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Violencia Familiar

canchola15 de Marzo de 2012

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VIOLENCIA FAMILIAR y VIOLENCIA POLITICA. Implicaciones terapéuticas de un modelo general

Carlos E. Sluzki

La violencia política, en cualquiera de sus muchas variantes, tiene un efecto devastador y de largo alcance en quienes han sido sus víctimas. Este efecto deriva, a mi entender, de la coexistencia de dos factores: a) la violencia física y emocional es perpetrada, precisamente, por quienes tienen la responsabilidad social y legal de cuidar a los ciudadanos, de mantener el orden en su mundo, de preservar la estabilidad y predictibilidad de sus vidas: el Estado, a través de sus agentes tales como la policía y las fuerzas armadas; b) esta transformación del carácter protector en carácter violento ocurre en un contexto y en un discurso que destruye o falsea los significados y deniega esta transformación.

Esta definición de violencia política que subraya la transformación de la fuente de protección en fuente de terror en un contexto engañoso, lejos de ser específica de la violencia política borra, por el contrario, buena parte de la distinción entre la (macro) violencia política y la (micro) violencia familiar y permite abarcar un amplio espectro de situaciones.

Así como esperamos que nuestras instituciones cumplan un papel protector, en nuestro microcosmos familiar esperamos, razonablemente, que nuestros padres, cónyuges e hijos nos protejan de todo daño, y cuando éstos actúan con violencia tienden a hacerlo en un contexto semántico que la justifica y mistifica. Así, buena parte de las consideraciones presentadas se aplican tanto a las víctimas de un Estado absolutista como a las víctimas de abuso físico y sexual en el seno familiar. También resultan pertinentes para casos de militares traumatizados por su experiencia de guerra, ya que nuestras instituciones nacionales e internacionales existen, al menos en teoría, para protegernos, y no para exponernos al horror de la batalla, independientemente de cuán heroica sea la retórica que la envuelva.

Expandiendo estas consideraciones a su límite, nuestra vida social cotidiana opera con el supuesto de un implícito contrato social con nuestro prójimo en términos de "vivir y dejar vivir", y toda violencia contra nosotros -una violación por una pandilla en un callejón, un robo en la calle por un desconocido, etc.- traiciona ese supuesto. De hecho, tendemos a asumir que el mundo en que vivimos evoluciona de manera ordenada, y todo evento catastrófico del que podemos ser víctimas aun casuales (un terremoto, un incendio, un accidente de automóvil) traiciona esta presuposición. Estos eventos también pueden ser envueltos en un contexto semántico mistificante del tipo de "¿Cómo se te ocurrió ir a esa ciudad en zona de terremotos?"; "Deberías haberte despertado ni bien comenzó el olor a humo!"; o" ¿No sabes que es peligroso manejar el sábado a la noche?". No sorprenderá, por lo tanto, que las consideraciones que siguen incluyan ejemplos provenientes de una gama de situaciones de violencia muy variadas -política, familiar y social.

Una definición de violencia

En la literatura actual sobre síndrome de estrés post-traumático (SEPT) y, más específicamente, en el sistema diagnóstico más reciente de la Asociación Psiquiátrica Norteamericana, el DSM- III-R, un hecho traumático (incluyendo la violencia) es definido como "un acontecimiento que va más allá del rango de las experiencias humanas habituales y que generaría desasosiego marcado en prácticamente cualquier persona, tal como una amenaza o riesgo de vida o integridad física; una amenaza seria o daño a los hijos, cónyuge, parientes cercanos o amigos; la destrucción súbita del hogar o de la comunidad; o presenciar el daño o la muerte de otra persona como resultado de accidente o violencia física" (American Psychiatric Association, 1987).

Esta definición, que se apoya en nociones de sentido común tales como "evento que va más allá del rango de las experiencias humanas habituales" y "que generaría desasosiego marcado en prácticamente cualquier persona", merece ser reexaminada cuando se aplica a la violencia interpersonal. La calidad siniestra y el efecto traumático devastador de la violencia familiar y política son generados por la transformación del victimario de protector en violento, en un contexto que mistifica o deniega las claves interpersonales mediante las cuales la víctima reconoce o asigna significados a los comportamientos violentos y reconoce su capacidad de consentir o disentir. Así, la violencia adquiere características devastadoras cuando el acto de violencia es re-rotulado ("Esto no es violencia, sino educación"). Su efecto, por ejemplo el dolor físico ("No te duele tanto"), es negado. El corolario de valores es redefinido ("Lo hago por tu propio bien" o "Lo hago porque te lo mereces"). Los roles son mistificados ("Lo hago porque te quiero"), o la posición de agente es re dirigida ("Tú eres quien me obliga a hacerlo").

