Una estudiante becada

Una estudiante becada

        Por aquel entonces, Diana tenía 16 años, se encontraba terminando su vida como estudiante de uno de los mejores colegios distritales de Bosa y estaba emocionada puesto que ya deseaba poner a prueba sus conocimientos frente a ambientes más retadores. En realidad, el colegio le había resultado bastante sencillo y sus buenos hábitos de estudio la convirtieron en una alumna destacada en todas las materias.

        Lo que restó del año pasó en un abrir y cerrar de ojos entre sus ilusiones de graduarse, la posibilidad de mirar un vestido apropiado, el orgullo de sus padres y las felicitaciones de sus familiares. Sin embargo, nada de eso causó tanto impacto como la llamada que recibió en una tarde trivial, la Universidad de los Andes había prestado atención a sus altos promedios escolares y sus puntajes en el Icfes; “Diana, queremos ofrecerte una beca completa en la carrera que tú elijas” dijeron mientras al otro lado del teléfono Diana no podía pronunciar palabra alguna; con mucho esfuerzo, logró decir “Sí, Medicina”.

        La felicidad de todos quienes la conocían la motivaron a dar su mejor esfuerzo en el transcurso de la carrera. Las primeras semanas de clase comenzó a hacer buenas amistades y entre las constantes conversaciones, le preguntaron donde vivía. Ella al responder, notó cómo los pequeños gestos de sus compañeros se transformaron y entonces solamente 5 minutos después, al unísono, repitieron “Tengo muchos trabajos, es mejor que me vaya”

        Con el pasar de las semanas, Diana comenzó a desprenderse de su grupo de amigos, no era que ellos se lo hubiesen dicho directamente pero ella sospechaba de cierto malestar en ellos cuando llegaba. En las clases, cuando Diana entraba se producía un silencio sepulcral y las cabezas se dirigían al piso como si huyeran de su mirada.

        Diana obtuvo excelentes calificaciones a final de semestre en Medicina por lo que su beca se mantenía vigente, asunto que sus padres celebraron en una cena familiar por sus grandes logros. Al terminar de comer, Diana sonrió inocentemente mirando a sus padres y agradeció a todos por haber venido, no sin antes agregar que el siguiente semestre postularía a la Universidad Nacional de Colombia, creo que allí encajaría mejor, dijo.

La mudanza de Andrés

        La molestia de Andrés en la casa era notoria; su padre le había dado una noticia que sería interpretada como buena, había sido ascendido con un notorio aumento de sueldo gracias a una reorganización de la empresa. En unas semanas, se mudarían a un apartamento sobre la autopista norte y empezarían una nueva vida alejados de los problemas que había tenido Andrés en Ciudad Bolívar con algunos barristas de la zona.

        Andrés, sin embargo, no gustó del cambio. Afirmó con dureza que él amaba el lugar donde vivía y que nunca se iría de allí pues su corazón se encontraba en la calle, sensación que no conseguiría en su nuevo hogar. El padre de Andrés no prestó demasiada atención; en unas semanas, ya se encontraban instalados y Andrés comenzó a asistir a un nuevo colegio, completamente desconocido para él pero de gran tradición y exigencia.

        Se convenció de que para ser respetado, debía mostrar que conocía más del mundo que los demás. La forma de comunicar, las palabras que usaba e incluso el trato que daba a sus compañeros giraban en torno  su deseo de parecer peligroso para los demás.

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