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Votos para el Año de la juventud


Enviado por   •  11 de Mayo de 2015  •  1.916 Palabras (8 Páginas)  •  117 Visitas

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Votos para el Año de la juventud

1. «Siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1 Pe 3, 15).

Estos son los votos que formulo para vosotros, jóvenes, desde el comienzo del año en curso. El 1985 ha sido proclamado por la Organización de las Naciones Unidas como Año Internacional de la Juventud, lo cual reviste un significado múltiple ante todo para vosotros mismos, y también para todas las generaciones, para cada persona, para la comunidades y para toda la sociedad. Esto reviste asimismo un particular significado para la Iglesia en cuanto depositaria de verdades y valores fundamentales, y a la vez servidora de los destinos eternos que el hombre y la gran familia humana tienen en Dios mismo.

Si el hombre es el camino fundamental y cotidiano de la Iglesia (Cf. Juan Pablo II, Encícl. Redemptor hominis, 14: AAS 71 [1979], 284 s.), entonces se comprende bien por qué la Iglesia atribuye una especial importancia al período de la juventud como una etapa clave de la vida de cada hombre. Vosotros, jóvenes, encarnáis esa juventud. Vosotros sois la juventud de las naciones y de la sociedad, la juventud de cada familia y de toda la humanidad. Vosotros sois también la juventud de la Iglesia. Todos miramos hacia vosotros, porque todos nosotros en cierto sentido volvemos a ser jóvenes constantemente gracias a vosotros. Por eso, vuestra juventud no es sólo algo vuestro, algo personal o de una generación, sino algo que pertenece al conjunto de ese espacio que cada hombre recorre en el itinerario de su vida, y es a la vez un bien especial de todos. Un bien de la humanidad misma.

En vosotros está la esperanza, porque pertenecéis al futuro, y el futuro os pertenece. En efecto, la esperanza está siempre unida al futuro, es la espera de los «bienes futuros». Como virtud cristiana ella está unida a la espera de aquellos bienes eternos que Dios ha prometido al hombre en Jesucristo (Cf. Rom 8, 19. 21; Ef 4, 4; Flp 3, 10 s.; Tit 3, 7;Heb 7, 19; 1 Pe 1, 13.). Y contemporáneamente esta esperanza, en cuanto virtud cristiana y humana a la vez, es la espera de los bienes que el hombre se construirá utilizando los talentos que le ha dado la Providencia.

En este sentido a vosotros, jóvenes, os pertenece el futuro, como una vez perteneció a las generaciones de los adultos y precisamente también con ellos se ha convertido en actualidad. De esa actualidad, de su forma múltiple y de su perfil son responsables ante todo los adultos. A vosotros os corresponde la responsabilidad de lo que un día se convertirá en actualidad junto con vosotros y que ahora es todavía futuro.

Cuando decimos que a vosotros os corresponde el futuro, pensamos en categorías humanas transitorias, en cuanto el hombre está siempre de paso hacia el futuro. Cuando decimos que de vosotros depende el futuro, pensamos en categorías éticas, según las exigencias de la responsabilidad moral que nos impone atribuir al hombre como persona –y a las comunidades y sociedades compuestas por personas– el valor fundamental de los actos, de los propósitos, de las iniciativas y de la las intenciones humanas.

Esta dimensión es también la dimensión propia de la esperanza cristiana y humana. En esta dimensión, el primer y fundamental voto que la Iglesia, a través de mí, formula para vosotros, jóvenes, en este Año dedicado a la Juventud es que estéis «siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere» (1 Pe 3, 15).

Cristo habla con los jóvenes

2. Estas palabras, escritas un día por el apóstol Pedro a la primera generación cristiana, están en relación con todo el Evangelio de Jesucristo. Non daremos cuenta de esta relación de modo más claro, cuando reflexionemos sobre el coloquio de Cristo con el joven referido por los evangelistas (Cf. Mc 10. 17-22; Mt 19, 16-22; Lc 18, 18-23). Entre muchos otros textos bíblicos es éste el primero que debe ser recordado aquí.

A la pregunta: «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?», Jesús responde con esta pregunta: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios». Y añade: «Ya sabes los mandamientos: No matarás, no adulterarás, no robarás, no levantarás falso testimonio, no defraudarás, honra a tu padre y a tu madre» (Mc 10, 17-19). Con estas palabras Jesús recuerda a su interlocutor algunos de los mandamientos del Decálogo.

Pero la conversación no termina ahí. En efecto, el joven afirma: «Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud». Entonces –escribe el evangelista– «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó y le dijo: Una sola cosa te falta: vete, vende cuanto tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme» (Mc 10, 20s).

En este momento cambia el clima del encuentro. El evangelista escribe del joven que «se anubló su semblante y se fue triste, porque tenía mucha hacienda» (Mc 10, 22).

Hay otros pasajes del Evangelio en los que Jesús de Nazaret encuentra a jóvenes. Particularmente sugestivas son las dos resurrecciones: la de la hija de Jairo (cf. Lc 8, 49-56) y la del hijo de la viuda de Naín (cf. Lc 7, 11-17). Sin embargo, podemos admitir que el coloquio antes citado es sin duda el encuentro más completo y más rico de contenido. Se puede decir también que éste tiene carácter más universal y ultratemporal; es decir, que vale en cierto sentido, constante y continuamente, a lo largo de los siglos y generaciones. Cristo habla así con un joven, con un muchacho o muchacha; conversa en diversos lugares de la tierra en medio a las diversas naciones, razas y culturas. Cada uno de vosotros es un potencial interlocutor en este coloquio.

Al mismo tiempo todos los elementos de la descripción

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