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ÉTICA, FILOSOFÍA Y ECONOMÍA


Enviado por   •  2 de Septiembre de 2013  •  2.007 Palabras (9 Páginas)  •  318 Visitas

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I. ÉTICA, FILOSOFÍA Y ECONOMÍA

Antes de iniciar esta exposición debemos aclarar cuál es la diferencia básica entre las ciencias y la Filosofía:

En primer lugar, todas las ciencias tienen un objeto o área de estudio. Por ejemplo, la Química estudia las propiedades de los elementos y compuestos, así como las interacciones y las reacciones entre las diferentes sustancias; la Historia estudia y analiza los hechos y acontecimientos humanos del pasado cuya autenticidad puede ser verificable; la Geografía estudia los relieves, accidentes, rasgos, etc. de la superficie de nuestro planeta; la Biología estudia los fenómenos que permiten la existencia de los seres vivos, así como su perpetuación y evolución. En segundo lugar, las ciencias no emiten juicios éticos, ya que su razón de ser es la búsqueda de la verdad y la ampliación de la comprensión del Universo a través de la observación, la experimentación y la estructuración y sistematización de los conocimientos así obtenidos por medio de teorías y leyes. Para la Ciencia las cosas no son buenas o malas; simplemente son falsas o verdaderas, probables o improbables. La Filosofía, por su parte, no tiene un sujeto o área de investigación específicos, ya que lo mismo puede especular sobre el origen de la vida o del Universo que sobre el presente o futuro de la Humanidad. También puede interesarse en el ser humano como individuo o en toda la sociedad planetaria. Por otra parte, la Filosofía no tiene a su disposición los recursos que tanto han contribuido a desarrollar las ciencias duras: el experimento y la medición, y únicamente utiliza la observación y el razonamiento. Pero lo más importante es que la Filosofía, a diferencia de la Ciencia, sí puede emitir juicios de valor, tanto éticos como estéticos. En lo único en que coinciden las ciencias y la Filosofía es que no existen verdades eternas: todo es circunstancial y está sujeto al devenir histórico. La aparición de nuevos conocimientos puede echar por tierra viejas verdades. La aparición de nuevas circunstancias (sociales, políticas, biológicas) puede invalidar viejas cosmovisiones.

Una vez aclarado esto, continuaremos con nuestra exposición:

Hace muchos siglos se practicaba la Alquimia, la Astrología y la Religión (o más bien las religiones). Con el paso del tiempo la Alquimia fue sustituida por la Química, la Astrología se convirtió en Astronomía y la Religión devino en Filosofía. Pero las cosas no ocurrieron de manera sencilla. Mientras que para el siglo V antes de nuestra era en Grecia ya se habían estructurado sistemas filosóficos refinados, en otras sociedades todavía se practicaban religiones primitivas, como el animismo. Respecto a la Química y la Astronomía, estas ciencias convivieron con la Alquimia y la Astrología hasta mucho tiempo después. No obstante, en las llamadas “sociedades modernas” la Alquimia (amuletos de aleaciones mágicas, sustancias homeopáticas milagrosas, etc.) y la Astrología (horóscopos, cartas astrales, etc.) aunque son rechazadas sistemáticamente por las comunidades científicas, todavía son aceptados por mucha gente, incluso por universitarios y políticos de alto rango. No obstante, aun cuando muchas personas “respetables” consultan adivinos, médiums, lectores del tarot, quirománticos, astrólogos, etc., la mayoría lo hace con discreción, sobre todo si su posición social o política pudiera ser afectada por el conocimiento público de esta afición.

Pero algo muy curioso ocurrió con la Filosofía y la Religión, ya que en pleno siglo XXI ambas conviven públicamente, aun en las sociedades “desarrolladas”. Actualmente científicos de primer nivel y políticos con altas responsabilidades no tienen empacho en declarar públicamente que practican alguna religión y que incluso sus decisiones más trascendentales las basan en esta creencia. En algunos países occidentales los presidentes y otros altos funcionarios todavía juran ante la Biblia cuando toman posesión de su cargo. Aun países que cuentan con un stablishment de científicos destacados, como Israel, practican una política nacional basada en conceptos religiosos, con los cuales justifica su expansionismo.

Sin embargo, a la mayoría de las personas no les preocupa esta situación, e incluso aseguran que la Religión es necesaria para normar la moral de las sociedades, puesto que “si la sociedad no tuviera una base religiosa, se desataría el libertinaje”. Aun más: hay quienes aseguran que no puede existir una ética social o individual que no esté basada en conceptos religiosos, y que el ateísmo generalizado fomentaría el egoísmo, el hedonismo y la criminalidad.

No obstante, hemos observado a lo largo de la Historia que la mayoría de los discursos moralistas de los gobernantes y jerarcas de las iglesias nada tenían que ver con sus verdaderos sentimientos. Mientras que en público –y a veces también en privado– predicaban la justicia, la compasión, la equidad, etc., sus vidas transcurrían en medio de feroces luchas por el poder y el dinero. No se nos olvide que todavía a mediados del siglo XIX se consideraba perfectamente compatible con la ética cristiana la esclavitud de los negros, la explotación inmisericorde de los obreros (con horarios de hasta 12 horas diarias y salarios con los que apenas podían sobrevivir) y el trabajo infantil (recordemos a los niños limpiadores de chimeneas que aparecen en algunos relatos de Charles Dickens). En plena Era Victoriana, cuando la represión sexual llegó a extremos grotescos en los países protestantes, algunos miembros de la aristocracia y algunos jóvenes (y no tan jóvenes) adinerados no tenían objeciones morales cuando seducían a sirvientas urbanas o jovencitas campesinas, quienes terminaban sus vidas en prostíbulos o, en el mejor de los casos, en instituciones de caridad para “mujeres descarriadas”.

Pero no todo esto quedó en el pasado. Actualmente todavía existe la explotación del trabajo infantil, la negación de los derechos de las mujeres (especialmente en los países islámicos), la depredación del medio ambiente, las guerras de rapiña (como las de Iraq y Afganistán), la tortura (tanto política como policiaca), el tráfico de armas, la trata de blancas, la trata de menores, la pedofília ejercida por miembros de las jerarquías eclesiásticas, etc. Aun cuando estas conductas son reprobables per se, resultan más preocupantes

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