra que se convirtió, precisamente, en la principal consigna de movilización del movimiento Pachakuti cuyo nombre deriva de “pacha”(tierra) y “kuti”(retorno), el retorno a la tierra, un “retorno” que ha sido tan esquivo en América Latina que ha causado revoluciones, estallidos, revueltas, revoluciones y movimientos.

A finales del siglo pasado, la región conoció otro tipo de protestas asociadas a la vieja reclamación territorial: las denominadas “guerras del agua” iniciadas en Cochabamba (Bolivia) y Tucuman (Argentina) para protestar por la baja cobertura y sus altas tarifas. Estas mismas banderas resultaron coincidentes con los propósitos reivindicativos de la “coalición nacional de lucha por el agua integrada” de Nicaragua que logró convertirse en una gran contestación social regional, reconocida más tarde por la Conferencia Mundial de la Haya al declarar el agua como un bien público global.

Los movimientos sociales en Venezuela no es muy diferente a la de otros países de América Latina donde los partidos políticos fueron, poco a poco, fundando las organizaciones sociales, como el medio para organizar a la población, según diversos intereses y necesidades.

En las primeras décadas del siglo pasado, los fundadores de los primeros partidos políticos, antecesores de los actuales, generalmente provenientes del movimiento estudiantil, se dieron a la tarea de crear los primeros sindicatos y organizar a los campesinos, entre otros sectores de la sociedad.

Este modelo sustentado en el esquema leninista de los partidos, se afianzó, incluso en el caso de las organizaciones de izquierda que constituyeron diversos "frentes" para organizar a las masas. Y que en el caso venezolano también tuvo su fuente en las aulas universitarias que desembocaron en la lucha armada de los años 60.

A principios de la década de los años 90, la implementación del modelo neoliberal encuentra a los partidos políticos en su más bajo nivel de deterioro, en vista de su incapacidad para interpretar los nuevos tiempos y las necesidades de más del 80% de la población excluida de los beneficios de la renta petrolera. Era tal el deterioro, que no se podía entender que un estallido social como El Caracazo no tuviera un liderazgo político. Y mientras la abstención electoral aumentaba y la credibilidad de la democracia como sistema se resentía, el clímax de la crisis política lo constituyó el intento de golpe de estado de 1992 encabezado por el actual presidente Hugo Chávez.

Como en otras épocas de la historia, la sociedad venezolana voltearía la mirada hacia el sector militar como proveedor de salidas a las crisis, al mismo tiempo que éste mismo sector reclamaría para sí el liderazgo de los cambios por venir.

Hablar de los movimientos sociales es realizar una narración en paralelo con la historia de los partidos políticos. Es así como con cierto rezago con respecto al resto del continente, y coincidiendo con el deterioro de las organizaciones políticas se desarrollan en Venezuela algunos movimientos de trabajadores con enfoque clasista, surge el movimiento vecinal, el movimiento de mujeres, un movimiento por la defensa de los derechos humanos, especialmente de los DESC, pero también se producen algunas alternativas en el movimiento estudiantil, la mayoría reivindicando algunos niveles de independencia y autonomía.

Sin embargo, tanto en el Caracazo de 1989, como en el intento de golpe de 1992, estos movimientos quedan descolocados frente a las nuevas realidades. De hecho, las diversas agrupaciones políticas de izquierda que promovieron algunos de los movimientos mencionados quedan fuera de juego y posteriormente se van integrando, poco a poco, a la iniciativa bolivariana que propone el entonces candidato Chávez.

De hecho, el presidente Chávez, consciente de la situación del tejido social en Venezuela hizo una campaña total que abarcó a todos los sectores del país, inclusive más allá de la izquierda. Hasta tal punto que pudo captar a las bases de los partidos mayoritarios: Acción Democrática y el Partido Demócrata Cristiano (COPEI). En este caso la meta no era organizar a las masas, sino ganar las elecciones.

Sin embargo, una vez que llega el poder, el presidente ha seguido empeñado en re-construir el tejido social y organizativo de la población, especialmente en lo que respecta al liderazgo del proceso revolucionario. En el entendido que su Movimiento Quinta República y el resto de los partidos que lo apoyan sirvieron fundamentalmente para ganar las elecciones, pero no representaban cabalmente el partido de la revolución ni interpretaban la organización de los sectores sociales en Venezuela.

Movimientos y Partidos

Si los partidos compiten y los grupos de interés presionan, los movimientos sociales luchan. El conflicto, la movilización convertida en acción y la organización desjerarquizada como elementos propios de la dinámica movimientista sobresalen hoy en medio de la crisis de representación que caracteriza las democracias latinoamericanas y el desencanto de una opinión pública decepcionada con los actores políticos y que lleva a muchos ciudadanos a simpatizar con estas expresiones desinstitucionalizadas de hacer política, muchas de las cuales terminan convertidas en verdaderas propuestas antipolíticas, es decir, contra los políticos mismos.

