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Valores éticos En La C.R.B.V

freddyortiz57 de Noviembre de 2013

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República Bolivariana de Venezuela

Ministerio del Poder Popular de la Defensa

U. N. E. Fuerzas Armadas

CPD1 7º Semestre

Cátedra: Ética y Valores

Prof.: Alumnos:

Yeniret Paredes Freddy Ortiz

Fidel Moreno

Luis Martínez

Yuleima Garrido

Santa Teresa, noviembre de 2013

Los Valores Éticos en la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela – 1999

Si analizamos el pensamiento intelectual de finales del siglo XIX, y principios del XX, este pensamiento reproduce de alguna manera el esquema precedentemente descrito. Historiadores prestigiosos se valían de sus representaciones, ciertamente peculiares de la sociedad, para dar cuenta de la ineptitud entre comillas del pueblo venezolano; en este sentido, se denota una suerte de estigmatización de la población. Como expresión de ello surge el pensamiento de Gil Fortoul, historiador de la época, quien caracteriza al pueblo venezolano "como un pueblo de pigmeos"; más tarde, ya para la época gomecista, el Sociólogo Laureano Vallenilla Lanz, en su libro, "Cesarismo Democrático" expresa que "el pueblo venezolano no ha concebido una idea de sociedad".

Estas representaciones de la sociedad latinoamericana, y venezolana, son de origen antiquísimo. En la época colonial los territorios de América eran vistos como tierras incógnitas, y sin historias sociales.

Ahora bien, "explorar la naturaleza del sistema de relaciones sociales generado por la historia de América latina, nos llevaría a determinar no solo quien ocupa el poder, sino como este se ejerce, y a analizar forzosamente el concepto de Soberanía y Ciudadanía; cuestión que correspondería a otro tema de estudio; pero resulta importante mostrar sintéticamente la singularidad y especificidad de la historia de América latina, traducida en una incapacidad real de reproducir nuestra propia historia" (Pérez Baltodano,).

Venezuela no escapa de ello, pues no hemos logrado desarrollar la capacidad de territorializar suficientemente nuestras propia historia nacional, es decir, la capacidad para controlar los factores que determinan nuestra propia evolución como entidades territoriales sociales y políticas soberanas, por el hecho de que los procesos de participación política, y/o Social han sido mecanismos diseñados desde el Estado para la defensa de un sistema de privilegios, y no el resultado de conquistas de la sociedad contra el Estado. Estos procesos, en décadas, no han puesto en juego el funcionamiento de la administración clientelar, ni han amenazado la reproducción de las estructuras de exclusión social.

De esta contradicción, surgen los derechos sociales en el siglo XX. Estos derechos y las políticas públicas que estos derechos logran generar tienen como objetivo contrarrestar la desigualdad social producida por la dinámica del capital; ahora bien, "a partir de la instauración de los derechos sociales y de la puesta en marcha de políticas sociales se genera el desarrollo de la capacidad de regulación del Estado, y simultáneamente se desarrolla la ampliación del principio de la ciudadanía; este hecho hace posible paulatinamente el condicionamiento por parte de la sociedad civil" (Pérez Baltodano, Op. Cit.: 38). Por medio de estos dos procesos paralelos y mutuamente condicionantes: el estado Europeo decanta paulatinamente su "poder despótico" y desarrolla bis-a-bis su poder "estructural: es decir, el desarrollo de la capacidad de regulación social del Estado aumentó la capacidad de éste para "penetrar y coordinar de manera centralizada y a través de su propia infraestructura, las actividades de la sociedad civil" (Mann, 1989: 114).

Al mismo tiempo, y como resultado del desarrollo de los derechos ciudadanos, el Estado fue perdiendo la capacidad de imponer su voluntad sobre la sociedad civil, en ausencia de "practicas institucionalizadas de negociación" (Mann, 1989: 113); como resultado de este doble proceso se llega a establecer lo que David Held (1991:198) llama "una relación de congruencia" entre los que hacen las políticas públicas y los que las reciben.

Los valores éticos son aquellas formas de ser o de comportarse, que por configurar lo que el hombre aspira para su propia planificación o la del género humano, se vuelven objetos de su deseo más irrenunciable; a los que el hombre busca en toda circunstancia porque considera que sin ellos, se frustraría como tal. Los valores, en cuanto éticos, son anhelados y buscados en su praxis, y el hombre tiende racionalmente hacia ellos, sin que nadie se los imponga.