Esta definición de violencia no-accidental requiere un contexto en el cual algunos miembros del sistema tienen el poder de decidir (poner en acto) qué es lo que va a ser validado como "real" para todos los miembros del sistema. La persona, por lo mismo, es negada o invalidada en tanto "sujeto social" y es tratada como "objeto social" (Pakman, 1990).

Una última consideración en cuanto a definiciones. Scarry (1985) propone diferenciar "dominación" (es decir, victimización emocional) de "violencia", en la que el cuerpo de la víctima es incluido como objeto explícito de violencia. Estoy de acuerdo con esta diferenciación, ya que toda apropiación del cuerpo de la víctima por parte del victimario como área legítima de sus actos viola convenciones sociales básicas y constituye una invasión máxima del self de la víctima. Sin embargo, en el planteo que sigue no pondré el acento en esta diferenciación, considerando que la violencia emocional suele tener correlatos somáticos importantes e inmediatos de tipo autonómico, sistema que genera una "zona gris" en la que el cuerpo aparece como territorio del acto violento aun cuando su espacio material no haya sido literalmente invadido.

Víctimas colectivas y víctimas individuales

Los actos de violencia pueden ser ejercidos sobre individuos (un niño es seducido o forzado a actos sexuales por un familiar o un desconocido; una mujer es abofeteada por su marido; un adulto es torturado), sobre grupos (una minoría es segregada y discriminada; los miembros de un partido político son detenidos por su afiliación), o sobre naciones (una dictadura; una ocupación por el ejército de otro país). Considerando que las dos últimas categorías -grupo y nación- son abstracciones, es decir que están compuestas por individuos, centraré mi atención en los efectos de la violencia en individuos, aun cuando esta violencia pueda afectarlos como resultado de la pertenencia de ese individuo a conjuntos más amplios contra los cuales es ejercida.

Una cartografía: naturaleza

y frecuencia de la amenaza

En esta discusión pondré el acento en dos variables mutuamente independientes: la consecuencia atribuida a la amenaza o la violencia y su naturaleza aislada o repetitiva. La primera se refiere al monto de terror, es decir, al calibre del riesgo inminente de daño físico o emocional atribuido a la experiencia. La segunda variable establece el lapso en el que se desarrolla la coerción, es decir, su naturaleza aislada o reiterada.

BAJO NIVEL DE AMENAZA

EXPERIENCIA ABRUPTA

I

T

E

N

S FRECUENCIA

I

D

A

D

EXPERIENCIA REPETITIVA

ALTO NIVEL DE AMENAZA

Campo de intensidad y frecuencia.

La intersección de estas dos variables, según sus combinaciones, permite definir un campo abarcativo de un amplio espectro de tipos de situaciones que involucran violencia, posibilitando considerar tanto los aspectos comunes como las especificidades de las mismas.

En términos de las consecuencias percibidas de la amenaza, en el sentido de "significado atribuido a la amenaza", las amenazas pueden variar en intensidad y cubrir la gama completa de la experiencia humana. La violencia puede ser ejercida bajo la forma de una coerción leve con una percepción de bajo nivel de amenaza a la integridad física o emocional, tal como una sugerencia velada de pasar vergüenza -"se prohíbe fumar"- o de perder status o privilegios -"Si no comes con buenas maneras, vas a tener que dejar la mesa". En el otro polo del espectro, puede percibirse un alto nivel de amenaza que incluye daño físico o emocional extremo o amenaza de muerte inminente: un cuchillo en la garganta forzando un contacto sexual; un rapto político en medio de la noche o, para un niño, ser encerrado por horas en un sótano a oscuras.

En términos de la frecuencia de la amenaza, un acto de violencia puede ocurrir de manera aislada, impredecible y abrupta , o bien de manera repetitiva, predecible e insidiosa. Ejemplos de la primera son un decreto declarando ilegal la posesión de libros contrarios al régimen (en un pasaje de gobierno democrático a autocrático); la primera golpiza intimidante en una relación de pareja; un ataque con fines de violación a una mujer que está cruzando el parque; un rapto (político o no) en medio de la noche. Ejemplos de la segunda son la sugerencia reiterada a un

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