La crisis de gobernabilidad por la que atraviesa América Latina es así la crisis de sus partidos bien sea por su proliferación (Brasil), su desaparición (Venezuela) o su decaimiento (Colombia, Costa Rica, México). El grito “Que se vayan todos” que acompaña muchas de las movilizaciones sociales latinoamericanas recientes expresa la inconformidad de los actores sociales con los actores políticos tradicionales. ¿Qué hacer entonces con los partidos? El problema de estos es que cada día se parecen más a la idea que la gente tiene de ellos, que los acusa de haberse convertido en auténticas empresas electorales concentradas en la representación de los intereses particulares de sus agentes políticos. Pero la debilidad de los partidos, su inexistencia o incompetencia no debe concluir en la necesidad de acabar con ellos, al contrario, de lo que se trata es de fortalecerlos, abrirlos y hacerlos más transparentes.

La definición de unos nuevos términos de su relación con los movimientos sociales podría ser un excelente punto de partida para acometer de manera definitiva la tarea de asegurar la gobernabilidad futura de la región y construir, a partir del binomio sociedad-partidos, los términos de un nuevo concepto de ciudadanía, basado en “el derecho a tener derechos,” como lo ha propuesto el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Con esta nueva carta de ciudadanía los individuos, además, podrían actuar como sujetos-actores de una idea alternativa de lo que debe ser una verdadera comunidad política y el asociacionismo solidario propio del movimientismo podría servir de punto de partida para la ampliación de la base autogestionaria de la democracia. En la medida en que dicho esfuerzo de ampliación democrática se consiga siguiendo narrativas movilizadoras no violentas, como lo ha decidido el Foro de Portoalegre al excluir de su lista de participantes los movimientos armados, la alianza política de los partidos con el movimientismo y las organizaciones no gubernamentales que también representan la sociedad civil puede marcar pautas positivas para la construcción de un modelo alternativo global dentro del cual se sienta representada América latina.

Frente a la Globalización

Aunque la mayoría de los movimientos latinoamericanos nacieron del conflicto dialéctico entre identidad y sistema, en los últimos años han surgido en América Latina movimientos nacidos de la globalización para protestar contra las privatizaciones temerarias, los tratados de libre comercio, el modelo neoliberal de desarrollo y la imposición de patrones de consumo alienantes. Se trata de la llegada de una nueva “ola global” de movimientos como las que vivió la región después de la Revoluciones soviética (1917), China (1949) y Cubana (1968). Por estas mismas razones el movimiento zapatista de México ha sido considerado como el precursor de la globalización latinoamericana y la Declaración de Lacandona que le dio origen como un grito de protesta al estilo de los gritos mexicanos de emancipación del siglo XIX pero con motivaciones del siglo XX como su denuncia del Tratado de Libre Comercio entre Canadá, México y los Estados Unidos (NAFTA) o su exigencia de restablecer la Organización Internacional del Café para defender los precios internacionales del grano para los pequeños productores campesinos. Banderas zapatistas como la defensa de la soberanía alimentaria contra la competencia desleal de importaciones agrícolas subsidiadas, fueron retomados por otros movimientos regionales contra los tratados de libre comercio de la misma manera como, en su época, se extendieron como pólvora todas las banderas agraristas de Pancho Villa.

La presencia sistémica de estos nuevos movimientos sintonizados globalmente como su interrelación a través de las redes internacionales puede interpretarse como el principio de construcción de una nueva ciudadanía global nacida de una identidad multidiversa que busca superar la paradoja de un mundo cada día más integrado simbólicamente y más desintegrado socialmente. De alguna manera, estos movimientos sociales globales han representado la posibilidad de oxigenar, lejos del “reduccionismo socioeconomómico de la política” planteado por el debate neoliberal, la agenda política contemporánea. Esta última se ha visto en efecto renovada con la introducción de temas “frescos” como la defensa ecológica, la equidad de género o la propia preservación de la democracia a partir del respeto a los derechos humanos. Se trata, en suma, de defender unos derechos culturales - dentro del referente amplio de la defensa misma de los derechos humanos - como el derecho a la apropiación colectiva de ciertos bienes globales como la salud, la educación, el medio ambiente y el trabajo.

El aporte de los movimientos globales no termina allí, se extiende a la modernización de la gestión contestataria a través del empleo de medios de comunicación masiva como el INTERNET que ha servido, por ejemplo, a los indígenas latinoamericanos para crear un sitio web de encuentro. Las redes internáuticas de estos movimientos se parecen al tejido “jaroto”, propio de la región andina latinoamericana: un tejido totalmente asimétrico que sin tener una lógica en su conformación tiene una admirable coherencia en su conjunto.

La lucha del movimientismo latinoamericano por reivindicaciones específicas como tierra, paz y agua, ha nacido de una auténtica conciencia local que coincide con la idea de lo local para lo global que anima el nuevo pensamiento alternativo del mundo. Demuestra también que las luchas por la igualdad social no son incompatibles con las que defienden la diversidad cultural y que, de alguna manera, son inseparables. Hay quienes piensan inclusive que de una adecuada combinación de subjetividades determinadas como las que benefician a los sujetos económicos y subjetividades indeterminadas de impacto más colectivo podría salir una nueva propuesta alternativa global. En el diccionario de lo global, la sumatoria de los esfuerzos de todos estos movimientos constituyen un “capital social” para la región.

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