Un nuevo impulso

Un nuevo impulso

No hubo una sola persona que no se enterara de lo que ocurría. Desde varias semanas atrás, todos vimos en algún noticiero, periódico, o red social, todo lo relacionado con la visita de Su Santidad Francisco a nuestro país. Aunque por si acaso no lo vimos, durante esos días nos enteramos de mala manera, con los cierres viales, la suspensión del servicio en estaciones del metro y, por supuesto, con la cantidad de gente que veíamos día con día congregada alrededor de las zonas donde el primer papa latinoamericano se presentaría en público.

La visita de Francisco a México causó una gran controversia desde su anuncio. Por un lado, los católicos devotos se sentían agradecidos con Su Santidad por tomarse el tiempo de visitar nuestra nación, mientras que otros grupos salieron a la oposición rotunda. Si no era por los costos públicos, era por el conflicto con la laicidad del Estado, o simplemente por la crueldad histórica de la Iglesia. Ocurrió lo que quizás es una de las grandes ironías de la vida: viene un papa para unir un país, y lo termina dividiendo. Sin embargo, lo más curioso de todo el debate es que, en realidad, hay un nombre que nunca se ve en tela de juicio: Francisco. Se habló del gobierno, de la Iglesia, de los fieles y de los ateos, pero nunca del papa mismo. ¿Se han preguntado por qué?

Si hubiera una palabra para definir, si no al papa, a su administración, sin duda alguna sería “revolucionario”, y hubiera sido asignada desde su nombramiento. Jorge Mario Bergoglio, hoy Francisco, llegó al máximo obispado de la Iglesia Católica en medio de un quiebre con los viejos paradigmas: siendo el sucesor del primer papa que renuncia al cargo en 600 años. Y luego, implementando la reorganización del Instituto para las Obras de Religión, revelando un par de documentos del archivo secreto, reconociendo el derecho de los divorciados para volverse a casar, comenzando a integrar homosexuales en las labores canónicas, y muchas otras acciones que han dado pie a una nueva cara de la Iglesia, un tanto más abierta que la tradición milenaria.

Por lo mismo, no es de extrañarse que haya habido una gran insistencia de las autoridades mexicanas para que realizara una visita en nuestro país. Principalmente, porque se trata de unas autoridades que han estado siendo sumamente desprestigiadas desde el inicio de su gestión. Claro que no hizo una gran diferencia en su imagen (por el contrario, quedó más en entredicho), pero ciertamente le dio a los mexicanos algo que no se había visto en un buen rato: unión masiva por una misma causa. Miles y miles salieron a manifestarse y darse a notar por el líder supremo de la Iglesia, quien vino con sus ideas y apertura a dar un poco de esperanza a todos aquellos que se sienten oprimidos, sentir el respaldo de alguien poderoso, saber que son escuchados y obtienen respuestas de reconocimiento. Lo anterior, aunado a una crisis del catolicismo en México, representa una transacción ganar-ganar para ambos Estados (vaticano y mexicano), pues les genera una adhesión mayor de creyentes/partidarios.

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