Los valores éticos son muy diversos. No todos tienen la misma jerarquía y con frecuencia entran en conflicto entre sí, de ahí que haya que buscar formas eficaces de resolver esos dilemas. Así, por ejemplo, no tiene la misma importancia el valor conservar la vida que el valor tener placer.

Para poder resolver esos conflictos es imprescindible saber cuál es el Valor ético último o máximo, aquel valor innegociable y siempre merecedor de ser buscado en cualquier ocasión. Toda teoría ética tiene un valor ético supremo o último, que hace de referencia ineludible y sirve para juzgar y relativizar a todos los demás valores, como si fuese un patrón de medida.

Designamos como valor a aquella cualidad que tienen las cosas y las acciones y los comportamientos humanos que las hace estimables y deseables por sí mismas y no por relación a alguna otra cosa. En este sentido diremos que son queridas como fin y no instrumentalmente. Así, por ejemplo, si alguien tiene como valor la solidaridad diremos que quiere ser solidario por sí mismo, y no por relación a alguna otra cosa, como, por ejemplo, hacerlo por prestigio social.

Por lo demás, no todos los valores son iguales para nosotros; consideramos que algunos son superiores, o más importantes, que otros. Así, solemos estimar la sinceridad como un valor importante, pero probablemente estaríamos todos de acuerdo en considerar correcto mentir para salvar la vida de un ser humano. De este modo, el valor de la vida humana es superior al de la sinceridad

Principios.

Son imperativo categórico justificables como válido por la razón humana para todo tiempo y espacio (universalmente válidos). Son orientaciones o guías para que la razón humana pueda saber cómo se puede concretar el valor ético último. Afirmar que toda persona es digna de respeto es formular un Principio que instrumenta el valor supremo que es la Persona humana; y a su vez hace de fundamento para la norma categorial de no matar al inocente o de no mentir.

Cuando se asienta el principio de que toda persona es digna de respeto en su autonomía se está diciendo que ese es un imperativo ético para todo hombre en cualquier circunstancia, no porque lo imponga la autoridad, sino porque la razón humana lo percibe como evidentemente válido en sí mismo. Pensar que una persona pueda no ser considerada digna de respeto parecería que es contradictorio con el valor libertad que parece tan esencial a la naturaleza humana.

En conclusión valores éticos: Son las aspiraciones ideales que el ser humano busca con su conducta en la historia. Todo sistema de pensamiento moral tiene un valor ético que podríamos decir supremo, máximo o último, que hace de regla para juzgar a los demás. Ej. De valores: la verdad, la vida, la persona, el amor, la justicia, etc.

De igual forma los principios son afirmaciones universales que expresan cómo se puede defender al Valor ético último y hacen de fundamento a las normas. Ej. Toda persona merece ser respetada.

FINES Y MEDIOS

Fines y medios no son valores independientes, que se puedan juzgar por separado, porque los fines de alguna manera proceden de los medios; si no, no se conseguiría ningún fin: nadie da lo que no tiene. Es absolutamente imposible que un medio injusto conduzca un fin justo; sería una tremenda contradicción.

El fin alcanzado por medios injustos pierde su calidad de fin y no puede ser bueno. «La naturaleza de los fines está implicada en la naturaleza de los medios -dice J.M. Ibáñez-Langlois-. En cierto modo los medios contienen ya el fin; los procedimientos anuncian el resultado. Predicar, matar, conmover, forzar, orar, no son medios neutros que sirvan para cualquier fin: cada uno lleva implícito el resultado». La bala lleva consigo la muerte.

Valores y Hechos

Valoramos y somos valorados. Valoramos las acciones de los otros, valoramos las personas de nuestro entorno y valoramos los objetos que nos rodean; simultáneamente, los otros valoran nuestras acciones y valoran nuestra persona. Los humanos no sabemos vivir sin valorar; no tenemos una actitud indiferente y pasiva frente a la realidad, sino que la sentimos bella o fea, buena o mala, agradable o penosa, como noble o vil.

Atribuimos un valor a una acción cuando afirmamos que es buena, atribuimos un valor a una persona cuando decimos que es bella, atribuimos un valor a un objeto cuando afirmamos que es útil. Pero las cualidades buena, bella y útil aplicadas a una acción (por ejemplo, ayudar a un amigo), a una persona (por ejemplo, a la María) o a un objeto (mis deportivas) no son visibles como lo son las acciones o las personas, ni se pueden tocar como se pueden tocar los

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